La psicología humana es muy compleja. Ahondar en la psique requiere tener en cuenta múltiples facetas de la realidad de la persona: sus ancestros, su familia más inmediata, sus relaciones, su educación, sus valores y su propia visión de la realidad.
Un factor crucial para mantener unas relaciones sanas y
equilibradas es la comunicación. Es fundamental tener la capacidad de escuchar
y saber generar empatía con el otro, amoldándose a su carácter, reconociendo y
alegrándose por sus fortalezas, sus logros, el rico potencial que lo define tal
y como es. Pero también hay que aprender a aceptar sus límites y debilidades,
su temperamento e incluso sus equivocaciones. Entender cómo es el otro y ser
comprensivo con sus errores facilita el diálogo.
Nadie es perfecto, ni totalmente maduro. La estabilidad de
las relaciones depende mucho de crear un marco adecuado y sincero para ir
creciendo juntos. Esto favorece la convivencia y es necesario para no caer en
el tedio, sino todo lo contrario. La complicidad hará que la vida interpersonal
sea un oasis donde disfrutar de la mutua compañía en la dimensión emocional y
afectiva. En las parejas es importante que se dé esta sintonía para que su vida
se convierta en un ámbito de confianza, donde compartir lo más íntimo. Saberse
querido forma parte de la estabilidad de la persona y de su proyecto conyugal.
Pero, para que esto sea así, se ha de tener muy claro que la
relación implica compartir toda una vida con la persona con la que se ha
decidido caminar, para siempre. Aquí está el meollo de la cuestión.
Las crisis, un desafío
Todos conocemos casos, incluso dentro de nuestra familia.
Muchas relaciones han empezado muy bien, con una clara convicción y con
responsabilidades asumidas. Se suponía una unión duradera, pero con el tiempo
se ha ido deteriorando y al final se rompe. Habría que analizar cada caso y su
entorno, y ver si realmente se han dado los pasos necesarios para asegurar la
cohesión de la pareja. Quizás no hubo suficiente reflexión, o el tiempo necesario
para discernir. Quizás durante la relación no ha habido espacios para corregir
los desvíos que van surgiendo en el itinerario hacia la madurez.
Cuando por parte de los dos se asume que habrá dificultades,
normales, que no tienen por qué agrietar las relaciones, los problemas que
surgen forman parte de la dinámica del crecimiento. A veces es bueno pasar por
ellos para aprender a resolver lagunas y ahondar en su origen; con el tiempo
superar estas crisis puede consolidar aún más la relación. Son retos que se
presentan y que enseñan, una tormenta que, si se maneja bien, no tiene por qué
llevar al naufragio del hogar.
Pero ¿qué ocurre cuando todo cae, por la razón que sea?
Entonces empiezan las grandes desazones, los enfrentamientos, la crisis que irá
rompiendo la relación y complicando la convivencia del día a día, hasta el
punto de que en muchas parejas se cae en la más absoluta incomunicación y en la
ignorancia del otro.
Soledad y ruptura
Es entonces cuando la convivencia se convierte en un mero
compartir el espacio habitado, sin afecto, sin intimidad. No hay diálogo, se
inicia un proceso de violencia verbal y psicológica y todo está a punto de
resquebrajarse. En algunos casos se llega a la violencia física.
Las emociones y los vínculos afectivos desaparecen. Surge
una terrible soledad y un sentimiento de ruptura interior. Algo ha muerto.
Estallan las grandes disputas y el ambiente en el hogar se hace insoportable.
La guerra ha empezado y la familia es un barco naufragando en medio del oleaje.
El problema empeora cuando, en el matrimonio, uno de los dos
está totalmente incapacitado para nuclear el problema y evitar hacer más daño.
Es incapaz de discernir y guardar una distancia adecuada para evitar roces.
Esto ocurre entre muchas personas mayores que empiezan a tener problemas
cognitivos, dificultando aún más su resolución.
Los dos se convierten en víctimas y maltratadores a la vez,
el uno contra el otro. En ocasiones, el que parece ser la víctima es el que
maltrata más. La aparente víctima emplea estrategias de venganza psicológica
para enredar al otro en un bucle que le hace imposible salir. Es entonces
cuando la víctima se convierte en maltratadora y busca herir al otro para
causarle el mayor daño posible. Cuando esto sucede, se da la muerte definitiva
de las relaciones.
Cuando se llega al nivel de la supervivencia, a veces lo
único que queda es alejarse del conflicto para evitar los enfrentamientos y no
hacer más daño.
¿Por qué se ha llegado a este extremo? Pienso que quizás el
problema esté en los mismos inicios de la relación. Los grandes conflictos no
surgen de la noche a la mañana; la mayoría llevan años, incluso décadas,
gestándose.
Decidir con cabeza y corazón
Cuando uno se decide por una persona, tiene que poner entre
paréntesis las emociones, los sentimientos, las sensaciones de bienestar. Hay
que controlar los impulsos del corazón para que la decisión se tome con la
cabeza. A veces es difícil parar ese torrente de emociones, pero será decisivo
para la elección definitiva, pues evitará dar un mal paso que puede acarrear
grandes problemas y sufrimiento en el futuro.
Esta reflexión puede parecer muy fría. Cuando se acumulan
tantas emociones parece imposible detenerlas. Pero rebajar un poco la
temperatura de la pasión puede ayudar a acertar en la elección.
La razón nos ayudará a plantearnos ciertas cuestiones
vitales. Esta relación, ¿me conviene? ¿Le conviene a la otra persona? ¿Seré
capaz de hacerla feliz siempre? Si sufrimos dificultades o enfermedad,
¿sabremos amarnos y cuidarnos? ¿Compartimos algo más que la atracción física,
algo duradero por lo que vale la pena luchar? ¿Me veo creciendo y envejeciendo
junto a esta persona?
Razón y corazón han de ir juntos; la razón no puede ir sola,
pero tampoco el corazón. Armonizar estos dos polos es fundamental para levantar
cualquier proyecto sólido y duradero. No podemos llevar adelante nada sin
pasión, pero, sin cabeza, el proyecto puede estrellarse.
Los cimientos de la relación
El problema es cuando se construye un edificio muy complejo
sin tener en cuenta las diferentes variantes y sin un fundamento que sostenga
el peso de la estructura. ¿Qué necesitan estos cimientos parar poder aguantar
los vaivenes y el desgaste propio de las relaciones?
Cuando se decide dar el paso definitivo en una relación, hay
que tener en cuenta todo lo necesario para iniciar este ilusionante proyecto.
En una hermosa construcción, el sí para
siempre es el pilar fundamental que sostiene la energía vital y amorosa. La
fuerza de esta profunda convicción hará que el edificio arraigue en el suelo y
pueda crecer. Este sí para siempre que un día os dijisteis os ayudará a
trascender de los altibajos emocionales para mirar hacia arriba y pasar un
estadio más espiritual.
Desde esta altura trascendida, podremos contemplar con
gratitud todo lo vivido y dar sentido y densidad a nuestra convivencia, cada
día.