De buena mañana me gusta pasear, sentir el aire fresco del
nuevo día y respirar, dando gracias por la aventura de otra jornada. Tras la
silenciosa noche, las calles están desiertas. La gente va despertando en sus
hogares con calma. Hoy es sábado y empieza un fin de semana tranquilo y sin
prisa. Se entra en otro ritmo más pausado después de la ajetreada semana
laboral.
El día se levanta y los rayos de sol empiezan a iluminar las
calles, ya no con la intensidad del verano. Una brisa fresca anuncia el cambio estacional.
Todo adquiere otro color; el otoño va asomando.
Voy paseando por la calle y se me acerca una joven
adolescente. Su semblante es hermoso, pero la veo inquieta, despeinada y con el
rostro demacrado. Es casi una niña entrando en otro cambio estacional, quizás
quiere ser adulta antes de tiempo. Veo en sus ojos una angustia contenida. No
deja de moverse con nerviosismo, como si temiera algo. Una necesidad la abruma,
se acerca un poco más y sus ojos, hermosos y brillantes, me producen ternura y
compasión. Finalmente, me dice: ¿Tiene quince euros? Me lo dice rápido, con
ganas de soltarlo. Le hago un gesto como preguntando: ¿Para qué los quieres?
Ella me lee la cara y me comenta que se ha olvidado la llave de su casa, le han
robado el móvil y quiere el dinero para coger un taxi, pues su madre trabaja en
un hospital de noche. No me explica más, y me insiste, casi llorando, que le
han robado. Su nerviosismo aumenta, como si estuviera a punto de estallar.
Quiere mi respuesta rápida, y ya.
Pienso si debo dárselo; su insistencia es agresiva y
desesperada a la vez. Le pregunto si en casa no está su padre, o algún hermano,
o si no tiene algún amigo que pueda acompañarla. Ella vacila ante mí, no me
responde e inmediatamente se aleja. Hubiera querido serenarla, pero se va,
mientras asaltan mi mente muchas preguntas. La veo de lejos que se acerca a
otro y le dice lo mismo.
Me hubiese gustado ayudarla, no sólo con los quince euros
que pedía, sino con algo que vale más que el dinero. Pero ella no quería otra
cosa, quizás lo necesitaba para procurarse droga o alcohol.
¿Qué nos están pidiendo los jóvenes?
Recientemente leí que el consumo de droga y alcohol en los
adolescentes ha aumentado de manera alarmante. Cada vez son más los jóvenes y
los preadolescentes que caen enganchados. Aquella joven, enajenada y fuera de
sí, necesitaba más un apoyo médico y psicológico que el dinero que pudiera
obtener para seguir alargando su agonía. Evidentemente, en ese momento ella no
estaba para recibir ninguna lección moral, pero me dejó pensando en esta
pandemia que está golpeando a tantos jóvenes que van por la vida sin rumbo.
¿Qué pasa en su hogar? ¿Cómo se encuentra su familia? ¿Qué clase de amigos o
amigas tiene? ¿Sufre algún conflicto emocional en sus relaciones? ¿Qué le había
ocurrido esa noche, para terminar sola en la calle, pidiendo quince euros? ¿Tal
vez la pasó en una discoteca? ¿Rompió con alguien? ¿Simplemente tenía el
síndrome de abstinencia y necesitaba una dosis de droga, esos gramos de veneno
blanco que va destrozando su cerebro?
Al regresar a casa sentí una profunda pena, y me iba
preguntando por el futuro de esta muchacha. ¿Qué será de ella? ¿Por qué esta
joven con cara de niña está pidiendo una cosa equivocada? ¿Por qué no se le da
lo que realmente necesita? Llegar hasta ese punto revela que, a esa edad, los
adolescentes son muy vulnerables e inseguros. Necesitan, no sólo que los padres
asuman su responsabilidad de padres, educándolos en un entorno de afecto, donde
los hijos vean que no siempre es bueno que los padres les den todo lo que piden,
sino que hay otros aspectos que valorar, y que deben madurar como personas. Es
una tarea ardua y compleja; los padres se topan tanto con el impacto externo
como con la propia personalidad del adolescente. Están no sólo ante una personita
que tiene necesidades, sino ante un misterio infranqueable. Toda decisión,
actitud y valores que adopten va a marcar el futuro de sus hijos.
Saber responder
Los adultos tenemos una enorme responsabilidad y no podemos
fallar a nuestros jóvenes. Educar es una tarea que requiere discernimiento,
serenidad, madurez, paz interior y capacidad de empatizar. Es un reto urgente
saber priorizar lo importante. Hay una marea de gente joven que quizás busca y
no encuentra, porque estamos tan metidos en nuestros asuntos que no oímos la alarma
de ese grito que nos señala una situación de emergencia. Mientras nos
levantamos bostezando, muchos jóvenes van cayendo en el abismo, como esta niña
de hoy. Gritan en medio del vacío, gritan hasta dejarse la voz: ¡Dame algo!
Pero nosotros hacemos el remolón en la cama, porque ese grito llega hasta lo
más profundo de nuestras entrañas y preferimos meter la cabeza bajo la
almohada. No queremos escuchar ese lamento que exige de nosotros una respuesta
tan contundente como eficaz.
Esa joven puede ser tu hija, puede ser tu nieta, tu hermana,
tu amiga. Prefiere el ruido a la soledad, lo artificial a lo natural, lo
enfermizo a lo sano. Quiere anestesiarse y no vivir; quiere huir antes que
enfrentarse a la realidad. Tal vez se prostituye sin llegar a conocer lo que es
el amor, la amistad, el calor de una familia. Prefiere el alcohol al aire
fresco, el anonimato en medio del gentío que encontrarse consigo misma;
perderse en vaguedades en vez de empoderarse; aturdirse con la música antes que
escuchar una melodía deliciosa.
Hay algo que estamos haciendo muy mal, y es responsabilidad
de los adultos que frenemos esa plaga de desesperanza en tantos jóvenes. Ojalá
un día podamos dar a nuestros jóvenes aquello que necesitan. Ojalá sepamos leer
sus necesidades escondidas en lo más profundo de su alma. Para esto, no hemos
de ver al joven como una explosión de necesidades psicológicas y fisiológicas,
sino como un ser que está creciendo y tiene auténtica hambre de trascendencia.