domingo, 28 de febrero de 2021

Alegría desbordante


Seis años después de su partida, su presencia sigue viva en el corazón de la comunidad de San Félix. Sí, es Julita, de ojos vivos y chispeantes, menudita y alegre, de una sólida piedad.

Julita siempre estaba ahí, activa en medio de la vida parroquial, devota y fiel. La parroquia formaba parte de su ADN y estaba a todas y a todo, participando especialmente en los eventos que se organizaban: viajes, procesiones, fiestas, celebraciones y devociones marianas.

Nunca fallaba: de su casa a la parroquia y de la parroquia a casa era su itinerario cotidiano. Vivía la fe intensamente, convirtiéndola en el centro de su vida. Su actitud de disponibilidad y servicio era constante, y definía su personalidad humana y cristiana. Por su alegría y simpatía tenía una enorme facilidad para conectar con todos. Su semblante, risueño y de mirada pilla, le abría puertas para iniciar conversaciones espontáneas. Su sencillez, tan atractiva, lograba crear un buen clima que favorecía la sintonía y el bienestar a su alrededor.

La semana pasada la recordamos en la eucaristía del domingo, celebración a la que nunca fallaba. La misa, para ella, era esencial, alimento para su vida, tal como me decía.

La recordé con emoción, pensando en el profundo impacto que ha dejado en la comunidad y en su exquisita amabilidad conmigo, como sacerdote. Conteniéndome, di gracias a Dios por haberla tenido como feligresa, tan expansiva y feliz de formar parte de su comunidad.

Julita convirtió su casa en un espacio parroquial, acogiendo a inmigrantes y a peregrinos que se albergaron bajo su techo. Entre ellos, a los polacos que venían con el padre Ireneusz cada verano.

Julita era una humilde joya con un brillo especial en su corazón. Se entendía con todo el mundo y todos acababan riendo con ella. A su edad, ya anciana, vibraba con alegría desbordante y descubría su sabiduría en un trato delicioso. Lo daba todo: tiempo, su casa, lo que tenía y, en especial, su bondad.

Tu huella y tu testimonio han marcado el corazón de la vida parroquial. Desde el cielo, te pedimos, Julita, que seamos, como tú, unos cristianos alegres y que vivamos nuestra fe con todo el gozo de nuestra alma. Sólo así la parroquia podrá seguir iluminando a aquellos que, por circunstancias difíciles, la han perdido. Que el brillo de la fe se manifieste en una alegría que nada ni nadie pueda arrebatarnos, como a ti nunca te la arrebataron.

Tenías a Dios dentro de tu ser y en tu vida. Que nunca se oscurezca nuestra fe y que nuestra sonrisa sea un amanecer para nuestras vidas.

Gracias, Julita, porque sé que estás allá y aquí, pendiente, como siempre lo estabas, de tu parroquia. Como dijiste, velas por tu querida comunidad y sus proyectos apostólicos.

sábado, 20 de febrero de 2021

La enfermedad, lección, aprendizaje, oportunidad

Todos tenemos miedo a la enfermedad, al dolor y a la muerte. Tener un sano temor nos da la oportunidad de vigilar los excesos que a veces cometemos, para que esto no nos haga perder calidad de vida. Vivimos asustados y preocupados porque siempre tenemos cerca la muerte. Familiares, amigos, vecinos… estamos todo el día topando con esta cruda realidad, que nos mantiene en vilo.

Es difícil evitar la enfermedad, cuando forma parte de nuestra naturaleza humana. Es verdad que no siempre podemos preverlo todo: un accidente, una agresión inesperada, una bacteria o un virus desconocido. Estamos siempre expuestos y no lo podemos controlar todo. Pero ¿se puede hacer algo para minimizar o evitar situaciones que nos lleven a una trágica enfermedad invalidante, que nos aparte del entorno social y nos vaya minando por dentro?

Es evidente que sí. Aunque nunca hemos de perder de vista nuestra fragilidad por el hecho de ser humanos y con limitaciones de todo tipo, tenemos un margen muy grande para reducir las posibilidades de caer enfermos. Por supuesto, la serenidad y la alegría, que también forman parte de nuestra vida, nos ayudarán.

Es importante estar siempre despierto y atento a nuestro acontecer diario: qué pienso, qué hago, qué digo, cómo actúo. Reflexionar sobre nuestras actitudes es fundamental, porque son los rieles de nuestra vida, que nos conducen a las diferentes paradas de la existencia. Cada estación por donde pasa nuestro itinerario vital es una gran oportunidad para ir mejorando en nuestra conciencia plena de dónde estamos y cuál es nuestro propósito diario. Esto es fundamental para saber quién somos y qué nos motiva. En estas paradas internas del tren de nuestra tenemos la oportunidad de distinguir un rumbo claro. En lenguaje cristiano, diríamos que estas paradas son los momentos de soledad y silencio que nos ayudan a hacer un alto en la vida. Si vives fuera de ti, estás perdiendo la brújula que te indica el camino. La tienes dentro de ti. Perder la brújula es perder el sentido del futuro, pero también del ahora. Cuántas personas vemos que viven totalmente desnortadas, sin metas, perdidas en el tupido bosque que les impide ver la luz hacia la salida de su laberinto interior.

Se alejan de la realidad, y pueden llegar a sufrir diferentes patologías, empezando por las psicológicas: estrés, pérdida de identidad, ansiedad, depresión y un profundo sentido de soledad. Sobre todo, una desconexión consigo mismas y con los demás. También se pueden generar enfermedades neurológicas y diversas patologías fisiológicas: digestivas, cardiovasculares, degenerativas, que van convirtiendo a la persona en un enfermo sistémico, con una baja inmunidad, que puede acabar postrado en cama.

Primer paso: sé consciente de tu yo

Tener consciencia de tu yo es la primera acción para encarar la vida y tomar las decisiones adecuadas. Sin esto, muchos vagones se descarrilan y caen abismo abajo.

Tenemos la capacidad de autocurarnos. Si sabemos manejar el potencial extraordinario que llevamos dentro, nuestro arsenal de recursos propios es de una potencia y eficacia impresionante. Busca en tu interior y lo descubrirás. Enfócate en la pulsión de vida que todos tenemos dentro.

Segundo paso: qué es lo prioritario

Una vez pases de esta fase, cuando intentes armonizar lo que piensas, lo que dices y haces, el segundo paso es establecer tus prioridades, o hacer una escala de valores en tu vida. Se basará en tus elecciones personales: cómo vives la relación con las personas que te rodean, tu cónyuge, tu familia, hijos, amigos. Dependiendo de tu situación personal y social, se trata de valorar lo que tienes y cuidar de aquellos a quienes amas, fortalecer tus vínculos con ellos y entender que los demás son un don que nos hace crecer.

Tercer paso: haz lo que te apasiona

No menos importante es que aquello de lo que vives, tu trabajo y tus talentos, esté en consonancia con lo que tú eres y tenga que ver con lo que te apasiona. Las personas y el trabajo que realizas forman parte de tu salud global.

Cuarto: cuídate

Otro aspecto importante y crucial es saber cuidarte a ti mismo. Esto pasa por una buena organización de la jornada: aprender a segmentar el tiempo es fundamental. Saber planificar el día es básico para no descarrilar. El descanso, el ejercicio, una buena y equilibrada alimentación, y buscar espacios de silencio, todo esto ha de formar parte de tu vida diaria.

Si fallan estos cuatro pilares, el ser humano acabará derrumbándose.

Lo que decides hacer en tu vida, teniendo en cuenta estos cuatro ejes, va a contribuir a que disfrutes de una calidad de vida extraordinaria. La moderación en todo va a ayudar a equilibrar tu existencia: tu discreción cuando estás con los demás, la frugalidad en lo que comes, tanto en calidad nutricional como en cantidad. La sobriedad en todo ha de marcar tu norte.

Pensar, comer, hacer

Si pensar es importante para cultivar tus capacidades cognitivas, no menos lo es elegir con quién comes, qué comes, cómo y dónde lo comes. Todo ello te ayudará a tener una buena salud física y espiritual. Lo que piensas, comes y haces es decisivo para convertirte en una persona seria, reflexiva y madura.

Hoy, el concepto de bulimia se puede extender, no sólo a la ingesta de alimento, sino a la ingesta de tanta información nociva, al igual que a la incontinencia verbal. Hablar mucho, comer mucho, devorar tantos impactos informativos contribuye a tener una mala salud.

Tener en cuenta estos sencillos consejos te alejará de la enfermedad, de la no-vida, de tu deterioro emocional, psicológico y te ayudará a disfrutar de una vida sana y equilibrada.

Envejecer con salud

El paso del tiempo no te impedirá vivirla con intensidad, porque la salud también está en tu mente, en tu corazón y en tu alma. Madurarás y envejecerás de una manera sana. Envejecer es natural y bueno; la enfermedad no. Es evidente que, de una manera gradual, nuestras células van perdiendo energía y vigor, pero no tenemos por qué perder la paz y la serenidad. Tampoco la salud.

Si sabemos cultivar la capacidad de discernir, la vida se puede alargar al máximo, y con calidad. Hay muchos ancianos enfermos porque no han sabido ser moderados, sobrios y equilibrados emocionalmente. Pero hay otros, que conozco, que a edades muy avanzadas están sanísimos. Hacen ejercicio, se alimentan bien, tienen buenas relaciones sociales y siguen aprendiendo. Mientras vivan, como dicen algunos, siempre hay algo nuevo que aprender.

Hemos integrado en nuestra cultura que lo normal es la enfermedad. Y no: lo normal es vivir, amar, crecer, mantener el propósito vital. Saber estar en tu eje central, como punto de partida, para mantenerte en tu sitio y desde allí desplegarte con todo tu potencial.

Sólo así nos iremos de este mundo cuando toque, cuando hayamos saboreado la vida al máximo, pero no por una enfermedad que precipita la muerte con dolor y sufrimiento. La enfermedad hace más trágica la vida, pero la muerte natural se espera serenamente, porque sabes que has vivido con intensidad el día a día y, a la vez, lo has digerido suave y lentamente. No has engullido la vida, la has masticado, paladeándola, hasta sacar la esencia misma de ella, sin prisa, pero sin pausa, has caminado hacia esa última estación, la que te llevará al otro lado, allí donde la enfermedad y la muerte han quedado abolidas.

Entonces vivirás con salud en mayúscula porque estarás conectado con la Vida en mayúscula. Vivirás en una permanente armonía con Dios, fuente de nuestro gozo, y con él te habrás encontrado con la plenitud de tu ser.

domingo, 7 de febrero de 2021

Abrazar tu historia

El ser humano no se entiende sin su historia. Somos lo que somos por una serie de acontecimientos que han marcado nuestra vida. Desligarnos de nuestro pasado sería un profundo error, porque todos los acontecimientos han hecho posible lo que somos ahora. Y no seríamos sin esa cadena de sucesos que han posibilitado nuestra existencia. Somos fruto de unos acontecimientos históricos: sin ellos, no seríamos. Nuestra realidad no se entiende sin nuestros ancestros, familia y entorno social. Incluso nuestros errores forman parte de este devenir de la historia.

Aceptar el pasado

De nosotros depende decidir hacia qué destino o meta queremos dirigirnos. Cuando no asumimos el pasado como parte de nuestra vida estamos negando nuestro crecimiento. Equivocarnos es parte de ese proceso, aunque en algún momento haya sido inconsciente. Cuando miramos por qué nos hemos equivocado, comprendemos que esto condiciona nuestro presente y quizás el futuro.

Aprender de todos los errores, guerras, conflictos y rupturas, incluso del mal del que no tenemos culpa, es necesario para evitar que esto vuelva a ocurrir en el presente. Incluso asumiendo sus consecuencias, por muy duro que sea.

En el mundo se han sucedido acontecimientos muy graves que sin duda han marcado nuestro presente. Hay que lanzar una mirada reconciliadora hacia aquellos hechos de los que no somos responsables, porque, sin ellos, no podríamos concebir nuestra existencia hoy. Pero ya no sólo me refiero a lo sucedido en nuestra familia antes de que naciéramos, ni en la historia, en los siglos anteriores. También me quiero referir a nuestro presente y a nuestra vida personal, a lo que somos ahora y a nuestras decisiones.

Está claro que lo que yo piense, crea, sienta y decida va a determinar lo que soy ahora. Con el tiempo, y con la madurez, me daré cuenta de los infinitos errores que he cometido, y eso también me ha marcado una dirección. En mi construcción personal no sólo me marca el pasado, sino las decisiones que he ido tomando a lo largo de mi vida. Lo que decidí de adolescente, de joven o adulto, define mi personalidad y lo que soy ahora, en estos momentos.

Asumir los riesgos

La vida está llena de sucesos concatenados, de aciertos y errores. La clave es asumir que en toda toma de decisiones siempre hay un riesgo, pero es necesario dar el paso para no quedar paralizados. A veces estamos orgullosos de lo que hemos hecho o decidido; otras veces nos arrepentimos y nos duele. Pero, desde un punto de vista más existencial que psicológico, el error deja de ser error si las decisiones o las situaciones que se crean han significado una profunda lección en nuestra vida. Si esto ha contribuido a abrirnos los ojos al crecimiento interior, aunque haya sido pagando un precio muy alto; si el dolor ha servido para mirar más allá y cambiar de rumbo para mejorar la calidad de nuestra vida, ha valido la pena.

El ser humano está en una evolución constante. A veces equivocarnos nos ayuda a ser mejores después. Detener este proceso hace que nuestra identidad quede fragmentada. El ser humano anhela el paraíso, pero necesita continuos impulsos para salir de su propio pantano interior. Esta es la dinámica: mirar hacia lo alto sin renunciar a su naturaleza frágil, porque aceptar su propia condición, indigente y mortal, forma parte de su crecimiento. Asumir esto es la mejor manera de evitar navegar sin rumbo hacia ninguna parte.

Sólo cuando somos capaces de abrazar el pasado y el presente con humildad, sin resentimiento, ni lacras, ni ataduras, podremos reencontrarnos con nosotros mismos y empezar a entender que, más allá de los condicionamientos hay una realidad que forma parte, intrínsecamente, del ser humano, que es el alma. Su capacidad de trascender nos ha de hacer conscientes de que tenemos un vínculo ulterior que da razón a toda nuestra existencia. Es Dios, una realidad que da sentido hondo a la vida.

Cuando el ser humano se abre al infinito, cultivando su dimensión religiosa, sintiéndose vinculado a algo superior, renacerá. La historia, el pasado, los errores, no serán impedimento para vivir con intensidad la vida.