domingo, 24 de octubre de 2021

Conocer los límites


El ser humano, a lo largo de su trayectoria por la vida, va configurando su personalidad. Su forma de ser, sentimientos y emociones, su capacidad y talentos, todo va revelando con el tiempo el yo más profundo de la persona.

Nuestras experiencias cotidianas son decisivas: cómo vivimos, sentimos y asimilamos lo que ocurre en nuestra vida. La gran variedad de situaciones que surgen, y cómo las abordamos, será clave para la definición de nuestro ser y nuestra relación con nosotros mismos y con los demás.

La manera en que gestionamos lo que ocurre a nuestro alrededor, especialmente las adversidades y conflictos, me hace reflexionar sobre nuestra capacidad para digerir y asimilar lo que nos sucede. ¿Digerimos bien, emocionalmente, o nos cuesta y nos genera una fricción interna que afecta a nuestras relaciones? ¿Exponemos nuestras fragilidades ante los otros, creando cierta incomodidad?


La madurez pide autoconocimiento

Nuestro yo se fragua en nuestra relación con los demás. El otro siempre interviene en mi capacidad de abrirme y descubrir quién soy, qué hago y hacia dónde me dirijo. Para llegar a la madurez plena tengo que pasar por un itinerario interior que implica un mayor autoconocimiento de mi persona y de mi realidad. Esto requiere tiempo para conocer y profundizar en el misterio de mi ser.

Hoy el tiempo es muy escaso y nos falta para iniciar este abordaje en el interior del corazón. De aquí que nos cueste descubrir nuestro propósito vital y que muchas veces andemos perdidos, sin una meta definida en la vida. Así vamos dando vueltas y vueltas para acabar siempre en el mismo sitio, es decir, en el punto de partida.

Superar la presión del entorno

Por otra parte, la cultura, la sociedad y la familia, al querer darnos lo mejor y nosotros intentar responder con esfuerzo y agrado, nos están condicionando. Muchas veces, hemos acabado actuando más en función de sus intereses que de lo que realmente queremos. Así, nos han ido marcando y modelando, convirtiéndonos en servidores obedientes que hacen todo cuanto se les pide para que otros estén contentos. La presión del ambiente puede alejarnos de nosotros mismos, de lo que somos y de lo que realmente anhela nuestro corazón.

Esta presión psicológica y moral, ejercida por seres queridos, con quienes tenemos lazos afectivos y cercanos, puede provocar una ruptura en la psique. Sin dudar de sus buenas intenciones, necesitamos la valentía para defender aquello que da sentido a nuestra existencia si queremos alcanzar la plena felicidad. Para esto hay que conocer los propios límites y aceptarlos, sin que nadie haga injerencia en lo que nos es propio. Nadie tiene derecho a interferir en aquello para lo que tú sabes que fuiste llamado: ni la familia, ni la educación ni la sociedad. Sólo realizando tu vocación tu existencia tendrá sentido.

Abrazar las limitaciones

Pero reconocer los propios límites supone, primero, saber quién soy y hasta dónde puedo llegar, abrazando con realismo la limitación e incluso alegrándome de ser quién soy, pues de lo contrario no sería nada. Sé que tengo una cierta estatura y no seré más alto por mucho que me estire: debo reconocer que tengo una talla reducida y, por tanto, es inútil luchar por agrandarla. Esto se puede aplicar a otros aspectos no sólo físicos: la capacidad de asimilar ciertas emociones, asumir con paz las heridas de la infancia, mi tolerancia ante las críticas, admitir que hay personas que saben más y son mejores que yo, mi excesiva sensibilidad, limitaciones psicológicas y familiares… También implica asumir mis aciertos y los errores que he cometido en la vida. En definitiva, todo lo que soy y mi realidad, aunque no me guste.

Todos los seres humanos tenemos límites, aunque no lo parezca. Todos, hasta aquellos que parecen perfectos, están cargados de límites; quizás la diferencia es que lo saben y tratan de lidiar con ellos, incluso aprendiendo de ellos.

Nunca serás tú si no aceptas tus propios límites. Por muchas dificultades que te acontezcan, es necesario dar este salto de madurez psicológica para entender que crecemos en la medida en que hayamos hecho un pacto interior de paz con nosotros mismos.

Descubre tu belleza interior

Sólo así, siendo lo que eres, con tus propias lagunas, irás hacia adelante y lograrás hacerte amigo de ti mismo. Bajo tus grietas y tu aspecto exteriormente herido hay un lago cristalino que embellece tu alma.

No quieras ser lo que no eres. Sé lo que eres, de verdad, aunque esto implique asumir con paz el pasado y toda una historia de dolor familiar y social. Solo así podrás, algún día, transformar los límites y convertir una barrera en un trampolín que te ayude a ser la persona que eres, un alma que ha sabido luchar contra sus propios miedos y ha sido capaz de añadir valor a su vida.

Será cuando ni la cultura, ni la historia, ni la sociedad, ni la familia, podrán ejercer sobre ti una presión interna que te haga incapaz de abrirte a los demás y dar un salto de madurez. Entonces te reconocerás como tu gran aliado. Conocer tus límites ya no va a autolimitarte más, sino que te ayudará a ensanchar tus capacidades.

Lo más importante es descubrir que un límite no tiene por qué frenar tu capacidad de amar. Tus límites tampoco son un problema para Dios. Sólo desde esta experiencia todo se recolocará en el puzzle de tu corazón.

domingo, 17 de octubre de 2021

La pluma de Dios

He tenido la oportunidad especial, en los últimos años, de conocer en profundidad a Remigio Benito.

Lo he conocido ya anciano. Pese a su fragilidad física, que le afectaba las piernas y los ojos, él tenía que caminar cada día para venir a la parroquia. Sentía la necesidad de alimentarse de la eucaristía y pasar un rato de adoración íntima y cercana con Jesús sacramentado. Siempre me agradecía el poder encontrar la puerta de la parroquia abierta para ese momento de intimidad a solas con él.

Tenía una fe sólida y férrea, a pesar de la penumbra y las dificultades para ver y caminar. Su trayecto a la parroquia lo hacía con dolor y lentitud, pero no por ello dejaba de venir. Anhelaba estar con su Señor, la fuente de su existencia y de su fe. Esta experiencia diaria con el Señor le sostenía y le daba fuerzas, llenándolo de coraje interior. Allí estaba, fiel, acudiendo al encuentro.

En sus últimos meses de vida me abrió el tesoro de su corazón, a través de intensas conversaciones que mantuvimos. Oyendo sus dudas, sufrimientos y esperanzas, establecimos un diálogo sincero y lleno de confianza. Remigio siempre quería agradar a Dios y hacer su voluntad. Poco a poco, me fue llevando de la mano hasta lo más hondo de su alma y descubrí un bello paisaje interior: el de un hombre lleno de Dios.

Pero aquel anciano frágil, además, tenía un largo recorrido a sus espaldas. Vivió su vida intensamente. Científico, escritor, viajero, acumuló vastos conocimientos y experiencias laborales. Se convirtió en persona de referencia para grandes empresas en el campo de la química.

Escritor versátil y prolífico, llegó a publicar más de 64 libros. Viajó por todo el mundo. Le fascinaban los antiguos mitos y culturas, especialmente las americanas. Como viajero, se interesaba por todo. También escribió novelas y relatos, llegando a obtener varios premios literarios y quedar finalista de otros. En sus escritos se refleja el deseo de descubrir las claves del ser humano, el origen de las culturas y las civilizaciones.

Cuando su hija me proporcionó información sobre sus estudios y publicaciones, quedé abrumado ante tantos conocimientos. En aquel hombre tan humilde y sencillo descubrí a un intelectual que amaba las ciencias y buscaba la verdad, explorando los misterios más hondos del ser humano.

En nuestras conversaciones, después de la adoración, encontré en él perlas espirituales que iluminaban su rostro cada vez que hablábamos. Tras su apariencia discreta se escondía una experiencia inagotable y edificante. ¡Cuánto bien me hizo conocerle, escucharle y aprender de él! ¡Cuánta sabiduría había en sus palabras! Llegamos a tejer una gran complicidad; era de esas personas que te hacen sentirte bien. Para mí fue un regalo recibir todo lo que me comentaba.

Por encima de todo, Remigio se sentía profundamente amado por Dios. Él era el centro de su vida. Con los años, esta certeza fue cada vez más fuerte, hasta llevarlo a escribir sus últimos libros, que él firmaba Calamus Dei, la «pluma de Dios». Desde entonces, cada año nos ha ofrecido una lluvia fresca de reflexiones personales, citas de grandes santos, comentarios a lecturas y oraciones espontáneas. Estos libros son reflejo de un salto cuántico en su vida. Más allá de la ciencia, está el conocimiento de Dios. Si antes le inquietaba saber de muchas cosas, ahora, con estas Reflexiones espirituales, sus grandes cuestiones alcanzaron otra dimensión. Como me decía él mismo, «Dios lo sostiene todo, hasta la ciencia, todo el saber y el universo».

En su última etapa, fue profundizando en su fe, que daba sentido a toda su vida. También me confesaba su indigencia: él se sentía nada, pero con Dios lo era todo. Este giro hacia la trascendencia le hizo cambiar su visión de la vida. Me recordaba a santo Tomás de Aquino, que después de escribir la Summa Theologica tuvo una experiencia sublime en una eucaristía y dijo que todo lo que había escrito era nada al lado de lo que había experimentado en el sacramento eucarístico. O a san Pablo, cuando decía que «todo lo considero basura, con tal de ganar a Cristo» (Filipenses 3, 8).

La cadena de oración que fue creando, con los lectores de sus reflexiones, se extendió por todo el mundo. Fue su gran aportación a la espiritualidad cristiana: regar las almas con las perlas de rocío de este Calamus Dei.

El gran investigador pasó a ser un místico enamorado de Dios. El legado de tantas reflexiones y lecturas de santos, no cabe duda, supuso un cambio profundo en su vida. Los últimos días me decía que deseaba estar preparado para que Dios le abriera las puertas del cielo. Tengo la honda convicción de que lo estaba.

martes, 12 de octubre de 2021

Brasas que no se apagan


Durante 17 años estuve realizando mi tarea pastoral en Badalona. Fueron años muy intensos. Mi dedicación a la parroquia de San Pablo fue ardua y tenaz. Desde un punto de vista humano y espiritual, esa etapa fue decisiva en mi vida.

Fueron años de trabajo creativo e incesante. Ejercer como rector de una parroquia supuso para mí una entrega plena y una gran experiencia. Adquirí una visión muy amplia de la realidad social y espiritual de aquellos barrios de Badalona, el Raval y Sistrells, demarcación donde estaba situada la parroquia. Allí se fraguaron grandes amistades que, después de tanto tiempo, siguen vivas y cercanas a mi corazón.

El día 7 de octubre tuve la ocasión de desplazarme para oficiar el funeral de una gran persona que formaba parte de la comunidad de San Pablo. Desde que la conocí no me dejó indiferente por su discreción, delicadeza y sabiduría. Falleció con 92 años y un enorme bagaje humano. Sensible y prudente, siempre sabía cuándo tenía que hablar y cuándo no. La fragancia de su humildad penetró en mi alma.

Aprovechando esta celebración de despedida de Juanita, tuve la oportunidad de saludar a algunas feligresas de San Pablo a quienes hacía mucho que no veía. Ahora, después de 20 años, se han convertido en auténticas amigas. Mujeres todas ellas luchadoras, audaces, sacrificadas y trabajadoras, con historias dignas de ser noveladas. Mujeres enteras, maduras y valiosas, cada cual convertida en pilar de su familia, algunas con enormes sufrimientos. Sus vidas son una lección de lucha siempre apuntando hacia la esperanza. Han vivido situaciones límite y han sabido sortear muchos problemas. Son auténticas guerreras que han dejado tras de sí una estela de victoria. Nunca se han rendido.

Siempre me alegra verlas tan firmes, a pesar de la edad avanzada de algunas de ellas. Son un collar de perlas que encontré en mi camino, cada una de ellas un diamante pulido y tallado en el yunque de la vida, extraordinarios libros abiertos rebosando de valores. Cada una de ellas con un corazón lleno de bondad, todas han ido forjando su historia.

Y allí estaban, sonrientes y cercanas. Las brasas de la amistad seguían incandescentes. El paso del tiempo no apagó la historia común que he vivido junto a ellas. Bastó un abrazo para que el fuego volviera a encenderse y brillar con nueva luz. Nuestros corazones ardían en ese encuentro eucarístico. La amistad seguía tan viva como siempre. Recordamos los años atrás y la fuerza de su testimonio, colaborando y participando en eventos, celebraciones, peregrinaciones y fiestas. Estoy seguro de que sus nombres ya están escritos en el cielo.

Cuando un feligrés se convierte en amigo, aparece el gran tesoro del alma humana. Gracias, Ana, Amor, Isabel, Juana, Paquita, Lola, Carmen y Montse. Gracias por haber enriquecido espiritualmente mi vida. En vosotras está representado el rostro femenino de la Iglesia. En vosotras arde el fuego de una experiencia vivida con intensidad. Sois flores de un jardín que embelleció el paisaje de mi vida. Para mí ha sido un regalo conoceros y compartir con vosotras diecisiete años en los que me he curtido pastoralmente.

Supisteis dar vida a la comunidad, reverdeciendo un erial seco y yermo y convirtiéndolo en un vergel. Contribuisteis a convertir la parroquia en un referente moral y espiritual para aquellos barrios y en una comunidad animada por el aliento de Jesús.