sábado, 25 de diciembre de 2021

Qué dura es la calle

Hoy es domingo. El día es claro y luminoso, pero la gelidez del invierno azota las calles desiertas. A primera hora de la mañana, después de dar un paseo matinal, me dirijo hacia la parroquia cuando oigo tras de mí un saludo amable.

Me giro para devolver el saludo y veo a un hombre, un indigente. Le pregunto cómo está, y de manera espontánea exclama: Qué dura es la calle.

Hace frío y con mirada quejosa y persistente, empieza a hablar de cuán duro es vivir a la intemperie: caminar sin saber hacia dónde, en estos días de frío intenso, sin tener lugar donde resguardarse, sin saber dónde comerá, sobre todo los fines de semana. Está solo, perdido, deambulando, quizás esperando que alguien pueda escucharle o tenga algún gesto hacia él.

Estamos cerca de la Navidad y en estas fiestas tendríamos, como mínimo, que dar gracias porque no nos falta nada. No sólo bienes materiales, necesarios para vivir, sino la cercanía, el apoyo y la ternura de alguien que nos quiere.

Esta mañana, durante el breve diálogo que mantuve con ese hombre, noté en él un torrente de carencias, materiales, emocionales, familiares... Se desahogaba ante mí y palpé la enorme fragilidad de alguien anónimo que reclamaba con firmeza el derecho a ser acogido, alimentado, querido y apoyado en su búsqueda de recursos. Pero también en su vida y en su crecimiento social y laboral. Era un grito que reclamaba dignidad. Ese hombre tiene rostro, tiene una identidad propia, anhelos y sueños, quizás rotos por la crueldad de unas estructuras administrativas y sociales que hacen invisibles a los pobres y descartan a los enfermos psiquiátricos.

El hombre se fue caminando, solo, sin rumbo, alejado de unas miradas que no quieren ver porque les incomoda tener delante a alguien que no tiene nada. Ni siquiera sabemos ofrecerles una mirada cálida y comprensiva.

Esta mañana, envuelto en el frío matutino, he sentido la gelidez de unos corazones que miran a otro lado y ni siquiera se paran a pensar un solo instante. Con crudo realismo me pregunté: ¿cómo me sentiría yo si fuera esquivado, apartado, alejado de mi núcleo natural? ¿Qué haría si mi círculo se rompiera?

Si todos hiciéramos un esfuerzo mental, imaginativo, de ponernos en la piel del marginado, quizás de tanto dolor y sobrecogimiento saldría algo que tenemos todos los seres humanos, más allá de nuestras convicciones religiosas. Es una tendencia innata: el deseo natural de hacer el bien, de atender, de acoger al desvalido y al que no tiene hogar, que clama por cubrir sus necesidades más perentorias. Por eso se ven obligados a mendigar, no sólo el pan que necesitan, sino una mano cálida que los sostenga y los saque de ese pozo de miseria en la que tan hondo han caído.

Una sociedad opulenta, enganchada a las redes sociales, que ha caído en el delirio de la compra compulsiva y que es incapaz de mirar más allá de sí misma, está tolerando este infierno social que sólo con el diezmo de lo que consume podría paliarse. Con un poco de voluntad se podría ayudar a muchas personas que están en la calle.

Estamos permitiendo que la distancia sea cada vez mayor, no sólo entre ricos y pobres, sino entre nosotros, la clase social media o baja, y entre los que nada tienen. Esa distancia, aunque no lo parezca, es infinita cuando las personas sin techo pierden su instinto vital para seguir luchando y se rinden frente al mar de la indiferencia. Ahogados y olvidados, cuántos de ellos naufragan. Cuántos sobreviven en el oleaje, caídos, derrotados, arrastrándose en la playa de la existencia.

Lo dramático es que no estamos acostumbrados a esta terrible soledad que acecha a quienes lo han perdido todo.

Sólo nos tienen a nosotros, los cristianos. Nos gritan su SOS y nosotros no lo oímos. Esta mañana, la cara de ese hombre lo decía todo, más que sus propios gritos contenidos. Lo más terrible se quedó en su corazón. No soy nadie, no me oyen, no me ven, no existo. Su dignidad quedó algún día congelada, como el frío que penetra el aire de la mañana.

Era tan temprano que no pude invitarlo a un desayuno calentito. Todo estaba cerrado. Lo miré a los ojos, para que sintiera que, al menos, no perdía su dignidad ante mí. Aunque sólo fueran unos instantes, aunque la soledad siguiera acompañándolo el resto del día. No pude calentar su estómago, pero quizás pude calentar un poco su alma, porque se despidió con una suave sonrisa. Se marchó, agradecido porque alguien lo había escuchado.

domingo, 12 de diciembre de 2021

El arte hecho vida

Hoy, día de la Inmaculada, he recibido la noticia de la muerte de un gran pintor y amigo, Francesc Martínez Molina.

Con una impecable trayectoria artística, pintor y acuarelista, formaba parte del grupo de Bellas Artes del Museu de Badalona, entidad con la que colaboraba activamente. De aspecto respetable, con sus cabellos blancos y su barba bien cuidada, Francesc poseía una exquisita sensibilidad para captar la belleza de cada paisaje y cada detalle. Pintaba y dibujaba continuamente, siempre llevaba encima una libretita con un bolígrafo, con el que trazaba esbozos de cuanto le llamaba la atención. Su maestría iba más allá de la técnica: el realismo de sus dibujos revelaba su capacidad de visualizar; pero la armonía de sus composiciones traslucía su sentido estético.

Tengo en casa algunos de sus cuadros, donde refleja su arte pictórico en un alarde de creatividad. Convertía la naturaleza en arte, lo ordinario en belleza. Sabía captar la luz, el color, la textura y los matices. Le fascinaba la naturaleza en todas sus manifestaciones; su tema preferido era el paisaje. Deslizando sus pinceles sobre el lienzo, plasmaba en él todo su arte. Tengo impresa una imagen suya, con su sombrero sobre el cabello blanco, quemado por el sol, de pie o sentado en una pequeña silla, desplegando todo su arte delante del caballete. Él formaba parte de aquella escena que plasmaba en el cuadro.

Lo conocí a una edad ya madura, con su particular vestimenta y sus gestos. Siempre ponderado y reflexivo, su apariencia tranquila ocultaba un torrente de creatividad. Su mente siempre estaba buscando nuevos temas para pintar.

Lo conocí siendo rector de la parroquia de San Pablo, en Badalona. Él formaba parte de la comunidad. Nunca fallaba en las celebraciones y nos fuimos haciendo cada vez más amigos. Fue entonces cuando en la parroquia organizamos durante varios años unas representaciones de teatro sobre el nacimiento de Jesús y el Camino de Alegría, las apariciones de Jesús resucitado. Francesc participó en estas dos obras como artista y como actor. Representó a un rey mago, a un fariseo, al discípulo Mateo y a uno de los discípulos de Emaús. Actuaba con tanto arte como pintaba: moviendo su cuerpo y escenificando los gestos con expresividad y elegancia. Su colaboración como pintor fue esencial, pues realizó los decorados sobre varios enormes lienzos que, a modo de telones, se iban pasando en las diferentes escenas. El lago de Galilea, el camino a Jerusalén, los campos de Tierra Santa y una playa de pescadores quedaron plasmados, con enorme riqueza y colorido, poniendo el marco estético a las escenas teatrales.

La escena de Emaús me conmovía especialmente: dos hombres ya mayores, Francesc y su amigo Martín, representaban a los discípulos perplejos y admirados ante el Jesús resucitado que poco a poco les va abriendo el corazón, hasta llegar a la fracción del pan. Era, sin duda, una de las más hermosas y aplaudidas de la obra. La pasión con que los dos actores se metían en su papel calaba en el público asistente. Yo pensaba que, en aquel momento, ambos se convertían, realmente, en discípulos de Jesús.

Fueron tiempos decisivos en la vida de la comunidad, y Francesc dejó su huella artística en la parroquia. Después del teatro, quiso hacer un gesto precioso. Pintó las diferentes escenas del Camino de Alegría en grandes lienzos, que fueron decorando las paredes desnudas del templo. Lo hizo con tal realismo y viveza que todos quedamos asombrados. Cuando terminó, quiso formalizar su regalo mediante un documento, conforme al cual donaba su obra a la parroquia para que formara parte de su patrimonio artístico. Hoy, en el perímetro del templo, se pueden contemplar estos hermosos cuadros.

Cada vez que vuelvo a Badalona y visito la parroquia me emociona ver su obra en aquellas paredes. Esos cuadros suspendidos reflejan una parte de su vida y de su historia con la comunidad. Me evocan un tiempo de crecimiento, de creatividad, de ímpetu evangelizador; un momento dulce en el que la parroquia pudo llegar a muchas personas. El teatro aglutinó a un grupo de laicos del barrio que, convencidos de su fe, entendieron que esta obra era una herramienta evangelizadora de primer orden: su difusión llegó a toda Badalona.

Recuero los bolos que hicimos por diferentes lugares, cohesionando al grupo y animándolo a crecer en la fe. Fueron momentos entrañables que viví con este pintor que supo, con sencillez y entrega, revelar a través de su obra la belleza de Dios reflejada en su creación.

Ahora, desde el cielo, podrá utilizar el divino don que Dios le regaló, inspirándole tanta creatividad, para convertir en cuadro la belleza inefable del paraíso.

domingo, 7 de noviembre de 2021

La droga de la ilusión


Quien cultiva su tierra se hartará de pan; q
uien persigue quimeras se hartará de miseria.

Proverbios 28, 19.

En el argot popular se utiliza mucho esta frase: «De ilusión también se vive». Querría profundizar sobre el alcance y el significado real de este dicho, que puede revelar algo muy profundo a nivel psicológico. Si se considera que la ilusión es algo que queremos alcanzar, quizás no sea la palabra adecuada. Debemos ser rigurosos en el uso y sentido del vocabulario.

Si una ilusión se queda en eso, vivir pendiente de ella no ayuda a madurar como personas. La palabra ilusión es bonita como expresión, pero nos aleja del mundo real. La ilusión puede ser algo volátil, indefinido, que nos hace vivir flotando en una realidad que nunca llega, pero que nos da correa para ir tirando. Conozco a gente que hace mucho tiempo que espera que suceda algo que desea, pero que dramáticamente nunca llega.

La ilusión es líquida, aún más, es gaseosa. Crea la necesidad de fabular, porque no resiste la evidencia de la realidad. El que vive de ilusiones es incapaz de aceptarla y se aleja cada vez más de su situación real hasta llegar, en ocasiones, a rayar la indigencia, porque después de mucho tiempo, sigue esperando lo que, en el fondo, sabe que es inalcanzable. Es como vivir en uno de esos globos que van empujados por el viento, desplazándose por el cielo a merced de las ráfagas de aire. La persona ilusa se pierde en los vaivenes de las alturas que cada vez más la apartan de sí misma.

¿Supervivencia o huida?

Pero muchos necesitan de la ilusión permanente para seguir sobreviviendo, porque son incapaces de aceptar la realidad tal como es, con toda su crudeza. Prefieren vivir narcotizados, alimentándose de la fábula en su burbuja, antes que enfrentarse a los desafíos que hacen más soportable la incapacidad de aterrizar en el suelo de la realidad.

El concepto de ilusión se entiende en los niños y adolescentes. Muchas veces imaginan que están volando y su mente creativa los lleva a vivir fuera de la realidad. De momento, se puede aceptar, siempre que no genere algún tipo de patología psicológica. Imaginar forma parte de su crecimiento mental y emocional. Pero estos mismos sueños, en un adulto, son patológicos, con el riesgo que esto supone para ellos y para quienes les rodean.

Por supuesto, los adultos también tenemos sueños, y muchos de ellos son nobles y positivos. Pero si queremos hablar con propiedad, más que de «sueños» podríamos hablar de metas o desafíos. Estos sueños son alcanzables y requieren de una metodología y un plan de acción. No es este el caso que nos ocupa, porque a veces se confunde ilusión con sueño, y sueño con meta.

Para justificar la situación en que nos encontramos, a veces buscamos subterfugios para tapar el verdadero drama, y así, el volumen de creaciones mentales puede llegar a ser preocupante. Cuando se llega a cierto punto, será necesario el apoyo de un terapeuta.

Yo me pregunto por qué esta situación se da en muchas personas. Quisiera ahondar y preguntarme qué las lleva a pasar tantos años manteniendo una ilusión que el paso del tiempo y los hechos revelan como algo no factible. Aquello que esperan nunca acaba de suceder. ¿Qué esperan con tanto ahínco? Como huyen de su presente, acaban padeciendo carencias materiales, económicas, sociales y afectivas. El momento anhelado no llega y se sienten solas y vacías. Los demás no las entienden. Cuando alguien quiere desengañarlas, insisten en su esperanza. ¿Qué les falta, que no son capaces de mantener la sobriedad y necesitan embriagarse de ilusiones?

Un pasado no resuelto

Estas ilusiones crean adicción y generan enormes secuelas, que afectarán a sus relaciones con los demás. Tanto, que incluso llegarán a presionar a quienes están a su alrededor para forzar, como sea, que su ilusión se haga realidad. Nunca lo consiguen.

Lo que la mente desea y la imaginación crea les impide pasar la frontera entre la realidad y la ficción. Invierten un enorme esfuerzo para volver siempre al mismo sitio. Si en algún momento despiertan o se disipan las ilusiones caen en un vértigo espantoso, un miedo a enfrentarse a la realidad. Para ellas, las ilusiones son como el oxígeno que las mantiene en pie. Su mente sigue volando, pero su psique y su salud se van deteriorando, al igual que su capacidad para relacionarse de manera armoniosa con los demás. Lentamente, el agujero se va haciendo más grande hasta que sucede lo peor: caen en la indigencia no sólo material, sino existencial.

Vagan por estos mundos perdidos en el anonimato. Prefieren seguir enchufados a la droga de las ilusiones, aunque esto suponga una lenta muerte social. Es trágico ver a personas que llegan a este punto. Están faltas de lo esencial en su vida: amor, afecto, un verdadero propósito. Quizás de niños no recibieron todo el cariño y cuidado que necesitaban, de jóvenes no tuvieron referentes ni valores sólidos y de adultos les faltó un propósito vital firme. ¿Qué pasó? Hoy, ya maduros y a veces de edad avanzada, quieren seguir jugando con un cometa lanzado al cielo.

domingo, 24 de octubre de 2021

Conocer los límites


El ser humano, a lo largo de su trayectoria por la vida, va configurando su personalidad. Su forma de ser, sentimientos y emociones, su capacidad y talentos, todo va revelando con el tiempo el yo más profundo de la persona.

Nuestras experiencias cotidianas son decisivas: cómo vivimos, sentimos y asimilamos lo que ocurre en nuestra vida. La gran variedad de situaciones que surgen, y cómo las abordamos, será clave para la definición de nuestro ser y nuestra relación con nosotros mismos y con los demás.

La manera en que gestionamos lo que ocurre a nuestro alrededor, especialmente las adversidades y conflictos, me hace reflexionar sobre nuestra capacidad para digerir y asimilar lo que nos sucede. ¿Digerimos bien, emocionalmente, o nos cuesta y nos genera una fricción interna que afecta a nuestras relaciones? ¿Exponemos nuestras fragilidades ante los otros, creando cierta incomodidad?


La madurez pide autoconocimiento

Nuestro yo se fragua en nuestra relación con los demás. El otro siempre interviene en mi capacidad de abrirme y descubrir quién soy, qué hago y hacia dónde me dirijo. Para llegar a la madurez plena tengo que pasar por un itinerario interior que implica un mayor autoconocimiento de mi persona y de mi realidad. Esto requiere tiempo para conocer y profundizar en el misterio de mi ser.

Hoy el tiempo es muy escaso y nos falta para iniciar este abordaje en el interior del corazón. De aquí que nos cueste descubrir nuestro propósito vital y que muchas veces andemos perdidos, sin una meta definida en la vida. Así vamos dando vueltas y vueltas para acabar siempre en el mismo sitio, es decir, en el punto de partida.

Superar la presión del entorno

Por otra parte, la cultura, la sociedad y la familia, al querer darnos lo mejor y nosotros intentar responder con esfuerzo y agrado, nos están condicionando. Muchas veces, hemos acabado actuando más en función de sus intereses que de lo que realmente queremos. Así, nos han ido marcando y modelando, convirtiéndonos en servidores obedientes que hacen todo cuanto se les pide para que otros estén contentos. La presión del ambiente puede alejarnos de nosotros mismos, de lo que somos y de lo que realmente anhela nuestro corazón.

Esta presión psicológica y moral, ejercida por seres queridos, con quienes tenemos lazos afectivos y cercanos, puede provocar una ruptura en la psique. Sin dudar de sus buenas intenciones, necesitamos la valentía para defender aquello que da sentido a nuestra existencia si queremos alcanzar la plena felicidad. Para esto hay que conocer los propios límites y aceptarlos, sin que nadie haga injerencia en lo que nos es propio. Nadie tiene derecho a interferir en aquello para lo que tú sabes que fuiste llamado: ni la familia, ni la educación ni la sociedad. Sólo realizando tu vocación tu existencia tendrá sentido.

Abrazar las limitaciones

Pero reconocer los propios límites supone, primero, saber quién soy y hasta dónde puedo llegar, abrazando con realismo la limitación e incluso alegrándome de ser quién soy, pues de lo contrario no sería nada. Sé que tengo una cierta estatura y no seré más alto por mucho que me estire: debo reconocer que tengo una talla reducida y, por tanto, es inútil luchar por agrandarla. Esto se puede aplicar a otros aspectos no sólo físicos: la capacidad de asimilar ciertas emociones, asumir con paz las heridas de la infancia, mi tolerancia ante las críticas, admitir que hay personas que saben más y son mejores que yo, mi excesiva sensibilidad, limitaciones psicológicas y familiares… También implica asumir mis aciertos y los errores que he cometido en la vida. En definitiva, todo lo que soy y mi realidad, aunque no me guste.

Todos los seres humanos tenemos límites, aunque no lo parezca. Todos, hasta aquellos que parecen perfectos, están cargados de límites; quizás la diferencia es que lo saben y tratan de lidiar con ellos, incluso aprendiendo de ellos.

Nunca serás tú si no aceptas tus propios límites. Por muchas dificultades que te acontezcan, es necesario dar este salto de madurez psicológica para entender que crecemos en la medida en que hayamos hecho un pacto interior de paz con nosotros mismos.

Descubre tu belleza interior

Sólo así, siendo lo que eres, con tus propias lagunas, irás hacia adelante y lograrás hacerte amigo de ti mismo. Bajo tus grietas y tu aspecto exteriormente herido hay un lago cristalino que embellece tu alma.

No quieras ser lo que no eres. Sé lo que eres, de verdad, aunque esto implique asumir con paz el pasado y toda una historia de dolor familiar y social. Solo así podrás, algún día, transformar los límites y convertir una barrera en un trampolín que te ayude a ser la persona que eres, un alma que ha sabido luchar contra sus propios miedos y ha sido capaz de añadir valor a su vida.

Será cuando ni la cultura, ni la historia, ni la sociedad, ni la familia, podrán ejercer sobre ti una presión interna que te haga incapaz de abrirte a los demás y dar un salto de madurez. Entonces te reconocerás como tu gran aliado. Conocer tus límites ya no va a autolimitarte más, sino que te ayudará a ensanchar tus capacidades.

Lo más importante es descubrir que un límite no tiene por qué frenar tu capacidad de amar. Tus límites tampoco son un problema para Dios. Sólo desde esta experiencia todo se recolocará en el puzzle de tu corazón.

domingo, 17 de octubre de 2021

La pluma de Dios

He tenido la oportunidad especial, en los últimos años, de conocer en profundidad a Remigio Benito.

Lo he conocido ya anciano. Pese a su fragilidad física, que le afectaba las piernas y los ojos, él tenía que caminar cada día para venir a la parroquia. Sentía la necesidad de alimentarse de la eucaristía y pasar un rato de adoración íntima y cercana con Jesús sacramentado. Siempre me agradecía el poder encontrar la puerta de la parroquia abierta para ese momento de intimidad a solas con él.

Tenía una fe sólida y férrea, a pesar de la penumbra y las dificultades para ver y caminar. Su trayecto a la parroquia lo hacía con dolor y lentitud, pero no por ello dejaba de venir. Anhelaba estar con su Señor, la fuente de su existencia y de su fe. Esta experiencia diaria con el Señor le sostenía y le daba fuerzas, llenándolo de coraje interior. Allí estaba, fiel, acudiendo al encuentro.

En sus últimos meses de vida me abrió el tesoro de su corazón, a través de intensas conversaciones que mantuvimos. Oyendo sus dudas, sufrimientos y esperanzas, establecimos un diálogo sincero y lleno de confianza. Remigio siempre quería agradar a Dios y hacer su voluntad. Poco a poco, me fue llevando de la mano hasta lo más hondo de su alma y descubrí un bello paisaje interior: el de un hombre lleno de Dios.

Pero aquel anciano frágil, además, tenía un largo recorrido a sus espaldas. Vivió su vida intensamente. Científico, escritor, viajero, acumuló vastos conocimientos y experiencias laborales. Se convirtió en persona de referencia para grandes empresas en el campo de la química.

Escritor versátil y prolífico, llegó a publicar más de 64 libros. Viajó por todo el mundo. Le fascinaban los antiguos mitos y culturas, especialmente las americanas. Como viajero, se interesaba por todo. También escribió novelas y relatos, llegando a obtener varios premios literarios y quedar finalista de otros. En sus escritos se refleja el deseo de descubrir las claves del ser humano, el origen de las culturas y las civilizaciones.

Cuando su hija me proporcionó información sobre sus estudios y publicaciones, quedé abrumado ante tantos conocimientos. En aquel hombre tan humilde y sencillo descubrí a un intelectual que amaba las ciencias y buscaba la verdad, explorando los misterios más hondos del ser humano.

En nuestras conversaciones, después de la adoración, encontré en él perlas espirituales que iluminaban su rostro cada vez que hablábamos. Tras su apariencia discreta se escondía una experiencia inagotable y edificante. ¡Cuánto bien me hizo conocerle, escucharle y aprender de él! ¡Cuánta sabiduría había en sus palabras! Llegamos a tejer una gran complicidad; era de esas personas que te hacen sentirte bien. Para mí fue un regalo recibir todo lo que me comentaba.

Por encima de todo, Remigio se sentía profundamente amado por Dios. Él era el centro de su vida. Con los años, esta certeza fue cada vez más fuerte, hasta llevarlo a escribir sus últimos libros, que él firmaba Calamus Dei, la «pluma de Dios». Desde entonces, cada año nos ha ofrecido una lluvia fresca de reflexiones personales, citas de grandes santos, comentarios a lecturas y oraciones espontáneas. Estos libros son reflejo de un salto cuántico en su vida. Más allá de la ciencia, está el conocimiento de Dios. Si antes le inquietaba saber de muchas cosas, ahora, con estas Reflexiones espirituales, sus grandes cuestiones alcanzaron otra dimensión. Como me decía él mismo, «Dios lo sostiene todo, hasta la ciencia, todo el saber y el universo».

En su última etapa, fue profundizando en su fe, que daba sentido a toda su vida. También me confesaba su indigencia: él se sentía nada, pero con Dios lo era todo. Este giro hacia la trascendencia le hizo cambiar su visión de la vida. Me recordaba a santo Tomás de Aquino, que después de escribir la Summa Theologica tuvo una experiencia sublime en una eucaristía y dijo que todo lo que había escrito era nada al lado de lo que había experimentado en el sacramento eucarístico. O a san Pablo, cuando decía que «todo lo considero basura, con tal de ganar a Cristo» (Filipenses 3, 8).

La cadena de oración que fue creando, con los lectores de sus reflexiones, se extendió por todo el mundo. Fue su gran aportación a la espiritualidad cristiana: regar las almas con las perlas de rocío de este Calamus Dei.

El gran investigador pasó a ser un místico enamorado de Dios. El legado de tantas reflexiones y lecturas de santos, no cabe duda, supuso un cambio profundo en su vida. Los últimos días me decía que deseaba estar preparado para que Dios le abriera las puertas del cielo. Tengo la honda convicción de que lo estaba.

martes, 12 de octubre de 2021

Brasas que no se apagan


Durante 17 años estuve realizando mi tarea pastoral en Badalona. Fueron años muy intensos. Mi dedicación a la parroquia de San Pablo fue ardua y tenaz. Desde un punto de vista humano y espiritual, esa etapa fue decisiva en mi vida.

Fueron años de trabajo creativo e incesante. Ejercer como rector de una parroquia supuso para mí una entrega plena y una gran experiencia. Adquirí una visión muy amplia de la realidad social y espiritual de aquellos barrios de Badalona, el Raval y Sistrells, demarcación donde estaba situada la parroquia. Allí se fraguaron grandes amistades que, después de tanto tiempo, siguen vivas y cercanas a mi corazón.

El día 7 de octubre tuve la ocasión de desplazarme para oficiar el funeral de una gran persona que formaba parte de la comunidad de San Pablo. Desde que la conocí no me dejó indiferente por su discreción, delicadeza y sabiduría. Falleció con 92 años y un enorme bagaje humano. Sensible y prudente, siempre sabía cuándo tenía que hablar y cuándo no. La fragancia de su humildad penetró en mi alma.

Aprovechando esta celebración de despedida de Juanita, tuve la oportunidad de saludar a algunas feligresas de San Pablo a quienes hacía mucho que no veía. Ahora, después de 20 años, se han convertido en auténticas amigas. Mujeres todas ellas luchadoras, audaces, sacrificadas y trabajadoras, con historias dignas de ser noveladas. Mujeres enteras, maduras y valiosas, cada cual convertida en pilar de su familia, algunas con enormes sufrimientos. Sus vidas son una lección de lucha siempre apuntando hacia la esperanza. Han vivido situaciones límite y han sabido sortear muchos problemas. Son auténticas guerreras que han dejado tras de sí una estela de victoria. Nunca se han rendido.

Siempre me alegra verlas tan firmes, a pesar de la edad avanzada de algunas de ellas. Son un collar de perlas que encontré en mi camino, cada una de ellas un diamante pulido y tallado en el yunque de la vida, extraordinarios libros abiertos rebosando de valores. Cada una de ellas con un corazón lleno de bondad, todas han ido forjando su historia.

Y allí estaban, sonrientes y cercanas. Las brasas de la amistad seguían incandescentes. El paso del tiempo no apagó la historia común que he vivido junto a ellas. Bastó un abrazo para que el fuego volviera a encenderse y brillar con nueva luz. Nuestros corazones ardían en ese encuentro eucarístico. La amistad seguía tan viva como siempre. Recordamos los años atrás y la fuerza de su testimonio, colaborando y participando en eventos, celebraciones, peregrinaciones y fiestas. Estoy seguro de que sus nombres ya están escritos en el cielo.

Cuando un feligrés se convierte en amigo, aparece el gran tesoro del alma humana. Gracias, Ana, Amor, Isabel, Juana, Paquita, Lola, Carmen y Montse. Gracias por haber enriquecido espiritualmente mi vida. En vosotras está representado el rostro femenino de la Iglesia. En vosotras arde el fuego de una experiencia vivida con intensidad. Sois flores de un jardín que embelleció el paisaje de mi vida. Para mí ha sido un regalo conoceros y compartir con vosotras diecisiete años en los que me he curtido pastoralmente.

Supisteis dar vida a la comunidad, reverdeciendo un erial seco y yermo y convirtiéndolo en un vergel. Contribuisteis a convertir la parroquia en un referente moral y espiritual para aquellos barrios y en una comunidad animada por el aliento de Jesús. 

domingo, 5 de septiembre de 2021

¿Por qué se rompen las relaciones?


La psicología humana es muy compleja. Ahondar en la psique requiere tener en cuenta múltiples facetas de la realidad de la persona: sus ancestros, su familia más inmediata, sus relaciones, su educación, sus valores y su propia visión de la realidad.

Un factor crucial para mantener unas relaciones sanas y equilibradas es la comunicación. Es fundamental tener la capacidad de escuchar y saber generar empatía con el otro, amoldándose a su carácter, reconociendo y alegrándose por sus fortalezas, sus logros, el rico potencial que lo define tal y como es. Pero también hay que aprender a aceptar sus límites y debilidades, su temperamento e incluso sus equivocaciones. Entender cómo es el otro y ser comprensivo con sus errores facilita el diálogo.

Nadie es perfecto, ni totalmente maduro. La estabilidad de las relaciones depende mucho de crear un marco adecuado y sincero para ir creciendo juntos. Esto favorece la convivencia y es necesario para no caer en el tedio, sino todo lo contrario. La complicidad hará que la vida interpersonal sea un oasis donde disfrutar de la mutua compañía en la dimensión emocional y afectiva. En las parejas es importante que se dé esta sintonía para que su vida se convierta en un ámbito de confianza, donde compartir lo más íntimo. Saberse querido forma parte de la estabilidad de la persona y de su proyecto conyugal.

Pero, para que esto sea así, se ha de tener muy claro que la relación implica compartir toda una vida con la persona con la que se ha decidido caminar, para siempre. Aquí está el meollo de la cuestión.

Las crisis, un desafío

Todos conocemos casos, incluso dentro de nuestra familia. Muchas relaciones han empezado muy bien, con una clara convicción y con responsabilidades asumidas. Se suponía una unión duradera, pero con el tiempo se ha ido deteriorando y al final se rompe. Habría que analizar cada caso y su entorno, y ver si realmente se han dado los pasos necesarios para asegurar la cohesión de la pareja. Quizás no hubo suficiente reflexión, o el tiempo necesario para discernir. Quizás durante la relación no ha habido espacios para corregir los desvíos que van surgiendo en el itinerario hacia la madurez.

Cuando por parte de los dos se asume que habrá dificultades, normales, que no tienen por qué agrietar las relaciones, los problemas que surgen forman parte de la dinámica del crecimiento. A veces es bueno pasar por ellos para aprender a resolver lagunas y ahondar en su origen; con el tiempo superar estas crisis puede consolidar aún más la relación. Son retos que se presentan y que enseñan, una tormenta que, si se maneja bien, no tiene por qué llevar al naufragio del hogar.

Pero ¿qué ocurre cuando todo cae, por la razón que sea? Entonces empiezan las grandes desazones, los enfrentamientos, la crisis que irá rompiendo la relación y complicando la convivencia del día a día, hasta el punto de que en muchas parejas se cae en la más absoluta incomunicación y en la ignorancia del otro.

Soledad y ruptura

Es entonces cuando la convivencia se convierte en un mero compartir el espacio habitado, sin afecto, sin intimidad. No hay diálogo, se inicia un proceso de violencia verbal y psicológica y todo está a punto de resquebrajarse. En algunos casos se llega a la violencia física.

Las emociones y los vínculos afectivos desaparecen. Surge una terrible soledad y un sentimiento de ruptura interior. Algo ha muerto. Estallan las grandes disputas y el ambiente en el hogar se hace insoportable. La guerra ha empezado y la familia es un barco naufragando en medio del oleaje.

El problema empeora cuando, en el matrimonio, uno de los dos está totalmente incapacitado para nuclear el problema y evitar hacer más daño. Es incapaz de discernir y guardar una distancia adecuada para evitar roces. Esto ocurre entre muchas personas mayores que empiezan a tener problemas cognitivos, dificultando aún más su resolución.

Los dos se convierten en víctimas y maltratadores a la vez, el uno contra el otro. En ocasiones, el que parece ser la víctima es el que maltrata más. La aparente víctima emplea estrategias de venganza psicológica para enredar al otro en un bucle que le hace imposible salir. Es entonces cuando la víctima se convierte en maltratadora y busca herir al otro para causarle el mayor daño posible. Cuando esto sucede, se da la muerte definitiva de las relaciones.

Cuando se llega al nivel de la supervivencia, a veces lo único que queda es alejarse del conflicto para evitar los enfrentamientos y no hacer más daño.

¿Por qué se ha llegado a este extremo? Pienso que quizás el problema esté en los mismos inicios de la relación. Los grandes conflictos no surgen de la noche a la mañana; la mayoría llevan años, incluso décadas, gestándose.

Decidir con cabeza y corazón

Cuando uno se decide por una persona, tiene que poner entre paréntesis las emociones, los sentimientos, las sensaciones de bienestar. Hay que controlar los impulsos del corazón para que la decisión se tome con la cabeza. A veces es difícil parar ese torrente de emociones, pero será decisivo para la elección definitiva, pues evitará dar un mal paso que puede acarrear grandes problemas y sufrimiento en el futuro.

Esta reflexión puede parecer muy fría. Cuando se acumulan tantas emociones parece imposible detenerlas. Pero rebajar un poco la temperatura de la pasión puede ayudar a acertar en la elección.

La razón nos ayudará a plantearnos ciertas cuestiones vitales. Esta relación, ¿me conviene? ¿Le conviene a la otra persona? ¿Seré capaz de hacerla feliz siempre? Si sufrimos dificultades o enfermedad, ¿sabremos amarnos y cuidarnos? ¿Compartimos algo más que la atracción física, algo duradero por lo que vale la pena luchar? ¿Me veo creciendo y envejeciendo junto a esta persona?

Razón y corazón han de ir juntos; la razón no puede ir sola, pero tampoco el corazón. Armonizar estos dos polos es fundamental para levantar cualquier proyecto sólido y duradero. No podemos llevar adelante nada sin pasión, pero, sin cabeza, el proyecto puede estrellarse.

Los cimientos de la relación

El problema es cuando se construye un edificio muy complejo sin tener en cuenta las diferentes variantes y sin un fundamento que sostenga el peso de la estructura. ¿Qué necesitan estos cimientos parar poder aguantar los vaivenes y el desgaste propio de las relaciones?

Cuando se decide dar el paso definitivo en una relación, hay que tener en cuenta todo lo necesario para iniciar este ilusionante proyecto. En una hermosa construcción, el sí para siempre es el pilar fundamental que sostiene la energía vital y amorosa. La fuerza de esta profunda convicción hará que el edificio arraigue en el suelo y pueda crecer. Este sí para siempre que un día os dijisteis os ayudará a trascender de los altibajos emocionales para mirar hacia arriba y pasar un estadio más espiritual.

Desde esta altura trascendida, podremos contemplar con gratitud todo lo vivido y dar sentido y densidad a nuestra convivencia, cada día.

domingo, 29 de agosto de 2021

Sumergido en la noche

Después de un día soleado, con un precioso cielo azul, tras caminar disfrutando de la belleza que me envuelve, percibo el paso del tiempo. El sol marca las horas con los cambios de color en el paisaje mediterráneo, tan lleno de contrastes. A medida que cae la tarde, la luz del sol se va atenuando y el cielo adopta un tono más suave, pero el paisaje no pierde intensidad. Todo se tiñe de una luz cálida, que acentúa las texturas de las rocas y los árboles, hasta que el sol se pone tras la montaña y la luz del día se apaga. La luna comienza a asomar, discreta, elevándose sobre un bello atardecer que precede a la noche. Entre el sol y la luna, entre la claridad y la penumbra de la noche, que va adueñándose del cielo, saboreo unos momentos de gran calma.

La puesta de sol invita a la reflexión: poco a poco entramos en otro ritmo más pausado, sereno, de gratitud por lo vivido durante el día. Es el momento de saborear la belleza que se desborda ante mis ojos. El pulso de la vida eclosiona convirtiendo la naturaleza en un hogar donde el hombre puede recrearse en tantas imágenes que lo seducen.

El ocaso avanza, a pasos delicados. Los últimos rayos de sol desaparecen y una hora más tarde, la noche ha caído. Ahora ya no veo colores, sino imágenes y siluetas recortadas sobre el cielo nocturno. La noche ha devorado el color, pero, sin tener la claridad del día, el manto celeste se convierte en una cortina de estrellas. Una sensación de inmensidad me invade cuando contemplo el firmamento, tan poblado de millones de luces que parpadean. En medio de todas ellas, un enorme lucero, suspendido en medio del cielo, custodia la noche.

Si por el día me siento como un diminuto ser sobre la cresta de los montes, por la noche me sobrecoge la inmensidad del cielo, con su estallido de luz. Mi pequeña retina, apenas milímetros, capta la grandiosidad de un festival luminoso que se despliega sobre mí. La tierra gira, regalándonos cada día un concierto que embriaga el alma. No somos conscientes de este espectáculo porque no valoramos la gran riqueza que el Creador nos ha ofrecido. Vivimos inmersos en una cultura del ruido, ciegos por la contaminación lumínica y abrumados por el estrés de las ciudades. No nos damos cuenta de lo que nos estamos perdiendo. El progreso y la técnica nos están alejando de una tendencia natural que todos llevamos dentro, que es la contemplación.

Cada noche, después de cenar, me gusta dar un paseo. Poco tiempo, apenas unos veinte minutos llenándome de sensaciones diferentes. La brisa, tibia, me acaricia. Percibo más los olores, escucho el canto de los grillos y el rumor del río. Oigo el ruido de mis pasos y el movimiento de los árboles mecidos por el viento. También puedo escuchar mi propia respiración. Todos los sentidos se despiertan y agudizan. Las pupilas se abren más para captar con mayor precisión el entorno, potenciando la visión nocturna. En esos momentos, soy más consciente de mi vinculación con la naturaleza. Estar despierto me lanza a sumergirme en la noche desconocida, atrapándome en una estampa en blanco y negro, haciéndome protagonista del último capítulo del día. Ante mí la luna se eleva. La miro con atención y distingo el relieve de sus cráteres. Decían los antiguos sacerdotes egipcios que detener la mirada sobre la luna ayudaba a mejorar la salud de la retina y agudizaba la vista. Para mí es como entrar en el corazón de esa luz, que me envuelve con su discreta presencia. Rodando por las alturas, es el faro que da vida y belleza a la noche.

De vuelta a casa, con la luna a mis espaldas, veo mi sombra proyectada en el camino. Doy los últimos pasos antes de recogerme, inhalando y exhalando profundamente. Y me retiro a descansar, a reponer mis huesecitos para iniciar otra maravillosa aventura al día siguiente.

Dios me susurra al oído. Le doy gracias y le pido que vele por mí durante la travesía del sueño hasta que vuelva a despertar. Mañana, al amanecer, saldré de nuevo y veré salir el sol, un diamante entre las ásperas montañas. Seré testigo del espléndido fulgor que volverá a teñir de colores el mundo, grabando en mi retina las imágenes de los campos que despiertan, con fragancia de heno y hierbas silvestres. Serán los buenos días de Dios a su criatura humana, Himalaya de su creación.

sábado, 21 de agosto de 2021

La vida, un camino ascendente


Como bien saben mis lectores, en verano aprovecho para descansar, rezar, caminar y sumergirme durante unos días en plena naturaleza. Así puedo reconectarme más con Dios y conmigo mismo, y descubrir en la belleza del paisaje la mano de un Creador que nos regala el hábitat más hermoso.

Disfrutar de la madre naturaleza me permite descubrir sus tesoros y ahondar en la última intención de Dios hacia su criatura, que es volcar en ella su amor.

Un día, antes de salir de excursión hacia la montaña, cayó en mis manos el salmo número 96. Es un espléndido canto a Dios por las maravillas creadas, como soberano de toda la creación. Él es rey del universo, su creatividad forma una sinfonía multicolor que ensancha el alma del ser humano, un regocijo para los sentidos. La belleza estalla ante los ojos y los oídos se deleitan ante los sonidos melodiosos del campo; el olfato se agudiza ante los ricos olores de la exuberante vegetación. Mis manos se deslizan por las ramas de los árboles que crecen al borde del camino; con el tacto acaricio las texturas de las hojas y con el paladar saboreo los ricos manjares mediterráneos que me ofrecen estas tierras. El paisaje es seco y agreste, pero sus cielos soleados de intenso azul y sus noches estrelladas, iluminadas por una luna que baña de claridad los valles, sobrecogen. 

El hombre, sin Dios, sin su medio natural, sin una toma de conciencia de su realidad, viviría solo y aislado en un profundo abismo. Sin la dimensión de apertura a los demás, se deslizaría hacia la nada perdiéndose en un profundo vacío, desubicado, sin identidad, lanzado a la penumbra.

Pero su deseo de otear, de buscar más allá de sí mismo, lo hace capaz de ascender grandes cumbres.

El ser humano está llamado a crecer, a mirar hacia arriba, a tocar con sus dedos la bóveda azul del cielo, a emocionarse ante la belleza derramada desde la cima de un monte.

Subida al monte


He tenido la oportunidad de ascender hasta las crestas del Montsec, a una altura que da vértigo, y contemplar, a un lado, el valle de Áger y al otro la comarca del Pallars Jussà, que se extiende entre montañas hasta rozar las faldas de los Pirineos, el límite de España con Francia. Bajo un cielo despejado y con un sol radiante, pude divisar las cumbres pirenaicas. El contraste del cielo con los picos escarpados, y el verde de los valles, cubiertos de encinas, me acercó al corazón creativo de Dios.

Ante la inmensidad de su arte, caminé bordeando las cimas mientras iba pensando. El hombre que no es capaz de salir de sí mismo y mirar hacia un horizonte nuevo, poniéndose en marcha hacia alguna cumbre, se queda quieto, estancado, por comodidad o por miedo a salir de la rutina que lo esclaviza con sus cadenas. Acabará sin aire, metido en la burbuja de una existencia vacía, preso de su propia cárcel interior. Por eso es tan importante atreverse a salir, asumiendo los riesgos, incluso aceptando que la vida nos hará cambiar, y que a veces encontraremos pendientes rocosas. Si no dejamos de mirar la meta y vamos gestionando los vaivenes y las luchas, llegaremos a la cima de nuestra existencia.

Sólo así, moviéndonos entre la admiración y la valentía, venciendo el miedo a lo desconocido, avanzaremos en la vertiginosa aventura del ser. El alma se ensanchará más que nunca y podremos saborear la sorpresa de lo que somos capaces de hacer.

Convertir la vida en una hazaña


El lenguaje figurado de la montaña quiere expresar que en la vida estamos llamados a ser héroes, a vivir experiencias humanas tan apasionantes como coronar la cresta de una montaña. Sólo cuando llegamos a la cumbre de nuestros sueños nos damos cuenta de que este ser, tan pequeño y tan frágil, es capaz de abrazar la inmensidad de un horizonte abierto a los cuatro puntos cardinales. Un ser minúsculo se eleva sobre el abismo, pisando victorioso la cima de su propia vida.

Estamos concebidos para que nuestra vida sea una hazaña. Una proeza cotidiana, que puede ser simplemente hacer lo que nos toca hacer cada día. Lo importante es levantarse, mirar hacia adelante, soñar y ponerse en marcha hacia la meta propuesta. Por muy sencilla que sea, no deja de ser una aventura.

Crecer y trascender es una misión que da sentido a nuestra existencia. Sal y mira alto: encontrarás un cofre lleno de perlas, a cuál más bella. Descubrir el gran tesoro que hay dentro de ti te catapultará hacia el infinito.

domingo, 15 de agosto de 2021

Amor a la verdad

El concepto de verdad es amplio y requiere de un análisis en profundidad. Puede ser muy complejo, visto desde la filosofía y la moral, pero, más que entrar en disquisiciones, quiero ahondar en diferentes aspectos de la verdad y de lo que no es.

Dejaré para otro momento la definición de la verdad desde un punto de vista teológico y bíblico. Hoy quiero incidir en la dimensión psicológica y moral de la verdad.

La verdad no es subjetiva

La verdad es clara y luminosa: todo lo que se aparta de aquí puede ser seudo-verdad o post-verdad. No es una opinión ni un relato subjetivo de los acontecimientos, sino lo que es, lo que sucede realmente. Por ejemplo, el periodismo no siempre se ajusta a los hechos ni a la realidad objetiva. Ciertas tendencias ideológicas pueden sesgar el relato, dándole un tinte subjetivo y una carga intencionada que se desvía de los hechos reales y, por tanto, de la verdad. Los medios de comunicación, tanto la prensa como la radio y los digitales, pueden estar manipulando el análisis de la realidad con el fin de favorecer su línea editorial.

La verdad pide algo más que exponer los hechos. Ser fiel a la verdad implica mantener una actitud íntegra y honesta, aunque esto signifique dejar de lado las propias tendencias ideológicas. Cuesta mucho pedir esta lealtad al periodismo, porque estamos moviéndonos en el campo de la ética. Pero no puede haber un periodismo realmente profesional si no tiene en cuenta el marco moral por donde debe transitar. La verdad no es «mi verdad» subjetiva, ni una opinión personal, ni un posicionamiento en función de lo que me interesa. La verdad tampoco se compra ni se vende.

La verdad nos compromete

La verdad es tan convincente y rotunda que da miedo, pues puede hacernos cuestionar las propias creencias y nuestra esencia como persona. La verdad es una instancia moral, que exige una transparencia a prueba de bomba. Por eso se teme a la verdad, porque nos desnuda, dejándonos tal como somos. Es como un láser que ilumina la conciencia, escaneándonos por todos los poros. Y es tan fuerte que uno sabe, perfectamente, cuándo la ama o cuándo la está rechazando.

La verdad es una brújula que indica el camino a seguir. Todos estamos llamados a abrazar la verdad. Sin ella estamos perdidos y podemos llegar a desintegrarnos en el vacío, en el nihilismo, en la nada.

La verdad ilumina las prioridades en la vida, sean obras, imagen, poder, dinero. 

La verdad pisoteada

¿Quiénes pueden prostituir la verdad? Justamente, aquellos que tienen responsabilidades públicas y comunitarias. Por eso los que tienen mayores responsabilidades han de ser ejemplo y referentes para los otros.

La verdad, más que nunca, está siendo pisoteada en el ámbito social, político e incluso religioso. Los padres, los educadores, los políticos y las personas dedicadas a ayudar a los demás tienen que basarse en la verdad a la hora de ejercer sus tareas. Toda institución de carácter laico o religioso tiene que levantar la verdad como bandera; si no es así, creará una tremenda confusión en la sociedad. 

La verdad, incómoda

Hace tiempo leí un estudio psicológico sobre la capacidad de mentir en los ciudadanos. El escrito señalaba que prácticamente el 100 % de las personas mienten alguna vez, pero el 70 % lo hacen muy a menudo y el 40 % lo han integrado como parte de su vida. Sólo el 20 % mostraba problemas de conciencia; el 10 % se arrepentían, pero volvían a mentir; y sólo un puñado de personas tenían muy claros los límites entre la verdad y la mentira.

El mensaje dramático de este documento es que muchos han convertido la mentira en un modus vivendi, ya sea para sobrevivir o para ascender. Me quedé preocupado al leerlo, pues es una clara muestra de que estamos matando la verdad, porque nos molesta o nos incomoda, porque va directa como una flecha a la diana de nuestro corazón.

La verdad, por más que nos digan que es relativa, no lo es. Es absoluta, y nadie la puede poseer: se impone más allá de los discursos interesados. Penetra la esencia del ser y no se puede rechazar. Es como el sol, por mucho que se quiera tapar o arrojar sombras con las seudo-verdades, nadie podrá vencerlo: tiene tanta fuerza y luz que es indestructible. Está ahí, como el aire que se respira.

Verdad y libertad

La búsqueda de la verdad forma parte de la identidad humana, por eso la vida gira en torno a este gran valor.

La búsqueda de la verdad es tan potente que, en muchos casos, los que perseveran en ella son señalados y criticados, como se ha dado en el cristianismo y en otros grupos de librepensadores, filósofos, periodistas y autores que han sido arrojados al ostracismo mediático.

¿Por qué? Desde muchas instancias quieren matar la verdad porque va ligada a la libertad. Jesús lo dijo: La verdad os hará libres. Tanto la verdad como la libertad inquietan al poder, son antídotos que pueden neutralizar su carga letal. Es propio de la esencia maligna del poder destruir la verdad, sometiendo a las personas y haciéndolas vasallas y esclavas, cortando de cuajo su capacidad de razonar por sí mismas y alienándolas. La verdad es una bomba que puede destruir toda estructura de poder. Por eso la temen tanto, porque saben que puede demoler los fundamentos de las ideologías que lo sustentan.

Si se mata la verdad, la libertad y el amor, se está matando el valor sagrado de la vida, porque es una tendencia innata en el ser humano abrazar la verdad, y sólo desde ella se puede ser libre y amar.

Sólo la verdad puede regenerar el alma humana. Serás libre, la libertad te llevará al amor, y este te hará invencible. Nada ni nadie podrá contigo, aunque quieran silenciar la verdad, aunque te excluyan, te descarten e incluso te maten civil o físicamente. El poder pondrá en marcha su maquinaria para destruir la verdad con toda su fuerza y recursos, económicos y mediáticos. Pero la verdad nunca será vencida, aunque la quieran acallar o esconder. Sus rayos luminosos se proyectan en el corazón de cada hombre que la busca con sinceridad.

martes, 10 de agosto de 2021

La bondad y la alegría se abrazan

Como bien sabéis muchos de vosotros, mi vinculación con Badalona viene del largo tiempo que estuve allí. Fueron diecisiete años, densos y activos, en la parroquia de San Pablo, lugar donde ejercí mi tarea pastoral como rector de la comunidad.

Este periodo supuso para mí un gran crecimiento humano y espiritual, ya que tenía un reto acuciante: consolidar un nuevo proyecto. En esa etapa pude ampliar mi formación con una intensa experiencia pastoral. Di todo lo que pude, pero también es cierto que recibí mucho más de lo que esperaba. Sobre todo, de buenos feligreses que pasaron a ser grandes amigos.

Ellos me abrieron no sólo las puertas de su casa, sino las de su corazón. Me quedé con lo mejor de muchos de ellos y hoy, después de once años de haber marchado de allí, el vínculo de amistad sigue vivo con muchas personas que me acompañaron durante mi labor pastoral. Hoy sigue encendida esa llama de aprecio que siento por tantos amigos de Badalona y de la comunidad de San Pablo.

En este escrito quiero hablar de dos grandes amigos que estuvieron muy cerca de mí, mostrando un sincero aprecio y ayudándome en momentos clave. Se llaman Carmen y Manolo, y son un matrimonio encantador que desprende bondad.

Alegría sabia

Carmen es alegre, servicial y entregada. De carácter abierto y expansivo, muy cariñosa y cercana, es una mujer sencilla y trabajadora, actualmente abuela de dos nietos; dedica una parte de su tiempo a cuidarlos y atenderlos. Ella es el pilar de la familia, que sostiene y mantiene unidos a los suyos con su enorme atención y delicadeza. Si tuviera que subrayar algo de ella sería su manera de ser, tan jovial, alegre y espontánea. Carmen sabe crear un buen clima allí donde esté. Lleva en su sangre la vitalidad y un vigor que la hace vibrar siempre. Es de esas personas que viven la vida con intensidad. Genera empatía con los demás, sabe comunicarse y es emocionalmente estable. Vive su día a día con ilusión, disfrutando de todo lo que hace. Sabe «pasarlo bien», como ella dice.

Otro aspecto que quisiera destacar de ella es su capacidad organizativa. Lleva su casa con mente clara y práctica, y sabe gestionar su economía y sus tareas domésticas con eficiencia. El orden para ella es fundamental. Esa inteligencia innata le sirve para intuir las situaciones y aconsejar a los suyos con lucidez, aunque siempre desde la humildad y el respeto, sin interferir más allá de lo que le toca. En todo aquello que pueda afectar a la estabilidad de la familia, sabe percibir con claridad y dar a diana, planteando las cuestiones que puedan mejorar la calidad de las relaciones familiares. Es generosa con todos, pero sabe estar en su sitio, y eso no siempre es fácil. Carmen consigue equilibrar perfectamente el amor por su esposo, por su hijo, su nuera y los nietos. Es un ejemplo de madre y esposa a imitar.

En la parroquia, su cercanía dio vida y alegría a mi trabajo pastoral. Ha sido un regalo haberla conocido, porque desprende color y luz allí donde está. Sabe convertir la vida en una fiesta, pese a las dificultades. Nunca la he visto rendida ni abatida. Ha apostado por vivir intensamente.

Bondad servicial

Manolo, su marido, en contraste, es como un lago de aguas serenas, donde la luz del cielo puede penetrar en profundidad. Es un hombre discreto y amable, de pocas palabras, pero siempre atento a la hora de escuchar. Desde su silencio reflexivo, capta todo cuanto sucede a su alrededor. Es un hombre de principios sólidos, que sabe decir lo justo y conveniente en el momento adecuado, y también callar cuando quiere evitar interferir. Muy trabajador, es una persona que sabe estar. También es un pilar sólido de su familia, siempre disponible para lo que haga falta. Dedica mucho tiempo a la familia, facilitando el engranaje del funcionamiento de la casa y ocupándose de sus tareas como abuelo. Su presencia amable hace que cualquier persona se encuentre bien a su lado.

El valor evangélico de la amistad

Carmen y Manolo llevan 40 años casados. El matrimonio es una auténtica roca firme, donde se sostiene toda la familia. Pasar con ellos unas horas es una delicia: la alegría de Carmen y la bondad de Manolo suenan como una hermosa melodía que llega al alma y la llena de música, deleitando el corazón. Su compañía es un arroyo fresco que regenera la convivencia. Para mí es un don haberlos conocido a los dos y siempre agradeceré a Dios esta amistad que surgió durante mi trabajo en la parroquia de San Pablo.

Jesús daba mucha importancia a los amigos, además de su misión evangelizadora. Sabía parar, descansar y pasar un tiempo con sus amigos de confianza, como los tres hermanos de Betania, Marta, María y Lázaro. Jesús tenía un lugar preferente en el hogar y en el corazón de sus amigos. Creo que los sacerdotes también hemos de aprender a confiar en las personas que nos rodean y disfrutar del regalo de la amistad que Dios siempre nos brinda en nuestro camino.

sábado, 24 de julio de 2021

El Santo Cristo de Balaguer y mi origen vocacional


Estos días de descanso y retiro han sido muy fecundos. Para mí suponen una toma de consciencia de mi identidad sacerdotal, un profundizar en las cuestiones fundamentales de la vida pastoral y, sobre todo, dedicar un tiempo más intenso a aquello que es la fuente de mi vocación y da sentido a mi vida, orientada a dar esperanza.

He tenido la ocasión de pasar unos días para reencontrarme y tomar fuerza y vigor para seguir adelante en la tarea encomendada. Uno de los aspectos cruciales en la vida del sacerdote es ahondar en los orígenes de su vocación. Para mí es una hermosa historia que me ha llevado a estar donde estoy. «Volved siempre a vuestros orígenes», decía santa Clara a sus monjas. Les pedía que nunca olvidaran ese momento precioso de enamoramiento de Cristo, en el que eres capaz de dejarlo todo cuando él te llama a una sorprendente aventura. ¡Cuánto marcan los principios! Cuánto gozo, con incerteza, porque te lanzas hacia el vacío y acabas viendo que Dios siempre te sostiene. En esos momentos sientes un amor sublime que lo trasciende todo: miedo, incertezas, dudas. Con el tiempo, los temores se disipan y comienzas una trayectoria interior de madurez espiritual.

Mi historia vocacional pasó por varias etapas. Hoy quiero detenerme en una de ellas.

Mi vínculo con el Santo Cristo de Balaguer

Tenía 20 años y daba mis primeros pasos en mi camino hacia el sacerdocio. Era catequista de una pequeña comunidad, el Santuario de Santa Eulalia de Vilapicina, vinculada a la parroquia madre del barrio, donde vivía con mi familia. Cada verano se organizaban colonias con los niños de la catequesis y yo formaba parte del grupo responsable, junto con otros compañeros jóvenes. En varias ocasiones decidimos ir a la casa de San José del Molino, en Tartareu, como lugar extraordinario para realizar las colonias. Esta casa era un antiguo molino de harina, situado en un valle regado por el río Farfaña, en la comarca de la Noguera, Lleida. Es un lugar poblado de robles y encinas, entre montes y campos de almendros, olivos y cereal. Un paisaje típicamente mediterráneo, de clima seco y soleado, con temperaturas extremas: muy calurosas en verano, aunque por las noches la temperatura desciende hasta la mitad. Este contraste sorprende; la noche es fresca, pero una vez sale el sol, el valle queda iluminado y se respira un aire limpio y fragante, que llena de bienestar y paz.

En el trayecto desde Barcelona a la Noguera, antes de llegar a esta casa, siempre me gustaba pasar por el santuario del Santo Cristo de Balaguer. Anexo hay un convento de religiosas clarisas que se ocupan del santuario. Ante el edificio se extiende un gran patio desde donde se puede divisar todo Balaguer, con el río Segre que divide la ciudad entre el casco antiguo y la zona nueva, que desborda sus límites hacia la llanura. En la parte alta, alrededor del santuario, está el Secano, donde viven grupos de familias muy modestas.

El interior del santuario es amplio y luminoso, muy sencillo tras las últimas restauraciones. Al fondo está el altar mayor y por encima el camarín, donde se levanta la figura del Santo Cristo. Muchas personas acuden a rezar y a venerarlo.

Siempre que visito el santuario me gusta subir hasta el camarín y pasar un rato tranquilo, rezando. Observo la figura, estilizada y dramática, con su cabello natural cayendo sobre el rostro contraído de dolor. Sus rasgos expresan un padecimiento extremo que conmueve al que lo observa. El hombre Dios colgado en la cruz, golpeado, desfigurado, dolorido, no deja indiferente a nadie. Mirándolo, pienso cuánto amor expresa este sufrimiento sin límites, y hasta qué punto se entregó Jesús por rescatar al hombre de su miseria y devolverle la dignidad de hijo de Dios. Una entrega hasta el martirio.

Siendo monitor de niños y jóvenes, tenía unas profundas ansias de seguir a Jesús, hasta el pie de la cruz, si fuera necesario. El Santo Cristo de Balaguer era para mí un tratado de teología en imagen. No sabía qué me deparaba el futuro, pero ante aquella cruz, abrazaba su sufrimiento y tenía muy claro que lo amaba con toda mi alma y estaba dispuesto a lo que fuera. Aquella cruz era una llamada al realismo vocacional: era consciente de que mi camino no sería fácil y tendría que hacerlo mío con todas las consecuencias de mi sí a él.

Allí, delante de una cruz, empezaba mi singladura. Sabía que el martirio forma parte del guion vocacional; la cruz está ligada al sacerdocio y la rotundidad de un sí puede llevar a unirte al martirio de Cristo. Después de casi cuarenta años, puedo decir que ha habido varias cruces por las que he pasado en mi lucha por mantenerme firme. A veces la incomprensión de tanta gente es lo que más te hace sufrir. Pero, ante aquel Cristo crucificado, que me daba aliento y fuerza, sabía que nada me apartaría de su amor. Asumiría todas las tribulaciones: el mundo es un combate, pero la fuerza te convierte en un guerrero. Con la confianza de que él te sostiene en esa lucha.

Estos días también he recordado, con emoción, la primera misa que celebré, hace treinta y cinco años, en el santuario a los pies del Santo Cristo. Recuerdo que le dije: «Hoy llego a ti como sacerdote, celebrando en tu altar. Soy uno de los tuyos. Después de doce largos años de formación intensa, pero necesaria, para consagrarme, tú, desde lo alto del camino, con tu rostro ladeado, me miras. Mi corazón vibra: estoy preparado para unirme a ti en la cruz. Y tú te das a mí, tu cuerpo en mis manos, convertido en sacramento, para que otros te puedan comer».

Fue una misa suave, llena de gratitud. Mis jóvenes manos sostuvieron a Cristo, y lo elevaron mientras daba las gracias y después lo depositaba en el sagrario, su casa, el cielo aquí en la tierra. En mi ordenación sacerdotal me habían dado la llave de esta casa, la nueva arca de la alianza.

40 años han pasado, y nunca dejo de subir al santuario del Santo Cristo. Con el peso de tanta responsabilidad pastoral, sigo yendo cada año a Balaguer para ofrecerle todo mi curso pastoral. Ante él, rezo pidiendo acierto, lucidez, fidelidad, coraje y paciencia para seguir en la brecha, trabajando para él. Y también serenidad para afrontar los momentos convulsos.

La gracia de Dios quiso que mi ordenación diaconal fuera un 9 de noviembre, el día de la festividad del Santo Cristo de Balaguer. La celebré en la parroquia de San Isidoro, de Barcelona, donde entonces ayudaba al rector en la pastoral de jóvenes. Allí, un año más tarde, me ordené.

También la Providencia quiso que uno de mis formadores, el sacerdote que originó mi vocación, estuviera vinculado al Santo Cristo de Balaguer. Allí hizo él su primera comunión, y allí celebró su primera misa. Siempre tuvo una especial devoción a este santuario. De alguna manera, este Cristo ha ido marcando nuestro camino, en una sucesión de fechas que no son casualidad, sino señales luminosas de un guion trazado por Dios en el paso del tiempo.

Una imagen encontrada

Son muy numerosas las llamadas vírgenes encontradas, y entre ellas se cuentan algunas devociones célebres, como la de Guadalupe o la de Montserrat. Quizás no sean tan frecuentes los cristos encontrados, pero este es el caso del Santo Cristo de Balaguer.

La leyenda cuenta que la imagen fue tallada por Nicodemo, discípulo de Jesús, y que de manera milagrosa se desplazó por el mar, remontando las aguas del río Segre hasta llegar a Balaguer, donde la encontraron los vecinos de la ciudad. La imagen flotaba en el agua y no se dejó recoger por nadie hasta que llegaron las hermanas clarisas del convento de Almatá. Cuando la abadesa bajó al río, la imagen del Santo Cristo se dejó abrazar y la religiosa pudo sacarla del agua. Ante esta señal, las autoridades y el clero de la ciudad decidieron que el convento era el lugar donde debía alojarse el Cristo, y así fue. Desde entonces, la imagen ha sido venerada por muchos, y visitada por viajeros anónimos e ilustres de todos los tiempos. Su traslado al camarín donde se encuentra fue autorizado y presidido nada menos que por el rey Felipe IV, en compañía de los notables de la ciudad y del conde duque de Olivares, tal como recoge un documento conservado en el archivo del convento.

Se dice también que el Santo Cristo de Balaguer escucha todas las peticiones, y que ha obrado muchos milagros y curaciones en su nombre. Sea verdad o leyenda, el gran milagro se está produciendo cada día. La presencia de Cristo entre nosotros se hace patente en cada eucaristía. Y las imágenes, como esta del Santo Cristo de Balaguer, nos recuerdan siempre su amor inmenso por todos nosotros.

domingo, 18 de julio de 2021

Querer es poder


Cuántas veces hemos escuchado esta frase: «si tú quieres, puedes». Expertos en psicología empresarial la utilizan como parte de su discurso, orientado a ensanchar las posibilidades de un trabajador, estimulándolo para que alcance sus objetivos con tenacidad. Estos planteos, venidos de América, han inundado nuestra cultura empresarial. Es tan importante ampliar la formación como dotarse de herramientas con el fin de aumentar la calidad en el trabajo.

No cabe duda que la psicología humanista está permeando toda nuestra cultura y relaciones humanas. La actitud positiva ante el mundo ayuda mucho a sacar lo mejor de uno mismo. Diferentes corrientes psicológicas y filosóficas inciden en este aspecto: descubrir el potencial que tiene dentro el ser humano, con dinámicas y terapias que ayudan a tomar consciencia de todo el arsenal que hay en su corazón para crecer y dejar salir la mejor versión de sí mismo.

Quisiera añadir unos matices para completar este discurso.

Más que la voluntad

Cuando decimos «querer», ¿a qué nos referimos? Querer tiene que ver con la voluntad, es decir, estar dispuesto a asumir aquello que deseas para lograrlo. Si decimos que el querer depende de la voluntad, nos referimos a un valor fundamental de la filosofía escolástica. Voluntad es esfuerzo, tener claro lo que se quiere, autoexigencia y dominio de sí. Forma parte de un discurso y de una cosmovisión de la realidad que define los valores propios. Pero al «querer» hay que añadirle algo más que esfuerzo y voluntad por alcanzar una meta. Considero crucial introducir este elemento, que tiene que ver con la consecución. Se podría añadir o reformular la frase: «si amas, puedes». Querer y amar pueden ser sinónimos, pero en este caso hay una diferencia. Si a la voluntad y al esfuerzo le ponemos amor; si abrazamos aquello que deseamos con todas las fuerzas, no cabe duda de que será más fácil conseguirlo. Cuando el amor entra en juego, nada se nos resiste y la meta se puede hacer realidad.

Poder para qué

Si analizamos la otra parte de la frase, «es poder», es evidente que se refiere a la consecución de lo que deseas. Se dice que «todo lo que tú desees, lo puedes conseguir». ¿Es realmente así? ¿No suena a pensamiento mágico? Ciertas corrientes seudo-psicológicas se sustentan en esta creencia y muchas personas la siguen, aunque no alcancen sus objetivos y vivan en una permanente frustración.

Cuando en el «sí, quiero», se introduce un elemento de poder, hay que estar al tanto, porque no todo lo que se puede hacer es correcto. Hay unos límites éticos. Quizás habría que hacer una depuración de intenciones. ¿Qué queremos, en el fondo? ¿Es realmente bueno conseguir lo que nos estamos proponiendo?

Alcanzar la meta y quedarse ahí es insuficiente. Cuando al poder se le da una apertura más allá de uno mismo, y en ese logro se construye algo más que los propios sueños, algo que beneficie a otras personas, entonces el esfuerzo ha valido realmente la pena. Será entonces cuando el poder que nos ha hecho alcanzar la meta estimule a otros a ensanchar sus horizontes. Culminar aquello que uno desea, desde la humildad y el servicio, convierte nuestras acciones en un poder que se transforma en vocación, en un estilo de vida que construye vínculos, lazos y proyectos. Podríamos pasar del «querer es poder» a otra frase: «amar es dar vida». Es decir, cuando amas lo que deseas, generas un torrente de vida alrededor. Hacer que todos tengan metas, propósitos, esto es empoderar a las personas para que vibren y abracen con intensidad su existencia y la de los demás.

Sólo así los sueños dejarán de tener fronteras, porque serán sueños desde el realismo de lo que eres y lo que no.

No podemos volar, pero sí hacer volar nuestra creatividad. Aunque sólo podamos caminar o correr, dentro de ese límite hay un universo infinito, que es nuestra alma. El ser humano tiene la capacidad de viajar más allá de su propia galaxia personal y darse cuenta del enorme potencial que tiene, ya no sólo humano, sino espiritual, desconocido para muchos.

La fuerza interior que emana de nuestra alma, es decir, el poder que nos da Dios, nos catapultará hacia esa última meta que todos deseamos en el fondo: llegar a ser uno con Aquel que ha hecho posible nuestra existencia.

domingo, 11 de julio de 2021

Maestra de la sencillez


Sí, así era Juanita, una mujer sabia que supo lidiar con la viudez y con una enfermedad oncológica que le llevó a plantearse toda su vida. Mujer de aspecto sencillo, con ojos muy vivos, tuvo que iniciar una nueva etapa cuando, enferma y desahuciada, se retiró a un pueblecito cerca de Barcelona, en el campo, para pasar sus últimos días. Tenía cuarenta y dos años y le habían dado pocas semanas de vida.

Pero allí, lejos de todos y de todo, en contacto con la naturaleza, como una ermitaña, empezó su curación. Un día cayó en sus manos un libro de salud natural. Los tratamientos farmacológicos no le habían servido y veía su muerte inminente, de manera que no perdía nada si probaba a seguir las indicaciones de aquel libro. Cambió de dieta, ordenó sus horarios, caminó por el campo, respiró hondo y comenzó a encontrarse bien, consigo misma y con su cuerpo. De manera rápida y sorprendente, al cabo de un mes regresó del campo y volvió a su casa enteramente sana y pletórica de energía. Ya no necesitaba más una mujer que le hiciera la limpieza, y se incorporó a su trabajo, junto con su marido, llevando un bar. Cuando volvió a ver a sus médicos fue para despedirse. No tenía rastro de enfermedad. La paciente que habían dado por perdida estaba sana.

Su tenacidad y su fuerza de voluntad la llevaron a vencer el cáncer. El tiempo que pasó en el campo fue crucial para dar un reenfoque a su vida. Desde entonces, el cuidado de la salud fue primordial para ella. De enferma pasó a ser una amante de la vida. Las personas que la conocían comenzaron a preguntarle, y así es como Juanita, sin pretenderlo, se convirtió en una gran consejera para muchos. Carecía de títulos académicos y formación médica, pero se instruyó cuanto pudo en aquello que le preocupaba, y el mejor aval fue su propia vida: Juanita vivía lo que predicaba, y era un ejemplo de persona sana y equilibrada. Ella insistía en la importancia de armonizar cuerpo, mente y alma. Aconsejaba desde la sencillez y desde su propia experiencia a quienes le pedían ayuda. Mantenía sus principios, muy sólidos y exigentes en su planteo de medicina natural, pero al mismo tiempo era delicada y atenta con los demás: sabía animar, estimular y acompañar a las personas que le pedían consejo.

Su deseo de estar bien y ser útil, sin causar molestias a nadie, fue el motor de su voluntad y lo que le permitió mantener sus hábitos sanos hasta edad muy avanzada. Se convirtió en una anciana sabia, que supo sacar de la enfermedad la gran lección de su vida.

Vivía de forma muy sobria, cuidando su alimentación y sus emociones, y con un propósito vital que había descubierto tras su enfermedad: ayudar y cuidar a los demás. En su longeva vida contribuyó a mejorar la salud de muchas personas.

Cuando sufrí mi lesión ocular me ayudó mucho con sus pautas dietéticas. Yo había sufrido una hemorragia en la retina a causa de la hipertensión y el colesterol elevado. Ella, con delicada exigencia, me dio una serie de consejos y recomendaciones y así logramos mejorar sustancialmente mi patología ocular y, de paso, mi salud en general. Fue asombroso lo que llegué a mejorar, y hasta mi oftalmólogo, hoy, se sorprende de la evolución que he tenido.

Juanita se convirtió en mi consejera durante el proceso de recuperación de mis ojos. Le estaré eternamente agradecido por su dedicación e interés. Sin dejar las visitas a los facultativos y los tratamientos a los que me he sometido, su intervención fue el complemento más eficaz a la terapia.

Falleció el 7 de julio a las 12 del mediodía. Tenía 92 años, le habían dado cinco semanas de vida y sobrevivió cincuenta años más. Cuando su hijo Jordi me lo comunicó, me entristeció saberlo, pues para mí ha sido una auténtica perla que se cruzó en mi camino.

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Juanita cautivaba por su sencillez y discreción. Mujer menuda y ágil, con su mirada despierta traslucía el tesoro que llevaba en su interior. Siendo una mujer muy humilde, acumuló gran sabiduría y la supo compartir. Para mí, era la gran doctora de lo pequeño. Su lenguaje amable ya era terapéutico en sí. Cuando la conocí no me dejó indiferente. En seguida conectamos, y creció un profundo aprecio entre nosotros. Tras quedar viuda, vivió sola muchos años; sabía estar con gente y en soledad. Todo cuanto tuviera relación con la salud le interesaba. No imponía sus conocimientos a nadie, pero sí los ofrecía, porque conocía la importancia de cuidarse. Tenía una frase que repetía a menudo, uno de sus principios: la sangre ha de estar siempre limpia y oxigenada, porque es la clave de la salud. Daba mucha importancia al sistema vascular y al buen estado de venas, arterias y capilares, pues por ellos corre el fluido vital que alimenta todas las células del organismo. Una sangre limpia de grasas y de toxinas es crucial para la salud. La sangre contaminada genera mucha inflamación en el cuerpo, produciendo enfermedades crónicas. Y ¿qué contamina la sangre? Sobre todo, una mala alimentación, causa y origen de muchos problemas de autoinmunidad y deterioro.

Autodidacta, devoraba libros sobre salud y medicina natural, y tuvo muchos amigos médicos y terapeutas. Su experiencia vital y su formación la convirtieron en una referente para muchas personas de su entorno. Tiene en su haber la recuperación de la salud de unas cuantas. Yo soy testigo y prueba de esta verdad. En un momento decisivo de mi vida, en que me jugaba la salud de mis ojos, ella fue clave en mi recuperación.

Otra cosa que solía comentar es que en cada uno de nosotros hay un médico, y que la curación se tiene que dar en complicidad entre pacientes y médicos. Si se da esta complicidad, la gente podrá mejorar mucho. Acoger puede ser más potente que un fármaco o una terapia. La dimensión anímica juega un papel fundamental, que trasciende lo puramente químico como tratamiento exclusivo.

Para ella, la buena alimentación, la buena higiene y unas buenas relaciones sociales eran los pilares de la salud.

Hay un ejército de gente sencilla que sabe mejorar el mundo y que, aparte de la clase médica con sus avances científicos, puede aportar una experiencia profundamente sanadora.

Tu salud está en ti, decía ella. Eres el dueño de tu vida. Lo que tú decidas es fundamental. El médico puede ser un gran aliado, pero la elección está en tus manos. Tú eliges vivir o morir.

Son frases hermosas que tengo muy presentes. Juanita me recuerda que una persona coherente y despierta puede hacer más que un médico apalancado que sólo busca su ganancia.

Vivir es el gran don que tenemos que cuidar, si queremos que nuestra vida tenga sentido.

Gracias, Juanita, por tus torrentes de sabiduría. Desde la sencillez de tu corazón, ¡cuánto bien hiciste a tantos!