domingo, 31 de enero de 2021

Secuestrados por las redes

En nuestra cultura tecnológica, no cabe duda de que Internet ha supuesto un paso sin precedentes en la comunicación personal y social. Ello nos ha permitido acortar distancias y establecer un mayor número de relaciones, de manera rápida y fluida. Hoy sería impensable prescindir de tamaña herramienta. Estamos en la era de la globalización, que nos permite unir continentes en tiempo real y al instante. Es un avance crucial que marca un antes y un después en la comunicación humana.

Y es evidente que también supone un avance en el mundo de la cultura y de la ciencia, así como en todos los campos que tengan que ver con la comunicación. El mundo virtual ha cambiado nuestra forma de comunicarnos.

Siendo tan importante este logro tecnológico, con muchísimas aplicaciones en el ámbito del conocimiento y el trabajo, no por ello quiero dejar de hacer una reflexión moral sobre las consecuencias nocivas que tiene para el ser humano llegar a idolatrar este instrumento cuando se utiliza, no como medio, sino como un fin en sí mismo.

El progreso es necesario para avanzar y mejorar nuestra calidad de vida. Pero cuando los inventos y avances técnicos se convierten en el centro de todo, los estamos sobrevalorando por encima de la persona. Especialmente cuando se constata que, con el excesivo uso de Internet y de las redes sociales, se está llegando a unos niveles de adicción patológicos.

El peligro de la adicción

Nos enfrentamos a un serio problema social con gravísimas consecuencias que afectan al equilibrio psíquico de la persona. Hoy, los psicólogos hablan de bulimia tecnológica. El grado de enganche es tan fuerte, que cambia la conducta humana y se empieza a hablar de una dieta o ayuno tecnológico para sanar tanta dependencia.

De la misma manera que caer en la bulimia a la hora de ingerir alimentos puede llevar a graves problemas digestivos, generando patologías que afectan a la salud, hoy los estudios arrojan cifras preocupantes sobre este nuevo tipo de adicción que afecta, paradójicamente, a la capacidad de comunicación entre las personas. Esto se puede constatar de forma palpable en la sociedad. El uso enfermizo de las redes sociales, haciendo un símil con la adicción al alcohol o a las drogas, va a necesitar un ejército de terapeutas preparados para tratar este problema. Especialmente preocupa entre niños y adolescentes, además del riesgo que supone que accedan, desde muy pequeños, a contenidos peligrosos y de dudosa moralidad.

Como toda realidad, aunque suponga un gran avance en un sentido, siempre tiene su otra cara, que puede ser destructiva para el ser humano.

La hiperconectividad refleja que las redes sociales se han convertido en una auténtica red que atrapa al ser humano, convirtiéndolo en un consumista vulnerable, expuesto a todo tipo de manipulaciones, preso de su adicción. Los expertos llegan a hablar de esclavitud. Cuando las redes nos están quitando capacidad de comunicación interpersonal, cuando nos roban tiempo para nosotros, para estar con nuestros seres queridos, para reflexionar y ahondar en nuestra realidad; cuando el silencio es engullido por el ruido de las redes y estas nos impiden pasear tranquilamente con un amigo, o pensar, estamos hablando de una patología que no sólo nos daña, sino que nos hace perder la identidad.

Las redes sociales nos lanzan hacia una forma de comunicación artificial. Cuando nuestra vida gira en torno del mundo virtual, podemos acabar convertidos en meras imágenes virtuales para los demás. La coyuntura de la pandemia, en la que estamos inmersos desde hace meses, ha hecho que las gentes naufraguen todavía más en este mar frenético, sin rumbo. La digitalización agrava la patología. Urge establecer unos criterios educativos, pensando en los adolescentes y jóvenes, para que aprendan a hacer un uso efectivo de estas herramientas tan potentes. Si no, un gran sector de nuestra sociedad caerá enfermo existencialmente, imantado ante la pantalla.

Propuesta de antídotos

Después de esta reflexión, quiero proponer algunos antídotos que puede ayudar a resolver dicha adicción.

1.  No dormir con el móvil al lado. La exposición continua y cercana a la radiación electromagnética que emiten los aparatos puede ser dañina. Es importante desconectar y tener un sueño de calidad, nuestro cerebro lo necesita.

2.  Desayunar, comer y cenar con el móvil apagado y lejos de la mesa. Esta actividad fisiológica es esencial que se haga con tranquilidad, sin prisa, saboreando esos momentos sagrados para nuestra salud y nuestra vida, ya sea solo o con alguien. Es uno de los actos más importantes del día.

3.  Dejar a un lado el móvil cuando se está hablando con alguien, ya sea familiar, amigo o durante una tarea profesional que implique atender a otras personas, cara a cara. La presencia física de otro ser humano es más importante.

4.  Buscar espacios lúdicos, intelectuales o simplemente de silencio, para meditar y descansar. En todos esos momentos que favorezcan un crecimiento interior, deja el móvil.

5.  Utilizar el móvil como una herramienta de trabajo, como el coche o el ordenador, no como un instrumento lúdico.

6.  Organizarse bien el horario para tener tiempo de hacer todo lo que es realmente importante. Un aparato nunca puede suplir una relación o un encuentro personal. Si se puede hacer presencial, mejor que virtual.

7.  El móvil no puede suplir las relaciones presenciales, sobre todo con aquellos con los que se tiene un vínculo especial. No es lo más importante de la vida. Las personas están por encima de las máquinas.

Una última reflexión. Que esta inmersión en el mundo tecnológico no nos quite la capacidad de razonar y pensar, distanciándonos de tanto en tanto de las numerosas ofertas que se nos proponen. Esto, a largo plazo, será muy sanador. El culto al progreso científico puede llegar a romper nuestra vinculación como parte de una unidad natural. Necesitamos árboles, montañas, ríos y hermosos paisajes. Necesitamos caminar, saltar, bailar, perdernos bajo un cielo estrellado. Necesitamos oler los tulipanes en la primavera, nadar en el mar y embelesarnos con el canto de un mirlo; contemplar la belleza de un ocaso y escuchar una voz cercana y cálida.

No renunciemos al homo natural que todos somos, ni olvidemos nuestra naturaleza más genuina. Que el homo tecnologicus no nos haga olvidar que somos de carne y hueso, y que tenemos un corazón que nos empuja a vivir más allá de estas idolatradas tecnologías que nos invaden. En definitiva, no olvidemos quién somos y hacia dónde vamos.

sábado, 23 de enero de 2021

¡Qué bello es vivir!


Recientemente me han comunicado el fallecimiento de una persona entrañable y exquisita. Su nombre es Eudoxia y su origen está en las tierras leonesas. Feligresa fiel, de una sencilla y profunda piedad, nunca se apartaba del templo. Anciana y con el corazón débil, caminaba con dificultad pero sacaba fuerzas para venir a rezar el Rosario cada día. Siempre estaba allí, y me sorprendía que, pese a su edad avanzada, se sabía de memoria todos los misterios y letanías del Rosario. Menuda, pero siempre con una enorme sonrisa en su rostro, se mantenía fiel a esta devoción y a la eucaristía. Era discreta, amable, y comunicativa, cercana y de ojos muy vivos. Un verano, ya al atardecer, me encontré con ella por la calle. Iba elegante y me sonrió, como siempre. Nos alegramos de encontrarnos y hablamos un poco. La conversación era fluida y su rostro se iluminó al tiempo que exclamaba, de manera espontánea: ¡Qué bello es vivir! Le salió del alma, con toda la energía de su frágil corazón.

Esa frase encerraba un profundo significado y me pregunté cómo una persona mayor, diezmada por los problemas de salud y con grandes dificultades para moverse, podía decir esto desde lo más hondo de su ser. Una frase que podríamos atribuir a un joven que vibra ante la vida. La clave de estas palabras era, no tanto su salud, sino la fuerza de su fe y unas profundas convicciones religiosas, que la empujaban a ir más allá de sus propios límites. 

Su enfermedad coronaria no la detenía. Aunque tardase más tiempo, tenía que llegar a su parroquia. Amaba el corazón de Jesús y sacaba la suficiente energía para no fallar a su cita en el templo.

Esta mujer humilde supo vivir su fe sin que la enfermedad se lo impidiera. Detrás de su sencillez había mucha sabiduría. Sólo cuando se ama desde el corazón, la vida puede ser bella, sin importar que uno se sienta vulnerable, porque lo que da razones para vivir es la capacidad de creer y de amar.

Quiero agradecer a Eudoxia su testimonio, pues aunque haya sido muy discreto, a mí me ha hecho un profundo bien. Cuántas personas, desde su discreción, a veces desde la sombra, simplemente con su saber estar, son bálsamo y perfume, y aportan suavidad y frescura en medio del ajetreo y la tensión de la vida pastoral.

Ahora, ella vive una vida bella con mayúscula, y contemplará un nuevo paraje, en su nueva existencia en el cielo. Ahora, con un corazón nuevo y siempre joven, podrá escalar la cumbre más hermosa, hasta el corazón de Dios.

Eudoxia, tus delicados pasos han dejado una suave huella en la vida de la comunidad. ¡Gracias!



viernes, 8 de enero de 2021

La belleza de lo frágil

Vamos cabalgando sobre el lomo del solsticio de invierno. La imagen desnuda de la morera marca el nuevo periodo estacional. Las hojas ocre de otoño han ido cayendo, primero lentamente, y más tarde, empujadas por el viento, han dejado al árbol sin su ropaje. Aunque cada año, por este tiempo, la morera aparece desnuda, jamás pierde su belleza. En la primavera, estalla una sobreabundancia de hojas convirtiéndola en un copudo árbol que ofrece una sombra generosa a su alrededor. Admirar su intenso color verde me hace sentir el fuerte latido primaveral que se expande por todo el patio.

Seis meses más tarde, la morera parece contener el aliento para sobrevivir a los latigazos de viento y frío. Ahora debe ahorrar energía. Se ve como un anciano decrépito, con sus delgadas ramas secas y aparentemente sin vida, a merced de un leñador que la corte. Pero, aunque pueda parecer que está en la UCI de su existencia, siento que sus ramas respiran. El latido casi no se percibe, pero una pequeña vibración la mantiene viva. Sigilosa, suavemente, las ramas que apuntan al cielo se extienden como brazos con innumerables nudos. Casi podría decir que los árboles se sostienen no sólo por la base, hundiendo sus raíces, sino también por arriba, creando un entramado natural que da cohesión a todo el ser.

Cada año las ramas de la morera se alargan más y más. Como si quisiera que nadie quedara fuera de su amparo.

Hoy la contemplo por enésima vez, sin hojas y con sus ramas desnudas. Me sobrecoge su fragilidad. Aunque parezca un trasto viejo y gastado, veo en ella una belleza que va más allá del color. Hoy, sin sombra, sin brisa que susurre entre las hojas, me hace pensar que un anciano puede ser tan bello como un niño. El anciano lo ha dado todo, su belleza no tiene que ver con los cánones de moda, sino con lo que ha entregado durante su vida; con su generosidad. No olvido que esta morera me ha regalado, a mí y a tantos, muchas tardes placenteras, rezando, escribiendo, deleitándome con los amigos que, sin prisa, vienen a conversar bajo sus ramas. La morera nos ha acariciado con el murmullo de sus hojas, nos ha invitado a cantar, a rezar, a celebrar, a meditar bajo su extensa sombra. Sobre un altar hemos contemplado la Custodia, haciéndonos sentir hermanados. Nos invita a valorar la naturaleza, el silencio, la acogida, la discreción. Nos enseña a maravillarnos con los cinco sentidos y a agradecer a la creación por tanto don. Son muchas las cosas que nos ofrece la anciana morera. ¿Cómo no descubrir la belleza de un tronco y unas ramas que dan vida a este patio? Hemos de aprender que lo usado y lo gastado también tiene una belleza con el paso del tiempo. Un anciano puede ser más armónico que un adolescente, aunque rebose de vida. La medida, el control, la serenidad, la lucidez, son propias de alguien que ha sabido saborear la vida y, aunque más frágil, sabe emplear su energía y puede seguir dando mucho.

La morera, junto a la capilla, me invita a ser consciente de que la Creación es otro santuario inmenso desde donde puedo aprender a valorar la vida, pues cada uno de nosotros es parte de esta creación. Como dijo el papa Francisco, hemos de aprender a custodiarla. San Francisco, el gran místico de la creación, llamaba hermano a todo lo creado, tanto del reino vegetal como del animal, incluso del mineral (hermana tierra, hermana agua…).

Como bien sabéis los que me seguís, a raíz de los muchos escritos que he redactado bajo esta morera he creado una línea editorial online bajo el nombre de La Morera, como lugar inspirador. Su dulce sombra impulsa mi pluma y da color a mis letras. La belleza de este viejo árbol saca de mí la creatividad literaria. Por eso he descubierto que no podemos despreciar nada ni a nadie. Sólo por el hecho de existir, hay una belleza que no la da la armonía del cuerpo y del rostro, sino la capacidad de dar y amar.

Hoy, en la profundidad de su silencio, la morera sigue emocionándome y me admira con su aparente fragilidad. No duerme; se prepara por dentro para darnos lo mejor de sí en la próxima primavera.

miércoles, 6 de enero de 2021

Felicidad, una madre intrépida


Este escrito es mi pequeño homenaje a una gran mujer, Felicidad. Vivió más de un siglo, una vida larga e intensa hasta el final. 

Joven culta y valerosa

De jovencita recibió una formación de calidad pedagógica avanzada.  De pequeña estudió en una escuela Padre Manjón, después pasó a estudiar peritaje mercantil, profesión nada frecuente en una mujer de aquella época.

En su viaje de novios a Andalucía para conocer a la familia extensa de su marido estalló la Guerra Civil. Mientras que su marido, nombrado alférez provisional, era movilizado para ir al frente, ella tuvo que quedarse en Andalucía con la familia de su marido. El cambio fue brusco y notable para una persona que provenía de ciudades industriales (Bilbao y Madrid), pero su amor curtido por la guerra y su capacidad de adaptación hizo de Felicidad una mujer creativa, valerosa e incansable. En medio de las vicisitudes, mostró sus mejores dotes, el amor a las personas de su entorno y la capacidad para comprender al otro a pesar de sus diferencias ideológicas.

Madre y empresaria

Felicidad tuvo siempre claras sus metas. A lo largo de una existencia azarosa, con numerosos cambios de guion, vivió transmitiendo pasión por la vida y generosidad sin límites.

Valiente en todo lo que hacía, se esforzó por sacar a flote diferentes proyectos entre otros. Fundó con su marido una empresa en Barcelona y todo esto sin dejar de atender a sus hijos y su hogar con mimo y firmeza. Trabajando a tiempo y a destiempo, se entregó de forma incondicional para llevar adelante a los suyos.

Su fortaleza interior le otorgó serenidad y confianza en sí misma, convirtiéndose en un referente para toda la familia. 

No olvidó a los más pobres, ofreciéndose como voluntaria en el Auxilio Social y después en una iniciativa de su parroquia, el Pan de los Pobres. Creció como madre, educadora y empresaria, con una gran sensibilidad solidaria. No se puede llevar adelante todo esto sin profundas convicciones, inteligencia y dotes de organización. 

Modelo y educadora

Quiso que todos sus hijos recibieran una sólida formación, aunque esto implicara renunciar a otras cosas. Su deseo era que volaran bien alto en sus vidas y se convirtieran en modelo para otros. Sus hijas siguieron carreras universitarias, quedándose en la universidad donde desarrollaron la actividad docente e investigadora con reconocimiento de dichas actividades

Felicidad vivió el paso de siglo con serenidad y lucidez. En los últimos años ha tenido que luchar con los desafíos de esta época histórica. De joven vivió la guerra, que cambió el destino de muchas familias. Se tuvo que adaptar a las duras condiciones económicas y políticas de una etapa incierta y convulsa. Pero Felicidad supo afrontar con valentía los retos, y no quiso que su vida ni la de su familia se hundieran en la miseria y en el anonimato, en medio de una sociedad desorientada y diezmada por la guerra.

Protagonista de su historia

Así, poco a poco, fue trazando el guion de una bella historia. Fue eficiente empresaria, gran lectora y una gran viajera, cualidades que la convirtieron en “el pal de paller” sobre el que todos descansaban.

Buscó la excelencia en todo aquello que hacía, procurando en especial la cohesión de la familia. 

Llega a los 104 años con lucidez, hasta el punto que se mantuvo siempre en contacto hasta con los más jóvenes de la familia, los nietos directos y políticos y biznietos, a los que escuchaba, aconsejaba y tenía muy en cuenta. Ello revela que su vida fue la hazaña de una auténtica mujer que ante todo transpiraba amor, una mujer moderna, fuerte en los momentos que hacía falta a su familia, que desafiaba al tiempo, alcanzando la cumbre de su existencia. 

Un legado, un tesoro

Hoy, Pilar y Manuel, y el resto de su familia a quienes trataba con exquisitez, son herederos del mejor legado de Felicidad. Apertura de mente, bondad, solidaridad hacia los necesitados, ingenio, inteligencia, entrega generosa, valoración de lo distinto y amor entre todos los miembros de la familia a pesar de las diferencias existentes. Pero, sobre todo, el amor que volcó en todos sus hijos (ella nunca ha diferenciado entre los políticos y los propios), nietos y biznietos. En cuanto a ti, Pilar, puedo decir que has hecho tuyo ese tesoro de valores, potenciándolos incluso. Tu madre supo construir el cielo en su hogar. Ahora el cielo es su hogar, un lugar sublime, donde vivirá para siempre con aquel que marcó su vida. Desde la eternidad, podrá continuar la historia de amor. Ella y todos los familiares que le precedieron, volverán a mirarse a los ojos y juntos seguirán su aventura, ya fuera del tiempo, en el corazón de Dios.

Las madres son un inmenso don de Dios. Para vosotros y para toda vuestra familia, es el mejor regalo que os ha podido hacer durante todos estos años. A partir de ahora, y cuando os sintáis frágiles, nunca dejéis de dar gracias a Dios por Felicidad. Ella ha sido la causa de tanto gozo en vuestros corazones.


Con estima, 


P. Joaquín Iglesias