domingo, 27 de octubre de 2024

El arte del Creador


Sentir la creación es detenerse para bucear en las aguas de la belleza. Admirarla es fundirse en ella: respiras, y te sientes vivo en su abrazo.

En mis paseos matinales, avanzo como un nadador en un océano de maravillas. En otoño, al salir a caminar, el mundo aún está sumido en la penumbra. Las farolas permanecen encendidas, y su luz impide distinguir las estrellas en el cielo. Los coches, que ya comienzan a circular, con el roce de sus ruedas sobre el asfalto y el brillo de sus faros, parecen robarle a la noche algo de su magia y misterio.

Pero al acercarme al mar, la calma se instala en mí, y percibo la claridad de la luna extendiendo su luz sobre el manto del amanecer.
El descanso nocturno nos repara, tanto en el cuerpo como en la psique: nuestras células se regeneran y el equilibrio regresa. La mente se vuelve más lúcida y el ánimo florece. Pero más allá de esta renovación física, el paseo matinal despierta en mí una emoción estética. Cuando alcanzo el paseo marítimo y el mar se despliega ante mis ojos, el cielo se tiñe de tonalidades infinitas: nubes oscuras sobre el agua se alzan como montañas escarpadas; el sol, aún oculto, irradia destellos de rojo, salmón y oro en el horizonte, como un preludio del amanecer. Observo este magnífico lienzo y siento la obra del Creador derrochando belleza; un estremecimiento recorre mi ser.

Sigo caminando, flanqueado por luces que parecen antorchas encendidas, señalándome el camino en la penumbra hacia el estallido de luz y color que me espera. A menudo, me encuentro completamente solo, y esa soledad intensifica la experiencia.

En la playa, contemplo cómo cada amanecer es una obra nueva, distinta, trazada por la mano del Creador. Sus pinceladas me ofrecen una vista que ninguna imaginación humana podría replicar. Absorto ante el espectáculo de un nuevo día en ciernes, pienso: ¡Qué regalo tan inagotable! Tanta belleza abundante, y nosotros, en la cúspide de esta creación amorosa. Dios nos ha brindado el mundo como el mejor de los hogares, un don especial. Por eso, debemos aprender a cuidarlo y preservarlo.

Ojalá pudiéramos descubrir en la naturaleza el amor de Dios hacia su criatura. Sumergirnos en el silencio y la calma de la mañana nos hace sentir vivos, recordándonos que la vida cobra sentido cuando saboreamos el pulso de un nuevo día, uno más, entregado para que valoremos lo que tenemos y lo que somos. Solo así podremos vivir en plenitud, agradeciendo y amando todo lo creado, y muy especialmente al ser humano, reflejo de Dios. 

La hermosura que contemplo cada mañana palidece ante el insondable misterio del hombre, consciente de sí mismo y de su Creador. Esa es la diferencia con el cosmos, que carece de consciencia. El hombre, en cambio, sí la tiene, y se estremece cuando sus ojos se recrean ante tanta belleza.

martes, 17 de septiembre de 2024

Un Pilar Sólido

Este escrito quiere recordar a Pilar Socías, una persona con profundas convicciones, compacta y fuerte. Ha sido sostén de su familia, volcada a ella con una entrega sin medida. Para Pilar, su familia era sagrada. Quería siempre lo mejor para los suyos y no escatimaba esfuerzos para cohesionarla. Era lo primero en su vida.

Cuidó especialmente la relación con su hija. Su sintonía y conexión era total. Los sufrimientos que fue padeciendo no rebajaron la intensidad de su amor materno filial. Conservó su madurez y serenidad frente a las diferentes enfermedades que tuvo que soportar. Mujer tenaz y valiente, luchó afrontando las dudas y temores que seguramente surgieron en su interior. Pero su visión trascendente de la vida la ayudó a manejar situaciones límite. Pilar era una auténtica guerrera y jamás decayó en su esperanza. Nos ha dejado el ejemplo de una luchadora incansable hasta el final.

Pero no todo eran luchas: Pilar tenía una sensibilidad especial, que se manifestaba en su amor a la literatura. Pertenecía a un círculo de lectura que semanalmente se reúne a leer obras de los grandes clásicos. Navegando entre sus pasajes ahondaba sobre la realidad humana con extrema finura y penetración.

Roca firme en sus principios y convicciones, mantuvo su elegancia humana durante todas las etapas de su itinerario hasta el final. Demostró su valentía en medio de la incerteza y una tranquilidad última donde se vislumbraba la esperanza. Lo dio todo, hasta en los momentos más duros. Su amor a la familia la sostenía y puso todo su empeño en mejorar su salud, con tenacidad increíble, probando toda clase de remedios.

Pero no fue suficiente. La vida a veces es así, pero el rayo de luz interior que la iluminaba se ha convertido en un legado para todos: su hija Elena, su yerno Víctor, sus nietos Bernat y Aran, para ti, Ferran, para sus amigos.

En las últimas semanas de su vida tuve la oportunidad de hablar con ella. Participaba cuanto podía en la misa dominical y me di cuenta de que, tras su aspecto sencillo y su serena presencia en su corazón se escondían enormes valores. Era un cofre lleno de perlas: amabilidad, atención, deseo de servir y ayudar, amor. El destello de su mirada se iba apagando, pero aún vivía con intensidad. Aunque la vida se le escapaba, su corazón nunca dejó de vibrar.

Ahora, desde el cielo, seguirá protegiendo a los suyos. Como madre, abuela, compañera y amiga, supo dar lo mejor de sí misma. Aunque tuviera dudas, el cielo no es solo para los que creen, sino para los que aman. Esta es la promesa que Jesús nos hizo. Por eso tengo la certeza de que algún día, por encima de lo que nuestra razón pueda entender, Pilar nos estará esperando en un lugar más allá de las estrellas, en la eternidad.

domingo, 8 de septiembre de 2024

Silencio reparador

Como bien sabéis muchos de mis lectores, en verano procuro pasar unos días lejos de mi lugar habitual de trabajo para descansar, revisar el curso pasado y planificar el que se inicia en septiembre. Es un tiempo de sosiego y calma interior, un cambio de ritmo e intensidad en mis quehaceres, que me ayuda a focalizar y orientar el nuevo curso, con el fin de mejorar y que suponga un mayor crecimiento humano y espiritual. Se trata de perseverar y acertar en mi cometido pastoral. Para esto necesito retirarme para cambiar de perspectiva y ver interiormente dónde estoy y si todo lo que hago está en sintonía con lo que soy y con mi misión. Un profundo análisis se hace necesario para no caer en errores y mejorar toda la labor. La finalidad es dar los frutos deseados en la ardua tarea de dirigir una comunidad llamada a vivir de manera coherente y sintiéndose parte de un proyecto común.   

Un ritmo sosegado

Cuando disfrutas de un espacio en medio de la naturaleza, de inmediato te das cuenta de que el ritmo interior se desacelera y la calma te invade. Te percatas de la velocidad interna y el ritmo frenético que has incorporado vitalmente en tu día a día. Pero en el campo la velocidad disminuye y eres más consciente del presente y hasta de tu propia respiración. La carrera cotidiana se convierte en un caminar; la mirada se vuelve más lúcida y la capacidad de análisis se agudiza. Una mayor clarividencia te ayuda a penetrar con más profundidad en todo cuanto te rodea.

Es entonces cuando estás preparado para bucear y divisar los corales submarinos del mar de tu existencia; descubres el enorme tesoro de tu corazón, que has olvidado con el frenesí diario que te impide ser consciente del potencial espiritual que todos llevamos dentro.

El silencio

La segunda cosa que observo es que no sólo nos hemos acostumbrado a la velocidad, sino al ruido como algo natural. Hemos integrado la contaminación acústica como parte de nuestro día a día y el cerebro se nos ha acostumbrado sin darnos cuenta. Esto afecta no solo a nuestra psique, sino también a los finos capilares de nuestro oído, dejando secuelas neurológicas. El ruido dispersa y aturde; es un ataque directo a la armonía interior. El ruido no nos deja escuchar bien, interfiere en las comunicaciones y mengua la calidad de las relaciones humanas. Pero lo peor es que acabamos necesitando el ruido para no sentirnos solos; nos envolvemos de todo tipo de ruido porque nos asusta vivir el presente de verdad.

Hemos de distinguir entre el ruido provocado por la propia actividad humana y laboral entre el ruido que producen las músicas adictivas que sirven como refugio y escape a tantas personas. La música las ayuda a aislarse del entorno.

Hay otro ruido, que es el que llevamos dentro: es el runrún de nuestra mente que no sabe cómo parar. Todos estos ruidos van fragmentando a la persona y la incapacitan para ver su propia vida con objetividad.

Una vez llegas a un marco natural donde el ruido cesa los únicos sonidos son los propios de la naturaleza: el viento, los pájaros, el murmullo de los árboles, y el silencio del campo. Este silencio, que a los místicos les ayuda a caer en éxtasis, no es un silencio que asusta, sino todo lo contrario. Te hace sentir una experiencia nueva de conexión íntima con Dios y con la creación. Es un silencio que te catapulta hacia la inmensidad del cosmos de tu corazón, una vibración íntima que tiene que ver no sólo con lo que sientes, sino con la certeza de que hay algo más allá de lo empírico y lo racional. Tiene que ver con el descanso del alma, una experiencia sublime que te invita a entrar en comunión con Aquel que es la razón de tu vida.

Dejarse amar

En esta situación no se trata de hacer, sino dejar que te moldee con la dulzura de su amor. Dios, que te ha creado, te hace descubrir la belleza de un amor que te envuelve y que sólo puedes vivir cuando paras, cuando dejas de controlar el tiempo, cuando te dejas mecer por sus manos llenas de ternura, cuando parece que todo se detiene y el centro de tu vida es Él.

Él es quien ha hecho posible mi existencia, mi propósito, mi vocación. Él hace posible que yo pueda amar y dejarme amar. Sólo cuando me dejo penetrar por el silencio que repara me siento, regenerado, resucitado. Puedo nacer de nuevo, soy otro. Ya no soy el mismo ese que toca con sus manos el cielo y que empieza a descifrar el lenguaje del silencio, una melodía que viene de lo alto y que me revela mi indigencia, mi radical dependencia de lo sobrenatural.

Estos sorbos intensos de silencio me ayudan a reafirmarme en mi propia identidad vocacional. Por eso necesito dejar el ruido, apartarme unos días y beber de la fuente de aguas cristalinas de Dios.

domingo, 1 de septiembre de 2024

La vida, un regalo


Existir es más que ser o estar. La existencia es ser consciente de que vives, y eres más que un conjunto de células y reacciones químicas; eres más que un metabolismo que se alimenta; más que una serie de órganos que funcionan sin que tú los orquestes. Sí, eres mucho más que el latido de tu corazón y la riqueza de los cinco sentidos, más que la suma de tus sensaciones y tus reacciones emocionales; más que el asombroso equilibrio físico y mental que te permite vivir y caminar sobre este mundo.

Es verdad que para estar vivo es necesario todo esto. Pero una vez hemos cubierto nuestras necesidades básicas, tanto materiales como emocionales, no podemos quedarnos aquí. Somos más que un cuerpo, y para vivir más allá de lo material necesitamos dar sentido a nuestra vida.

Todos tenemos anhelos y buscamos la felicidad. Es algo innato, y nos hace trascender de la pura necesidad y de las dependencias. Cuando somos conscientes de que la vida se nos ha dado, comprendemos que hay que dar fruto, y este consiste en amar y entregarse mutuamente para hacer posible la vida de otros seres. Nosotros somos fruto del amor y de la generosidad de nuestros padres. Por tanto, vivir y existir es mucho más que «ir tirando» o dejarse llevar hacia no se sabe dónde.

Vivir es experimentar el misterio insondable de la existencia.  Es estremecerse ante la belleza de la creación y admirarse ante el secreto oculto que hay en el corazón humano. Es enamorarse del mundo e instalarse en una gratitud inmensa. Vivir es desafiar tus propios límites y abrazar la realidad tal como es, sabiendo descubrir el tesoro de la amistad como experiencia sublime. Vivir es también aceptar los límites de los demás que a veces te quitan la paz interior. Vivir es siempre aprender.

En su búsqueda incesante de la verdad, la belleza y el amor, todo ser humano mira más allá de sí mismo, trascendiendo de su propio yo y abriéndose a la realidad que le rodea. Se hace consciente del dolor, pero el mal y el dolor no son razones suficientes como para dejar de luchar por su propósito vital.

Vivir es deleitarte ante la inmensidad del cosmos, de las estrellas, del gran lucero nocturno que sale al oscurecer. Su luz te acompaña en las sombras de la noche, donde también puedes contemplar la silueta de las montañas y la claridad de un trigal que se mece en la brisa de la noche. Vivir es respirar, consciente de tu yo más íntimo. Vivir es dejarse mecer por una mano invisible y amorosa que te acuna cuando te invade la tristeza. Vivir es inhalar el oxígeno que te mantiene vivo. Sin él, tu vida se apagaría.

Vivir es mirar el sol al amanecer, cuando surge como diamante luminoso sobre el mar en calma, y emocionarse. El mar, el sol, respirar: despertar en el amor diario, penetrar la belleza: esto es meterte en el corazón de tu existencia. Agradecer los cinco sentidos que te hacen disfrutar es reconocer que detrás de la naturaleza y de tu misma vida hay un Dios que todo lo sostiene, una realidad suprema que, más allá de lo racional, se manifiesta en la gesta del alma humana.

El bien está inmerso en tu corazón, forma parte de tu ADN, aunque ciertas corrientes filosóficas y sicológicas insisten en la maldad congénita del ser humano. El nihilismo y el existencialismo se recrean en el naufragio del hombre en el mar de su existencia.

Pero las hazañas conseguidas por el ser humano no se entienden sin esta bondad que se manifiesta de forma natural si la persona no ha sido dañada y se ha sentido querida.

Vivir es luchar contra la desidia, el desespero, la tristeza, el desamor. Es mantenerse firme y mirar alto, sin perder la brújula de tus valores. Vivir a veces es nadar a contracorriente, escalando hacia la cima de tus propósitos vitales. Allí podrás saborear el aire de la altura y un pequeño sorbo de eternidad.

Vivir es ser conscientes de que somos la cumbre de la creación. Sí: ante la inmensidad del cielo, conscientes de nuestra pequeñez, hemos de reconocer la grandeza del ser humano, Himalaya de la existencia.

Vivir es conocer nuestros biorritmos, saber descansar y deslizarse por los misterios del sueño. Es saber abandonarse, dejarlo todo para repararse y renacer al día siguiente, con esperanza y ánimo renovado. Vivir es cabalgar sobre el tiempo sin que envejezca el alma. Es saber dar gracias por tus orígenes, que han hecho posible tu existencia; por el presente, que hace posible tu realidad; y por el futuro que, aunque incierto, te impulsa con pasión a vivir el presente, con la esperanza de crecer espiritualmente y llegar a una ancianidad vivida con gozo. Cuando la sabiduría se acumula puedes convertirte en consejero de muchos otros.

Vivir es instalarte en el amor y en el servicio. Vivir es construir armonía en tu entorno. Vivir es volcarse a los demás, ayudarles a crecer y crecer con ellos. Vivir es hacer el bien. Vivir es amar la libertad, volar alto y conseguir tus metas.

Vivir es, en definitiva, ser consciente del aquí y del ahora.

domingo, 18 de agosto de 2024

Un naufragio estremecedor


Días atrás salí a caminar temprano, sobre las siete. El sol había despuntado y me acercaba al mar cuando vi una escena sobrecogedora. En una explanada que desciende hasta la playa vi un inmenso número de jóvenes tendidos en tierra. Más chicos que chicas, de un vistazo calculé que debía haber unos ciento cincuenta jóvenes, tumbados, completamente rendidos.

Muchos dormían, otros despertaban de su resaca, tras pasar la noche bebiendo. Algunos abrían los ojos con mirada perdida, quizás bajo el efecto de alguna droga. Pero lo que más me impresionó es que unos cuantos movían las manos con gestos extraños, mientras proferían sonidos inconexos, como si estuvieran fuera de sí. ¿Qué habían tomado? Su cerebro, sin duda, estaba sometido a fuertes reacciones químicas, sufriendo un terrible daño neuronal. Sin control ni conciencia, flotaban en un universo artificial, fruto de sus alucinaciones.

Me detuve unos instantes a contemplar aquella escena inusual, un ejército de jóvenes arrojados en aquella rampa como un residuo social, un desecho. Y pensé que cada uno de ellos tenía un nombre, y una historia familiar que quizás lo ha llevado a este lento suicidio, noche tras noche.

Víctimas del nihilismo

¿Lo hacen porque quieren fabricarse un cielo artificial, sometidos a la tiranía de un falso discurso de felicidad? Quizás muchos de ellos buscan sinceramente su camino, pero la dirección que han tomado los lleva a las tinieblas y a la soledad. En su culto hedonista, están ebrios de ese nihilismo filosófico que lleva a muchos a perder el sentido hermoso que tiene la vida. «Nada vale nada; nada tiene sentido, no vale la pena vivir; todo es mentira, todo es falso.» Pensar así conduce a una profunda crisis existencial. Si no mueres, vas arrastrando tu vida como puedes y tu último refugio es la alteración cerebral, que por sobredosis puede llevarte a la muerte.

Los médicos y los agentes sociales están alertando: la proliferación de drogas sintéticas en Barcelona es alarmante, y más aún porque son potencialmente letales. Entre los jóvenes frágiles emocionalmente y sin horizontes es una auténtica pandemia que está alimentando un negocio enorme. No se puede explicar esto sin atisbar detrás una organización muy bien implantada cuya víctima son los jóvenes.

A veces me pregunto si esta lacra no será una especie de genocidio planificado por las élites financieras y corruptas, que quieren reducir la población truncando la vida de muchos jóvenes. En una etapa de crecimiento e inestabilidad emocional, no se les ofrece apoyo psicológico ni ayuda para ir superando esta fase, que tanto afecta a su identidad. Faltan recursos sociales y sanitarios, pero sobre todo faltan familias bien estructuradas que proporcionen el entorno adecuado para su desarrollo.

En busca del falso paraíso

La salida fácil es inocularse dopamina y otros neurotransmisores que aumentan la sensación de felicidad de forma química, pero una sobrecarga de seudo bienestar también es lesiva para su salud. Hay estudios que revelan que casi el 80 % de los jóvenes, en algún momento de su vida, han tomado alguna droga, aunque sólo fuera para probar. Lo peligroso de ese «probar» es que rápidamente crea adicción y dependencia. Cuando quieren darse cuenta, ya están enganchados.

Ciento cincuenta jóvenes derrotados, junto a la playa, me evocaban la desoladora imagen de un naufragio. Las olas del desespero han depositado en la orilla sus cuerpos sin vida, agonizantes, sedientos o convulsos. Alguien ha querido aprovecharse de su debilidad, ellos han probado el veneno y ahora están atrapados en un mundo de sensaciones irreales. Quizás la vida real, la de cada día, se les hace insoportable, carecen de fuerza y valor y quizás tampoco tienen apoyo para reorientar su camino. Están deteriorados como ancianos dementes cuando apenas han entrado en la flor de la vida.

Me alejé de allí, impresionado, para acercarme a la orilla del mar y sentir la brisa y la calidez del sol. Allí el aire era más claro. Mirando al cielo, recé por ellos y por sus familias. El sol cayendo sobre sus cuerpos hacía más visible aún el drama. Cientos de jóvenes están muriendo, anímica y moralmente, cada noche. Me pesaba ver aquello. ¡Ojalá Dios escuche mi oración de aquella mañana!

Al regresar, vi que algunos intentaban levantarse, pero no podían; les faltaba la fuerza. Otros, al ponerse en pie, perdían el equilibrio y caían de nuevo. Zombis, muertos vivientes perdidos en la nada... Es una de las escenas más impactantes que he visto.

Revolución de valores

Regresé a casa compungido. No sé cómo acabaría la escena. Lo terrible es que ese drama se repite una y otra vez, aquí y en otros lugares. De noche, de antro en antro, viajan por el mundo del placer artificial para caer en el abismo de madrugada. ¿Cuántos jóvenes se pierden en sus falsos paraísos, que los llevan a las puertas del infierno? El fuego del mal está esperando para devorar a los inocentes y convertirlos en ceniza.

Ante estas escenas, debemos preguntarnos: ¿Qué hacen las familias? ¿Qué ambiente se vive en sus hogares? ¿Qué ocurre en los entornos universitarios y en el mundo del ocio? ¿Acaso entablan relaciones tóxicas que aún degradan más su persona?

Sólo la bondad, el amor y la compasión pueden actuar como antídotos de tanto mal. Es necesaria mucha entrega y espíritu de servicio para iniciar una revolución cultural y social basada en los valores cristianos que edifican a la persona.

Cuando somos capaces de mirar más allá de nosotros mismos, es decir, hacia la trascendencia, es cuando podemos regenerarnos y regenerar a los demás. El ser humano se descubre saliendo de sí mismo y caminando hacia el otro: es entonces cuando descubre el inmenso potencial de su alma. Un potencial que le permitirá cambiar de rumbo y nacer de nuevo.

domingo, 4 de agosto de 2024

Una psicóloga humanitaria

Pilar González nació en Andalucía, en los años de la postguerra. Vivió a nado entre el el cortijo de su familia, donde pasaba las vacaciones, y Montilla, la ciudad donde se educó, estudiando como interna en un colegio religioso. Desde muy joven tuvo claro que no quería limitarse a ser un ama de casa: después de cursar el bachillerato en un instituto donde era prácticamente la única mujer, emprendió su carrera universitaria. Inclinada al principio por la literatura, finalmente se decantó por la psicología al escuchar una conferencia del psicólogo Wukmir, que la fascinó y le abrió las puertas del estudio del alma humana.

En la universidad de Barcelona pasó unos años inolvidables, compaginando los estudios con el activismo y conociendo, de primera mano, la censura de aquellos tiempos y la vigilancia policial del agitado mundo estudiantil. También viajó con sus amigos, recorriendo media Europa y explorando los países al otro lado del telón de acero. Cuando terminó la carrera, se quedó dando clases en la universidad y tuvo la oportunidad de viajar a los Estados Unidos para estudiar psicología de grupos con el eminente Carl Rogers. Su formación ampliada le permitió, en los años siguientes, continuar viajando para compartir su saber y abrir nuevos campos de investigación a la psicología.

Fue entonces cuando conoció a Manuel, el que sería su esposo. Ambos ya tenían cierta experiencia de la vida y navegaban en solitario. Cuando se conocieron, algo surgió entre ellos, una conexión profunda que iba más allá de lo físico. Desde entonces, ya nunca volvieron a caminar solos.

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Pilar era una mujer que vivía con intensidad la vida. Su entrega y pasión en el ámbito universitario generó muchísimos contactos, una auténtica red de amigos que le permitió investigar y difundir los últimos hallazgos en psicología grupal. Junto con otros psicólogos y su compañero de batallas, Manuel, compartían su pasión por el estudio de la mente y el ser humano.

Pilar y Manuel supieron vivir esta doble pasión: se amaron como esposos y se apoyaron como científicos en su área. Sus libros aportaron nuevos enfoques a la psicología. Reunieron una enorme biblioteca, de más de 5000 volúmenes, que quisieron dedicar como lugar de estudio y encuentro, creando el espacio Orego.

El paso del tiempo nunca apagó el deseo de saber en Pilar. Además de acumular enormes conocimientos sobre psicología de grupos, trató de difundirlos y aplicarlos en su trabajo. Mujer incansable, verdadero pilar de sabiduría, supo integrarse en la cultura catalana y en el mundo universitario, donde obtuvo una cátedra. Tenaz y persistente, con una gran capacidad de trabajo, su vida era la universidad, pero no olvidaba a los amigos. Las relaciones humanas y el cultivo de la amistad siempre fueron prioritarios para Manuel y Pilar. Así, trabaron vínculos con un nutrido grupo de amigos, también catedráticos, con los que compartían trabajo y viajes, y que los acompañaron hasta la jubilación. Para Pilar, el grupo era importante no sólo como materia de estudio, sino como realidad vital. Ella misma creaba grupos allí donde estaba, con el fin de dinamizar la comunicación entre las personas y mejorar el trabajo en equipo.

Ya jubilada, se ofreció como voluntaria del comedor social de su parroquia, San Félix. Formó un grupo y trabajó para que hubiera una mayor calidad en este servicio humanitario, así como una mayor cohesión entre los voluntarios. Su vinculación con la parroquia ha sido intensa y comprometida. También se integró en el grupo de tertulias.

Pilar se preocupaba por la juventud, desposeída de valores y perdiendo su potencial en una sociedad y una cultura que no ayudan a crecer. Para ella era muy importante una buena formación intelectual y filosófica, de la que carecen hoy muchos jóvenes. Le inquietaba que se dilapiden tantas energías y tanta creatividad.

En su libro Instantáneas, una recopilación de recuerdos preciosos de su vida, descubrimos a una Pilar amante del arte, de la música y la danza, del cine, del buen sabor de las cosas. Siempre atenta a cuanto sucedía a su alrededor, Pilar sabía penetrar en la realidad con la agudeza de un científico, pero también sabía abandonarse: era una enamorada de la belleza y su entusiasmo no dejaba a nadie indiferente.

Siendo tan intelectuales, Manuel y Pilar jamás perdieron la fe: Jesús era para ellos un gran referente que iluminó sus vidas hasta el final. En los últimos años tuvieron que afrontar el mayor desafío: la fragilidad del cuerpo y la enfermedad, que fue minando sus vidas. Pero ambos han sabido irse con sencillez y humildad, dejándose cuidar. Pusieron en práctica aquello que Manuel había tratado en algunos de sus libros: es importante cuidar, pero también ser cuidado. En este tiempo de más dolor, sus amigos siempre han estado atentos y cercanos a ellos (Marisa, Pilar Barón y tantos otros...), así como su familia, en especial Palmira y Abelardo, hermanos de Pilar. Oscar Valdez ha sido un gran cuidador, tanto de Manuel como de Pilar, atendiéndolos y llevándoles la comunión y el consuelo de una compañía amable. Saloua ha visitado y apoyado a Pilar casi a diario, durante los últimos meses. Y Gloria, otra voluntaria de la parroquia, ha acompañado a Pilar en sus últimos días, con extrema delicadeza, rezando con ella y animándola.

Todos, y muy en especial su último grupo, los voluntarios del comedor social, sentimos su pérdida y la recordaremos mucho, porque ha dejado en nosotros una huella profunda.

Para mí, conocerla y trabajar con ella ha significado un enorme aprendizaje sobre la realidad humana. Pilar ha sabido dar mucho y lo mejor de sí misma. Agradezco a Dios haber tenido dos feligreses tan magníficos como ella y su esposo Manuel, que supieron formar parte, con humildad y alegría, de esta familia variopinta que compone la comunidad parroquial.

domingo, 30 de junio de 2024

Una escena insólita

En uno de mis paseos matutinos observé algo insólito. Una anciana mendiga, a horas bien tempranas, se dirigía a pedir limosna a un grupo de jóvenes que volvían de su ocio nocturno. Vi a la mujer en medio de aquella jauría de muchachos recién salidos de sus antros. De tez morena, bajita de estatura y sosteniéndose con un bastón, alargaba su mano hacia ellos hablándoles con voz ronca.

Como era de esperar, algunos la ignoraron por completo. Otros se burlaban de ella. Alguna muchacha parecía compungida ante la escena. La mendiga insistía en pedir, pero nadie le daba nada.

Me quedé asombrado ante la tenacidad de aquella frágil viejecita, su insistencia y la agilidad con que se movía. Por fin, se desplazó a un lado y comenzó a alejarse del grupo, pensando, quizás, que lo volvería a intentar otro día.

Me produjo ternura ver a aquella mujer, sola en medio de una manada de jóvenes, sin reparo ni temor a que la pudieran agredir. Su necesidad era más fuerte que el miedo.

Después, mientras seguía mi caminata, pensé que ella, como los muchachos, busca la manera de sobrevivir. Ella pide para echarse algo a la boca; ellos intentan salir de su angustia vital lanzándose a una ola de frivolidad. Por motivos diferentes, una anciana de ochenta años y un puñado de jóvenes de dieciocho se encontraron en la madrugada. Ella carente de lo necesario para vivir; ellos, que quizás lo tienen todo, derrochando su tiempo y su dinero.

Esta escena surrealista y dramática me dejó pensativo. ¿Qué hacía esta mujer, a su edad, en medio de aquellos «cachorros»? Podían hacerle daño, estando la mayoría de ellos completamente bebidos. Sabido es que el alcohol altera el sentido de la realidad y activa impulsos descontrolados que pueden causar estragos. ¿Qué hacía esta señora, que podía estar en casa, cuidada por algún familiar? ¿Qué drama hay detrás de una mujer que se expone a salir en un ambiente turbio e incierto? Quizás la suya sea una historia muy compleja, de entornos difíciles; tal vez esté desatendida o sufra algún problema mental. Me dije a mí mismo que una anciana no podía estar deambulando a esas horas exponiéndose a cualquier peligro. Sólo de pensarlo se me encogía el corazón. Por eso me mantuve a una cierta distancia, observándola, y con el teléfono a mano por si pasaba algo. Nada sucedió, y me alejé aliviado.

Luego pensé en la familia de esta mujer y en las familias de los jóvenes. ¡Qué dolor tan grande para ellos! ¿Qué ha fallado en sus entornos para que unos y otra lleguen a esa situación? ¿Qué estamos haciendo, como sociedad, para que se den escenas como esta? ¿Qué educación están recibiendo los jóvenes en sus casas, y cuál ha sido la trayectoria familiar que lleva a una anciana a salir de madrugada a pedir?

La situación clamaba al cielo. Hay un terrible silencio ante el dolor humano y tenemos poca capacidad de respuesta ante la pobreza y la soledad. Pero, sobre todo, hay una enorme miopía por parte de los que sí tienen la capacidad de hacer, la responsabilidad y los recursos para emprender una acción eficaz.

Un compromiso urgente

Nos encontramos con dos problemas muy graves: las crecientes bolsas de pobreza en la ciudad y una generación de jóvenes sin futuro que se dedican a explotar su presente, sin un proyecto claro en sus vidas. Tal vez un día algunos de esos jóvenes se convertirán en ancianos indigentes que tendrán que salir, con el sol, y encararse a otras manadas de muchachos para pedir. Solos, vulnerables y sin rumbo.

Urge diseñar políticas sociales y eficaces para prevenir estos riesgos que amenazan y fragmentan la sociedad. Es cuestión de voluntad política, no tanto de recursos.  

Es necesario que la sociedad civil y las instituciones ejerzan mayor presión, exigiendo con contundencia acciones que reduzcan o frenen la pobreza. De lo contrario, escenas como esta que he presenciado serán cada vez más frecuentes. Necesitamos estar despiertos y actuar. Los que detentan el poder han de trabajar por el bien común y real de las personas. De lo contrario, el poder del mal abrirá aún más las grietas sociales. Urge un gran compromiso para erradicar la pobreza y el dolor social y para ayudar a los jóvenes a encontrar motivos sanos para vivir y orientar sus vidas.