sábado, 24 de julio de 2021

El Santo Cristo de Balaguer y mi origen vocacional


Estos días de descanso y retiro han sido muy fecundos. Para mí suponen una toma de consciencia de mi identidad sacerdotal, un profundizar en las cuestiones fundamentales de la vida pastoral y, sobre todo, dedicar un tiempo más intenso a aquello que es la fuente de mi vocación y da sentido a mi vida, orientada a dar esperanza.

He tenido la ocasión de pasar unos días para reencontrarme y tomar fuerza y vigor para seguir adelante en la tarea encomendada. Uno de los aspectos cruciales en la vida del sacerdote es ahondar en los orígenes de su vocación. Para mí es una hermosa historia que me ha llevado a estar donde estoy. «Volved siempre a vuestros orígenes», decía santa Clara a sus monjas. Les pedía que nunca olvidaran ese momento precioso de enamoramiento de Cristo, en el que eres capaz de dejarlo todo cuando él te llama a una sorprendente aventura. ¡Cuánto marcan los principios! Cuánto gozo, con incerteza, porque te lanzas hacia el vacío y acabas viendo que Dios siempre te sostiene. En esos momentos sientes un amor sublime que lo trasciende todo: miedo, incertezas, dudas. Con el tiempo, los temores se disipan y comienzas una trayectoria interior de madurez espiritual.

Mi historia vocacional pasó por varias etapas. Hoy quiero detenerme en una de ellas.

Mi vínculo con el Santo Cristo de Balaguer

Tenía 20 años y daba mis primeros pasos en mi camino hacia el sacerdocio. Era catequista de una pequeña comunidad, el Santuario de Santa Eulalia de Vilapicina, vinculada a la parroquia madre del barrio, donde vivía con mi familia. Cada verano se organizaban colonias con los niños de la catequesis y yo formaba parte del grupo responsable, junto con otros compañeros jóvenes. En varias ocasiones decidimos ir a la casa de San José del Molino, en Tartareu, como lugar extraordinario para realizar las colonias. Esta casa era un antiguo molino de harina, situado en un valle regado por el río Farfaña, en la comarca de la Noguera, Lleida. Es un lugar poblado de robles y encinas, entre montes y campos de almendros, olivos y cereal. Un paisaje típicamente mediterráneo, de clima seco y soleado, con temperaturas extremas: muy calurosas en verano, aunque por las noches la temperatura desciende hasta la mitad. Este contraste sorprende; la noche es fresca, pero una vez sale el sol, el valle queda iluminado y se respira un aire limpio y fragante, que llena de bienestar y paz.

En el trayecto desde Barcelona a la Noguera, antes de llegar a esta casa, siempre me gustaba pasar por el santuario del Santo Cristo de Balaguer. Anexo hay un convento de religiosas clarisas que se ocupan del santuario. Ante el edificio se extiende un gran patio desde donde se puede divisar todo Balaguer, con el río Segre que divide la ciudad entre el casco antiguo y la zona nueva, que desborda sus límites hacia la llanura. En la parte alta, alrededor del santuario, está el Secano, donde viven grupos de familias muy modestas.

El interior del santuario es amplio y luminoso, muy sencillo tras las últimas restauraciones. Al fondo está el altar mayor y por encima el camarín, donde se levanta la figura del Santo Cristo. Muchas personas acuden a rezar y a venerarlo.

Siempre que visito el santuario me gusta subir hasta el camarín y pasar un rato tranquilo, rezando. Observo la figura, estilizada y dramática, con su cabello natural cayendo sobre el rostro contraído de dolor. Sus rasgos expresan un padecimiento extremo que conmueve al que lo observa. El hombre Dios colgado en la cruz, golpeado, desfigurado, dolorido, no deja indiferente a nadie. Mirándolo, pienso cuánto amor expresa este sufrimiento sin límites, y hasta qué punto se entregó Jesús por rescatar al hombre de su miseria y devolverle la dignidad de hijo de Dios. Una entrega hasta el martirio.

Siendo monitor de niños y jóvenes, tenía unas profundas ansias de seguir a Jesús, hasta el pie de la cruz, si fuera necesario. El Santo Cristo de Balaguer era para mí un tratado de teología en imagen. No sabía qué me deparaba el futuro, pero ante aquella cruz, abrazaba su sufrimiento y tenía muy claro que lo amaba con toda mi alma y estaba dispuesto a lo que fuera. Aquella cruz era una llamada al realismo vocacional: era consciente de que mi camino no sería fácil y tendría que hacerlo mío con todas las consecuencias de mi sí a él.

Allí, delante de una cruz, empezaba mi singladura. Sabía que el martirio forma parte del guion vocacional; la cruz está ligada al sacerdocio y la rotundidad de un sí puede llevar a unirte al martirio de Cristo. Después de casi cuarenta años, puedo decir que ha habido varias cruces por las que he pasado en mi lucha por mantenerme firme. A veces la incomprensión de tanta gente es lo que más te hace sufrir. Pero, ante aquel Cristo crucificado, que me daba aliento y fuerza, sabía que nada me apartaría de su amor. Asumiría todas las tribulaciones: el mundo es un combate, pero la fuerza te convierte en un guerrero. Con la confianza de que él te sostiene en esa lucha.

Estos días también he recordado, con emoción, la primera misa que celebré, hace treinta y cinco años, en el santuario a los pies del Santo Cristo. Recuerdo que le dije: «Hoy llego a ti como sacerdote, celebrando en tu altar. Soy uno de los tuyos. Después de doce largos años de formación intensa, pero necesaria, para consagrarme, tú, desde lo alto del camino, con tu rostro ladeado, me miras. Mi corazón vibra: estoy preparado para unirme a ti en la cruz. Y tú te das a mí, tu cuerpo en mis manos, convertido en sacramento, para que otros te puedan comer».

Fue una misa suave, llena de gratitud. Mis jóvenes manos sostuvieron a Cristo, y lo elevaron mientras daba las gracias y después lo depositaba en el sagrario, su casa, el cielo aquí en la tierra. En mi ordenación sacerdotal me habían dado la llave de esta casa, la nueva arca de la alianza.

40 años han pasado, y nunca dejo de subir al santuario del Santo Cristo. Con el peso de tanta responsabilidad pastoral, sigo yendo cada año a Balaguer para ofrecerle todo mi curso pastoral. Ante él, rezo pidiendo acierto, lucidez, fidelidad, coraje y paciencia para seguir en la brecha, trabajando para él. Y también serenidad para afrontar los momentos convulsos.

La gracia de Dios quiso que mi ordenación diaconal fuera un 9 de noviembre, el día de la festividad del Santo Cristo de Balaguer. La celebré en la parroquia de San Isidoro, de Barcelona, donde entonces ayudaba al rector en la pastoral de jóvenes. Allí, un año más tarde, me ordené.

También la Providencia quiso que uno de mis formadores, el sacerdote que originó mi vocación, estuviera vinculado al Santo Cristo de Balaguer. Allí hizo él su primera comunión, y allí celebró su primera misa. Siempre tuvo una especial devoción a este santuario. De alguna manera, este Cristo ha ido marcando nuestro camino, en una sucesión de fechas que no son casualidad, sino señales luminosas de un guion trazado por Dios en el paso del tiempo.

Una imagen encontrada

Son muy numerosas las llamadas vírgenes encontradas, y entre ellas se cuentan algunas devociones célebres, como la de Guadalupe o la de Montserrat. Quizás no sean tan frecuentes los cristos encontrados, pero este es el caso del Santo Cristo de Balaguer.

La leyenda cuenta que la imagen fue tallada por Nicodemo, discípulo de Jesús, y que de manera milagrosa se desplazó por el mar, remontando las aguas del río Segre hasta llegar a Balaguer, donde la encontraron los vecinos de la ciudad. La imagen flotaba en el agua y no se dejó recoger por nadie hasta que llegaron las hermanas clarisas del convento de Almatá. Cuando la abadesa bajó al río, la imagen del Santo Cristo se dejó abrazar y la religiosa pudo sacarla del agua. Ante esta señal, las autoridades y el clero de la ciudad decidieron que el convento era el lugar donde debía alojarse el Cristo, y así fue. Desde entonces, la imagen ha sido venerada por muchos, y visitada por viajeros anónimos e ilustres de todos los tiempos. Su traslado al camarín donde se encuentra fue autorizado y presidido nada menos que por el rey Felipe IV, en compañía de los notables de la ciudad y del conde duque de Olivares, tal como recoge un documento conservado en el archivo del convento.

Se dice también que el Santo Cristo de Balaguer escucha todas las peticiones, y que ha obrado muchos milagros y curaciones en su nombre. Sea verdad o leyenda, el gran milagro se está produciendo cada día. La presencia de Cristo entre nosotros se hace patente en cada eucaristía. Y las imágenes, como esta del Santo Cristo de Balaguer, nos recuerdan siempre su amor inmenso por todos nosotros.

domingo, 18 de julio de 2021

Querer es poder


Cuántas veces hemos escuchado esta frase: «si tú quieres, puedes». Expertos en psicología empresarial la utilizan como parte de su discurso, orientado a ensanchar las posibilidades de un trabajador, estimulándolo para que alcance sus objetivos con tenacidad. Estos planteos, venidos de América, han inundado nuestra cultura empresarial. Es tan importante ampliar la formación como dotarse de herramientas con el fin de aumentar la calidad en el trabajo.

No cabe duda que la psicología humanista está permeando toda nuestra cultura y relaciones humanas. La actitud positiva ante el mundo ayuda mucho a sacar lo mejor de uno mismo. Diferentes corrientes psicológicas y filosóficas inciden en este aspecto: descubrir el potencial que tiene dentro el ser humano, con dinámicas y terapias que ayudan a tomar consciencia de todo el arsenal que hay en su corazón para crecer y dejar salir la mejor versión de sí mismo.

Quisiera añadir unos matices para completar este discurso.

Más que la voluntad

Cuando decimos «querer», ¿a qué nos referimos? Querer tiene que ver con la voluntad, es decir, estar dispuesto a asumir aquello que deseas para lograrlo. Si decimos que el querer depende de la voluntad, nos referimos a un valor fundamental de la filosofía escolástica. Voluntad es esfuerzo, tener claro lo que se quiere, autoexigencia y dominio de sí. Forma parte de un discurso y de una cosmovisión de la realidad que define los valores propios. Pero al «querer» hay que añadirle algo más que esfuerzo y voluntad por alcanzar una meta. Considero crucial introducir este elemento, que tiene que ver con la consecución. Se podría añadir o reformular la frase: «si amas, puedes». Querer y amar pueden ser sinónimos, pero en este caso hay una diferencia. Si a la voluntad y al esfuerzo le ponemos amor; si abrazamos aquello que deseamos con todas las fuerzas, no cabe duda de que será más fácil conseguirlo. Cuando el amor entra en juego, nada se nos resiste y la meta se puede hacer realidad.

Poder para qué

Si analizamos la otra parte de la frase, «es poder», es evidente que se refiere a la consecución de lo que deseas. Se dice que «todo lo que tú desees, lo puedes conseguir». ¿Es realmente así? ¿No suena a pensamiento mágico? Ciertas corrientes seudo-psicológicas se sustentan en esta creencia y muchas personas la siguen, aunque no alcancen sus objetivos y vivan en una permanente frustración.

Cuando en el «sí, quiero», se introduce un elemento de poder, hay que estar al tanto, porque no todo lo que se puede hacer es correcto. Hay unos límites éticos. Quizás habría que hacer una depuración de intenciones. ¿Qué queremos, en el fondo? ¿Es realmente bueno conseguir lo que nos estamos proponiendo?

Alcanzar la meta y quedarse ahí es insuficiente. Cuando al poder se le da una apertura más allá de uno mismo, y en ese logro se construye algo más que los propios sueños, algo que beneficie a otras personas, entonces el esfuerzo ha valido realmente la pena. Será entonces cuando el poder que nos ha hecho alcanzar la meta estimule a otros a ensanchar sus horizontes. Culminar aquello que uno desea, desde la humildad y el servicio, convierte nuestras acciones en un poder que se transforma en vocación, en un estilo de vida que construye vínculos, lazos y proyectos. Podríamos pasar del «querer es poder» a otra frase: «amar es dar vida». Es decir, cuando amas lo que deseas, generas un torrente de vida alrededor. Hacer que todos tengan metas, propósitos, esto es empoderar a las personas para que vibren y abracen con intensidad su existencia y la de los demás.

Sólo así los sueños dejarán de tener fronteras, porque serán sueños desde el realismo de lo que eres y lo que no.

No podemos volar, pero sí hacer volar nuestra creatividad. Aunque sólo podamos caminar o correr, dentro de ese límite hay un universo infinito, que es nuestra alma. El ser humano tiene la capacidad de viajar más allá de su propia galaxia personal y darse cuenta del enorme potencial que tiene, ya no sólo humano, sino espiritual, desconocido para muchos.

La fuerza interior que emana de nuestra alma, es decir, el poder que nos da Dios, nos catapultará hacia esa última meta que todos deseamos en el fondo: llegar a ser uno con Aquel que ha hecho posible nuestra existencia.

domingo, 11 de julio de 2021

Maestra de la sencillez


Sí, así era Juanita, una mujer sabia que supo lidiar con la viudez y con una enfermedad oncológica que le llevó a plantearse toda su vida. Mujer de aspecto sencillo, con ojos muy vivos, tuvo que iniciar una nueva etapa cuando, enferma y desahuciada, se retiró a un pueblecito cerca de Barcelona, en el campo, para pasar sus últimos días. Tenía cuarenta y dos años y le habían dado pocas semanas de vida.

Pero allí, lejos de todos y de todo, en contacto con la naturaleza, como una ermitaña, empezó su curación. Un día cayó en sus manos un libro de salud natural. Los tratamientos farmacológicos no le habían servido y veía su muerte inminente, de manera que no perdía nada si probaba a seguir las indicaciones de aquel libro. Cambió de dieta, ordenó sus horarios, caminó por el campo, respiró hondo y comenzó a encontrarse bien, consigo misma y con su cuerpo. De manera rápida y sorprendente, al cabo de un mes regresó del campo y volvió a su casa enteramente sana y pletórica de energía. Ya no necesitaba más una mujer que le hiciera la limpieza, y se incorporó a su trabajo, junto con su marido, llevando un bar. Cuando volvió a ver a sus médicos fue para despedirse. No tenía rastro de enfermedad. La paciente que habían dado por perdida estaba sana.

Su tenacidad y su fuerza de voluntad la llevaron a vencer el cáncer. El tiempo que pasó en el campo fue crucial para dar un reenfoque a su vida. Desde entonces, el cuidado de la salud fue primordial para ella. De enferma pasó a ser una amante de la vida. Las personas que la conocían comenzaron a preguntarle, y así es como Juanita, sin pretenderlo, se convirtió en una gran consejera para muchos. Carecía de títulos académicos y formación médica, pero se instruyó cuanto pudo en aquello que le preocupaba, y el mejor aval fue su propia vida: Juanita vivía lo que predicaba, y era un ejemplo de persona sana y equilibrada. Ella insistía en la importancia de armonizar cuerpo, mente y alma. Aconsejaba desde la sencillez y desde su propia experiencia a quienes le pedían ayuda. Mantenía sus principios, muy sólidos y exigentes en su planteo de medicina natural, pero al mismo tiempo era delicada y atenta con los demás: sabía animar, estimular y acompañar a las personas que le pedían consejo.

Su deseo de estar bien y ser útil, sin causar molestias a nadie, fue el motor de su voluntad y lo que le permitió mantener sus hábitos sanos hasta edad muy avanzada. Se convirtió en una anciana sabia, que supo sacar de la enfermedad la gran lección de su vida.

Vivía de forma muy sobria, cuidando su alimentación y sus emociones, y con un propósito vital que había descubierto tras su enfermedad: ayudar y cuidar a los demás. En su longeva vida contribuyó a mejorar la salud de muchas personas.

Cuando sufrí mi lesión ocular me ayudó mucho con sus pautas dietéticas. Yo había sufrido una hemorragia en la retina a causa de la hipertensión y el colesterol elevado. Ella, con delicada exigencia, me dio una serie de consejos y recomendaciones y así logramos mejorar sustancialmente mi patología ocular y, de paso, mi salud en general. Fue asombroso lo que llegué a mejorar, y hasta mi oftalmólogo, hoy, se sorprende de la evolución que he tenido.

Juanita se convirtió en mi consejera durante el proceso de recuperación de mis ojos. Le estaré eternamente agradecido por su dedicación e interés. Sin dejar las visitas a los facultativos y los tratamientos a los que me he sometido, su intervención fue el complemento más eficaz a la terapia.

Falleció el 7 de julio a las 12 del mediodía. Tenía 92 años, le habían dado cinco semanas de vida y sobrevivió cincuenta años más. Cuando su hijo Jordi me lo comunicó, me entristeció saberlo, pues para mí ha sido una auténtica perla que se cruzó en mi camino.

...

Juanita cautivaba por su sencillez y discreción. Mujer menuda y ágil, con su mirada despierta traslucía el tesoro que llevaba en su interior. Siendo una mujer muy humilde, acumuló gran sabiduría y la supo compartir. Para mí, era la gran doctora de lo pequeño. Su lenguaje amable ya era terapéutico en sí. Cuando la conocí no me dejó indiferente. En seguida conectamos, y creció un profundo aprecio entre nosotros. Tras quedar viuda, vivió sola muchos años; sabía estar con gente y en soledad. Todo cuanto tuviera relación con la salud le interesaba. No imponía sus conocimientos a nadie, pero sí los ofrecía, porque conocía la importancia de cuidarse. Tenía una frase que repetía a menudo, uno de sus principios: la sangre ha de estar siempre limpia y oxigenada, porque es la clave de la salud. Daba mucha importancia al sistema vascular y al buen estado de venas, arterias y capilares, pues por ellos corre el fluido vital que alimenta todas las células del organismo. Una sangre limpia de grasas y de toxinas es crucial para la salud. La sangre contaminada genera mucha inflamación en el cuerpo, produciendo enfermedades crónicas. Y ¿qué contamina la sangre? Sobre todo, una mala alimentación, causa y origen de muchos problemas de autoinmunidad y deterioro.

Autodidacta, devoraba libros sobre salud y medicina natural, y tuvo muchos amigos médicos y terapeutas. Su experiencia vital y su formación la convirtieron en una referente para muchas personas de su entorno. Tiene en su haber la recuperación de la salud de unas cuantas. Yo soy testigo y prueba de esta verdad. En un momento decisivo de mi vida, en que me jugaba la salud de mis ojos, ella fue clave en mi recuperación.

Otra cosa que solía comentar es que en cada uno de nosotros hay un médico, y que la curación se tiene que dar en complicidad entre pacientes y médicos. Si se da esta complicidad, la gente podrá mejorar mucho. Acoger puede ser más potente que un fármaco o una terapia. La dimensión anímica juega un papel fundamental, que trasciende lo puramente químico como tratamiento exclusivo.

Para ella, la buena alimentación, la buena higiene y unas buenas relaciones sociales eran los pilares de la salud.

Hay un ejército de gente sencilla que sabe mejorar el mundo y que, aparte de la clase médica con sus avances científicos, puede aportar una experiencia profundamente sanadora.

Tu salud está en ti, decía ella. Eres el dueño de tu vida. Lo que tú decidas es fundamental. El médico puede ser un gran aliado, pero la elección está en tus manos. Tú eliges vivir o morir.

Son frases hermosas que tengo muy presentes. Juanita me recuerda que una persona coherente y despierta puede hacer más que un médico apalancado que sólo busca su ganancia.

Vivir es el gran don que tenemos que cuidar, si queremos que nuestra vida tenga sentido.

Gracias, Juanita, por tus torrentes de sabiduría. Desde la sencillez de tu corazón, ¡cuánto bien hiciste a tantos!

domingo, 4 de julio de 2021

El valor sagrado de la palabra


No cabe duda de que las palabras forman parte esencial de la comunicación humana. El lenguaje es un salto cuántico en la evolución. Sin esta herramienta, su capacidad de expresión hubiera quedado muy limitada. La capacidad de articular un discurso coherente es propia del Homo sapiens, inherente a nuestra forma concreta de ser. La creación de un discurso abstracto es lo que nos separa del resto de homínidos y nos hace tan singulares.

Un salto evolutivo

El hombre es un ser animal y racional, consciente de su realidad y que se pregunta, se cuestiona, piensa. Es un hombre filosófico. Un aparato fonador le permite conectar el área de comunicación del cerebro con el área que construye pensamientos, y estas con el complejo sistema de cuerdas vocales, que emiten sonidos y voz. Así nace la arquitectura de la palabra. Sin palabras nunca hubiéramos podido ir tan lejos en nuestra evolución.

Pero, más allá de su aspecto funcional, la palabra tiene una relevancia en nuestra vida social, cultural y psicológica. La palabra es potente y tiene una fuerza arrebatadora: con ella podemos construir o destruir, podemos enseñar o engañar. De ahí su enorme importancia. Gracias a ella generamos complicidad y tiramos adelante proyectos. La comunicación es la base de toda relación humana.

Las palabras de los demás nos estimulan, ensanchando nuestro horizonte intelectual. Con las palabras podemos educar, dialogar, componer poesía, filosofar.

El lenguaje es una disciplina que se aplica en diferentes sectores. Una amplia gama de expertos lo utilizan en su proyección social y profesional: periodistas, escritores, literatos, filósofos, maestros, sacerdotes, políticos… Cada uno de estos sectores revela el grado de importancia de la comunicación y el dominio del lenguaje.

Un arma de doble filo

Pero, valorando este plus del que carecen los animales, hay que saber que la palabra es un arma de doble filo. Se puede utilizar para comunicar o informar, pero también para mentir y desinformar. Se puede hacer un uso frívolo del lenguaje y se puede manipular a las personas a nivel moral y psicológico. Es entonces cuando algo tan sagrado como la comunicación se puede convertir en propaganda al servicio de una ideología, apartándose de todo límite ético y del rigor de la verdad y de los hechos. Hoy podemos afirmar que el periodismo está totalmente sesgado, se aparta muchas veces de la realidad y se convierte en correa de transmisión de las ideas de uno u otro partido político.

Quisiera detenerme en otro aspecto, que es el uso literario y poético del lenguaje. Muchos lo utilizan para anestesiar la conciencia y generar emociones y adhesión. Con el lenguaje se construyen realidades que pueden impactar en el interlocutor. Hay toda una ciencia del lenguaje enfocada no tanto a comunicar la verdad, sino a desarrollar técnicas psicológicas que destruyen la capacidad racional del oyente, para conseguir prosélitos de alguna causa. Con el lenguaje se levantan construcciones etéreas, muy bien elaboradas, que van narcotizando al que escucha sin darle margen para reaccionar. Se emplea un lenguaje que apela directamente a las emociones, eligiendo palabras bonitas y expresiones que tocan el corazón. Pero, detrás de estas palabras bellas se esconde a menudo un terrible afán de poder y de control, así como el deseo de labrarse una imagen externa que caiga bien a los demás. La aparente amabilidad y el discurso buenista son dos instrumentos del lenguaje que generan adhesión fácilmente, pero ¡cuánto daño hacen cuando se le quita el sentido auténtico a la palabra para darle una finalidad contraria! Se abusa del receptor, se abusa del poder, se da una prostitución de la palabra cuando está encaminada a seducir en vez de ayudar, haciendo caer a los demás ante su encanto manipulador. Aquí es donde la palabra sufre el peor atentado: vaciarse de su significado y convertirse en un arma peligrosa que genera admiración y sumisión.

Como persona a quien le gusta escribir, y por mi vocación, estoy constantemente utilizando la palabra. Me duele en el alma que se la manche, se la utilice para engañar y se la pisotee. Emplear la poesía para mentir es como el beso de la traición. Cada vez que mal utilizamos las palabras las estamos matando; les estamos quitando el alma. De un corazón malévolo y sucio salen palabras que lo destruyen todo: la literatura al servicio del mal.

Pero hay personas que son ambiguas, que parecen una cosa y son otra. Estos son los que utilizan las más bellas palabras, para esconder la fealdad de su oscuro corazón.

Rescatar la palabra auténtica

Rescatemos el valor sagrado de la palabra para darle el lugar que le corresponde. Las palabras, o dan vida, o son ruidos vacíos.

Las palabras siempre han de apuntar hacia la verdad, o se reducirán a sonidos huecos, llenos de mentira.

¿Cómo recuperar las palabras del secuestro de la ambigüedad? 

Apelando a la coherencia, cuando coincide lo que se dice y lo que se hace, sin ningún tipo de fisura, es cuando queda de manifiesto la autenticidad de un ejemplo de vida llevado hasta las últimas consecuencias. Sólo de una palabra reflexionada, madurada, que se ha macerado con la nobleza del corazón, será cuando los hechos serán fruto de unas profundas convicciones y no habrá ningún tipo de bipolaridad entre las palabras y las acciones. Los dos aspectos, unidos, harán posible una comunicación sincera y fluida, honrada, porque ya ha pasado por el filtro ético, que sana las intenciones ocultas.

Preservar siempre la verdad. En clave cristiana, «la verdad nos hará libres», dice san Juan en su evangelio. La palabra tiene un carácter divino, ella revela el misterio profundo de Dios, que se nos comunica a través de las palabras de Jesús. La capacidad de hablar, de comunicar y transmitir, está en el centro de la teología cristiana. Por tanto, toda palabra es sagrada. Hablar ya no sólo es un rasgo evolutivo de la humanidad, es también un misterio que revela una parte sustancial de Dios. Él es pura comunicación.

Foto: George Milton, Pexels.com.