domingo, 26 de julio de 2020

Como el Sol cuando nace

Un paraíso hacia Poniente


La zona de La Noguera es un lugar donde suelo retirarme cada verano a descansar. Allí hago mis recesos y organizo el próximo curso y mis actividades pastorales. No es un lugar húmedo de grandes bosques, como podrían ser los Pirineos, ni un lugar de playa, como Tarragona, con un intenso turismo y ofertas de ocio. Pero La Noguera es un paraíso para otro tipo de turismo. Los parajes naturales en torno al Montsec, las rutas siguiendo montañas, ríos y pantanos, las excursiones a antiguas ermitas románicas o a castillos medievales, o cruzando desfiladeros como el de Mont-rebei, ofrecen escenarios incomparables al viajero buscador de belleza y de rastros de nuestra historia. En La Noguera es posible encontrar bienestar, cultura, naturaleza y unos cielos estrellados de asombrosa nitidez.

Tengo especial preferencia por estos paisajes secos, los Aspres de la Noguera, montes abruptos donde el romero y el matorral espinoso crecen entre encinas y robles. Me gusta contemplar la agreste belleza de las rocas mientras camino por senderos pedregosos entre valles y montes. Escucho el murmullo del viento en los chopos que se elevan siguiendo el curso de los arroyos. Contemplo las curvas caprichosas de las ramas de los almendros y huelo el aroma del romero y los hinojos que crecen junto al camino. A lo lejos, veo los extensos campos, llenos de espigas doradas, a punto de la siega. No es este el paisaje verde de Girona, ni el de la Costa Brava. Pero el clima seco, además de ser excelente para mi salud, por la baja humedad, tiene sus encantos. Cada noche veo las estrellas como nunca las he visto; por la mañana, piso el rocío en el campo; a mediodía, el viento me regala su silbido. Contemplo el sol al nacer, a mediodía y al atardecer. Disfruto del frescor de la noche, paseando mientras escucho la música de los grillos. El clima seco moldea un paisaje natural, poco manipulado por el hombre, con un bosque sorprendentemente frondoso y variado. Sobre todo, disfruto de ese silencio que todo lo envuelve y de una soledad deseada que empuja a descubrir las maravillas del entorno.

Todo es más limpio, más sencillo, los colores son puros y las montañas se perfilan en un cielo nítido de intenso azul. Al haber poca población, la sensación de inmensidad es mayor. El Edén no es sólo un bosque verde con manantiales y jardines; también puede ser un hermoso campo de espigas acariciadas por el viento de la tarde, el murmullo de un arroyo que se desliza entre los cañizares, o la suave brisa que sopla en el crepúsculo, mientras el cielo se tiñe de rosa y oro. Sí, esto también es un Edén, un jardín a Poniente. Recuerdo que Joan Oró, el gran científico catalán, decía que jamás había visto el cielo nocturno tan claro como en este lugar.

La soledad buscada


Prefiero el anonimato en medio de un ambiente árido y sus maravillosas cumbres que perderme en el anonimato impersonal en medio de tanta gente, que mata el tiempo en la playa; prefiero el silencio y la soledad al ruido humano y al engentamiento. Prefiero un tiempo para crecer y no para perderme, un tiempo y un lugar para encontrarme en vez de ir empequeñeciendo en medio de un excesivo culto a todo lo que hago. Prefiero callar y contemplar que decir palabras huecas, perdiendo el rumbo. Sé que, cuanto más me adentre en mí, más aprenderé quién soy y hacia dónde voy, y qué sentido tiene la vida. Así podré dar respuesta a otros que buscan, y quizás les ayude a encontrarse consigo mismos.

Reflejos de Dios


Cada mañana, temprano, salgo a caminar por los senderos, en busca de la claridad que anuncia la salida del sol. En seguida me veo envuelto por esos parajes tan bellos, y me gusta sentir el frescor del rocío matinal en la mejilla. El sol sale por detrás de las montañas. Primero se dibuja una aureola luminosa y después, lentamente, asoman los primeros rayos: un diamante en el cielo claro de la mañana. Y sale con toda su fuerza por encima de las cumbres. Es un momento mágico, de belleza estremecedora. Todo el valle queda iluminado; atrás quedan las sombras de la noche. Los colores estallan, los campos son bañados generosamente por la luz que irradia el nuevo sol.

Solo, en medio de tanta belleza, respiro dando gracias. Y recuerdo aquel pasaje bíblico del libro de los Jueces, el cantar de Débora, que acaba con este verso: «Sean los que te aman, Señor, como el sol, cuando nace con todo su fulgor». La luz de Dios envuelve toda mi existencia. Todo mi ser brilla cuando amo, porque los rayos de Dios embellecen mi alma de tal manera que toda mi vida es transparencia suya. Esos rayos, que son los brazos de Dios, me acompañan cuando abrazo el nuevo día. Cada amanecer es un regalo: Dios me vuelve a levantar para que sea espejo donde rebote su calor hacia la humanidad, para que me convierta en otro faro que indica el camino hacia él.

Sólo así, con esta actitud oracional, cuando me levante, brotará en mí una invitación a vivir plena e intensamente. Este es el gran desafío diario: ser feliz, dando gracias a Dios.

Una vez el sol ya está en lo alto, regreso agradecido por esa bendita experiencia. El día comienza. Es verdad, también, que la luz me ayuda a ver más mis propias imperfecciones, pero esto no me asusta. La acción amorosa de Dios sobre mí es mayor. Si me dejo iluminar por él, arrancaré el día lleno de su inmenso amor.

26 de julio de 2020

domingo, 12 de julio de 2020

Pasión o adicción


Llamados a vivir en plenitud


El ser humano está llamado a su máxima realización. El deseo de encontrar sentido a su vida lo empuja a una búsqueda inherente a su persona. No podemos vivir sin metas, sin esperanzas, sin un propósito vital. En esto radica la plenitud de la naturaleza humana: estamos concebidos para emprender grandes gestas. Lo contrario sería renunciar a ese anhelo más íntimo que todos tenemos: el deseo de ser felices, es decir, ser, hacer y pensar, desde la libertad, aquello que da sentido a nuestra vida.

Renunciar a este anhelo inscrito en nuestro ADN es morir lentamente en vida; el deseo de plenitud forma parte de ese itinerario que nos lleva hacia la madurez.

Pero ¿qué ocurre cuando nos estancamos por miedo a las consecuencias de una lucha sin tregua? El miedo, la inseguridad, la responsabilidad, nos pueden congelar y detener nuestro avance, impidiéndonos alcanzar nuestros objetivos.

¿Qué hacer?

Encender la pasión por todo aquello que soñamos. La vida es demasiado hermosa, como para tumbarse en la cuneta de la desidia. La vida es un estallido de oportunidades, y no para vivirla a cámara lenta y en blanco y negro.

¡Cuánta gente se rinde ante las dificultades! Hemos de saber que nuestro cerebro está diseñado para potenciar y rentabilizar nuestras capacidades. No lograremos entender que estamos diseñados para reinventarnos una y otra vez, porque nuestro potencial y genialidad lo tenemos inscrito en nuestros genes. Es una maravilla ver hasta dónde puede llegar uno si se lo propone: el Creador nos ha dotado de una sorprendente y a veces desconocida creatividad.

Cómo arder


Pero ¿qué nos pasa, a veces? Que nos volvemos demasiado timoratos y pusilánimes. Nos contentamos con sobrevivir en medio de una bruma que nos creamos nosotros mismos, porque nos faltan agallas y valentía frente a la tibieza. La solución es dejar que arda el fuego en medio de esa tiniebla interior, y esto pasa por abrirse, salir de uno mismo y atreverse a cruzar el abismo, corriendo para que los músculos del corazón se activen. Entonces fluye dentro de nosotros ese anhelo más escondido que hay en los recovecos del alma.

Haz el esfuerzo. Descubre los rayos de luz que hay dentro de tu propia sombra. Alza el vuelo sobre ti mismo. Con ese impulso nuevo que te ayudará a reencontrarte, ahora ya sin miedo, pasarás de la apatía a la pasión. El fuego de tu alma será un motor dispuesto a romper barreras, malas creencias, tópicos, inseguridades. Mantén el fuego de la pasión siempre encendido para que las frías y gélidas estaciones del tiempo nunca apaguen tu fulgor.

Ese fuego que tienes dentro te permitirá seguir hacia adelante, pero siempre con un profundo control mental, para que no seas devorado por las llamas. Hemos de evitar llegar al límite de nuestras fuerzas, porque, aunque nuestros deseos son grandes, no olvidemos que nuestra naturaleza es limitada. No confundamos pasión con frenesí. El corazón puede arder, pero la mente debe equilibrar el calor con la fría racionalidad para evitar excesos. El calor no debe ir más allá de lo soportable.

El equilibrio necesario


Con esto hemos de tener cuidado. Nuestra conciencia y ética pueden poner el marco de contención de la temperatura de la pasión para evitar quedar calcinados. Sería contraproducente que, por exceso de pasión, acabemos cayendo en el estrés, el cansancio, la enfermedad. Una tensión extrema va minando nuestra calidad de vida y nos lleva a somatizar los estados nerviosos. Como en todo, la prudencia y la moderación han de ser las grandes amigas de la pasión, pero eso sí, desterrando los miedos y la apatía. Es un juego de malabares que hemos de dominar: el equilibrio necesario para alcanzar nuestras metas con pasión, pero evitando caer en la obsesión y la adicción.

Si no se da este equilibrio, es cuando la obsesión nos impide razonar y poner las cosas en su sitio; entonces sentimos que se nos van de las manos y no podemos contener nuestras reacciones. Caemos en la hiperactividad acelerada y pasamos a una fase aguda que irá deteriorando nuestra salud. Se genera una dependencia con aquello que al principio era algo sano, natural, que nos hacía vibrar. Ahora, el fuego de la pasión se ha convertido en una obsesión. Y, más tarde, en adicción. Llegados aquí, todo se complica a velocidad de vértigo.

El riesgo: de la obsesión a la adicción


Aparece la ansiedad, el no poder dejar aquello que se hace, la incapacidad para detenerse. Se empieza a perder el control de uno mismo, surgen problemas digestivos y otros síntomas. El sistema nervioso se dispara y el sistema inmune cae. Falta de sueño, pérdida de apetito, irritabilidad… Todo contribuye a aumentar la sensibilidad extrema, y damos demasiada importancia a lo que no la tiene. La percepción de las cosas se agudiza y todo aquello que consume tiempo y nos impide hacer más nos saca de quicio.

Llegados a este punto, la persona empieza a estar cada vez más agotada, siempre a punto de estallar, pero se controla ante los demás, porque no quiere que todo se le vaya de las manos. Las noches se hacen larguísimas y al día siguiente está más alterada, ve problemas por todas partes, pero no puede dejar de hacer, más y más. Es el cuento de las zapatillas rojas, la historia de aquella niña que amaba tanto bailar con ellas que no supo ver el límite. Quien entra en esta espiral corre un grave peligro para su salud. El cuerpo somatiza el estrés con reacciones patológicas que responden a la falta de control sobre la situación que se vive.

Cuando uno se da cuenta de que ya no controla, es cuando se hace necesaria la intervención de un facultativo médico, o un terapeuta. Pero a veces la persona reacciona muy tarde, porque cuesta reconocer la adicción y el proceso de recuperación es largo y difícil de asimilar. El agotamiento físico, mental y psicológico la ha debilitado tanto que, una vez se recupere, deberá plantearse un cambio de rumbo, una profunda reflexión para orientar su vida y, posiblemente, empezar algo diferente. Estas experiencias límite muchas veces significan renacer. La persona descubre, aunque el coste haya sido muy alto, lo que realmente es prioritario en la vida: la familia, los amigos, un trabajo que le permita vivir con dignidad… Pero, sobre todo, lo más importante es ella.

Renacer


Lo importante eres tú. Tu vida, tu paz, aquellos a quienes de verdad amas, tus amigos auténticos, que te hacen crecer y florecer. También aquel que con dulzura te ayuda, te orienta y te aconseja, con respeto y amor, para que alcances ese sano equilibrio entre tú y los demás, entre lo que eres y lo que haces, entre tu libertad y tus sentimientos. Sobre todo, y aunque sea lo más difícil, necesitas equilibrar lo que ocurre fuera de ti y lo que pasa dentro de ti. No pierdas tu esencia, tu yo más íntimo ante el mundo que te rodea.

Conócete, acepta lo que no puedes hacer, porque se aleja de lo que eres. El yo y la libertad, tu ser y tus talentos, han de formar una sólida base de tu existencia. Y vuelve a lo primigenio: al silencio, a la moderación, a la suavidad, al descanso. Ama, escucha, vive y saborea la naturaleza.

No te apegues demasiado a las cosas. Desvincula el dinero del trabajo para no caer en el agobio económico. Los gurús de la prosperidad pueden hacer mucho daño, haciéndote correr detrás de una meta que quizás no es la tuya. Trabaja con pasión, pero no con obsesión. Abre cauces a tu creatividad, pero no dejes que desborde y se pierda. En especial, controla el tiempo, porque tu tiempo es tu vida. Así podrás gozar de cada momento, y serás feliz.