domingo, 27 de mayo de 2018

Cocinar sin alma


Desde pequeño me ha gustado la cocina. Mi madre se dedicó toda su vida a cocinar, para familias, instituciones o empresas. Y, cómo no, en el hogar. Así como mi tía abuela, Carmen. Para ellas la cocina era un trabajo profesional del que vivían y llegaron a hacerlo realmente bien, con suculentos platos que deleitaban a todos. En casa se esmeraban cocinando para que los encuentros familiares fueran un disfrute para el paladar durante las conversaciones entorno a la mesa.

Aunque no me dedique profesionalmente siempre le he dado un valor crucial a la cocina, quizás sin calibrar toda la importancia que tiene para la salud, hasta que se me produjo un trombo ocular que diezmó mi visión. Desde entonces, una buena alimentación que tuviera en cuenta la mejora del sistema cardiovascular ha sido una de mis mayores preocupaciones. Quería aprender una forma de comer sana, que me permitiera mejorar y revertir la pérdida de visión en mi ojo, dañado por la ruptura de unos capilares de la retina. Toda esta situación ha aumentado mi sensibilidad hacia las personas con problemas visuales, que les ocasionan verdaderas dificultades en sus quehaceres cotidianos. En mi caso, he descubierto que una alimentación sana y equilibrada es fundamental para conservar una buena visión.

La anti-cocina


El otro día me comentaron que en TV1 daban un programa sobre la formación de futuros cocineros, Masterchef. Me interesó sobre todo el enfoque que pudiera dar este programa. Lo vi un rato. Y quedé completamente escandalizado y desconcertado.

Más allá de la cuestión dietética y del equilibrio entre los diferentes alimentos, así como las mezclas de ingredientes, totalmente insanas para el sistema digestivo, quedé asombrado al ver la terrible competitividad que se fomentaba entre los participantes del concurso, la prisa desorbitada cocinando en grupo, el frenesí entre pucheros, la violencia incontenida a la hora de corregir, y hasta la humillación por parte del jurado que degustaba los manjares, llegando al desprecio y a la burla. Vi mucha agresividad, mucho estrés y prisa con la excusa de convertir a los concursantes en cocineros “profesionales”.  La competición lo justificaba todo, incluso el desdén hacia la persona y su trabajo, con el pretexto de que han de curtirse ante los desafíos que se les presentarán como futuros empresarios de restauración.

Quedé asustado y preocupado porque estaba viendo lo que, para mí, es la anti-cocina. Gritos, prisas, nervios, tensión… todo enfocado a una cocina espectáculo, un concepto de cocina totalmente inhumano, donde lo que más importa no es la persona, ni el comensal, sino el negocio y el dinero, la fama y las estrellas Michelin.

El arte de cocinar pide silencio


Creo que no se puede entender la cocina sin otras dimensiones muy diferentes. El arte de cocinar requiere silencio y tiempo, calma, reflexión y gusto, hasta llegar a la alquimia del sabor y del saber hacer. La cocina no es un fin en sí, ni se limita a llenar estómagos, sino que es un medio para sanar a la totalidad de la persona. Es importante la dieta, el tiempo, la intención y el valor de cada persona, dignísima de por sí. Es importante la actitud a la hora de ponerse a cocinar y la creatividad, surgida desde el silencio, que permite convertir la cosa más sencilla en deleite. Y sobre todo importa que el que cocina esté pensando siempre en la salud de aquellos para quienes cocina, en su felicidad digestiva, de modo que el alimento se convierta en medicina, como decía Hipócrates.

Una cocina que no tenga en cuenta este contexto filosófico, ético y médico, nunca podrá ser buena para la persona. Este programa, podríamos decir que prostituye la esencia de la cocina sana. La televisión tiene un compromiso social y ético con la ciudadanía. Su labor pedagógica es fundamental para crear opinión y pensamiento en la sociedad. Pero hoy, la televisión está concebida para generar mucho dinero a cualquier precio, incluso renunciando a valores que contribuyen a una mejora social y educativa de la población. La audiencia y la rentabilidad son los ejes centrales de ciertos programas, que llegan a despreciar a la persona con tal de cosechar éxito y enganchar a una masa de televidentes que ven desde sus pantallas cómo se destruye el respeto a la persona.  

Pienso que estos programas desmerecen a una televisión pública, porque están pisoteando el valor y la dignidad del ser humano y fomentan el lucro por encima de la educación. Masterchef es un insulto a la cocina y está demoliendo el fundamento de lo que debería ser el arte de cocinar.

Cocinar es otra forma de amar


Hemos de tener en cuenta la necesidad de generar recursos para crecer humana y profesionalmente, y todo el mundo tiene derecho a obtener unas ganancias, pero no a cualquier precio. Plantear la cocina como un medio para ganar dinero es rebajarla, como si en el centro de esta actividad no hubiera un servicio de calidad, siempre dirigido a la persona, y no sólo a la ganancia.

Hacer que alguien coma algo que has preparado requiere un enorme acto de confianza, que tiene que traducirse en la búsqueda de lo mejor, no sólo para su paladar, sino para su salud. Podemos conjugar arte, belleza, creatividad, sabor y salud. Me refiero a algo más allá de una alimentación orgánica o ecológica: es una relación distinta entre el hombre y los alimentos. No se trata de comer para llenar un vacío en el estómago, sino apostar por una vida sana, tuya y de los demás. Es respetar el cuerpo de los tuyos y el de los demás. Es ir más allá de una necesidad. La comensalidad nos ayudar a estrechar los lazos, a reconocer al otro como sagrado. No vamos sólo a tomar buenos alimentos, sino que vamos a alimentarnos también de todo aquello que mejora nuestra vida y nuestra salud: buenas palabras, emociones sanas, amigos, familiares, propósito vital. También hay una alimentación espiritual, que es la que nos nutre de todo aquello que da sentido a nuestra vida.

Comer sano es aprender a no tragarlo todo: comida, situaciones, emociones, personas, impactos… Comer bien es necesario para estar bien ante cualquier desafío de la vida.

El silencio en la cocina es oración al Creador, que nos permite, mediante la cocción, transformar las sustancias naturales para que puedan ser mejor digeridas. Cocinar es también dar gloria a Dios y a su creación. Sólo así se puede cocinar con el alma y convertir esos momentos en un encuentro místico. Santa Teresa hizo célebre esta frase, que muchos hemos oído y repetido: «Entre pucheros también anda el Señor».

domingo, 20 de mayo de 2018

Un corazón llagado


Un misterio infranqueable


Hace dos años que su esposo falleció. Desde ese día, lágrimas de desconsuelo surcan las mejillas de la esposa, a la vez que su corazón se va secando.

Se pregunta, una y mil veces, por qué esa angustiosa soledad, ese vacío. Por qué tanto dolor. Sus corazones latían al unísono, creando una bella melodía que los hacía tocar juntos el cielo. El amor era tan intenso como su dulzura.

Hoy, después de largo tiempo, se da cuenta de que ya no le queda aliento y le falta una parte del corazón. Su mirada triste, ventana de un alma profunda, revela la grieta de su abismo existencial.

Todo giraba en torno a él. La vida de él era la suya, los dos miraban hacia un mismo horizonte. Aquellos amaneceres que contemplaban juntos se apagaron. Ya no hay amanecer para ella, sólo ve oscuridad y hasta las estrellas del cielo palidecen.

Intenta tirar hacia adelante, casi sin fuerzas. Cuando hablo con ella puedo ver, a través de sus ojos, un corazón llagado, quebrantado, cansado de tanto llorar. Siento el grito de su alma desolada, un grito lanzado al cielo, buscando respuestas. Ante este dolor estremecedor mi boca enmudece. Yo también busco respuestas.

Y me parece un misterio infranqueable. Sólo puedo mirarla, abrazarla, acompañarla en su desgarro. Ni la psicología, ni todo el saber, ni siquiera la experiencia acumulada me es suficiente. Cuando el mar del dolor es tan ancho las palabras no llegan y dejan de tener su efecto terapéutico. Sólo queda la presencia, amable, delicada, compasiva, amorosa. Sólo queda hablar desde el silencio más profundo, de corazón a corazón, sin necesidad de palabras. Que ella sepa que estoy allí, sintiendo su dolor, haciéndomelo suyo.

La calidez de un apretón de manos y una mirada amable es lo que puedo ofrecerle. Parece tan poco…
Sé que es insuficiente, pero he de aprender a aceptar que el drama de la muerte es tan penetrante que no es posible llegar hasta el fondo de un corazón roto. Me queda la oración y el silencio ante Dios, el otro gran misterio.

El amor permanece


Rezo para que un día su tristeza se torne en serenidad. Que el duelo deje de acosarla y se libere de sus angustias, que descubra que el final de un amor no es la muerte, sino que esta es una puerta que se abre hacia un horizonte infinito; que la muerte no es el final de una aventura amorosa, sino un nuevo comienzo que nos llevará a la plenitud de otra vida y hará eterno ese amor.

Es de la esencia del amor que este no desaparezca, ni siquiera con la muerte. El amor ya es experiencia de eternidad. Aquí y ahora hemos de aprender que los ritmos biológicos no ahogan el ritmo del amor, que va más allá de nuestra naturaleza humana. 

Hemos de aprender a hacer una tregua con el fantasma de la muerte, que llevamos inserta en nuestro mismo ADN, y vivirla como un proceso natural de crecimiento humano y espiritual. Nuestra condición mortal forma parte de nuestra realidad; somos moridores, estamos configurados para dejar un día de existir.

Pero también sabemos que junto con el cuerpo tenemos un alma que anhela la trascendencia. Nuestro destino no es el vacío, sino un encuentro amoroso con las raíces más profundas de nuestro ser, nuestra fuente creadora: Dios.

Dios es la realidad última que da sentido a nuestra vida y hasta a la propia muerte, haciéndonos conscientes de la poderosa potencia que tiene el ser humano cuando ama y ha encontrado la razón de su vida: el otro.

Aceptar nuestra realidad mortal


Pienso en todo esto cuando nuestras miradas se encuentran. De mí saldría un torrente de palabras de alivio para embalsamar su corazón llagado. Se las dirijo a Dios, y a mí mismo. Porque sé que a mí también se me morirán personas a las que quiero con toda mi alma, pero también sé que las historias de amor nunca mueren. Ya ahora, tengo que abrazar mi condición mortal y la de los míos, para que, cuando llegue el momento, aprenda a ver que tras esos ojos cerrados por la sombra de la muerte todo será como un dulce sueño, una danza en las tinieblas con un despertar en la otra orilla, al otro lado de la frontera, en el infinito. Aunque el cuerpo se quede ahí, inerte, el estallido de una vida nueva lo está transformando en otra realidad que los que seguimos vivos en la tierra no alcanzamos a comprender. Pero no por ello dejará de producirse esta eclosión con todas sus fuerzas. Entraremos en la órbita de algo luminoso que sólo podremos entender cuando iniciemos ese viaje.

La muerte: un reencuentro


El dolor, la angustia, la enfermedad, la soledad no pueden fulminar este deseo tan genuino del alma: seguir viviendo en un estado de total plenitud, con Dios. Es el destino de todas sus criaturas: volver a la fuente, al origen, al principio. Volver a los brazos de Dios.

El adiós no es una ruptura, es un hasta luego para volvernos a encontrar. Hemos de aprender, cuando llegue el momento, a aceptar que se vayan los seres queridos, no hacia un abismo, sino hacia un nuevo hogar que cuidarán con mimo esperándonos para un abrazo eterno.

Con esta esperanza los ojos no quedarán secos y podrán volver a brillar. Las lágrimas no caerán como perlas teñidas de angustia y temor, sino de emoción y alegría por el reencuentro. Los pulmones no se vaciarán de oxígeno, podremos respirar aire nuevo y el corazón no latirá al ritmo de la melancolía y la tristeza, sino al ritmo de la alegría esperanzada. Una espera luminosa que acabará en una efusión celestial.

Ya no tendremos un corazón llagado, sino un corazón regenerado, sanado, nuevo, porque nuestra nueva naturaleza participará de la misma de Dios. Por él, con él y en él, todo es nuevo y todo renace. El alma volará hacia horizontes insospechados porque ha quedado liberada de la muerte para permanecer resucitada para siempre.