Una vida con sentido
El ser humano alberga, en
lo más profundo de su corazón, metas muy altas. No concibe su vida sin un
sueño, una meta, algo que le haga sentirse vivo. Todo lo que hace gira entorno
a aquello que constituye la esencia de su vida. Ha nacido para dar un sentido
pleno a su existencia.
Este deseo le sobrepasa. En
su lucha incesante por culminar su propósito llega a hacer lo imposible para
alcanzarlo. La busca de nuevos horizontes forma parte de su identidad más genuina
y no cejará hasta llegar a la cumbre de su vida. La creatividad se le dispara,
los sueños son posibles, la esperanza no se apaga, sus fuerzas son
inquebrantables. Su ilusión no se agota. Su deseo es saber, aprender, hacer; forma
parte de esas ansias de infinitud. Ante la inmensidad del ser se desliza como
un surfista bailando con las aguas del océano. La tenacidad lo lleva más allá:
sentirse casi como un dios le ayuda a trascender sus propios límites. Tocar con
los dedos la cima le hace libre y protagonista de su propia historia. Se siente
plenamente realizado.
A todos aquellos que lo
logran, ¡felicidades! Porque habéis ido más allá de vuestras capacidades y
habéis sabido gestionar vuestro potencial. Nunca os habéis rendido ante ningún
obstáculo, sabiendo que, aunque pueda producir desgaste, la lucha forma parte
de las etapas de crecimiento hasta alcanzar la meta.
Sueños ajenos
Si llegar a la cumbre es
una auténtica osadía, es una osadía aún mayor tener la humildad de retirarse
cuando esa meta, por muy bella que parezca, se hace inalcanzable. Se requiere
la misma gallardía para saber ganar que para saber perder. Estamos en una
sociedad que nos ofrece grandes sueños, grandes objetivos, metas
impresionantes. Y tenemos que plantearnos si realmente estas son nuestras metas
o responden a una cuidada estrategia de marketing. Los vendedores de sueños
abundan, y debemos preguntarnos si las grandes panaceas de la vida que nos
quieren vender son realmente lo que tenemos que hacer y por lo que tenemos que
luchar.
A diario hablo con muchas
personas y me doy cuenta de que, en realidad, lo que persiguen no son sus
sueños, sino los sueños de otras personas, grupos o empresas que les prometen
la libertad. Lo hacen de tal modo que, vendiéndoles sueños las esclavizan y quedan
como abducidas, poseídas y fagotizadas. Esos sueños las apartan de la realidad,
pero ellas siguen fieles y pelean como jabatas por una causa ajena que hacen
suya. Los sueños ajenos son adictivos y absorben la mente y la voluntad, hasta
tal punto que las víctimas de esta atracción caen en un lento suicidio
psicológico. Les falta tiempo, recursos, paz y descanso. Sus relaciones se ven
condicionadas, dejan de ser sinceras y se vuelven interesadas. Se alimentan de
las palabras talismán y las frases que las mantienen en su empeño: tú puedes, todo está en ti, el universo está
de tu parte, eres como Dios, todo lo puedes alcanzar. El sobreestímulo
emocional y psicológico, a través de toda clase de medios y mensajes, las
envuelve como un gas tóxico y aletargante, con el fin de elevar su autoestima y
provocar una euforia artificial.
Pero el precio de esta
seducción, de esta venta de sueños, es muy alto. La persona arrastrada por
sueños ajenos se violenta cuando alguien la hace reflexionar sobre su situación
o la invita a cuestionarse estos sueños y su adicción psicológica. Se resiste a
ver las cosas desde otra perspectiva. Como actúa en función de su visión
subjetiva, los choques con la vida real son cada vez más frecuentes.
Hay una especie de
talibanismo en el mundo comercial y mediático, también en algunos movimientos
políticos y espirituales. Se trata de un fanatismo que disfraza la esclavitud
empleando un lenguaje seudo-religioso e incluso haciendo referencia a textos
bíblicos con el objetivo de lograr una mayor penetración psicológica. Grandes gurús
utilizan un lenguaje místico para reforzar sus objetivos y seguir vendiendo
sueños a costa de una riada de víctimas que no sólo no consiguen sus metas,
sino que caen en las redes de una estrategia comercial tan bien montada que son
incapaces de reflexionar, poner distancia y salir de la trampa.
El sueño las hace
sentirse grandes y heroicas, la realidad es que son vidas desesperadas,
perdidas en un laberinto de palabras bellas, pero huecas y vacías de sentido.
Por eso hemos de distinguir entre espejismo y sueño real.
Cómo discernir
Se necesita clarividencia
para distinguir entre lo real y la fabulación; se necesita fuerza para
conseguir una meta real y alcanzable, pero también para saber cambiar y
redescubrir una nueva meta.
Apuntaría varios aspectos
para discernir si lo que estamos haciendo es lo correcto para nuestra vida.
Primero, ¿estoy
totalmente convencido? ¿Lo he pensado bien? ¿He sopesado con calma y tiempo
suficiente lo bueno y lo malo de esta opción?
En segundo lugar, ¿siento
paz? No sólo alegría, que ya está bien pero que puede ser una emoción pasajera
o la euforia de un momento. ¿Me siento sereno por dentro?
Mis relaciones, ¿se ven
afectadas por lo que he decidido? ¿De qué manera? ¿Me acerca a los demás o me aparta de ellos? ¿Me pide
mucho tiempo, de modo que sólo vivo para esto? ¿No sé hablar de otra cosa que
lo que estoy haciendo? ¿Repito una tras otra vez el mismo discurso, hasta
agotar a los que me rodean? ¿Me molesto cuando los demás me critican y
cuestionan mi manera de hacer? ¿Rompo alguna relación por este motivo? ¿Alejo
de mí a los que no están “conmigo” o quiero convencerlos con mi discurso
insistente?
Mi vida privada más allá
del trabajo y del sueño, ¿cómo está? ¿Cómo vivo fuera del sueño? ¿Cuál es mi
realidad personal, familiar, con mis amigos? ¿Cuánto tiempo estoy dedicando a
trabajar por este sueño?
¿Me encallo en los
objetivos que deseo alcanzar? ¿Soy capaz de
poner distancia, sólo por unos instantes, y mirarme ante el espejo sin miedo?
¿Soy
capaz de hacerme la gran pregunta que produce vértigo? ¿Es realmente esto lo
que tengo que hacer?
Nos da
pánico ahondar y detenernos ante nuestra mirada en el espejo. Sí, nos da un
miedo terrible mirarnos al alma y preguntarnos: ¿es un sueño o es una
fabulación? ¿Es mi sueño o es el sueño de otros, que han inoculado en mi
corazón? ¿Es algo real o estoy viviendo una fantasía?
El coraje de cambiar
¡Cuánta
soledad maquillada con sueños de colores! Si antes felicitaba a quienes
consiguen lo que se proponen, también felicito a los que tienen el coraje, las
agallas y la honestidad de salir de un camino que les promete un paraíso
ficticio, de renunciar al brillo falso de un sueño que no es su sueño, sino un
espejismo que los aparta de la realidad, de los demás y de sí mismos.
La
adicción a los falsos sueños está muy extendida y refleja la desesperación y el
vacío de muchas personas que se aferran a estas quimeras. La visión irreal se
convierte en meta y da sentido a sus vidas, pero están corriendo sobre un
terreno deslizante, hacia el abismo.
Se
necesita humildad y coraje. Humildad para dejarse ayudar. Coraje para atreverse
a cambiar de rumbo. Y para ello es necesario algo que nuestra sociedad y los
vendedores de sueño no nos quieren permitir: tiempo y silencio.
El
frenesí activista ahoga el pensamiento y mata el silencio. Quien nunca para no
puede pensar. Y quien no puede pensar no es libre para discernir y decidir. Por
eso la sociedad nos invade con mil ofertas que nos distraen y los vendedores de
humo nos empujan a no parar jamás: hay que hacer, hacer, y hacer.
Buscar
tiempo para hacer silencio, parar, reflexionar, sincerarse con uno mismo, es
necesario. En el silencio encontraremos claridad, paz y humildad. Porque, de la
misma manera que hay vendedores de sueños que te arrastran hacia el abismo,
también hay manos amigas que quieren rescatarte o, al menos, sostenerte para
que vuelvas a ser tú mismo y recuperes el camino hacia la realidad, hacia la
vida, hacia ti.