sábado, 20 de febrero de 2021

La enfermedad, lección, aprendizaje, oportunidad

Todos tenemos miedo a la enfermedad, al dolor y a la muerte. Tener un sano temor nos da la oportunidad de vigilar los excesos que a veces cometemos, para que esto no nos haga perder calidad de vida. Vivimos asustados y preocupados porque siempre tenemos cerca la muerte. Familiares, amigos, vecinos… estamos todo el día topando con esta cruda realidad, que nos mantiene en vilo.

Es difícil evitar la enfermedad, cuando forma parte de nuestra naturaleza humana. Es verdad que no siempre podemos preverlo todo: un accidente, una agresión inesperada, una bacteria o un virus desconocido. Estamos siempre expuestos y no lo podemos controlar todo. Pero ¿se puede hacer algo para minimizar o evitar situaciones que nos lleven a una trágica enfermedad invalidante, que nos aparte del entorno social y nos vaya minando por dentro?

Es evidente que sí. Aunque nunca hemos de perder de vista nuestra fragilidad por el hecho de ser humanos y con limitaciones de todo tipo, tenemos un margen muy grande para reducir las posibilidades de caer enfermos. Por supuesto, la serenidad y la alegría, que también forman parte de nuestra vida, nos ayudarán.

Es importante estar siempre despierto y atento a nuestro acontecer diario: qué pienso, qué hago, qué digo, cómo actúo. Reflexionar sobre nuestras actitudes es fundamental, porque son los rieles de nuestra vida, que nos conducen a las diferentes paradas de la existencia. Cada estación por donde pasa nuestro itinerario vital es una gran oportunidad para ir mejorando en nuestra conciencia plena de dónde estamos y cuál es nuestro propósito diario. Esto es fundamental para saber quién somos y qué nos motiva. En estas paradas internas del tren de nuestra tenemos la oportunidad de distinguir un rumbo claro. En lenguaje cristiano, diríamos que estas paradas son los momentos de soledad y silencio que nos ayudan a hacer un alto en la vida. Si vives fuera de ti, estás perdiendo la brújula que te indica el camino. La tienes dentro de ti. Perder la brújula es perder el sentido del futuro, pero también del ahora. Cuántas personas vemos que viven totalmente desnortadas, sin metas, perdidas en el tupido bosque que les impide ver la luz hacia la salida de su laberinto interior.

Se alejan de la realidad, y pueden llegar a sufrir diferentes patologías, empezando por las psicológicas: estrés, pérdida de identidad, ansiedad, depresión y un profundo sentido de soledad. Sobre todo, una desconexión consigo mismas y con los demás. También se pueden generar enfermedades neurológicas y diversas patologías fisiológicas: digestivas, cardiovasculares, degenerativas, que van convirtiendo a la persona en un enfermo sistémico, con una baja inmunidad, que puede acabar postrado en cama.

Primer paso: sé consciente de tu yo

Tener consciencia de tu yo es la primera acción para encarar la vida y tomar las decisiones adecuadas. Sin esto, muchos vagones se descarrilan y caen abismo abajo.

Tenemos la capacidad de autocurarnos. Si sabemos manejar el potencial extraordinario que llevamos dentro, nuestro arsenal de recursos propios es de una potencia y eficacia impresionante. Busca en tu interior y lo descubrirás. Enfócate en la pulsión de vida que todos tenemos dentro.

Segundo paso: qué es lo prioritario

Una vez pases de esta fase, cuando intentes armonizar lo que piensas, lo que dices y haces, el segundo paso es establecer tus prioridades, o hacer una escala de valores en tu vida. Se basará en tus elecciones personales: cómo vives la relación con las personas que te rodean, tu cónyuge, tu familia, hijos, amigos. Dependiendo de tu situación personal y social, se trata de valorar lo que tienes y cuidar de aquellos a quienes amas, fortalecer tus vínculos con ellos y entender que los demás son un don que nos hace crecer.

Tercer paso: haz lo que te apasiona

No menos importante es que aquello de lo que vives, tu trabajo y tus talentos, esté en consonancia con lo que tú eres y tenga que ver con lo que te apasiona. Las personas y el trabajo que realizas forman parte de tu salud global.

Cuarto: cuídate

Otro aspecto importante y crucial es saber cuidarte a ti mismo. Esto pasa por una buena organización de la jornada: aprender a segmentar el tiempo es fundamental. Saber planificar el día es básico para no descarrilar. El descanso, el ejercicio, una buena y equilibrada alimentación, y buscar espacios de silencio, todo esto ha de formar parte de tu vida diaria.

Si fallan estos cuatro pilares, el ser humano acabará derrumbándose.

Lo que decides hacer en tu vida, teniendo en cuenta estos cuatro ejes, va a contribuir a que disfrutes de una calidad de vida extraordinaria. La moderación en todo va a ayudar a equilibrar tu existencia: tu discreción cuando estás con los demás, la frugalidad en lo que comes, tanto en calidad nutricional como en cantidad. La sobriedad en todo ha de marcar tu norte.

Pensar, comer, hacer

Si pensar es importante para cultivar tus capacidades cognitivas, no menos lo es elegir con quién comes, qué comes, cómo y dónde lo comes. Todo ello te ayudará a tener una buena salud física y espiritual. Lo que piensas, comes y haces es decisivo para convertirte en una persona seria, reflexiva y madura.

Hoy, el concepto de bulimia se puede extender, no sólo a la ingesta de alimento, sino a la ingesta de tanta información nociva, al igual que a la incontinencia verbal. Hablar mucho, comer mucho, devorar tantos impactos informativos contribuye a tener una mala salud.

Tener en cuenta estos sencillos consejos te alejará de la enfermedad, de la no-vida, de tu deterioro emocional, psicológico y te ayudará a disfrutar de una vida sana y equilibrada.

Envejecer con salud

El paso del tiempo no te impedirá vivirla con intensidad, porque la salud también está en tu mente, en tu corazón y en tu alma. Madurarás y envejecerás de una manera sana. Envejecer es natural y bueno; la enfermedad no. Es evidente que, de una manera gradual, nuestras células van perdiendo energía y vigor, pero no tenemos por qué perder la paz y la serenidad. Tampoco la salud.

Si sabemos cultivar la capacidad de discernir, la vida se puede alargar al máximo, y con calidad. Hay muchos ancianos enfermos porque no han sabido ser moderados, sobrios y equilibrados emocionalmente. Pero hay otros, que conozco, que a edades muy avanzadas están sanísimos. Hacen ejercicio, se alimentan bien, tienen buenas relaciones sociales y siguen aprendiendo. Mientras vivan, como dicen algunos, siempre hay algo nuevo que aprender.

Hemos integrado en nuestra cultura que lo normal es la enfermedad. Y no: lo normal es vivir, amar, crecer, mantener el propósito vital. Saber estar en tu eje central, como punto de partida, para mantenerte en tu sitio y desde allí desplegarte con todo tu potencial.

Sólo así nos iremos de este mundo cuando toque, cuando hayamos saboreado la vida al máximo, pero no por una enfermedad que precipita la muerte con dolor y sufrimiento. La enfermedad hace más trágica la vida, pero la muerte natural se espera serenamente, porque sabes que has vivido con intensidad el día a día y, a la vez, lo has digerido suave y lentamente. No has engullido la vida, la has masticado, paladeándola, hasta sacar la esencia misma de ella, sin prisa, pero sin pausa, has caminado hacia esa última estación, la que te llevará al otro lado, allí donde la enfermedad y la muerte han quedado abolidas.

Entonces vivirás con salud en mayúscula porque estarás conectado con la Vida en mayúscula. Vivirás en una permanente armonía con Dios, fuente de nuestro gozo, y con él te habrás encontrado con la plenitud de tu ser.

1 comentario:

  1. Tu escrito con alma me lleva al Evangelio de hoy que lo resumo en dos palabras (porque doctores tiene la Iglesia): reflexión y silencio para reflexionar y poder hablar con Dios y preguntarle lo qué quiere de nosotros y como podemos llevarlo a cabo.

    Y esta otra reflexión me conduce a un pasaje que ignoro el autor y dice así:

    Un hombre soñó que andaba con Cristo por la orilla del mar mientras miraba su vida pasada en el cielo. Entonces se dio la vuelta y vio que durante casi toda su vida había cuatro huellas en la arena, las suyas y las de Cristo, excepto en los peores momentos donde sólo había dos huellas. Y le dijo a Jesús: -“Prometiste que recorrerías el camino conmigo, ¿por qué me abandonaste cuando más te necesitaba?” Jesús le contestó: -“Si solo hay dos huellas en la arena en los momentos más duros de tu vida, es porque yo te llevaba”.

    Este hombre no se detuvo un momento a pensar o reflexionar, en silencio, para saber que Cristo/Dios siempre había estado a su lado pero nunca se atrevió a preguntar qué quería que hiciese porque carecía de forma humana que él pudiera ver, aunque siempre lo llevara dentro del alma.

    Detengamos un momento la vorágine de la vida para meditar y preguntar a Dios, ¿Qué quiere de nosotros? Seguro que en el silencio obtiene respuesta si se mira por dentro.

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