domingo, 7 de noviembre de 2021

La droga de la ilusión


Quien cultiva su tierra se hartará de pan; q
uien persigue quimeras se hartará de miseria.

Proverbios 28, 19.

En el argot popular se utiliza mucho esta frase: «De ilusión también se vive». Querría profundizar sobre el alcance y el significado real de este dicho, que puede revelar algo muy profundo a nivel psicológico. Si se considera que la ilusión es algo que queremos alcanzar, quizás no sea la palabra adecuada. Debemos ser rigurosos en el uso y sentido del vocabulario.

Si una ilusión se queda en eso, vivir pendiente de ella no ayuda a madurar como personas. La palabra ilusión es bonita como expresión, pero nos aleja del mundo real. La ilusión puede ser algo volátil, indefinido, que nos hace vivir flotando en una realidad que nunca llega, pero que nos da correa para ir tirando. Conozco a gente que hace mucho tiempo que espera que suceda algo que desea, pero que dramáticamente nunca llega.

La ilusión es líquida, aún más, es gaseosa. Crea la necesidad de fabular, porque no resiste la evidencia de la realidad. El que vive de ilusiones es incapaz de aceptarla y se aleja cada vez más de su situación real hasta llegar, en ocasiones, a rayar la indigencia, porque después de mucho tiempo, sigue esperando lo que, en el fondo, sabe que es inalcanzable. Es como vivir en uno de esos globos que van empujados por el viento, desplazándose por el cielo a merced de las ráfagas de aire. La persona ilusa se pierde en los vaivenes de las alturas que cada vez más la apartan de sí misma.

¿Supervivencia o huida?

Pero muchos necesitan de la ilusión permanente para seguir sobreviviendo, porque son incapaces de aceptar la realidad tal como es, con toda su crudeza. Prefieren vivir narcotizados, alimentándose de la fábula en su burbuja, antes que enfrentarse a los desafíos que hacen más soportable la incapacidad de aterrizar en el suelo de la realidad.

El concepto de ilusión se entiende en los niños y adolescentes. Muchas veces imaginan que están volando y su mente creativa los lleva a vivir fuera de la realidad. De momento, se puede aceptar, siempre que no genere algún tipo de patología psicológica. Imaginar forma parte de su crecimiento mental y emocional. Pero estos mismos sueños, en un adulto, son patológicos, con el riesgo que esto supone para ellos y para quienes les rodean.

Por supuesto, los adultos también tenemos sueños, y muchos de ellos son nobles y positivos. Pero si queremos hablar con propiedad, más que de «sueños» podríamos hablar de metas o desafíos. Estos sueños son alcanzables y requieren de una metodología y un plan de acción. No es este el caso que nos ocupa, porque a veces se confunde ilusión con sueño, y sueño con meta.

Para justificar la situación en que nos encontramos, a veces buscamos subterfugios para tapar el verdadero drama, y así, el volumen de creaciones mentales puede llegar a ser preocupante. Cuando se llega a cierto punto, será necesario el apoyo de un terapeuta.

Yo me pregunto por qué esta situación se da en muchas personas. Quisiera ahondar y preguntarme qué las lleva a pasar tantos años manteniendo una ilusión que el paso del tiempo y los hechos revelan como algo no factible. Aquello que esperan nunca acaba de suceder. ¿Qué esperan con tanto ahínco? Como huyen de su presente, acaban padeciendo carencias materiales, económicas, sociales y afectivas. El momento anhelado no llega y se sienten solas y vacías. Los demás no las entienden. Cuando alguien quiere desengañarlas, insisten en su esperanza. ¿Qué les falta, que no son capaces de mantener la sobriedad y necesitan embriagarse de ilusiones?

Un pasado no resuelto

Estas ilusiones crean adicción y generan enormes secuelas, que afectarán a sus relaciones con los demás. Tanto, que incluso llegarán a presionar a quienes están a su alrededor para forzar, como sea, que su ilusión se haga realidad. Nunca lo consiguen.

Lo que la mente desea y la imaginación crea les impide pasar la frontera entre la realidad y la ficción. Invierten un enorme esfuerzo para volver siempre al mismo sitio. Si en algún momento despiertan o se disipan las ilusiones caen en un vértigo espantoso, un miedo a enfrentarse a la realidad. Para ellas, las ilusiones son como el oxígeno que las mantiene en pie. Su mente sigue volando, pero su psique y su salud se van deteriorando, al igual que su capacidad para relacionarse de manera armoniosa con los demás. Lentamente, el agujero se va haciendo más grande hasta que sucede lo peor: caen en la indigencia no sólo material, sino existencial.

Vagan por estos mundos perdidos en el anonimato. Prefieren seguir enchufados a la droga de las ilusiones, aunque esto suponga una lenta muerte social. Es trágico ver a personas que llegan a este punto. Están faltas de lo esencial en su vida: amor, afecto, un verdadero propósito. Quizás de niños no recibieron todo el cariño y cuidado que necesitaban, de jóvenes no tuvieron referentes ni valores sólidos y de adultos les faltó un propósito vital firme. ¿Qué pasó? Hoy, ya maduros y a veces de edad avanzada, quieren seguir jugando con un cometa lanzado al cielo.