Su historia familiar es compleja: durante su infancia vivió
el constante maltrato, tanto físico como psicológico, que su padre infligía a
su madre. Desde niña ambas, madre e hija, estuvieron unidas por una gran
complicidad. La pequeña absorbió el sufrimiento de su madre, que la dejó
marcada en lo más hondo de su ser. Durante su adolescencia y juventud continuó
siendo testigo de violentas peleas conyugales. Esa huella ha quedado impresa en
su alma y se puede percibir en su mirada, donde laten la inquietud y el miedo
sufrido.
También ha marcado su vida, llena de conflictos en sus
relaciones sociales y en la convivencia familiar. La ruptura interior y la
soledad que intenta ocultar la han dañado. Con el paso de los años no ha podido
superar tanto dolor y, carente de herramientas para ahondar en su situación, el
resentimiento la mueve a actuar con agresividad, acusando a los demás o
mostrándose crítica en exceso. Las heridas psicológicas han diezmado su vida y
el trato con ella es difícil, pues no deja de cocear a quien se acerca. Su
desconfianza le impide tener una amistad sana y equilibrada con los suyos y con
los demás.
Su matrimonio, después de muchos años de tensiones, vive
situaciones límite y a veces surrealistas. En su mente acecha el caos y la desorientación
crece en su corazón. Sin una brújula racional y emocional, se mueve en un
laberinto sin encontrar salida, porque ha perdido la objetividad para afrontar
los problemas. Cae en permanentes contradicciones y sufre altibajos difíciles
de soportar. Con el paso del tiempo, ha empezado a confundir la realidad con las
creaciones de su mente. El deterioro neurológico se suma a la inestabilidad
emocional. Ya no puede más; vive en su burbuja, entre la realidad y sus
pensamientos, entre una cosa y su contrario.
Las personas de su núcleo más cercano sufren también esta
fragmentación y esta indigencia emocional que la rompe a cachitos.
Más allá de la mente
Hace tiempo que converso con esta persona y, poco a poco,
veo que se desliza hacia el vacío. Son los primeros indicios, tal vez, de una
enfermedad de Alzheimer u otro tipo de dolencia degenerativa. Su yo va
desconectando progresivamente de la realidad, su burbuja tiene cada vez menos
oxígeno. Los agujeros emocionales se van comiendo su conciencia y su identidad.
¿A dónde irá a parar su alma? No sé a dónde lleva la autopista del cerebro que
se va deteriorando. ¿Dejamos de ser lo que somos? ¿Dónde está el límite entre la
mente y el cerebro? ¿Podemos perder nuestra más genuina personalidad?
No estoy en su mente ni puedo conocer la realidad paralela
en la que vive. Aunque las ciencias neurológicas han avanzado mucho, las
personas enfermas no agotan el misterio. En su aparente vacío siguen siendo lo
que son.
No es fácil tratar con personas que sufren deterioro
neurológico. Hay que evitar tratarlas como enfermas mentales. La psiquiatría y
la psicología abordan estos problemas desde dos campos totalmente diferentes.
Tanto su método como su terapéutica son distintas, aunque se pueden
complementar para conseguir una mayor eficacia.
Más allá de las explicaciones científicas o médicas, más
allá de los diagnósticos y los estudios, haya o no en su cerebro placas
amiloideas, hay una realidad que lo trasciende todo. La persona sigue siendo un
misterio y su mente es inabarcable. Hay otras razones más profundas, además de
las médicas, que provocan su desconexión de la realidad.
He tratado a muchas personas con este tipo de problema y
constato que todas ellas han sufrido un profundo estrés emocional que ha ido
rompiendo su estructura psíquica hasta hacerles perder su propia identidad. La
soledad, la violencia, la falta de afecto y la inestabilidad familiar, la falta
de propósito vital y de un acompañamiento afectivo han hecho que una forma de aliviar
el sufrimiento sea la comida. Especialmente la ingesta de dulces y alimentos
ricos en grasa es un paliativo emocional donde muchos se refugian. Pero este
tipo de comida inflama el organismo y daña el sistema vascular, originando
pequeñas lesiones que reducen el flujo sanguíneo y la irrigación del cerebro.
Con el paso del tiempo, la falta de nutrientes y de oxígeno, sumada al exceso
de azúcar y grasas, altera el metabolismo cerebral. De manera silenciosa, la
salud va declinando. Este deterioro no hace más que exacerbar las emociones, el
conflicto familiar y el estrés afectivo. La violencia contenida se frena con
más alimentos adictivos y el problema se agudiza. Así es como se pasa de lo
emocional a lo psiquiátrico y a lo neurológico. Su mirada perdida viaja hacia
un submundo desconocido a donde la ciencia no puede llegar. Quizás lo único que
está haciendo es huir.
Conozco a esta persona desde hace muchos años y sé con toda certeza que, más
allá de todo esto, es buena y sensible. Dentro de ella hay una niña que
necesitó ternura y recibió golpes. Entre su mundo y la realidad, conserva
momentos de lucidez en los que oigo su grito, una voz que reclama sólo afecto.
Sus enfados y sus lágrimas me revelan que en ella hay todavía un grado de
lucidez. Muy escondido, en su interior, hay un lugar donde sopla una brisa
amorosa. Tanto como ser amada, necesita amar.