domingo, 29 de mayo de 2022

El indigente que trajo al niño Jesús

Lo vi zarandeándose de izquierda a derecha, sosteniéndose con un bastón en la mano. Con el otro brazo agarraba una caja. Pensé que perdería el equilibrio y acabaría cayendo al suelo, pero logró mantenerse en pie y se acercó. De aspecto sucio y muy dejado, su vulnerabilidad era patente. Algo muy profundo debió romper su corazón para reducirlo a ese estado. Mal vestido, y desprendiendo un fuerte olor a alcohol, intentó comunicarse conmigo, balbuceando y enfadándose consigo mismo por no poder expresarse bien. Vacilando, no dejaba de lamentarse. Vi en él una clara imagen del hombre descartado socialmente. Sus palabras soeces no eran más que un grito de ayuda, una petición para que alguien, durante unos instantes, lo escuchara.

Entonces depositó la caja en el suelo. Lo saludé: ¿Qué tal? Y él me respondió con brusquedad, gritando para reclamar mi atención.

De golpe, abrió la caja y sacó de ella un niño Jesús. No el típico Niño de Navidad, en la cuna, sino un niño de cuatro o cinco años, erguido y vestido, dentro de una campana de cristal.

Lo tengo desde hace tiempo, me dijo, en un perfecto catalán, y no lo quiero tirar. Pero, por favor, recójalo. Es una imagen que quiero mucho pero no puedo cuidarla.

Me impactó, porque ese niño Jesús, de alguna manera, había generado un vínculo con él. No sé si religioso, emocional o simplemente de compañía. Posiblemente esta imagen lo había ayudado a sobrevivir.

Insistió: Yo no lo puedo cuidar más. Y utilizaba el verbo cuidar como si fuera algo muy suyo y quisiera asegurarse que estuviera bien allí donde lo dejara.

Así, accedí a recogérselo. Desde hace una semana lo tenemos en la capilla de Nuestra Señora de Chestojova, acompañándonos en las celebraciones.

Me pregunto, una y otra vez, qué ocurre con estos hombres que con 50 años están completamente solos y perdidos. No sólo los extranjeros apátridas sufren, también aquí tenemos gente nativa que, por el motivo que sea, han perdido su lugar.

¿Qué los ha llevado hasta aquí? ¿Qué historia hay detrás de ese indigente que «no podía cuidar más» del Niño Jesús? Tal vez no era él quien cuidaba al niño, sino Jesús quien estaba cuidando de él… Igual que los padres que, al no poder cuidar de sus hijos, los exponían a las puertas de las iglesias, este vagabundo ha dejado a su Jesús en un lugar seguro. Quizás sin saberlo, se ha convertido en un mensajero del cielo, portador de un tesoro que ahora tenemos en nuestra capilla.

domingo, 15 de mayo de 2022

¿Autoridad o autoritarismo?


Es necesario aclarar el significado de estas dos palabras para evitar errores dolorosos. El ejercicio equilibrado de la autoridad es una expresión de amor y servicio, con el fin de potenciar y hacer crecer al otro, dando lo mejor de sí mismo. La autoridad requiere convertirse en modelo para el otro, con una conducta intachable, que genere confianza y respeto. Será su estilo de vida el que haga a la persona merecedora de confianza, por su ejemplo y moderación, y no por su intransigencia ni por imponer la obligación de una adhesión ciega a su autoridad.

Exigir con delicadeza es la clave, porque en la responsabilidad educativa se ha de tener muy en cuenta la libertad del otro. En ningún caso tiene que estar condicionada su capacidad de análisis, su pensamiento y sus decisiones. Entre la autoridad y la libertad hay una línea muy delgada que se ha de respetar. Pisar la libertad es un claro indicador de que la autoridad puede derivar hacia el autoritarismo. El espacio es corto y siempre se ha de salvar.

Autoridad y poder

Desde un punto de vista sociológico, el concepto de autoridad se está poniendo en entredicho por el abuso que se comete al no respetar los límites. Sin humildad, el ejercicio de la autoridad puede desencadenar un abuso de poder, con el pretexto de que todo se hace «por el bien» de la otra persona. Se requiere depurar mucho las intenciones para caer en la ambigüedad. El abuso de autoridad puede atentar contra lo más íntimo de la persona: su identidad. Sólo desde la humildad, la discreción y la delicadeza, limpias de todo afán de poder, se podrá ejercer bien la autoridad.

Un principio ético y filosófico se ha de tener muy claro: todos somos iguales y nadie está por encima de nadie. A la hora de ayudar, corregir y exigir, se ha de tener muy presente. Hay una serie de ámbitos: social, religioso, político, educativo y familiar, donde la tentación del poder es grande. Son todos aquellos que tengan que ver con el ejercicio de una responsabilidad con una fuerte carga moral.

En la familia

Los padres pueden intentar modelar a sus hijos según sus criterios, sin tener en cuenta lo que realmente son y quieren. Tal misión no es imponer por tradición las cargas familiares, según su trayectoria histórica, sino hacer que los hijos desplieguen su máximo potencial. El riesgo de generar clones o moldes de un pasado, sin tener en cuenta su libertad, sus talentos y su capacidad creativa para abrirse al mundo, puede provocar un trauma que bloquee emocionalmente sus aspiraciones. Los padres tienen la responsabilidad de educar a sus hijos, por supuesto, pero esta libertad que les están administrando, poco a poco, a medida que crezcan, se la tendrán que ir devolviendo. El sentido de posesión puede dificultar una educación desde la libertad, el derecho sagrado y natural que va más allá de los lazos biológicos.

El ejercicio de la paternidad implica saber hasta dónde se ha de ejercer la autoridad con los hijos. Porque llegará su mayoría de edad y tendrán que asumir sus responsabilidades, decisiones y el uso de su libertad. Si este traspaso no se realiza correctamente, puede significar una ruptura de los vínculos familiares, apelando a su mayoría de edad. Se ha de pasar de un lazo basado en la consanguinidad a una relación filio-parental basada en la amistad sin perder la otra. Nada se romperá, y para los hijos ya adultos sus padres siempre serán una referencia moral. Llegar hasta aquí es engrasar una buena relación que armonizará los vínculos entre las nuevas generaciones familiares.

Mostrar con humildad los propios valores es básico para sanar toda relación herida dentro de la familia. Educar es servir desde la libertad. Sólo así se puede hacer crecer a los demás. El ejemplo de los padres y su modelo de conducta ante los hijos los preparará a fin de que un día ellos también puedan educar con acierto a los suyos. La familia es un ámbito trascendental en la educación de los hijos. Hemos de evitar cualquier tipo de desvío que pueda dañar el equilibrio psíquico de sus miembros.

Esta tarea es una obligación moral de los padres. Hemos podido ver en los medios de comunicación casos de familias sumidas en la tragedia por no apuntalar con solidez sus valores.

En el ámbito religioso

Otro ámbito extremadamente delicado es el religioso. No entender correctamente el sentido de la obediencia ha llevado a muchas comunidades a situaciones de conflicto difícil de resolver. A lo largo de la historia de la Iglesia hemos visto casos lamentables que han trascendido y se han divulgado por los medios. Pero nadie, y ninguna institución, está exento de riesgos. Cuando se ejerce un liderazgo en este ámbito la lucidez es clave para no resbalar hacia una dirección espiritual que cause profundas crisis en personas que han iniciado un hermoso proceso vocacional. Es una decisión fundamental para quienes han decidido poner a Cristo en el centro de su vida. Todo esmero será poco para mantener la frescura de una vocación, dispuesta a servir para siempre. Es un tema especialmente delicado, porque también se han dado abusos de autoridad, provocando una brecha vocacional y existencial.

La libertad y la obediencia no tienen por qué estar reñidas. La obediencia no es sumisión, y la autoridad tampoco ha de ser autoritarismo. El discernimiento en el campo religioso, y en todos los demás, es fundamental.

domingo, 8 de mayo de 2022

El dolor de una ruptura

El ser humano, por naturaleza, tiende a buscar la felicidad en unas relaciones estables y duraderas. Así lo ansía su corazón cuando inicia un proyecto familiar con otra persona. Ambos quieren vivir con armonía, es su deseo genuino y están concebidos para esto. Por eso inician su proyecto vital con ilusión y creatividad ingente, esperando permanecer estables. Su corazón rebosa de entusiasmo por alcanzar sus metas. Vibran al unísono y comparten sueños y esfuerzos por mantener aquello que tanto anhelan. Están despiertos a todo, infundidos de una fuerza que cristaliza sus deseos para llegar a la cumbre soñada. Pasan unos años y ambos van asumiendo responsabilidades, que en algunos casos les provocarán estrés añadido: la familia crece, hay que organizar el tiempo y el trabajo, los hijos piden dedicación y ambos cónyuges deben tomar decisiones conjuntas, que a veces pueden implicar un desacuerdo a la hora de educar a los niños y repartirse las tareas domésticas. El cuidado y la salud de los niños en su larga etapa escolar, el trabajo, la economía, las dificultades, posibles pérdidas de empleo, escasez y conflictos familiares pueden ir tensando la convivencia y añadiendo un problema tras otro.

Cuando esto sucede, la relación de la pareja llega a un estado de estrés emocional y psicológico que puede acabar en una ruptura dolorosa, en algunos casos agravada por la violencia y el caos emocional de uno u otro, o de ambos.

Gestionar una ruptura sin llegar a la violencia y sin utilizar a los hijos como carne de cañón contra el otro cónyuge no siempre es fácil. A veces la relación no sólo se rompe, sino que la presión recae sobre los niños, llevándolos a una situación de inseguridad y culpa inmerecida. Los niños sufren ansiedad y, a veces, depresión. La violencia entre los padres hunde los fundamentos de su psique: cuando los padres rompen, los hijos se rompen por dentro. Es el mayor daño que se les puede hacer. Por eso, por el bien de los niños, hay que saber cerrar de la manera más sana posible la separación, para que no condiciones su estabilidad ni su crecimiento futuro.

Lo vemos muy a menudo: personas cercanas que viven o han vivido rupturas con su pareja y han quedado heridas. Los hijos, por más doloroso que haya sido el proceso, han sobrevivido emocionalmente y han llegado a la adultez. Llevan impreso el sello del dolor, pero han crecido y han sabido aceptar e incluso seguir amando a sus padres, pese al daño que les han podido causar. Hay casos admirables de hijos que han logrado una cierta paz interior. En cambio, a veces son los padres quienes siguen en la trinchera. No han sabido o no han querido cerrar la grieta.

Urge, por el bien de ambos cónyuges, aunque su matrimonio esté roto, hacer un esfuerzo por sanar las heridas. Cuando no se hace, se pone en riesgo su equilibrio emocional. Estas personas pueden caer en una depresión cargada de resentimiento, hasta rayar la locura. Pueden caer en el victimismo constante. O pueden adoptar una actitud agresiva y de control sobre los demás, una violencia contenida para marcar territorio. Al final, de una manera u otra, tensarán la relación con sus propios hijos. Pueden echarles en cara todo lo que han hecho por ellos para exigir su sometimiento y despertar su culpabilidad, haciendo que se sientan mal y obligándoles a responder a sus exigencias. Es una forma de manipulación que acaba distorsionando las relaciones y provoca un fuerte estrés en el entorno familiar. Se cae en un lenguaje hiperbólico, todo se exagera y las palabras cortantes, consciente o inconscientemente, dañan a los demás.

Las personas que no han superado esta crisis interna incurren en contradicciones. Aparentan amabilidad, cordialidad, exquisitez en su trato hacia afuera. Necesitan dar una buena imagen para evitar que nadie sepa sobre su situación. Pero, de puertas adentro, con los suyos, pueden mostrarse implacables, duras, exigentes y críticas. Llevan a los demás al límite del aguante, provocando tensiones, para luego justificar su conducta. Repiten obsesivamente el ciclo, están “rayadas” en esa rueda emocional que las atrapa y no hace más que empeorar la situación. Rebasan los límites del respeto y se creen continuamente atacadas, bloqueando cualquier posibilidad de regeneración.

El perdón como terapia

Cuando esta experiencia produce una honda grieta anímica, la persona se rompe totalmente. Necesitará una terapia que la lleve a ser consciente de lo que está ocurriendo. Pero no bastará una intervención psicológica. Será necesario que trascienda el plano psíquico e inicie un cambio espiritual, un proceso que vaya más allá de las emociones y se fundamente en aquello que uno cree como eje central de su vida. Pasa por una profunda conversión que la lleve a darse cuenta de que la clave de muchos problemas humanos está en el perdón. Tendrá que aceptar el pasado y liberarse de esos lastres que la encadenan a la persona que la dañó. Necesitará humildad y valentía para dar el paso. Tendrá que aceptar la historia y a aquellos que considera sus enemigos, causantes de su dolor, hasta llegar a perdonarles en lo más profundo de su corazón.

Solo entonces alcanzará la paz y desaparecerán las tinieblas del alma. Muchos que han pasado por este camino sienten una profunda libertad: a su alrededor todo se recoloca. Dejan de ver la realidad teñida de amargura. Empiezan a renovar su vida, sus relaciones se van armonizando. La ruptura interna puede sanar. Evidentemente, quedarán cicatrices del pasado, pero cerradas por el amor y el perdón. Quedarán como señales de un gran dolor, pero también de un cambio valiente y generoso que les ha permitido dar un salto trascendente en su vida.

La persona que ha perdonado puede ayudar a otros a liberarse de su cruz. Puede convertirse en guía y consejera de otros que sufren. Ojalá todos aquellos que se encuentran en este tipo de situación sepan dar el salto. Dios es el mejor terapeuta, nos ha creado y nos conoce muy bien. Él desea nuestra plena felicidad y sólo cuando amamos y perdonamos la liberación es plena y el gozo incesante. 

domingo, 1 de mayo de 2022

¡Felicidades a las madres!

¡Sí! Felicidades a todas las madres, en este Día del Trabajador porque debido a la maternidad, propia de vuestro género, desde que fuisteis madres por primera vez no habéis dejado de trabajar con empeño para que vuestro hogar sea un lugar acogedor. Porque nunca habéis dejado de velar y cuidar por todos los de la casa. Porque os empeñáis en crear un clima armónico entre esas cuatro paredes. Porque no dejáis ni por un segundo de prestar la atención necesaria para que en la casa se respire alegría y serenidad. Porque nunca habéis abandonado vuestro puesto sagrado como educadoras. Porque habéis estado despiertas día y noche, dispuestas a sacrificaros por vuestros hijos. Porque habéis sido y sois referente, modelo y maestras con el fin de ayudarles ante los grandes desafíos de la vida. Porque también habéis sabido respetar su libertad en aquello que decidían, asumiendo incluso los errores y equivocaciones. Porque habéis aportado toda la sabiduría y humildad que atesoráis en el universo de vuestros corazones.

Nosotros, los varones, no seríamos sin una madre. Unas entrañas abiertas expresan la capacidad de dar vida, con un amor inmenso e ilimitado. Algunos teólogos dicen que las mujeres expresan como nadie la forma de amar de Dios. Siempre dispuestas, como el propio cosmos, latiendo al ritmo de vuestra vida interna.

Madres, os felicito porque construís personas desde la más tierna edad. Engendrar, criar y construir un hogar, desde la libertad y el amor, os hace a las mujeres muy especiales. La humanidad estaría coja si se perdiera el torrente creativo de la mujer y su capacidad de amor para que los demás vivan. Dais sin medida, no sólo por el hecho de ser madres, sino porque sois mujeres. Vuestra generosidad se despliega en feminidad, ternura, sensibilidad y fortaleza. Las mujeres no sólo os dais a los varones, sino al mundo entero.

En vuestros corazones intuyo una hermosa grandeza que os permite adoptar un fuerte compromiso para construir la paz social. Ya desde el vientre materno los niños perciben esta digna misión: ser agente educativo para construir una sociedad más armónica y jubilosa, no sin esfuerzo ni sacrificio.

Incluso aquellas que no sois madres biológicas, sois madres de otra manera, porque la maternidad va más allá de tener hijos. Toda mujer, fisiológicamente hablando, es una madre en potencia. Su configuración biológica está orientada a la fecundidad. Por tanto, quiero hacer extensiva mi felicitación a todas las mujeres del planeta, porque ¡cuántas mujeres están haciendo de madres de aquellos que no tienen madre! Religiosas, misioneras, aquellas que deciden adoptar niños, haciéndolos hijos suyos. Una parte de la sociedad debe estar agradecida por este plus de generosidad, en especial aquellos más desvalidos que han tenido la suerte de encontrar una mujer que, sin ser madre, los ha cuidado como si lo fuera. Aquí está la belleza de un amor capaz de entregarse a sí mismo para que otros tengan vida.

No quiero olvidarme de felicitar a todas las mujeres y madres de mi familia: hermana, primas, sobrinas, tías… y también a aquellas amigas que, de alguna manera, han contribuido a mi vocación humana y espiritual. Pero, muy en especial, quiero felicitar a mi madre, que está en el cielo. Yo soy feliz en mi existencia gracias a la mujer que un día me parió. Sin ella no sería quien soy, ni haría lo que hago, porque nunca hubiera existido. Su vida como mujer hizo posible la mía. Por eso, siempre, la amaré con gratitud. ¡Felicidades, mamá!

Hace unos años escribí esto, dedicado a una gran mujer. Aquí lo podéis leer.