domingo, 17 de septiembre de 2023

Jugando bajo los naranjos

Hace unos días, caminando por el barrio, observé una escena preciosa y entrañable: un niño y su abuelo jugaban correteando en un parque, bajo los naranjos. El anciano reía, saltaba y se movía como su nieto; parecía otro niño, tanto que algunos transeúntes que pasaban por allí se quedaban extrañados viendo su conducta tan infantil.

Pero yo descubrí entre ambos una complicidad intensa, más allá de las palabras.  Conectaban tanto que no importaba lo que pudieran pensar los demás. Los ojos del niño brillaban, parecía una gacela saltando con agilidad; el abuelo lo imitaba, y para mí era un deleite ver a ese niño grande, disfrutando de la experiencia lúdica.

Pensé entonces que entre nietos y abuelos a veces se produce una sintonía muy especial, una relación bonita y diferente de la que se da con los padres.  Aquella escena me pareció conmovedora: la diferencia de edad entre ellos quizás era de unos 75 años. Sólo se puede llegar a este grado de conexión si el anciano se vuelve como otro niño, y lo hace porque los vínculos son necesarios y la dimensión lúdica es fundamental en la relación con los niños. Para crecer necesitan un espacio de ternura y amor, y también de juego, que pondrá las bases de una buena educación para alcanzar su madurez emocional y psicológica.

El esfuerzo del abuelo por adaptarse al niño y correr con él, con sus gestos, con sus movimientos, y con una alegría desbordante, es la mejor enseñanza. Ese niño, cuando sea adulto, sabrá dedicar tiempo a sus hijos y a sus nietos, aprenderá a jugar con ellos echando mano de su creatividad y su cariño.

Me detuve a mirarlos, profundamente emocionado, y me di cuenta de que los niños necesitan sentirse queridos, necesitan sentir afecto. No sólo que se les diga «te quiero», sino que se les manifieste en gestos reales: jugar y pasar tiempo con ellos les demuestra que realmente ocupan un lugar en el corazón de sus padres y abuelos. Es cierto que esto requiere una gran dosis de paciencia, tiempo y un caudal de ternura enorme.

El substrato de valores que inculquen los padres a los hijos es decisivo para el futuro adulto. La educación debe encontrar el equilibrio entre exigencia y dulzura para estimular los talentos y mejorar la conducta. Una exigencia rigurosa, que acaba en beligerancia, puede generar rupturas y lejanía Educar con firmeza no significa ser duro. Pero también es verdad que la ternura no debe caer en la blandenguería y el sentimentalismo fofo. Esto podría convertir al niño en una persona frágil, incapaz de proyectarse y afrontar los desafíos de la vida. Es un desafío para los padres.

Educar jugando

La educación debe sumar lo lúdico, lo ético y lo intelectual: estudio, juego y moral. Viendo a aquel anciano jugando con su nieto me di cuenta de que él seguía teniendo corazón de niño. ¡Qué importante es no perder la frescura, la mirada limpia, abierta a la belleza, a la sorpresa, al aprendizaje! Nunca deberíamos perder la capacidad lúdica.

Recordar nuestra infancia nos ayudará a conectar con ese niño que vive todavía dentro de nosotros, y que la sociedad, a veces muy farisaica,  entierra bajo el peso de una cultura contradictoria en sus valores.

Cuando uno va envejeciendo se pierde la elasticidad de la piel, también del alma. Para muchos, las experiencias sufridas los han marcado tanto que ni siquiera se acuerdan de sonreír, viven siempre de mal humor o se quedan con la parte amarga y negativa de su vida. Otros se aferran a una moralidad rígida que ha anestesiado al niño que balbucea en su corazón.

Lo que vi en esa tarde de septiembre me hizo pensar que reconciliarse con el niño interior es una forma de recuperar la libertad que nos hace enamorarnos del mundo y de la vida. El qué dirán y lo «políticamente correcto» son formas de autolimitarnos y cortarnos las alas. Una sociedad tan pendiente de caer bien y de la aprobación ajena puede llegar a esterilizar el potencial creativo de muchos genios.  Todos deben encajar en ciertos esquemas y los que no, son rechazados.

Esa tarde, viendo jugar al abuelo y al niño como dos cachorritos, me di cuenta de que aquel momento para ellos lo era todo. Los seres humanos alcanzamos nuestra máxima expresión como homo ludicus. Ojalá no olvidemos nunca que fuimos niños y que nuestros abuelos nos cogieron de la mano y nos ayudaron a subir las montañas de nuestra existencia. Ellos son parte de lo que ahora somos.

domingo, 3 de septiembre de 2023

Viaje ¿hacia dónde?

El drama del Alzheimer

He tenido la ocasión de conocer muy de cerca a personas que sufren esta enfermedad. La verdad es que me quedo sobrecogido y profundamente impactado. Es una patología neurológica que hace reflexionar mucho, porque ves el grado de deterioro que va alejando a la persona cada vez más de su entorno y de la realidad. Lentamente, la conciencia del yo se va deslizando hasta caer en un limbo, desconectando de los demás. Conocer en profundidad algunos casos suscita grandes cuestiones; no todas llegan a obtener respuesta.

Esta enfermedad genera una gran inquietud interna y mucho sufrimiento a los cuidadores, sin que sea consciente de ello el que la padece. Es como si se levantara un muro entre el cuidador y el «paciente». La incomunicación pesa y dificulta la relación entre ambos.

En algunos casos, incluso puede darse violencia del enfermo hacia el cuidador, llevándolo a situaciones límite de gran estrés emocional. El cuidador se siente impotente y necesitará consultar a profesionales que le ayuden a gestionar esta difícil situación. Manejar la dependencia de un ser querido es una auténtica gesta marcada por altibajos que van debilitando psíquicamente al cuidador. Los vínculos afectivos y emocionales se van empobreciendo; el enfermo es incapaz de mantener una relación equilibrada y armónica. No responde ante los estímulos. Poco a poco, en función de la gravedad de la dolencia y del tiempo que pasa, se irá dando una desconexión total.

El mundo, las relaciones, todo desaparece de su mente. Vive en un vacío, en una laguna neuronal. Se ha apeado de la realidad. Su cuerpo está aquí, ahora. ¿Dónde ha ido a parar su mente?

Cuánta heroicidad hay en muchas personas que lo viven en su familia. De una historia amorosa inicial han pasado a la ausencia de aquel que fue parte de su proyecto vital. El que padece la enfermedad no sabe a quién tiene delante, pero el que lo cuida, marido o mujer, hijo o hija, sabe bien qué lazos los unen, por eso hace lo que puede para seguir mostrándole cariño como respuesta al amor recibido.

Es entonces cuando el amor está tan maduro que ya no espera respuesta afectiva del otro, incapaz de establecer una relación consciente. Es una auténtica gesta de amor incondicional, de un valor extraordinario.

Aprender a cuidarse desde el inicio de la relación es fundamental. Si dos cónyuges se acostumbran a tener cuidado el uno del otro, desde jóvenes, cuando llegue la enfermedad ya no se convertirá en una carga tan pesada.  

Origen y prevención

No dejo de preguntarme dónde puede estar el origen del Alzheimer y qué se puede hacer para evitar esta enfermedad. ¿Se puede prevenir, en la medida de lo posible? Algunos neurólogos sostienen que tiene un origen genético y familiar; por tanto, es muy difícil de evitar. Pero las investigaciones más recientes revelan que, aunque haya una tendencia familiar, se podría evitar o minimizar si se tomaran decisiones adecuadas en cuanto a hábitos de vida y alimentación. Es importante, también, hacer ejercicio físico y mantener unas relaciones sanas con los demás, implicándose en un proyecto vital que nos ayude a crecer como personas. Todo esto son factores que pueden incidir en una mejora de la actividad neuronal. Además de una buena dieta, se puede tomar una adecuada suplementación que ayude a mantener sano el sistema vascular cerebral, así como las conexiones entre neuronas.

Otros médicos e investigadores opinan que el impacto de ciertas experiencias, sobre todo durante la infancia y la adolescencia, producen bloqueos muy potentes que causan un trauma psíquico y emocional. Con el tiempo, este impacto puede afectar la actividad neuronal. Evidentemente, el efecto no será inmediato, sino que aparecerá mucho más tarde. Una persona que desde niño no ha podido asumir ciertas vivencias negativas, sobre todo durante su desarrollo, puede manifestar diferentes patologías, una de ellas el Alzheimer.

Otra explicación puede ser el constante estrés al que estamos sometidos: preocupaciones, tensión en casa, fracasos, pérdida de empoderamiento, depresiones, todo esto puede ser causa de un shock existencial. El ADN de nuestras células recibe el impacto y puede producir enfermedades a largo plazo.

A los cuidadores

Con este escrito quiero reconocer al enorme ejército de personas buenas, entregadas y generosas, que desde la discreción de su hogar están humanizando la sociedad. Un enfermo de Alzheimer puede perder la consciencia, pero no su identidad. Hasta el último momento, un ser humano es algo más que materia gris: es un alma creada que, aunque se halle perdida en esta estación de la vida, no corre hacia la nada. Su destino no es el vacío. No sabemos qué ocurre en su mente, pero sí sabemos que la meta final será un reencuentro con Aquel que inició su proyecto de vida. El materialismo científico no agota la realidad misteriosa que envuelve al ser humano.

En última instancia, para mí Dios nos entrega una nueva experiencia. El alma es una energía que nunca se agota.

Animo a todos aquellos que estáis volcados en esta dura y hermosa labor a que intentéis hacer un cielo en medio de este combate. Ellos se lo merecen por todo lo que os han dado.

domingo, 30 de julio de 2023

Cabalgar sobre la mentira

La mentira como defensa

Ante la complejidad del ser humano y su entorno, la mentira aparece como un mecanismo inconsciente de defensa o huida. Mirarnos en el espejo de la verdad nos da pánico, porque descubrimos en ella lo que realmente somos: personas contradictorias, ambiguas y llenas de fragilidades. Tememos la verdad porque nos sentimos desnudos e inseguros. Aunque aparentemos seguridad y coherencia, nos da miedo ser descubiertos tal y como somos.

De aquí vienen ciertos comportamientos que muchas veces no podemos controlar. Entre la realidad que queremos esconder y lo que mostramos, nuestra personalidad se va fragmentando de tal manera que a veces no llegamos a distinguir la verdad de la mentira. La frontera entre ficción y realidad se diluye y mentir llega a hacerse tan natural que uno acaba perdiendo el control. Es entonces cuando los demás se percatan y las mentiras se hacen más visibles.

Una enfermedad del alma

El mitómano es aquel que ha convertido la mentira en el eje de su vida, llegando a la patología. Vive fuera de la realidad y de la verdad, dos conceptos que, desde un punto de vista moral, sustentan la integridad de la persona.

¿Qué razones psicológicas hay detrás de alguien que constantemente está mintiendo? Tal vez le ha faltado una educación moral que le ayudara a distinguir lo falso de lo verdadero. Quizás sea una tendencia a mentir por miedo a recibir reprimendas o castigos en su infancia; una excesiva severidad de los padres o simplemente la fragilidad de un niño temeroso. Lo cierto es que, si un niño aprende a mentir, de joven y de adulto lo seguirá haciendo.

La mentira genera adicción. El adulto que ha integrado el hábito de mentir inevitablemente va a provocar conflictos en su entorno y en las relaciones humanas que entable. Cuando las mentiras son tan evidentes que sus interlocutores se dan cuenta, surgirá la desconfianza, incluso entre las personas que más quiere. Y es que el mentiroso compulsivo arroja dudas sobre sí mismo.

La pregunta más aguda que me surge es: ¿qué está intentando tapar de su realidad? ¿Qué aspecto de su vida quiere ocultar? ¿Por qué necesita mentir tanto? ¿Es la ficción un muro para no mostrar su verdadera personalidad?

Resolver esta situación necesita de una acción terapéutica que ponga a la persona cara a cara con su realidad. Por muy pobre y mísera que se sienta, moralmente hablando, siempre será mejor la verdad que una mentira que la va destruyendo por dentro. Cabalgar sobre ella es lanzarse hacia el abismo. Se irá vaciando hasta llegar a somatizar el problema con dolencias físicas. Huir de la verdad es vivir en constante tensión, porque la naturaleza humana tiene una brújula interior que señala siempre la verdad como valor instintivo. Cuando uno va en dirección contraria a su GPS interno, que señala la vía de la bondad, la belleza y la verdad, se dirige hacia la maldad, la fealdad y la mentira. Es un camino destructivo que rompe por dentro ocasionando problemas de identidad y una crisis moral.

La verdad es liberación

La verdad actúa como un foco que ilumina la existencia. La mentira es un agujero negro que fagotiza a la persona quitándole el don más valioso: la libertad.

La verdad os hará libres, dice Jesús. La verdad nos permite encontrarnos a nosotros mismos y reconciliarnos con nuestro ser. Aceptando nuestra realidad podemos mejorar. La verdad, por dura que sea, es el primer paso hacia la sanación interior. Y es el camino que nos llevará a la auténtica felicidad.

domingo, 23 de julio de 2023

Saborear el silencio

Después de un año de intenso trabajo aprovecho el tiempo estival para sumergirme hasta las entrañas del silencio. Durante el curso, hago lo que puedo para buscar momentos de paz en medio del trasiego. La verdad es que sabe a poco, pero ese poco es necesario para mantener el rumbo de la misión. El frenesí nos puede robar esos instantes cruciales, que son verdadero rocío en la lucha y el acelerado trajín cotidiano. Sin este parón diario, aunque corto, perderíamos el eje central de lo que hacemos y somos. El silencio es importante para mantenernos firmes en las convicciones y fieles en nuestra responsabilidad.

Pero constato que para fortalecer mis principios cada año es necesario pasar no unas horas, sino unos días de silencio. Ese espacio me permite ahondar en mi vocación más genuina y en aquello que define mi identidad y misión en el mundo. Por eso hago un esfuerzo en parar. En ese paréntesis, reviso, planeo y organizo todo lo que hago con el fin de mejorarlo, si cabe, ya que buscar la mejora continua forma parte del crecimiento humano y espiritual del hombre.

Sin este oasis interior el hombre se aparta de su propia naturaleza. Sin ese silencio que ayuda a orientar nuestra vida perdemos el norte y hasta nuestra identidad.

Nacidos para la vida interior

El silencio forma parte de nuestra realidad más primigenia. Somos y estamos concebidos para la interioridad: es decir, pasar un tiempo a solas, sin prisas, susurrando al corazón y meditando sobre los aspectos más vitales de nuestra existencia. Necesitamos, aunque no seamos conscientes de ello, estar a solas con Dios, que es principio y fin de nuestra realidad. Él, de manera misteriosa, nos envuelve, dando sentido a lo que somos.

Todos anhelamos pasar momentos de abandono en manos de Dios, y más aún en medio de una lucha sin tregua en el mundo. Respirar al unísono con Dios, de manera sosegada, es la clave para encontrar la paz y la fuerza que nos mantendrá de pie en el combate diario. Ahondar en el misterio del hombre y su creador forma parte de esa búsqueda que, de manera innata, nos empuja a encontrar razones para vivir. Y las encontramos en nuestra misión.

Todos estamos llamados a adentrarnos en nuestro bosque interior y respirar la brisa del silencio antes de emprender el camino hacia la cumbre de la vida, donde nos dejaremos cubrir por el abrazo de un Dios Padre que ha hecho posible nuestra existencia con el fin de que seamos felices. Seremos capaces de alcanzar esta felicidad si nos remitimos a Aquel que es su fuente, cuando se dé una profunda e intensa comunión con él.

El silencio terapéutico

Estos días he tenido la oportunidad de ir a un lugar en plena naturaleza. He vuelto a sentirme en medio del silencio, sin hacer nada, sólo caminar atento a las maravillas del entorno, un derroche constante de belleza. Sólo estar y rezar. Rezar y estar para escuchar el sonido del silencio. Allí, envuelto de tanta belleza, me doy cuenta de que, además de la contaminación ambiental, existe otro tipo de contaminación: la acústica. Desde el silencio y la soledad descubro que el ruido forma parte de uno mismo, e incluso nos acostumbramos. Pero el exceso de ruido no es propio de la naturaleza humana. En una sociedad donde ciertos trabajos o actividades generan ruidos estridentes, soy consciente de que muchas veces no se pueden evitar, pero este machaqueo constante puede generar patologías físicas y neurológicas, pues impide un buen descanso. Descansar forma parte de nuestra salud y el ruido urbano, desde el tránsito hasta ciertas músicas, golpea nuestra psique.  

Pero hay otro tipo de ruidos, los ruidos que yo llamaría emocionales, esos que salen de nuestro interior. Estos ruidos paralizan y nos quitan vitalidad y fuerza. Por eso, más allá del valor espiritual, el silencio es un recurso terapéutico para no perderse en el laberinto de las emociones y paradojas humanas. Adquirir este hábito es prevenir una vida vacía, donde la gente deambula sin metas.

En medio de la Creación

Estos días, en un valle bañado por un pequeño río, he disfrutado, no haciendo cosas, sino dejándome llevar por mi viento interior, acariciado por esa misteriosa presencia que me acompaña con los primeros rayos de sol cuando despunta en el horizonte. He disfrutado de sonidos que no molestan: el viento y el cantar del agua; los pájaros al amanecer, que trinan revoloteando entre las copas de los árboles. Esto no es ruido, es música que alegra el oído y el corazón.  

Paseando en silencio me he sentido parte de la Creación y he descubierto una vez más mi indigencia ante Dios. Todo depende de él y veo su mano creadora cada mañana, tiñendo de matices diferentes cada amanecer.

Os invito, aunque sea a sorbitos, a que allí donde estéis, también en la ciudad, sintáis que vuestra persona puede convertirse en un pequeño monasterio, un jardín interior que también forma parte de esta hermosa creación de Dios. Él os ama y sólo desea que tengáis esta certeza. Será entonces cuando se produzca la fusión con su realidad trascendente, que tanto anhelamos y buscamos desde nuestra concepción.

Mañana, tarde, noche. En medio de una catarata de silencios enriquecida por una explosión de colores bellísimos, el hombre se encuentra a sí mismo.

* * *

Si os apetece escucharlo, podéis clicar este enlace de audio.

domingo, 9 de julio de 2023

La alegría de dar

El sol luce en sus ojos: es una mujer menudita y ágil, de sonrisa contagiosa. Tiene noventa años y se llama Rosa. Aunque su aspecto es frágil, la expresión de su cara revela una enorme vitalidad. Su mirada transmite vida y alegría.

Me deja pensativo. Una señora de esa edad, que ha pasado por situaciones complejas y difíciles, que seguramente pueden haber afectado a su salud, podría tener motivos suficientes para quejarse de la vida. Cuando las fuerzas van flaqueando o se sufre alguna enfermedad, casi todo el mundo decae y también se apaga la alegría. Pero ella, en esta mañana luminosa, está ahí, tirando de su carro, tan fresca como una flor con su mirada pilla y su sonrisa amable. Hablando con ella descubro, más allá de un carácter abierto y comunicativo, unos profundos valores humanos.

Le comento que la encuentro muy bien, como preguntándome el secreto de tanta vivacidad, y me contesta que para ella dar es una alegría. Va acompañada de una gran amiga, Ana, con la que suele pasear. Se conocen desde hace 50 años; todo empezó en la habitación de un hospital, donde Ana era enfermera y cuidadora de la madre de Rosa. Su atención y su trato hacia ella eran exquisitos. Desde entonces se fraguó una gran amistad, que ni el tiempo ni las dificultades han podido romper.

Dos ancianas viudas, cuidando una de la otra, acompañándose durante largo tiempo: un bello canto a la amistad. Las dos han sido capaces de luchar contra todo tipo de barreras y son un ejemplo de amor y de solidaridad.

Veo sus rostros arrugados, pero adivino en ellas dos almas jóvenes y tersas. El tiempo ha envejecido su piel, pero la frescura de su corazón pervive. Sonríen como las adolescentes que fueron, sólo que ahora, con la experiencia que tienen, saben mucho más. Han elegido el camino de la generosidad: dar y darse, desafiando el tiempo y manteniendo el vigor de la amistad.

Rosa es delgadita y de aspecto vivaz. Sabe cuidarse, lleva una dieta muy equilibrada, empezando el día con un buen batido de frutas. Prepara comida para sus nietos, regala platos cocinados por ella a familiares y vecinos. Dice que tiene la nevera llena... ¡para alimentar a otros! No le importa: vaciando su nevera llena su corazón.

En ella he encontrado un alma rebosante de belleza y fuerza amorosa. Salir a pasear y hablar con la gente me permite descubrir estas perlas en el corazón de las personas. ¡Cuánta gente buena hay que, desde su anonimato, sabe estar presente en la noche de quienes necesitan ayuda y calor! Ellas, que están en el otoño de la vida, llevan la primavera en su interior. Su presencia se convierte en un regalo, brisa para el alma y bálsamo dulce en el bregar cotidiano. La amistad es un néctar que baña estas historias desconocidas en medio de la gran ciudad. Encontrarme con ellas es beber un sorbo de humanidad y escuchar un canto de esperanza. A veces, en medio de la oscuridad, aparece un destello luminoso. Personas como Rosa y Ana son estrellas que iluminan el gélido firmamento de una sociedad que vive en la penumbra, alejada de la luz. A pesar de tantas tragedias, en el corazón humano hay mucha luz y un enorme caudal de bondad.

domingo, 7 de mayo de 2023

Mutismo, ¿defensa o prisión?

Aunque el ser humano desea tener unas relaciones armoniosas y plenas con los demás, en la realidad vemos que, a pesar de este anhelo, muchas personas quedan atrapadas en lo que se llaman relaciones tóxicas. Sin saber cómo, se encuentran metidas en situaciones complejas y difíciles que no saben manejar. Esto produce tensión, desconcierto e inseguridad.

En la vida humana se dan muchas veces cambios inesperados que hacen virar las relaciones. Se inicia un proceso de distanciamiento que quizás al principio no se percibe, pero poco a poco se va acentuando.

Estos cambios psicológicos se dan por alguna razón, primero en el nivel inconsciente y después en el consciente. Hay algo que no se puede controlar y tampoco se manifiesta. De ahí los periodos intermitentes de mutismo acompañado de una fuerte gestualidad que revela que se está cociendo algo serio.

El silencio se puede mantener durante un tiempo hasta que, de pronto, la persona estalla, ya no puede contener más el nudo emocional y se expresa con violencia.

Esto suele suceder cuando la realidad no encaja con sus ideas y visión del mundo. Se resiste a aceptar lo que ve a su alrededor. Lo que ve, oye y percibe se sale de sus esquemas mentales y no concibe que el otro piense y actúe de forma diferente.

Su discurso se aleja del mundo real y puede apelar a valores religiosos y morales que forman parte de su bagaje: su formación, su visión de las cosas, su perspectiva unilateral. Esto puede llevarle a un bloqueo con los demás y a una actitud pugilista en defensa de lo que sabe o cree, a veces con tal vehemencia que puede limitar o cortar su conexión con los demás.

Desde esta perspectiva, y con la pretensión de poseer la verdad, está levantando un muro que hace inviable una comunicación fluida y provechosa. Es entonces cuando empieza a replegarse sobre sí mismo silenciosa, progresivamente, hasta romper las relaciones humanas y entrar en una fase totalmente estéril.

Esta distancia nos lleva a separarnos, desaprovechando una gran oportunidad para saber crecer en la adversidad.

¿Cómo encontrar una salida?

Para una persona que se encuentra bloqueada, cerrada en sus esquemas y cada vez más aislada de los demás, el primer paso para salir es aceptar la realidad tal como es y las personas como son, no como quisiera que fueran.

El otro es un misterio inagotable: no podemos etiquetarlo ni clasificarlo como un objeto. Aceptar esta dimensión nos enseña a valorar a los demás por lo que son, únicos y valiosos, igual que nosotros.

El siguiente paso es conectar desde la humildad con los demás: nunca imponiendo criterios ni sintiéndose superior, sino escuchando y aprendiendo a dialogar. Se crece en la adversidad y se madura en las diferencias. El diálogo es más que un intercambio de ideas: es acogida, es apertura, recepción y contacto humano. Dos personas pueden llegar a quererse sin necesidad de estar de acuerdo en todo y sin compartir las mismas ideas. Sólo así dejaremos la puerta abierta para iniciar un diálogo más profundo, a un nivel que supera las diferencias y nos lleva a una auténtica comunión.

Realismo y humildad. Como decía el papa Benedicto XVI, la verdad absoluta no la posee nadie; en todo caso, es la verdad quien posee a quien la busca sinceramente.

domingo, 26 de febrero de 2023

La bondad más fuerte que el miedo

Vivimos en una sociedad llena de miedo: el otro, el diferente, el marginado nos asusta. Etiquetamos a las personas que sufren alguna patología psíquica o social, que están por las calles. Incluso nos permitimos hacer juicios sobre ellas: algo habrán hecho para encontrarse en esa situación. Los marginados nos molestan y nos ponemos a la defensiva ante ellos. Desconfiamos de todo el mundo, ¿no creéis que esto es también una patología social?

Un ejército invisible


Lo cierto es que hay un ejército de gente invisible que grita por ser mirado, comprendido, acogido. El dolor los rompe, aún más que su carencia económica o las dificultades para salir de esa situación. Lo peor es sentir que no existen, porque la sociedad no los quiere ver. Podríamos hablar de un dolor emocional y existencial, provocado por el rechazo social. Muchos acaban planteándose la posibilidad del suicidio porque su vida se vuelve insoportable. De la tragedia económica pasan a la angustia y a la depresión y surge la pregunta: ¿Vale la pena vivir así? Sin nada, sin nadie, hundidos en el pozo más profundo donde la vida se oscurece sin remedio.

¡Cuántas de estas personas yacen, inertes, a nuestro lado! ¡Cuántas dejan de vibrar ante la vida, ante un hermoso amanecer o una noche estrellada! ¡Cuántas dejan de oír el susurro de las olas del mar! Ya no se emocionan cuando viene la primavera y llena de luz el cielo, cuando los árboles brotan y se visten de color. Ya no se asombran ante la belleza que crece a su alrededor. No tienen fuerza ni ganas para sonreír, para emocionarse. No son besadas ni abrazadas por nadie.

Y nosotros tenemos miedo de ellos. ¡Qué contradicción! Los hemos relegado a la nada y deambulan sin rumbo. El invierno permanece en ellos y el sol ya no sale en el horizonte de su corazón. Y desviamos la vista para que nuestra conciencia no se vea asaltada por la exigencia ética natural. Se nos hace insoportable su mirada, y bastaría eso para que empezaran a recuperar lo mejor que han perdido: su dignidad.

Nadie en la calle


Esta es la gran asignatura pendiente, no sólo de la administración, sino de los ciudadanos. Cada persona que acaba sola en la calle es un fracaso de la sociedad. Dedicar los recursos suficientes para paliar este mal endémico tendría que ser una prioridad para todos los gobiernos. Ninguna ideología debería instrumentalizar el dolor humano para apoyar sus argumentos políticos y después engañar a la gente, utilizando la pobreza para sensibilizar a los demás y conseguir el mayor número de votos.

Pero también es necesaria la generosidad ciudadana. No podemos mirar al otro lado. La pobreza en el llamado cuarto mundo es una lacra en Occidente. Estamos permitiendo que muchos se rindan y se instalen, cronificando el sentimiento de vacío.

Acoger a estas personas puede ser un riesgo, pero también una oportunidad para sacar lo mejor de nosotros mismos y vencer el miedo que nos paraliza. Desde un punto de vista ético y cristiano, el miedo no puede frenar la bondad y la solidaridad, cualidades innatas del ser humano. Amar con inteligencia debería ser un rasgo de nuestra identidad personal. Hacer el bien, no de manera ingenua, sino aprender a ir más allá de la pura asistencia y buscar el crecimiento mutuo. Ayudar al otro significa abrirle un nuevo horizonte en su vida, no sólo cubrir sus necesidades básicas, sino hacerle recuperar su dignidad, estimulándolo de tal manera que sea capaz de rehacer su vida con un nuevo impulso vital. Sabemos que esto requiere de un tiempo necesario para que la persona se encuentre consigo misma, recobre su fuerza anímica y vuelva a descubrir el valor y el sentido de la vida. Para esto se requiere tiempo, orientación, formación y acogida. Ojalá surjan más vocaciones que se dediquen a levantar a las gentes perdidas en el arcén de la vida. Sé que muchos lo hacen.

Una sola noche en la calle es un fracaso de todos. Rescatar a alguien que duerme a la intemperie da una profunda paz a la persona y es un triunfo de la sociedad.

Amar es arriesgarse


Este escrito ha sido inspirado por la belleza del alma de dos mujeres, buenas, sencillas y discretas. Con una enorme capacidad de amor, se han atrevido a acoger en su casa a una mujer que estaba a punto de dormir en la calle. Ellas han sido las humildes heroínas que han evitado que el frío de la noche congelara su corazón y la soledad la hundiera más en su pozo interior. Este escrito quiere ser un homenaje a estas dos valientes mujeres que se han atrevido a acoger a una desconocida. La bondad ha sido más fuerte que el miedo. Amar es una aventura y a veces entraña riesgos, pero sólo desde el amor se puede comprender a aquel que sufre y meterse en su piel.

Las instituciones no llegan a resolverlo todo, y a veces se equivocan. Pero allí donde el estado no quiere o no puede actuar, hay una marea de voluntarios dispuestos a paliar el sufrimiento. Mi experiencia en el campo social es que las instituciones, con sus asistentes sociales y sus técnicos, hacen algo, y muchas de estas personas son profesionales con vocación. Los voluntarios quizás carecen de su profesionalidad o sus recursos, pero sí tienen corazón, inteligencia, ternura y bondad. No son armas menores para combatir esta lacra que hunde a tantos en sus arenas movedizas. Sólo falta que esos corazones anónimos se unan y estallará una bomba de amor que puede cambiar el mundo.