domingo, 18 de agosto de 2013

Una mirada hacia atrás

La noche lentamente va extendiendo su manto sobre la luz roja del atardecer, apagando la intensidad del azul en el firmamento. Los ruidos también se apagan, los árboles dejan de murmurar con el viento y las calles se quedan desiertas. A lo lejos, algún grito inoportuno rompe el remanso de paz de esta hora. El manto oscuro de la noche cubre el día y las estrellas aparecen. La luna, suspendida en medio del cielo, ahuyenta la oscuridad. Como un faro, baña el abismo de la noche con su luz. Y la hace suave, cálida y silenciosa.

Desde el silencio de mi claustro interior, experimento una profunda paz. Miro hacia atrás y siento que una gran plenitud me llena. Dios me lo ha dado todo: mi origen, mi familia, unos amigos, mi vocación, una experiencia larga, con sus errores y aciertos, con dolor y esperanza, limitaciones y capacidades. Con profundo realismo existencial siento que soy quien soy, y vivo todo cuanto vivo, porque un día me ayudaron a abrazar mi realidad. Abracé mi yo, mi entorno, mi pasado, incluso la incerteza del futuro. Y esto me llena de una felicidad óntica, porque el Ser Absoluto hizo posible mi historia y me ha ayudado a culminar con gozo mi existencia.

Ya adulto, en la madurez, he aprendido que la auténtica oración es abandono. Es dejarse mecer en brazos de un Dios que te mira, te acuna, te sonríe y no dice nada. Un niño pequeño en brazos de su madre no necesita oír su voz: sabe que lo quiere y que lo abraza, y le basta.

Aquí está la mística de la oración: una comunicación desde el silencio y la certeza total de sentirse amado. El silencio se convierte en un nuevo lenguaje que llega hasta lo más hondo de nuestras entrañas. 

Cuando dos corazones se unen, el lenguaje atraviesa todo el ser en un diálogo sin palabras, que hace la comunicación más intensa. Así se produce algo extraordinario: el alma se desnuda, la mirada de Dios te cubre y te sumerges en las profundidades de tu mar interior. Tu ser es un misterio, y es un reflejo de Dios. Y Él, desde tu pequeñez, te hace descubrir la grandeza de su amor. Es entonces cuando ese potencial de amor que todos llevamos dentro nos hace darnos cuenta de que somos irrepetibles y que Dios nos lo ha dado todo para ser felices. Él es la felicidad, y nosotros somos un destello de la suya.

Miro hacia atrás y veo que todo es un milagro que constantemente florece, crece, madura, incluso en el duro yunque de la prueba. Al final, todo es don. Es verdad que hay que pasar por largos periodos de liberación progresiva, dejando atrás esclavitudes y sufrimiento hasta llegar a la tierra prometida de una existencia gozosa. Si abrimos nuestro corazón a Dios, veremos que la noche es el preludio del día, que el otoño precede a la primavera y el llanto a la alegría. De la tristeza pasamos al gozo y de la esclavitud a la libertad; del error al acierto y de la soledad a la compañía; de la traición pasamos a la fidelidad y del fracaso al aprendizaje.

Hay sombra porque hay sol. Con Dios nunca perdemos, aunque nos equivoquemos. Todo son lecciones auténticas con las que siempre ganamos. Toda la vida es milagro, pero el mayor milagro son los demás, que han hecho posible lo que somos y las experiencias que hemos vivido. Cuando descubrimos esto, ya estamos catapultados hacia el infinito. Toda relación queda trascendida y comenzamos a vivir de otra manera.

Dios está en el corazón de toda existencia y es fuente de amor, fraternidad y belleza. Todos los límites y defectos, las ideas, la cultura, las modas… ya no son obstáculos para vivir una profunda sintonía. Solo el amor concilia realidades tan distintas. Porque, como dice san Pablo en su carta a los  corintios (1 Cor, 13), el amor no pasa nunca.

La noche sigue su curso, lenta, callada, al ritmo de nuestro reloj biológico. La luna se desliza por el cielo. Su brillo intenso suaviza el perfil de los objetos y tiñe los edificios de una belleza singular. En el claustro interior de mi alma anida la paz. Voy a dormir, confiando mi sueño en Aquel que no deja de mecer la cima de mi existencia. Es un preludio de otro amanecer y de otra hermosa aventura con Él.

Miro atrás, agradecido, para vivir el presente con intensidad y abrazar los desafíos del futuro. Esta es la clave de una existencia plena. Si tienes a Dios como aliado esta plenitud será un anticipo de la plenitud eterna.