domingo, 11 de diciembre de 2022

Saber acabar

En este mundo tan acelerado y con tantos compromisos y responsabilidades, estamos abocados a hacer y hacer, incluso más de lo que tenemos que hacer, o a veces lo que no debemos hacer. Solemos estirar el tiempo más allá de lo necesario, llegando al límite en cansancio y estrés. Es como si lleváramos un turbo dentro. Nos multiplicamos en tareas, nos cuesta organizarnos y atiborramos nuestra agenda. 
Queremos hacerlo todo a un ritmo acelerado y nunca tenemos tiempo suficiente. Siempre se nos queda corto.

El arte de gestionar el tiempo


Trabajo, fiesta, compromisos con los amigos, con la familia... El deseo de apurar el tiempo es incontrolable: nos invade la sensación de que el tiempo se acaba y queremos exprimirlo.

Pero el día tiene sus horas y sus minutos. Saber gestionar el tiempo ayuda a que el día nos cunda, sin llegar al agotamiento, y sin caer en la frustración porque no lo hemos hecho todo. El control equilibrado y sensato del tiempo es fundamental para una vida ordenada y fecunda.

Se trata de hacer lo que hay que hacer en cada momento: parece sencillo, pero es todo un arte. Cuántas veces perdemos el tiempo en cosas que no son necesarias, y no dedicamos tiempo a aquello que sí lo es.

Escapar hacia ninguna parte


Hemos de saber cómo empezar y acabar una actividad concreta. He podido comprobar que una de las cosas que más nos cuesta terminar son los encuentros y las fiestas. ¡Cuánto nos cuesta dar por finalizada una conversación o un evento festivo! Cuántas personas caen en la verborrea, sin percatarse de que el interlocutor puede cansarse ante su incontinencia verbal. En las fiestas, se pierde de vista el control del tiempo cuando se genera un ambiente de euforia y extroversión, potenciado por la música o la bebida excesiva. No sólo se pierde el control del reloj, sino de uno mismo, y las personas hacen cosas que no harían jamás si estuvieran sobrias. El caos se apodera del grupo y con unas copas de más empieza el delirio. Se pierden los límites, se alarga el tiempo hasta la infinitud y desaparece el sentido de la realidad.

Embriagados, con los ojos turbios y el habla torpe, la incapacidad de ver la situación llega hasta la inconsciencia. Muchos jóvenes, y también adultos, caen en la esclavitud del escapismo. Queriendo liberarse, huyen hacia delante y se lanzan hacia el vacío más oscuro. El fin de semana les brinda la ocasión para emprender un viaje hacia ninguna parte, presos de las sensaciones y las adicciones que van consumiendo su vida. Viven en una bipolaridad constante: de lunes a viernes cumplen con sus exigencias laborales y profesionales; el fin de semana se arrojan a la vorágine. Así se va fragmentando su identidad: de «buenos chicos» a seres enajenados que desconectan de las más mínimas reglas de convivencia.

Es una realidad cada vez más preocupante. Psicólogos y médicos están avisando: si continúan así, los jóvenes estarán diezmando su salud y su futuro. Poco a poco, los excesos irán deteriorando su psique y su organismo, gestando enfermedades degenerativas y otros problemas físicos que afectarán a su vida.

Saber terminar bien


Esto me lleva a la importancia de saber organizar bien las fiestas, de principio a fin. Celebrar un encuentro pide una buena organización, con un tiempo previsto para cada cosa y evitando el descontrol por negligencia. Es tan importante saber empezar como acabar bien para saborear mejor la fiesta y el tiempo que pasamos con nuestros amigos. Una fiesta bien organizada se convierte en un encuentro donde se puede disfrutar de verdad, y donde el centro no son la comida ni la bebida, sino las personas. Una auténtica fiesta nos permite apreciar el regalo de la amistad. Las fiestas no pueden convertirse en un torrente de frivolidad ni en una ocasión para evadirse del mundo real. De la misma manera que hay un tiempo de preparación y montaje, debe haber un tiempo para recoger y dejar el lugar donde se ha celebrado el evento tan bien o incluso mejor que estaba antes. Esto debería formar parte de la planificación de la fiesta.

Una fiesta que acaba bien deja buen sabor de boca y el deseo de volverse a encontrar en el futuro. Ojalá todos aprendamos a dar el justo valor a las cosas y descubramos el tesoro de una vida plena y con armonía.

domingo, 13 de noviembre de 2022

Saber perdonarse

A lo largo de la vida, las personas cometemos errores, unas veces más graves que otros, de tal manera que pueden condicionar nuestro futuro y estado emocional. Sobre todo, cuando repercuten en el entorno más próximo: familia, amigos, trabajo. Es verdad que, a la hora de tomar decisiones, no siempre se tiene la total certeza de hacer lo más correcto, pero está claro que lo que hagamos tendrá sus consecuencias.

Decisiones morales

Ciertas decisiones que se toman pueden tener un impacto mayor porque tienen que ver con aspectos morales y valores muy arraigados en la cultura, como el respeto a la vida. Una mala decisión puede afectar a la economía familiar; un posicionamiento laboral o empresarial equivocado puede significar la pérdida de un empleo o la disolución de una empresa. Todo esto afecta a las relaciones humanas, pudiendo provocar, a veces, dolorosas rupturas.

Otras decisiones tienen un impacto en nuestra salud, por no haber previsto lo suficiente o no haber tomado las medidas terapéuticas necesarias. Lo cierto es que estos errores, aunque se hayan cometido sin mala intención, ocasionan inestabilidad psicológica y social, inseguridad y miedo. Y estas reacciones se enquistan en la psique, pudiendo generar patologías: desde una dolencia psíquica hasta enfermedades de origen psicosomático, que causan dolores a veces insoportables.

Especialmente cuando se trata de decisiones de carácter moral, el sufrimiento es mayor, porque se puede causar mucho daño a otras personas. Este tipo de decisiones, de naturaleza ética, son las que más cuestan de asimilar. Cuando uno es consciente de su error, se pregunta, una y otra vez, por qué lo hizo. Es entonces cuando surge con fuerza el sentimiento de culpa, añadiendo sufrimiento al dolor moral que ya se padece. Al rechazar lo que ha hecho, la persona pone en marcha un mecanismo de culpabilidad con el que se autodañará. De aquí vienen muchas afecciones de la piel, problemas respiratorios y dolores musculares. Aunque no sea consciente de ello, esta persona está castigando su propio cuerpo, que reacciona poniéndose en alerta y alterando su estado de salud.

No conocemos lo bastante bien nuestro cuerpo para saber cómo tratarlo. Sobre todo, cuando vivimos una situación de estrés que puede afectar nuestro crecimiento y salud. Todo esto repercute en la totalidad de nuestro ser.

Cómo afrontar el sentimiento de culpa

¿Cómo se podría solucionar este sentimiento de excesiva culpa? Está claro que, como seres humanos, hemos de reconocer que no somos dioses y siempre estamos expuestos a tomar decisiones erróneas. Hemos de reconocer con humildad que, a priori, no tenemos todos los datos para actuar de una manera u otra; el riesgo de equivocarnos siempre está ahí.

Un primer consejo es que, antes de tomar una decisión, consultes a alguien que para ti sea un referente moral, para minimizar el fallo y acertar con mayor precisión. Así y todo, la resolución podría errar, pero ya no eres tú solo, cuentas con alguien que te aconseja y te apoya.

Un segundo consejo es asumir con serenidad las consecuencias de la equivocación y evitar «rayarse» con un diálogo interno que no lleva a nada y que es totalmente estéril. Los apoyos de amigos o personas de confianza son muy importantes para no resbalar por este terrible tobogán de la autoflagelación moral y psicológica.

El derecho a equivocarse forma parte de nuestro aprendizaje, aunque a veces sea muy duro. Por más gigantesco que sea el error, uno tiene también el deber de darse otra oportunidad. Hay situaciones límite que no siempre se saben gestionar, sobre todo, si uno se siente solo o está solo. También es verdad que la falta de comprensión que se recibe de los demás no ayuda a afrontar ciertos hechos. Con el tiempo, esto puede minar la salud y la alegría de la persona. La soledad puede agravar el sufrimiento y llevar a la desesperación e incluso al suicidio moral y social: una vida amarga, sin sentido.

Los prejuicios religiosos, tanto del que se equivoca como de los que hacen de jueces, tampoco ayudan en nada a encontrar una salida.

Pero hay un último aspecto que quiero señalar, y que puede sanar estas heridas tan profundas: es la necesidad de perdonarse a uno mismo.

El perdón sanador

A veces somos más duros con nosotros mismos que con los demás. Cuando nos fragmentamos por dentro, nos convertimos en jueces y verdugos de nosotros mismos, infligiéndonos un daño mayor que cuesta más de reparar. Vivimos en una cultura del «superhombre», no podemos equivocarnos, no podemos caer. La educación nos ha llevado a menudo a esta carrera por ser los primeros y los mejores, aunque sea a costa de renunciar a nuestra propia identidad. No podemos fallar, y nos olvidamos de que el ser humano es frágil, duda, se equivoca. La sociedad levanta estatuas a los valores y talentos, ¿a qué precio? Mientras una parte de la sociedad compite y lucha, otros caen y son rechazados porque «no dan la talla». Por otra parte, se fomenta la autoestima, la autorrealización, el autocuidado. Incluso en esto no podemos fallar... La bipolaridad existencial está más arraigada en las personas de lo que creemos.

El corazón del hombre es un profundo misterio. La psicología, la filosofía y la religión abordan el tema en profundidad, sin llegar a abarcarlo todo. Ante las dudas e incertezas, equivocarnos nos aboca a la emergencia emocional. Pero también nos puede llevar a su remedio.

Aprender a reconocer el error y a perdonarse. Es correcto asumir el fallo y el daño cometido, pero no podemos quedarnos ahí. No somos los únicos en equivocarnos, y posiblemente en nosotros no hubo mala intención. Quizás actuamos movidos por el miedo, por la angustia o la presión del entorno. Quizás éramos muy frágiles, inmaduros o estábamos asustados. Un error no sólo tiene motivos, sino causas.

Pedir perdón y recibir el perdón de otros, también de Dios, es sanador y nos libera. Pero si no nos perdonamos a nosotros mismos, ese último nudo seguirá ahí, atándonos e impidiéndonos vivir en plenitud. Hay un último perdón, que es el de uno mismo. Tenemos esta capacidad hermosa de liberar a otros y de liberarnos. Jesús nos la dio. Basta un acto de inmenso amor y misericordia. Sí, también hacia uno mismo. Si Dios te perdona todo, hasta el mayor delito que hayas podido cometer, ¿por qué no te perdonas tú?

domingo, 30 de octubre de 2022

Me siento vacío


«Estoy vacío.» Escucho estas palabras de unos labios balbuceantes, en un rostro de ojos vidriosos. En ellos leo desesperanza. Son palabras que salen de un corazón roto, cargado de tristeza. Más dramático es todavía saber que no son de un adolescente que busca su lugar, sino de un hombre de cincuenta años, que camina por la existencia sin propósito ni estabilidad. Sobrevive esperando algo que nunca llega, y la realidad le da vértigo.

Me pregunto de dónde nace ese gemido tan hondo, ese dolor que transforma su cara, ese vacío que le hace lanzar un grito ante una sociedad que no le ofrece respuestas ni motivaciones para vivir. Está en una edad en la que se supone que llega la plenitud de la madurez y, sin embargo, siente que el tiempo va pasando y que lo soñado se le escapa como agua entre los dedos. Con una sensación de impotencia, la soledad lo va engullendo, precipitándolo hacia el vacío. Ya no sólo padece un dolor emocional, sino existencial. ¿Vale la pena vivir así?

Tengo ante mí a un hombre deshecho, que se mueve con torpeza y pronuncia con dificultad esas pocas palabras, parcas pero densas en emoción. Lo veo absolutamente perdido. Afrontando problemas familiares, con enormes dificultades para acceder al mercado laboral, y quizás arrastrando un pasado de rupturas sentimentales, parece incapaz de seguir adelante y huye hacia ninguna parte. En vez de afrontar su compleja situación personal, recurre a la bebida para anestesiar su dolor.

Lo dramático es que la anestesia apenas le hace olvidar y alejarse de la cruda realidad. Al cabo de unas horas, de nuevo volverá a encontrarse ante su propio espejo, avergonzado y culpable. La adicción al alcohol no hace más que complicar su problema, porque le añadirá diversas patologías, algunas tan graves como la cirrosis y la degeneración neurológica. La huida siempre es una carrera en círculo: no va a poder escapar, siempre regresará al mismo lugar. La angustia lo empujará a seguir huyendo, hasta que una sobredosis lo paralice totalmente.

¿Cómo hacerle ver, cuando esté sobrio y tenga momentos de lucidez, que no puede vivir echando las culpas a los demás? Puede achacar su situación al pasado, a su educación, a la familia y a la sociedad, incluso a sus propios límites. No digo que esto no pueda condicionar a una persona, pero no tanto como para hacerla caer en un victimismo que le impida afrontar con valentía su propio destino.

Es verdad que se necesita el apoyo de amigos, y a veces incluso de profesionales, para poder salir de estas situaciones. Pero también es cierto que el éxito para salir depende únicamente de la propia voluntad y libertad. Cada uno es señor y arquitecto de su historia, y no hay limitaciones ni condicionamientos que puedan truncar algo innato que todos tenemos dentro: el deseo inagotable de vivir y anhelar la felicidad. Esto forma parte de nuestra naturaleza. Fuimos concebidos para ejercer una soberanía sobre nuestro yo más profundo, llamados a la vocación de dar y amar.

Quizás esta sea la clave de tantos problemas: descubrir el valor sagrado de la propia vida. Y descubrir que su sentido no es solamente conservarla y defenderla, sino ofrecerla a los demás. Cuantas personas no salen de su hoyo porque viven centradas en sí mismas y en su dolor. Su herida parece más grande que su ser, y esto es un error del que necesitan salir cuanto antes.

Cuando llegas a sintonizar con los valores más profundos que te definen, te das cuenta de que todos los paliativos que utilizas para sobrevivir en el fondo te alejan de tu propia identidad. Un ser amado con una hermosa vocación y reconocer que la trascendencia todo lo envuelve son las claves para no apoyarte en muletas que te hacen vivir cojeando y a cámara lenta. Apóyate en los sólidos pilares que configuran tu existencia. Atrévete a entrar en tu castillo interior y te asombrarás de lo que hay en ti. Te darás cuenta de que no puedes vivir sin los demás: familia, amigos, Dios. Cuando te despliegues hacia el otro es cuando tu alma florecerá y el corazón se te iluminará. Será entonces cuando ya no te sentirás vacío: tu corazón estará repleto de gozo porque habrás descubierto en ti la enorme energía transformadora que te hace ser una persona abierta a Algo más grande que tú mismo.

domingo, 25 de septiembre de 2022

Del sueño a la realidad

Algunas personas con las que hablo me comentan que han tenido mala suerte en la vida. Lo dicen con un tono de frustración, quejoso, incluso molesto y a veces rayando el victimismo. Pero cuando las conozco más a fondo me doy cuenta de que el problema no es la mala suerte.

A veces hay factores ajenos a uno mismo que, sin quererlo ni buscarlo, nos colocan en situaciones inesperadas, como un accidente, la pérdida de un ser querido, una mala jugada de alguien que nos traiciona. Pero, aparte de estos factores externos, a veces lo que nos ocurre es fruto de nuestra propia actitud. No siempre actuamos con acierto. Hay personas que quieren forzar situaciones a su favor y no lo consiguen. Ya sea por falta de criterio, por falta de realismo, por incapacidad o imprevisión, estas personas, que pueden ser muy creativas e incluso tener iniciativa, no pueden culminar las metas que se han propuesto. Acaban sumidas entre la perplejidad y el enfado, y se preguntan por qué no han logrado hacer realidad su sueño.

Decía un amigo mío que sueños podemos tenerlos todos. Pero ese sueño hay que dotarlo de «patas» para convertirlo en propósito que, un día, llegue a ser real. Es decir, hay que pasar del sueño al proyecto. Hay quienes son brillantes describiendo su idea, pero les cuesta mucho trazar un plan para llevarla a la práctica. Pueden definir hasta el menor detalle de lo que sueñan, e incluso involucran a otros en su iniciativa, pero no son capaces de seguir un plan racional ni de trabajar en equipo. Quieren imponer su visión y toman decisiones sin contar con nadie. A veces cambian de planes arbitrariamente, o se lanzan a la aventura sin prever los riesgos ni las consecuencias. ¿Por qué las cosas no salen bien? ¿Han previsto las dificultades? ¿Cuáles son sus verdaderas intenciones?

Constato en muchas de estas personas que soñar les es muy fácil, porque esto los abstrae y los lleva fuera de una realidad que puede ser dura. Los hace huir hacia adelante ante su propio drama existencial, esquivando la pregunta incómoda: ¿Qué hago en este mundo? ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué no?

Creo que una de las claves para resolver esta «mala suerte» e insatisfacción de tantas personas es hacer un ejercicio profundo de introspección: explorar dentro de ellas, descubrir lo que son y preguntarse si lo que hacen tiene sentido. Ahondando en sí mismas encontrarán que hay algo valioso que pueden hacer para su crecimiento personal, aunque a menudo no es lo más fácil ni lo que les apetece.

Cómo convertir un sueño en un proyecto real

Lo primero es algo que todos solemos hacer muy bien, que es describir el proyecto, dejando volar la imaginación. Con tres folios ya está bien.

La segunda pregunta, fundamental, es esta: ¿aquello que propongo es algo que la gente quiere, espera o necesita? ¿Resuelve una necesidad o una carencia? ¿Es algo que nadie más hace, o que nadie hace en el lugar o en el ámbito donde vivo? Esto es decisivo para tirar adelante, porque hará viable el proyecto. Es fundamental pensar en los demás para que sea algo que marque una diferencia con otros proyectos similares. ¿Qué añade valor a mi proyecto, cuál es su rasgo diferencial?

A partir de aquí, hay que investigar y profundizar un poco. Para ello hay que sumergirse en la realidad: ver cómo es mi entorno, cómo es la gente, qué recursos existen y de qué puedo disponer, qué necesito y qué tengo ya. Cuáles son las necesidades de las personas a quienes voy a dirigir mi iniciativa. En qué lugar voy a desarrollarla. Quizás este estudio a fondo me hará cambiar algunas cosas.

Después podré definir varios objetivos que me permitirán alcanzar la finalidad deseada. Estos objetivos han de ser muy claros y precisos y, como afirman los consultores empresariales y los coach, motivadores y siempre realistas y con fecha límite.

Ahora llega la parte ardua de prever todos los recursos y medios para conseguirlo, desde el grupo humano, economía, formación, equipamiento... y un buen presupuesto, realista y detallado. No podemos improvisar nada ni dejar cabos sueltos si queremos que el proyecto salga adelante. Es crucial, sobre todo, contar con un equipo humano bien trabado y coordinado, donde cada cual sepa exactamente qué debe hacer. Otro pilar fundamental es contar con la financiación suficiente. Sin inversión es casi imposible iniciar nada, por brillante que sea la idea y por extraordinario que sea el equipo.

Finalmente, hay que desvincular el proyecto de la avaricia y el interés personal. Si la única finalidad es conseguir mucho dinero, y no prestar un buen servicio o algo útil para los demás, el proyecto se convierte en una mera proyección personal.

En todo el proceso es necesario tiempo y saber gestionar los momentos, esto es clave. La prisa siempre es mala consejera; en un proyecto nuevo no se puede actuar con precipitación.

Todo esto pide reflexión, silencio y tiempo. Y también diálogo. No importa que el proyecto se demore; cuando todo esté maduro y a punto echará a rodar, y será positivo. Si se actúa precipitadamente y se deja todo a la improvisación, el fracaso será rotundo.

Todo esto requiere una cultura de la gestión y la organización. Cualquier iniciativa pasa por un plan minucioso, teniendo presentes todos los factores que pueden facilitar el proyecto (oportunidades) y los que pueden dificultarlo (obstáculos). 

Un plan realista, junto con la capacidad de analizar la realidad objetivamente, y saber cambiar y adaptarse cuando sea necesario, es vital para llevar adelante el proyecto soñado. Hemos de saber dónde estamos, para plantearnos a dónde vamos y a dónde queremos llegar.

Creatividad y realismo

Como decía al principio del escrito, tener buena o mala suerte no es lo más importante. Tampoco se puede vivir en una burbuja, al margen de los vaivenes de la sociedad. Con todos los problemas que nos rodean, hemos de estar bien despiertos y agudizar el ingenio para descifrar las claves de nuestro mundo. Si las cosas salen bien no es por buena suerte, sino porque se ha actuado con la cabeza y con el corazón. Si no salen, es porque quizás ha fallado alguna de las patas del proyecto, o no se han tenido en cuenta todos los factores que se debían considerar. Pero cuando las cosas no funcionan y se insiste, forzando las situaciones, se puede llegar a una terrible frustración. El choque con la evidencia y la realidad puede ser muy duro.

En definitiva, a la creatividad y a la imaginación hay que sumarles una buena dosis de realismo y discernimiento. Un plan estratégico, además, necesita rigor y constancia para cumplir lo propuesto, así como flexibilidad para revisar el proyecto y cambiar o adaptarse, si es necesario. También hacen falta humildad y empatía para poder conectar con los demás y trabajar con motivación.

Con estas cualidades, estaremos preparados para alcanzar cualquier meta que nos propongamos.

domingo, 4 de septiembre de 2022

Música que eleva o que destruye

La música forma parte de la creatividad humana y de su sentido de la belleza. El deseo de expresar sentimientos y emociones se traduce muchas veces en sonidos. La música es un lenguaje que va más allá de las palabras, incluso más allá de la razón. La melodía va directa al corazón. La belleza de una música abre la totalidad del ser. Se suele decir que una imagen vale más que mil palabras, pero también se podría decir que una música transmite mil imágenes. Los musicólogos explican que la música pone vida a las palabras y a las imágenes.

Música que eleva

La música forma parte intrínseca del ser humano. Nuestra capacidad cerebral nos permite crear melodías. En la inmensa complejidad neuronal, debe haber áreas específicas donde se generan conexiones y señales que nos permiten emitir sonidos armoniosos. Somos homo musicus por naturaleza. Esto lo vemos en todas las culturas del mundo: todas ellas tienen sus canciones, danzas, instrumentos y sonidos típicos. El sonido armonioso forma una verdadera sinfonía de notas, desde la tonada más simple hasta llegar a las partituras de los grandes maestros, donde el sonido se plasma en su propio abecedario musical.

Con la música, el hombre se expande, medita, se relaja o se entusiasma. Se predispone a una apertura emocional y espiritual; de aquí la tendencia a escuchar música o a crearla. Hay músicas que son auténticas obras de arte. En la música sacra encontramos el canto gregoriano y las magníficas composiciones religiosas del barroco. En la música profana, la creatividad de compositores y virtuosos se ha desplegado hasta lo sublime. Sus obras expresan la realidad del hombre, su experiencia vital, sus emociones y sus sueños, así como la poesía del paisaje y la naturaleza.

La música revela también la capacidad del hombre de comunicarse con los demás. Especialmente a través de las canciones de todo género, desde la zarzuela, el bolero o las rancheras hasta el Gospel, el country o la música pop. Por ser creación humana, tiene una profunda dimensión ética y filosófica. Detrás de cada letra hay una visión del mundo o del hombre. La música expresa lo que late en el corazón humano y el flujo variante de sus emociones. Por eso hay quienes afirman que a través de la música se expresa la bipolaridad de la persona: un día está feliz y compondrá canciones alegres y exultantes, llenas de poesía; otros días estará abatido, o furioso, y su música expresará resentimiento, odio o soledad. El hombre se desnuda en su creación artística, ya sea literaria, musical o plástica. Su voz le sale de lo más profundo de las entrañas.

¿Qué tipo de música ayuda a armonizar a la persona? La musicología ha estudiado mucho este tema fascinante, incluso realizando experimentos que demuestran el efecto de ciertas músicas en las personas y hasta en las plantas. Lamentablemente, no toda la música tiene un efecto sano y terapéutico.

Música alienante

La dependencia a cierto tipo de música ya es reveladora: la música tecno, el rock, la electrónica... Esta música que se emite a gran volumen en discotecas y salas de baile puede estar afectando de forma importante la salud mental de la persona. El ritmo y el machaqueo constante, las notas, el tono, todo esto afecta al cerebro provocando una reacción hipnótica o de aturdimiento. Es un ruido que ya deja de ser música para convertirse en un sonido opresivo que literalmente atrapa, alejándose de la auténtica armonía.

La psicología tiene mucho a estudiar sobre el efecto de estas músicas en los jóvenes que se ven expuestos a ellas durante horas, cada semana e incluso cada día. En una sala abarrotada, todos bailan, contagiándose el frenesí, repitiendo movimientos estereotipados hasta el agotamiento. Dan la impresión de estar abducidos por el sonido, y el estado de alteración aumenta cuando el alcohol y las drogas entran en escena. En algunos casos se llega al desvarío y a la pérdida de consciencia, como sucedía en los conciertos de rock de los años 60 y 70. Hay una serie de géneros musicales vinculados a este mundo autodestructivo: alcohol, droga, sexo y rebeldía contra el mundo y contra todos. Pienso que esto es la antimúsica.

Recientemente me contaba una amiga que había vivido un tiempo en Colombia. En cierto barrio, unos vecinos solían celebrar fiestas continuamente, poniendo música estridente a altas horas de la noche. Resultaba insoportable e imposible descansar. Otro vecino que vivía cerca salió de su casa para pedirles, por favor, que bajaran el volumen, e hizo unas fotos de la concurrencia. Al día siguiente, fueron a su domicilio, le forzaron la puerta y lo apalearon de tal manera que a consecuencia de los golpes se quedó ciego. Destrozaron su vida.

A partir de esta experiencia, ella hacía una profunda reflexión. ¿Cómo puede la música hacer esto en las personas? ¿Cómo puede enajenarlas hasta el punto de atentar contra la vida y la salud? Es gravísimo que este tipo de música se emita en ciertos ambientes sin ningún tipo de control y sin respeto hacia el resto de la comunidad. Sí, podemos decir que algunas músicas enferman a la persona y la empujan a un estado sicopático.

El antídoto: el silencio

Nuestra cultura está enferma por falta de silencio. Pero hay músicas que son una huida de la realidad humana. Cuánto mal hace la música que embriaga e induce a las personas a huir de sí mismas. El antídoto de esta patología musical está en cultivar el silencio. El silencio armoniza nuestra vida ayudándonos a encontrar dirección y sentido, equilibrando las emociones. A partir de aquí, se pueden recibir otros sonidos: armónicos, creativos, poéticos, que conviertan la experiencia musical en un momento gratificante que ayuda a elevar el ser.

A veces me pregunto si el fomento de este tipo de música no formará parte de un plan para destruir al ser humano arrebatándole el alma. Las experiencias oscuras y extrañas que animalizan al hombre, inducidas por el consumo de drogas o por la adicción a la pornografía, son preocupantes y reclaman una reflexión por parte de las familias, los políticos, los religiosos y todos los grupos sociales. Tenemos una sociedad enferma y urge buscar soluciones. Médicos y psicólogos deben plantear la necesidad de una actuación urgente ante la pérdida progresiva de identidad y de propósito vital. No podemos perder la libertad, que es la que nos hace más humanos. Cuántas personas están cayendo por ese abismo sin fondo hacia la nada, enfermos mental y físicamente, con el coste que esto supone para la sanidad pública. Con leyes en la mano, y con un plan de acciones efectivas, se podría hacer algo. Mientras tanto, extendamos el silencio a nuestro alrededor, y promovamos el pensamiento y la belleza. No dejemos que los jóvenes caigan en el infierno de lo absurdo y del sin sentido. Ojalá, con la fuerza de muchos silencios, podamos neutralizar el poder de autodestrucción masiva que está fagotizando a las generaciones jóvenes. Todos necesitamos la calma de un lago interior, mientras que las olas de un mar embravecido hacen naufragar a mucha gente, hundiéndola en la oscuridad que volatiliza al ser humano.

domingo, 31 de julio de 2022

El jardinero de Dios

Días atrás he visitado un extenso vivero en Balaguer, en la comarca de la Noguera. Era un día caluroso, de cielo azul intenso que contrastaba con el paisaje agreste de aquellas tierras leridanas. El sol desde su cénit lo abarcaba todo, nada escapaba a sus rayos que iluminaban el paisaje.

Llegué al vivero por una carretera comarcal que salía de Balaguer y serpenteaba entre huertos. Bajo la cubierta transparente, contemplé la enorme extensión de árboles, flores y plantas medicinales. Texturas, formas y aromas se mezclaban en las hileras de macetas expuestas para su venta. Había plantas para tratar de forma natural toda clase de trastornos y enfermedades. Clasificadas por sus cualidades terapéuticas, nutricionales y cosméticas, hacían de aquel lugar en un oasis, invitando a deambular por los pasillos del vivero o a sentarse en alguna de las sillas de mimbre allí colocadas para deleite del visitante.

Todo esto me movió a reflexionar sobre la importancia de cuidar y custodiar la naturaleza. Primero, porque es creación y somos parte de ella. Segundo, por su desbordante belleza, un regalo para los ojos. Y finalmente, porque también nos aporta salud y bienestar.

Pensé que los empleados de este vivero deben amar mucho su trabajo, convirtiendo su experiencia en fuente de sabiduría. Sólo si amas, conoces y cuidas la naturaleza, las plantas y los árboles te darán lo que necesitas. El deseo de conocer la fauna y la flora nos lleva a una cultura de cuidado del medio ambiente. Mimarlo no es otra cosa que alabar a Dios por toda su obra. Dios es el gran jardinero.

Convertirse en experto botánico significa ahondar en los misterios que se esconden tras las hojas, los frutos y las raíces, agradeciendo todo aquello que nos pueden aportar en nuestra vida. La humanidad también es un gran jardín que necesita de buenos jardineros especializados en el cuidado de cuerpos y almas. Sí, el buen jardinero conoce y sabe cómo es el corazón humano y cuáles son sus más profundos deseos, sobre todo aquellos que le ayudan a abrir sus horizontes. Todos tenemos un lugar en el vivero de nuestra vida. Hemos de descubrir la naturaleza de nuestra alma, para saber a lo que estamos llamados. Hemos de aromatizar con nuestros valores la convivencia con los demás para poder embellecer el entorno. Cada cual ha de descubrir que tiene un jardín plantado en su corazón. La alegría y la belleza son parte intrínseca de nuestro ser.

La ecología del ser humano

Sí, hay una enorme cantidad de personas que aman y saben cuidar las plantas. Dan un gran valor a la ecología. Pero hoy, más que nunca, es necesario también cultivar la ecología del ser humano. Sabemos cuidar las cosas y cada vez hay una mayor conciencia de vinculación con la naturaleza. Siendo esto bueno, no nos olvidemos del cuidado especial de las personas, como culmen de la creación. Si es urgente custodiar la naturaleza, mucho más lo es poner en el centro de nuestra atención al otro. Hemos de cuidar nuestros hábitos y los de las personas que viven en nuestro hogar. Así nos convertiremos en auténticos jardineros del vivero humano, y cada cual podrá dar color y perfume a la convivencia, tan necesitada de la frescura del amor.

Si las plantas tienen propiedades terapéuticas, cuánto más las personas, que tenemos la capacidad de amar. Hagamos de nuestra humanidad un bello jardín. Es una de las más nobles tareas del ser humano. Dejemos que Dios, ese discreto y sabio jardinero, pode todo aquello que nos impide florecer, a la vez que va dando forma a la naturaleza de nuestro corazón. Es lo que da sentido a todo lo que somos, porque el jardinero quiere hacer de su planta una obra de arte, es decir, hacer florecer todo el potencial que tiene adentro. Cada persona es una planta cuidada amorosamente en el jardín del Edén.

domingo, 24 de julio de 2022

Vivir es volar hacia la plenitud

Un retiro necesario

Como cada verano, procuro hacer un paréntesis en mi ajetreado trabajo. Me gusta parar y cambiar de ritmo. Durante todo el curso estoy enfocado a realizar mis tareas con esmero intentando sacar el máximo fruto, dedicando mi tiempo a servir a los demás. Así como cada día procuro tener un espacio para la oración y el cultivo espiritual, en este tiempo estival hago lo posible para retirarme, meditar, caminar y pasar más horas de soledad y silencio, profundizando en mi propia vocación. Pues es necesario no perder nunca el rumbo y el sentido último de la llamada.

Por eso a veces es importante, no sólo tener horas para saborear el silencio, sino unos días enteros para dejarte envolver por esa misteriosa presencia de un Dios que desea la plenitud del hombre. Te das cuenta de que estás hambriento de silencio y necesitas sumergirte en la suavidad, ir a otro ritmo, más despacio. Cuando te instalas en el silencio la percepción se agudiza y captas a tu alrededor matices de la realidad muy diferentes. Has dejado atrás la prisa, el reloj y la agenda, la aceleración mental y el estrés que disminuyen los sentidos. Todo adquiere un tono y un color diverso: los paisajes que contemplas se despliegan en mil tonos variados con sus infinitas gamas de verde y tierra.

El silencio ayuda a profundizar en la belleza del entorno, pero también en la belleza del corazón humano y sus anhelos. Aquietar el ruido es abrir las puertas para ir penetrando en tu castillo interior, ahí donde te lo juegas todo, allí donde reside tu identidad.

Tener unos días de reencuentro contigo mismo y con lo que da sentido a tu vida es crucial. Es hacer un alto en el camino, ponerte en dique seco y reparar las grietas y desperfectos del alma, sus huecos y vacíos. Dios es el carpintero del barco de tu vida, y necesita tiempo, también, para restaurar las heridas y restablecer las piezas rotas, para recuperar el tono e iniciar el camino de nuevo. Ya regenerado, puedes volver a tu misión de evangelización con paz, pasión y lucidez.

Un retiro es tiempo para dejarte moldear según aquello que, en el fondo, deseas: estar junto a tu Creador. Es dejar que el jardín de tu alma florezca y dé el máximo fruto. Hay que atreverse a volar por la inmensidad del corazón de Dios.

Sobrevolando el Montsec

Uno de estos días, tuve la ocasión de subir por la carretera serpenteante que lleva a la cumbre del Montsec. Desde esta montaña prepirenaica se divisa el valle de Áger y buena parte del llano de Lérida, desde la comarca de la Noguera. Cuando llegué a lo alto de la montaña caminé hacia una explanada que moría en el abismo. Allí había un grupo de jóvenes con sus parapentes, dispuestos a lanzarse al vacío. Me quedé observándolos y vi que intentaban aprovechar las corrientes de aire, tensando las cuerdas del parapente, para elevar la enorme tela que les sirve para suspenderse en el vacío. Y vi que se necesitan tres cosas para culminar el vuelo. Por un lado, conocer la técnica y el manejo de las cuerdas, así como conocer con absoluta certeza la dirección de la corriente del aire. La segunda, tener arrojo para lanzarse corriendo hacia el precipicio y deslizarse por los cielos. Es decir, valentía, seguridad, confianza en sí. Y la tercera, la más lúdica, es atreverse a jugar con el viento, con las emociones intensas y el riesgo. Los que practican deportes de aventura hablan de un profundo sentimiento de libertad. Se dejan mecer por el aire y pierden el miedo. Una vez lo tienen todo controlado, disfrutan. Una diminuta persona, suspendida en el aire, vive la grandeza de una experiencia indescriptible. Para muchos es una locura, pero ellos lo viven como algo sublime: el pequeño hombre superándose a sí mismo, rozando la infinitud, es capaz de grandes gestas. Para quienes contemplamos, es un gozo visual.

Cuando vi que se iban alejando, convertidos en pájaros que surcan las alturas, pensé que todos los seres humanos, en el fondo, anhelamos rozar la trascendencia, volar alto y superar nuestras limitaciones.

Observé que, entre los voladores, uno de ellos era capaz de manejar bien las cuerdas y controlar el viento, manteniendo su lona en alto durante mucho tiempo, pero no se movía. Lo tenía todo: técnica, formación, conocimiento y el viento a su favor, pero le costaba decidirse, y permanecía plantado e inmóvil.

Finalmente, seguí mi camino por el monte y, cuando volví, la explanada estaba desierta: todos volaron. Todos tuvieron el coraje de saltar y, junto con sus compañeros, convertirse en dueños del viento, fundiéndose en el paisaje.

De regreso, pensé que saber vivir, como volar, tampoco está exento de riesgos. Pide atención y conocimiento, destreza y control de la situación, pero también asumir riesgos. En el fondo, vivir de manera plena implica una elección libre, entre vivir de verdad o sumergirte en una burbuja donde sentirte protegido, pero encerrado. Cuántos, por miedo a conocerse a sí mismos, no saben lanzarse desde la rampa de su corazón, porque les falta el valor para verse como son, incluso arriesgándose en sus decisiones. Muchos no saben ni siquiera quiénes son y qué anhela su corazón. Se quedan quietos, les da vértigo lanzarse al vacío, tienen miedo, están inseguros y esto los lleva a la parálisis.

Vivir en plenitud es como volar: no es dejarse llevar por el viento, sino aprovecharlo en tu favor. Con las cuerdas bien tensas, que son los valores que nos orientan y nos mantienen a flote. Unos valores firmes nos permiten navegar sin perder el rumbo. Sabiendo despegar y soltar lastre, que es correr el riesgo de perder... En ese momento, no caes, sino que el viento te eleva. Así sucede también en la vida interior: cuando lo das todo, arrojándote al vacío, Dios te sostiene en sus alas y te eleva.

domingo, 17 de julio de 2022

La enfermedad de la prisa

En el jardín de un monasterio
En el jardín de un monasterio


Estamos lanzados a la cultura de lo inmediato, del frenesí, del ahora y ya. Nuestra sociedad se sumerge en la velocidad: hacer y hacer es lo más importante. El culto a la actividad centra nuestra vida, causando y provocando un cansancio psicológico y físico. Todo se precipita y nos lleva a divorciarnos de nosotros mismos. Nos alejamos de la naturaleza del ser para caer en el culto a nuestra obra e imagen. Cuando no hacemos algo parece que no somos nada.

Si no somos capaces de parar nuestro reloj interior, vamos a la deriva y perderemos nuestra identidad, es decir, lo que somos. La velocidad vertiginosa en que vivimos nos lleva a la fragmentación del ser, y cuando esto ocurre nos desubicamos existencialmente. Hemos perdido la brújula que nos indica hacia dónde tenemos que dirigir nuestros anhelos.

Sin orientación estamos perdidos. Sin valores que marquen nuestra trayectoria caeremos en el abismo o viviremos corriendo siempre, intentando ganar tiempo para hacer más y más. Todo está orientado a multiplicar nuestras actividades, hasta llegar a la extenuación y el agotamiento. El ser humano no es una máquina rentable de producción.

Plantear nuestro ritmo acelerado, algo que casi nunca hacemos, se hace necesario para reenfocar el rumbo de nuestra vida. Aunque no lo parezca, la velocidad puede ser adictiva: necesitamos hacer muchas cosas y con la máxima rapidez. Nos hemos acostumbrado a ir siempre corriendo porque ciframos nuestra valía y capacidad en el trabajo para ser alguien ante la gente. Creemos que cuanto más hacemos, mejor aprovechamos el tiempo, y tenemos miedo de que se nos escape. Así, lo estiramos como si fuera un chicle.

Pero nuestro cerebro no está concebido para hacer varias cosas simultáneas de forma consciente. Cuando en el ordenador tenemos muchas ventanas abiertas, llega un momento en que se bloquea y necesita un reseteo. De la misma manera, cuando nos desplazamos en un vehículo a alta velocidad, nuestra retina no puede captar todas las imágenes del paisaje que vemos. A esa velocidad le es imposible retenerlas. Lo mismo ocurre cuando tenemos la agenda llena y vamos corriendo de una tarea a otra. Hoy, en ciertas empresas, la tecnología obliga a mantener un ritmo tan alto que lleva al trabajador a un profundo estrés laboral, como ya indican algunos psicólogos. Algo hemos de hacer para sanar esta patología social. Entre no hacer nada y vivir estresados hay un término medio: dar el valor justo al trabajo y, en lo que se pueda, desligarlo de la obsesión por ganar al precio que sea.

Trabajar de otra manera

Un primer paso es plantearte si lo que haces tiene que ver con tu propósito vital. Ese empleo, ¿te realiza? ¿Añade valor a tu vida? Es evidente que el dinero es necesario, y muchas veces el trabajo es el único medio para conseguirlo. También es verdad que muchas veces no podemos elegir la ocupación que nos gustaría. Pero es importante que lo que hagas te lleve a sentirte bien y añada felicidad a tu vida.

Una vez estés haciendo lo que quieres, plantéate muy en serio cómo hacerlo de manera serena y ordenada, con una buena agenda, sabiendo priorizar lo más importante y a un ritmo adecuado que te permita saborear y disfrutar de lo que haces. Esta sería la clave del rendimiento: no trabajar más, sino mejor. Aquello que hagas, hazlo con la máxima atención, poniendo todo tu esmero. Con la prisa no es posible hacer las cosas bien, y no siempre se rinde más. Si puedes pautar un ritmo adecuado puedes llegar a ser más productivo, sin la sensación de ir corriendo siempre. Se pierde el tiempo tanto cuando no haces nada como cuando lo quieres estirar hasta el punto de apurarte. Aquel dicho: «vísteme despacio, que tengo prisa», encierra una gran verdad. Igual que la fábula de la liebre y la tortuga: la lentitud constante y sin pausa de la última ganó la carrera.

Pero, más allá de todas estas apreciaciones, pienso que esta adicción a la prisa revela algo más profundo. ¿Qué valores tenemos? ¿Cómo concebimos la vida? ¿Cómo estamos con nosotros mismos? ¿Y con los demás? ¿Cuál es nuestra referencia ética y en qué modelos nos proyectamos? ¿En qué creemos? ¿Cómo cultivamos nuestra dimensión religiosa? Finalmente: ¿hemos descubierto el sentido último de la vida? ¿El más allá?

Todo esto forma parte de nuestra realidad existencial, que tiene que ver con nuestros anhelos más profundos y con la meta que deseamos alcanzar. Pero una cosa es necesaria: replantearse los propios fundamentos, nuestra visión de la realidad. Para esto es urgente evitar ciertas influencias sociales que nos llevan a donde quizás no queremos ir.

Sumergirse en el silencio

Sumérgete en lo más profundo de tu yo, sin miedo, y conecta con lo primigenio de tu ser para nadar hacia el misterio de tu esencia. Ese misterio donde te encuentras con el Creador. Haz una tregua contigo mismo. Deja de exigirte más. Acalla el ruido, frena la velocidad y esta carrera hacia el abismo.

Sólo desde el silencio podrás retomar las riendas del tiempo y dominar la prisa. En el silencio Dios llena tu vacío. Tomar sorbos de silencio en un mundo que nos empuja hacia la nada, en medio de un ruido ensordecedor, es la mejor manera de reparar tus heridas internas y cohesionar tu vida. El silencio asusta, porque nos pone ante el espejo y nos vemos a nosotros mismos, quizás como no esperamos, y nos da vértigo. Pero en el silencio encontraremos nuestro pálpito vital. En la lucha diaria, el silencio será un bálsamo, una brisa en medio de nuestros quehaceres. Hemos de ser capaces de parar, meditar, acallar nuestro ruido interior y reencontrarnos con nuestra esencia, que tiene que ver con nuestra propia vocación y nuestra forma de estar en el mundo, con nosotros mismos y con los demás.

El silencio es una catapulta que nos lanza a surcar nuevos horizontes y a descubrir la belleza que hay en nuestro corazón. Será entonces cuando en medio de la guerra encontraremos momentos de plenitud. Será entonces cuando la prisa se transforme en una danza, un deslizarse con suavidad por el escenario de nuestra vida.

Será entonces cuando pasaremos del vértigo mortal a las aguas vivas del alma que crece.

sábado, 2 de julio de 2022

La amistad, un tesoro


En la vida hemos de tener muy claras las prioridades para poder crecer como persona. No cabe duda que esto pasa por descubrir tu proyecto vital, crear una familia, realizarte en aquello que sabes, según tus capacidades, consolidar tu trabajo y conseguir recursos económicos que te permitan vivir con dignidad y disfrutar de tus logros.

Pero, siendo todo esto muy importante, lo que nos completa como seres humanos es la amistad. A lo largo de la vida conoces a muchas gentes, pero no todas aquellas que conoces llegan a ser amigos tuyos. Cultivar la amistad con ellos es necesario para mantener los vínculos y vivir una bonita experiencia con aquellos que te aprecian y con los que sintonizas. La elección no siempre es fácil y en algún caso se producen desilusiones. Es verdad que no se puede tener muchos amigos, pero aquellos que tengas, cuídalos siempre.

El libro del Sirácida, en la Biblia, dice que quien tiene un amigo tiene un tesoro. Cuánto alegra compartir con tus amigos los episodios más importantes de tu vida. El amigo es un oasis en pleno desierto, una brisa de primavera y el sostén ante las dificultades; la mano firme donde puedes agarrarte, la luz en la noche oscura. Tener un amigo es como un amanecer que ensancha el corazón y te abre los pulmones para respirar con plenitud.

Ayer me encontré con un matrimonio amigo de Badalona, después de más de doce años sin verlos. Apenas me abrazaron, sentí que la amistad que me une con ellos se encendía, latiendo con fuerza.

Los conocí cuando fui rector de la parroquia de San Pablo. En aquellos años organizamos muchas actividades y eventos pastorales, y ellos siempre fueron grandes colaboradores. También tuve la alegría de acompañarlos en sus bodas de plata, una celebración muy emotiva y entrañable.

Son un matrimonio fuerte y cohesionado, que se ha mantenido fiel en el tiempo. Antonio es bondadoso y alegre, serio en su trabajo, valora mucho a sus amigos y sabe sacarle el jugo a la vida. Estar en su compañía es gratificante, porque en los momentos más difíciles hace gala de su ingenio y buen humor; sus chistes ayudan a suavizar la tensión, creando un ambiente más calmado y relajado.

Lourdes es una mujer cálida y firme, con criterios muy claros. Pilar de su casa, diligente y hogareña, su aguda inteligencia le permite gestionar los asuntos cotidianos con gran intuición femenina. Siempre sabe estar donde le toca. Es abierta y acogedora y cuida a sus amistades.

Humildes y trabajadores, Antonio y Lourdes valoran la vida y la familia por encima de todo. Tenerlos como amigos es un regalo y una bendición. Son dos personas luchadoras, que han sabido superar momentos muy difíciles, construyendo una sólida familia a lo largo de 40 años. Soy testigo de ello. Encontrarme con ellos ha supuesto una gran alegría para mí, sintiendo ese calor que no ha disminuido con el paso del tiempo. Durante nuestra conversación, sentados bajo la morera del patio parroquial, se sucedieron los recuerdos y revivimos muchos momentos que compartimos en el pasado.

Fue un hermoso reencuentro; nos dimos cuenta de que, a pesar del tiempo transcurrido, la amistad seguía muy viva en nuestro corazón.

domingo, 26 de junio de 2022

Imbuidos de sí mismos


Recientemente he tenido la ocasión de hablar con varias personas que, en su momento, fueron referentes en su campo académico y profesional. Personas acostumbradas a ser el centro, a controlar la situación y a tener a mucha gente a su alrededor.

Pero el tiempo no perdona, y hoy me impresiona ver a algunas de ellas, que tanto brillaron, abatidas por la enfermedad y la decrepitud. Me pregunto cómo es posible que, después de haber sobresalido tanto en el campo intelectual y social, ahora sean incapaces de ubicarse en su entorno próximo: familia, amigos, vecinos y barrio.

Culto al yo

Su tendencia a ser protagonistas las lleva a hablar mucho de sí mismas e incluso a imponer su criterio sobre los demás. Su discurso suele ser radical y no permiten opiniones contrarias. Necesitan demostrar lo que saben haciendo alarde de su elocuencia: saben más que nadie, y los demás deben callar o apartarse. Pueden llegar a humillar a sus oyentes, pues no soportan que las contradigan. Así, aunque empiezan deslumbrando por sus profundos conocimientos, cuando se las conoce un poco más, tras esta apariencia brillante se puede atisbar una persona mucho más insegura.

Estas personas sienten una enorme necesidad de ser ellas mismas. Ya fuera porque, en su crecimiento, fueron reprimidas o demasiado consentidas, no supieron canalizar su potencial. Cuando han podido desplegarlo, nadie les ha puesto límites y ellas tampoco han sabido ponerlos. Nadie les ayudó a descubrir que la sabiduría consiste, no tanto en el cúmulo de conocimientos, sino en la capacidad de saber escuchar, reconociendo al otro como un revulsivo y al mismo tiempo un apoyo para crecer y madurar. Nadie les previno contra el culto a sí mismos. Compartieron sus conocimientos, pero quizás no aprendieron a abrirse a un verdadero diálogo con los demás.

Escuchar al otro cuando se comparte el saber permite el enriquecimiento mutuo. Aceptar puntos de vista diversos evita que la persona se convierta en una apisonadora intelectual. La ciencia crece cuando se da un verdadero encuentro. La amistad también es posible cuando aparcamos nuestro yo a un lado y nos abrimos al otro: siempre puede aportar algo nuevo y positivo a nuestra vida.

Pero constato que, cuando uno siempre ha sido así y no ha tenido la humildad de dejarse corregir, se hace difícil cambiar. El cambio supone un salto de paradigma mental y reconocer que su narcisismo está completamente desbocado. Puede tratarse de un científico, un intelectual, un artista o un doctor en cualquier disciplina. Están tan imbuidos de sí mismos que nadie se atreve a cuestionarlos, porque su carácter beligerante impide que nadie les diga nada.

Un castillo mental

La realidad para una persona así es ella misma: ella y el mundo que ha creado a su alrededor. No admite otra, y menos cuando se ponen en evidencia sus límites y su percepción subjetiva. Huye del mundo real para construir, con buenos argumentos intelectuales, un castillo mental donde se siente segura.

Con el paso de los años, al volverse impenetrables a los demás, estas personas acaban encontrándose muy solas. Sobreviven en su burbuja y afrontan como pueden la realidad que se impone: jubilación, desplazamiento del ámbito donde se proyectaban, sufrimiento por enfermedad, incapacidad para reorientar sus vidas y abordar situaciones imprevistas y dolorosas que les toca vivir.

Caen en un profundo abismo interior, donde sólo pueden oír el eco de su propia voz. Han pasado toda su vida escuchándose a sí mismas, aupadas en el trono de sus logros intelectuales. Pero la realidad es obstinada y choca con las construcciones mentales. Cuando se rinde culto al intelecto, a menudo se olvida el cuerpo. Muchas de estas personas han descuidado su salud. Han vivido aprisa, a velocidad frenética, olvidando que es el cuerpo quien sostiene nuestro sistema cognitivo. La estructura biológica sostiene la mente, y este cuerpo, bien cuidado y con una sana alimentación, permite gozar de buena salud. La mente es tirana y acapara la atención; el cuerpo es sufrido y calla. Pero cuando el cuerpo es castigado e ignorado, acaba reclamando su lugar: es entonces cuando surgen la enfermedad y la discapacidad.

Un baño de realismo

La cruda realidad se impone con el paso del tiempo y los límites físicos. Y de aquí ya no se puede huir. El reloj biológico va marcando los pasos hacia la muerte. Frente a esta realidad, la batalla está perdida. Es entonces cuando vivir se hace insoportable, el cansancio y la tristeza se apoderan de la persona y sobrevive como puede, postrada, esperando que mañana el dolor sea un poco más leve.

¿Qué hacer cuando nos encontramos con personas así? Acompañar con dulzura, ayudando en lo que podamos a paliar su dolor y soledad. Hacer que se sientan queridas.

Para mis adentros medito cuál podría ser el antídoto para no caer en esta actitud, para no encerrarnos en nuestra torre de marfil y aceptar la realidad cuando la vejez nos la presenta en su rostro más duro.

Necesitamos rescatar la humildad. La humildad es el freno y la rienda para ese caballo desbocado de la inteligencia. Sólo así, con humildad, la inteligencia se convertirá en sabiduría y se alcanzará la armonía. La suma de estas dos cualidades nos prepara a todos para zambullirnos en la realidad y doctorarnos en humanidad.

 

domingo, 29 de mayo de 2022

El indigente que trajo al niño Jesús

Lo vi zarandeándose de izquierda a derecha, sosteniéndose con un bastón en la mano. Con el otro brazo agarraba una caja. Pensé que perdería el equilibrio y acabaría cayendo al suelo, pero logró mantenerse en pie y se acercó. De aspecto sucio y muy dejado, su vulnerabilidad era patente. Algo muy profundo debió romper su corazón para reducirlo a ese estado. Mal vestido, y desprendiendo un fuerte olor a alcohol, intentó comunicarse conmigo, balbuceando y enfadándose consigo mismo por no poder expresarse bien. Vacilando, no dejaba de lamentarse. Vi en él una clara imagen del hombre descartado socialmente. Sus palabras soeces no eran más que un grito de ayuda, una petición para que alguien, durante unos instantes, lo escuchara.

Entonces depositó la caja en el suelo. Lo saludé: ¿Qué tal? Y él me respondió con brusquedad, gritando para reclamar mi atención.

De golpe, abrió la caja y sacó de ella un niño Jesús. No el típico Niño de Navidad, en la cuna, sino un niño de cuatro o cinco años, erguido y vestido, dentro de una campana de cristal.

Lo tengo desde hace tiempo, me dijo, en un perfecto catalán, y no lo quiero tirar. Pero, por favor, recójalo. Es una imagen que quiero mucho pero no puedo cuidarla.

Me impactó, porque ese niño Jesús, de alguna manera, había generado un vínculo con él. No sé si religioso, emocional o simplemente de compañía. Posiblemente esta imagen lo había ayudado a sobrevivir.

Insistió: Yo no lo puedo cuidar más. Y utilizaba el verbo cuidar como si fuera algo muy suyo y quisiera asegurarse que estuviera bien allí donde lo dejara.

Así, accedí a recogérselo. Desde hace una semana lo tenemos en la capilla de Nuestra Señora de Chestojova, acompañándonos en las celebraciones.

Me pregunto, una y otra vez, qué ocurre con estos hombres que con 50 años están completamente solos y perdidos. No sólo los extranjeros apátridas sufren, también aquí tenemos gente nativa que, por el motivo que sea, han perdido su lugar.

¿Qué los ha llevado hasta aquí? ¿Qué historia hay detrás de ese indigente que «no podía cuidar más» del Niño Jesús? Tal vez no era él quien cuidaba al niño, sino Jesús quien estaba cuidando de él… Igual que los padres que, al no poder cuidar de sus hijos, los exponían a las puertas de las iglesias, este vagabundo ha dejado a su Jesús en un lugar seguro. Quizás sin saberlo, se ha convertido en un mensajero del cielo, portador de un tesoro que ahora tenemos en nuestra capilla.

domingo, 15 de mayo de 2022

¿Autoridad o autoritarismo?


Es necesario aclarar el significado de estas dos palabras para evitar errores dolorosos. El ejercicio equilibrado de la autoridad es una expresión de amor y servicio, con el fin de potenciar y hacer crecer al otro, dando lo mejor de sí mismo. La autoridad requiere convertirse en modelo para el otro, con una conducta intachable, que genere confianza y respeto. Será su estilo de vida el que haga a la persona merecedora de confianza, por su ejemplo y moderación, y no por su intransigencia ni por imponer la obligación de una adhesión ciega a su autoridad.

Exigir con delicadeza es la clave, porque en la responsabilidad educativa se ha de tener muy en cuenta la libertad del otro. En ningún caso tiene que estar condicionada su capacidad de análisis, su pensamiento y sus decisiones. Entre la autoridad y la libertad hay una línea muy delgada que se ha de respetar. Pisar la libertad es un claro indicador de que la autoridad puede derivar hacia el autoritarismo. El espacio es corto y siempre se ha de salvar.

Autoridad y poder

Desde un punto de vista sociológico, el concepto de autoridad se está poniendo en entredicho por el abuso que se comete al no respetar los límites. Sin humildad, el ejercicio de la autoridad puede desencadenar un abuso de poder, con el pretexto de que todo se hace «por el bien» de la otra persona. Se requiere depurar mucho las intenciones para caer en la ambigüedad. El abuso de autoridad puede atentar contra lo más íntimo de la persona: su identidad. Sólo desde la humildad, la discreción y la delicadeza, limpias de todo afán de poder, se podrá ejercer bien la autoridad.

Un principio ético y filosófico se ha de tener muy claro: todos somos iguales y nadie está por encima de nadie. A la hora de ayudar, corregir y exigir, se ha de tener muy presente. Hay una serie de ámbitos: social, religioso, político, educativo y familiar, donde la tentación del poder es grande. Son todos aquellos que tengan que ver con el ejercicio de una responsabilidad con una fuerte carga moral.

En la familia

Los padres pueden intentar modelar a sus hijos según sus criterios, sin tener en cuenta lo que realmente son y quieren. Tal misión no es imponer por tradición las cargas familiares, según su trayectoria histórica, sino hacer que los hijos desplieguen su máximo potencial. El riesgo de generar clones o moldes de un pasado, sin tener en cuenta su libertad, sus talentos y su capacidad creativa para abrirse al mundo, puede provocar un trauma que bloquee emocionalmente sus aspiraciones. Los padres tienen la responsabilidad de educar a sus hijos, por supuesto, pero esta libertad que les están administrando, poco a poco, a medida que crezcan, se la tendrán que ir devolviendo. El sentido de posesión puede dificultar una educación desde la libertad, el derecho sagrado y natural que va más allá de los lazos biológicos.

El ejercicio de la paternidad implica saber hasta dónde se ha de ejercer la autoridad con los hijos. Porque llegará su mayoría de edad y tendrán que asumir sus responsabilidades, decisiones y el uso de su libertad. Si este traspaso no se realiza correctamente, puede significar una ruptura de los vínculos familiares, apelando a su mayoría de edad. Se ha de pasar de un lazo basado en la consanguinidad a una relación filio-parental basada en la amistad sin perder la otra. Nada se romperá, y para los hijos ya adultos sus padres siempre serán una referencia moral. Llegar hasta aquí es engrasar una buena relación que armonizará los vínculos entre las nuevas generaciones familiares.

Mostrar con humildad los propios valores es básico para sanar toda relación herida dentro de la familia. Educar es servir desde la libertad. Sólo así se puede hacer crecer a los demás. El ejemplo de los padres y su modelo de conducta ante los hijos los preparará a fin de que un día ellos también puedan educar con acierto a los suyos. La familia es un ámbito trascendental en la educación de los hijos. Hemos de evitar cualquier tipo de desvío que pueda dañar el equilibrio psíquico de sus miembros.

Esta tarea es una obligación moral de los padres. Hemos podido ver en los medios de comunicación casos de familias sumidas en la tragedia por no apuntalar con solidez sus valores.

En el ámbito religioso

Otro ámbito extremadamente delicado es el religioso. No entender correctamente el sentido de la obediencia ha llevado a muchas comunidades a situaciones de conflicto difícil de resolver. A lo largo de la historia de la Iglesia hemos visto casos lamentables que han trascendido y se han divulgado por los medios. Pero nadie, y ninguna institución, está exento de riesgos. Cuando se ejerce un liderazgo en este ámbito la lucidez es clave para no resbalar hacia una dirección espiritual que cause profundas crisis en personas que han iniciado un hermoso proceso vocacional. Es una decisión fundamental para quienes han decidido poner a Cristo en el centro de su vida. Todo esmero será poco para mantener la frescura de una vocación, dispuesta a servir para siempre. Es un tema especialmente delicado, porque también se han dado abusos de autoridad, provocando una brecha vocacional y existencial.

La libertad y la obediencia no tienen por qué estar reñidas. La obediencia no es sumisión, y la autoridad tampoco ha de ser autoritarismo. El discernimiento en el campo religioso, y en todos los demás, es fundamental.

domingo, 8 de mayo de 2022

El dolor de una ruptura

El ser humano, por naturaleza, tiende a buscar la felicidad en unas relaciones estables y duraderas. Así lo ansía su corazón cuando inicia un proyecto familiar con otra persona. Ambos quieren vivir con armonía, es su deseo genuino y están concebidos para esto. Por eso inician su proyecto vital con ilusión y creatividad ingente, esperando permanecer estables. Su corazón rebosa de entusiasmo por alcanzar sus metas. Vibran al unísono y comparten sueños y esfuerzos por mantener aquello que tanto anhelan. Están despiertos a todo, infundidos de una fuerza que cristaliza sus deseos para llegar a la cumbre soñada. Pasan unos años y ambos van asumiendo responsabilidades, que en algunos casos les provocarán estrés añadido: la familia crece, hay que organizar el tiempo y el trabajo, los hijos piden dedicación y ambos cónyuges deben tomar decisiones conjuntas, que a veces pueden implicar un desacuerdo a la hora de educar a los niños y repartirse las tareas domésticas. El cuidado y la salud de los niños en su larga etapa escolar, el trabajo, la economía, las dificultades, posibles pérdidas de empleo, escasez y conflictos familiares pueden ir tensando la convivencia y añadiendo un problema tras otro.

Cuando esto sucede, la relación de la pareja llega a un estado de estrés emocional y psicológico que puede acabar en una ruptura dolorosa, en algunos casos agravada por la violencia y el caos emocional de uno u otro, o de ambos.

Gestionar una ruptura sin llegar a la violencia y sin utilizar a los hijos como carne de cañón contra el otro cónyuge no siempre es fácil. A veces la relación no sólo se rompe, sino que la presión recae sobre los niños, llevándolos a una situación de inseguridad y culpa inmerecida. Los niños sufren ansiedad y, a veces, depresión. La violencia entre los padres hunde los fundamentos de su psique: cuando los padres rompen, los hijos se rompen por dentro. Es el mayor daño que se les puede hacer. Por eso, por el bien de los niños, hay que saber cerrar de la manera más sana posible la separación, para que no condiciones su estabilidad ni su crecimiento futuro.

Lo vemos muy a menudo: personas cercanas que viven o han vivido rupturas con su pareja y han quedado heridas. Los hijos, por más doloroso que haya sido el proceso, han sobrevivido emocionalmente y han llegado a la adultez. Llevan impreso el sello del dolor, pero han crecido y han sabido aceptar e incluso seguir amando a sus padres, pese al daño que les han podido causar. Hay casos admirables de hijos que han logrado una cierta paz interior. En cambio, a veces son los padres quienes siguen en la trinchera. No han sabido o no han querido cerrar la grieta.

Urge, por el bien de ambos cónyuges, aunque su matrimonio esté roto, hacer un esfuerzo por sanar las heridas. Cuando no se hace, se pone en riesgo su equilibrio emocional. Estas personas pueden caer en una depresión cargada de resentimiento, hasta rayar la locura. Pueden caer en el victimismo constante. O pueden adoptar una actitud agresiva y de control sobre los demás, una violencia contenida para marcar territorio. Al final, de una manera u otra, tensarán la relación con sus propios hijos. Pueden echarles en cara todo lo que han hecho por ellos para exigir su sometimiento y despertar su culpabilidad, haciendo que se sientan mal y obligándoles a responder a sus exigencias. Es una forma de manipulación que acaba distorsionando las relaciones y provoca un fuerte estrés en el entorno familiar. Se cae en un lenguaje hiperbólico, todo se exagera y las palabras cortantes, consciente o inconscientemente, dañan a los demás.

Las personas que no han superado esta crisis interna incurren en contradicciones. Aparentan amabilidad, cordialidad, exquisitez en su trato hacia afuera. Necesitan dar una buena imagen para evitar que nadie sepa sobre su situación. Pero, de puertas adentro, con los suyos, pueden mostrarse implacables, duras, exigentes y críticas. Llevan a los demás al límite del aguante, provocando tensiones, para luego justificar su conducta. Repiten obsesivamente el ciclo, están “rayadas” en esa rueda emocional que las atrapa y no hace más que empeorar la situación. Rebasan los límites del respeto y se creen continuamente atacadas, bloqueando cualquier posibilidad de regeneración.

El perdón como terapia

Cuando esta experiencia produce una honda grieta anímica, la persona se rompe totalmente. Necesitará una terapia que la lleve a ser consciente de lo que está ocurriendo. Pero no bastará una intervención psicológica. Será necesario que trascienda el plano psíquico e inicie un cambio espiritual, un proceso que vaya más allá de las emociones y se fundamente en aquello que uno cree como eje central de su vida. Pasa por una profunda conversión que la lleve a darse cuenta de que la clave de muchos problemas humanos está en el perdón. Tendrá que aceptar el pasado y liberarse de esos lastres que la encadenan a la persona que la dañó. Necesitará humildad y valentía para dar el paso. Tendrá que aceptar la historia y a aquellos que considera sus enemigos, causantes de su dolor, hasta llegar a perdonarles en lo más profundo de su corazón.

Solo entonces alcanzará la paz y desaparecerán las tinieblas del alma. Muchos que han pasado por este camino sienten una profunda libertad: a su alrededor todo se recoloca. Dejan de ver la realidad teñida de amargura. Empiezan a renovar su vida, sus relaciones se van armonizando. La ruptura interna puede sanar. Evidentemente, quedarán cicatrices del pasado, pero cerradas por el amor y el perdón. Quedarán como señales de un gran dolor, pero también de un cambio valiente y generoso que les ha permitido dar un salto trascendente en su vida.

La persona que ha perdonado puede ayudar a otros a liberarse de su cruz. Puede convertirse en guía y consejera de otros que sufren. Ojalá todos aquellos que se encuentran en este tipo de situación sepan dar el salto. Dios es el mejor terapeuta, nos ha creado y nos conoce muy bien. Él desea nuestra plena felicidad y sólo cuando amamos y perdonamos la liberación es plena y el gozo incesante. 

domingo, 1 de mayo de 2022

¡Felicidades a las madres!

¡Sí! Felicidades a todas las madres, en este Día del Trabajador porque debido a la maternidad, propia de vuestro género, desde que fuisteis madres por primera vez no habéis dejado de trabajar con empeño para que vuestro hogar sea un lugar acogedor. Porque nunca habéis dejado de velar y cuidar por todos los de la casa. Porque os empeñáis en crear un clima armónico entre esas cuatro paredes. Porque no dejáis ni por un segundo de prestar la atención necesaria para que en la casa se respire alegría y serenidad. Porque nunca habéis abandonado vuestro puesto sagrado como educadoras. Porque habéis estado despiertas día y noche, dispuestas a sacrificaros por vuestros hijos. Porque habéis sido y sois referente, modelo y maestras con el fin de ayudarles ante los grandes desafíos de la vida. Porque también habéis sabido respetar su libertad en aquello que decidían, asumiendo incluso los errores y equivocaciones. Porque habéis aportado toda la sabiduría y humildad que atesoráis en el universo de vuestros corazones.

Nosotros, los varones, no seríamos sin una madre. Unas entrañas abiertas expresan la capacidad de dar vida, con un amor inmenso e ilimitado. Algunos teólogos dicen que las mujeres expresan como nadie la forma de amar de Dios. Siempre dispuestas, como el propio cosmos, latiendo al ritmo de vuestra vida interna.

Madres, os felicito porque construís personas desde la más tierna edad. Engendrar, criar y construir un hogar, desde la libertad y el amor, os hace a las mujeres muy especiales. La humanidad estaría coja si se perdiera el torrente creativo de la mujer y su capacidad de amor para que los demás vivan. Dais sin medida, no sólo por el hecho de ser madres, sino porque sois mujeres. Vuestra generosidad se despliega en feminidad, ternura, sensibilidad y fortaleza. Las mujeres no sólo os dais a los varones, sino al mundo entero.

En vuestros corazones intuyo una hermosa grandeza que os permite adoptar un fuerte compromiso para construir la paz social. Ya desde el vientre materno los niños perciben esta digna misión: ser agente educativo para construir una sociedad más armónica y jubilosa, no sin esfuerzo ni sacrificio.

Incluso aquellas que no sois madres biológicas, sois madres de otra manera, porque la maternidad va más allá de tener hijos. Toda mujer, fisiológicamente hablando, es una madre en potencia. Su configuración biológica está orientada a la fecundidad. Por tanto, quiero hacer extensiva mi felicitación a todas las mujeres del planeta, porque ¡cuántas mujeres están haciendo de madres de aquellos que no tienen madre! Religiosas, misioneras, aquellas que deciden adoptar niños, haciéndolos hijos suyos. Una parte de la sociedad debe estar agradecida por este plus de generosidad, en especial aquellos más desvalidos que han tenido la suerte de encontrar una mujer que, sin ser madre, los ha cuidado como si lo fuera. Aquí está la belleza de un amor capaz de entregarse a sí mismo para que otros tengan vida.

No quiero olvidarme de felicitar a todas las mujeres y madres de mi familia: hermana, primas, sobrinas, tías… y también a aquellas amigas que, de alguna manera, han contribuido a mi vocación humana y espiritual. Pero, muy en especial, quiero felicitar a mi madre, que está en el cielo. Yo soy feliz en mi existencia gracias a la mujer que un día me parió. Sin ella no sería quien soy, ni haría lo que hago, porque nunca hubiera existido. Su vida como mujer hizo posible la mía. Por eso, siempre, la amaré con gratitud. ¡Felicidades, mamá!

Hace unos años escribí esto, dedicado a una gran mujer. Aquí lo podéis leer.

domingo, 27 de febrero de 2022

Atrapados en la inseguridad

Cada vez más estoy constatando que ya no sólo muchos jóvenes ven y sienten que su futuro es incierto. También son los adultos quienes, en medio de un entorno social complejo, a veces padeciendo fracturas familiares y una baja autoestima, caen en el desaliento y se vuelven incapaces de tomar decisiones.

Muchos han recibido una educación muy severa que quizás no potenció su talento y capacidades. Han crecido con falta de referentes y modelos. La situación económica y laboral precaria dificulta su proyección social y la inseguridad, sumada a veces a la falta de valores, los hace sobrevivir como pueden, sin un proyecto vital. Estando ya en una etapa de madurez, todavía tienen muchas dudas sobre su futuro profesional, y el contexto social y cultural, con tantas alternativas y cambios, no les ayuda a tener clarividencia a la hora de decidir. La crisis que se da en todos los campos: político, económico, familiar y de valores es otro factor decisivo.

Pero me pregunto: ¿qué pasa con esas personas que ya no tienen veinte o treinta años, sino que pasan de 40 o de 50? Es una edad en la que se supone que deberían tener claro hacia dónde ir, orientando su vida profesional. ¿Qué pasa con esta franja de edad, que algunos todavía no son capaces de tomar una decisión definitiva? O van de un trabajo a otro, precario y que no les satisface, simplemente para ir tirando. Me preocupa cada vez más, porque este perfil de adultos está aumentando en los últimos años. Conozco a varias personas así. Son valiosas, inteligentes, serviciales, con una gran bondad. Pero, profesionalmente, están estancadas, atrapadas en su laberinto, que las incapacita para dar el salto de su vida.

Del análisis a la parálisis, suele decirse. Es un concepto muy utilizado en psicología empresarial. Muchas de estas personas, preparadas y competentes, pueden asumir retos para lanzarse y desplegarse, dando lo mejor de sí mismas. ¿Qué origina esta parálisis, que las empequeñece tanto? ¿Qué hay detrás de esta gente valiosísima que está noqueada para tirar adelante? ¿A qué tienen miedo? ¿Qué les impide caminar hacia un futuro más atractivo y apasionante? ¿Dónde está el problema?

Lo lamentable es que ellas son conscientes de que, cuanto más retrasen su decisión, el bucle en el que están atrapadas se hace más grande, y es entonces cuando aumenta la sensación de estar perdidas, desubicadas, sin saber por dónde tirar. Así se van autolimitando y entran en una espiral de creencias negativas, donde el futuro es cada vez más oscuro. Lo más trágico es que el tiempo pasa a velocidad de vértigo y no acaban de salir de su agujero negro. De una crisis existencial pasan a un estado de depresión que todavía las aleja más del esfuerzo necesario para salir. Así van encerrándose cada vez más en sí mismas. Se sienten fracasadas, sin trabajo, sin estabilidad, desconectadas. Suelen ser personas reservadas, que hablan poco o nada de lo que les ocurre. Lentamente, van perdiendo la capacidad de comunicarse, se aíslan y no buscan ayuda. Si la encuentran, les cuesta mucho escuchar, abrirse y dar un paso adelante. Así entran en un estado de supervivencia psicológica. Rendidas, quedan atrapadas en su inseguridad.

Estas personas adultas, cuando fueron jóvenes quizás no supieron atreverse a luchar contra una situación social o familiar que las dejó heridas. Quizás no recibieron suficiente ayuda para estimular sus capacidades y sueños. No estaban preparadas emocionalmente para combatir en un mundo donde la carrera siempre la ganan los más fuertes, los más preparados o los que logran subir alto.

Pero este es nuestro mundo. Vivir con realismo ayuda a enfrentarse a situaciones difíciles. El mundo es complejo y convulso, y hay que aprender que ciertas guerras no se deben luchar, pero otras sí. La voracidad económica es la brújula que guía a muchos, la realidad es esta. Pero también hay muchos cuyo objetivo no se centra en la ganancia, sino en el valor de la persona. Se han proyectado y han sido capaces de superar el binomio economía-bienestar y valores, y han salido adelante. En esta guerra, donde se parte de situaciones desiguales, muchos han ganado el combate.

¿Cómo salir del hoyo?

Enfrentar la vida con realismo es el primer paso para autoempoderarte. Acepta las cosas como son, aunque no te gusten.

Ten la certeza y la convicción de que tú eres soberano de tu propio cosmos interior. En tu mundo interior, tú llevas las riendas.

Reconoce tu propia valía: mereces un lugar en este mundo y tienes todo el derecho a luchar por él.

Pero también necesitas ayuda. Nadie llega lejos solo. Pide ayuda. Busca consejo y apoyo. Y escucha lo que te digan, aunque en algún momento pueda incomodarte y sacarte de tus esquemas. Un buen amigo que te aprecia te será muy sincero, no te engañará ni te embalsamará, sino que te ayudará a crecer, aunque te duela.

Muchas personas tienen claro qué deben hacer, pero no lo hacen. No pasar a la acción muchas veces es la diferencia entre un triunfador y un fracasado. No tiene que ver con tu valía ni tus conocimientos: se trata de tener coraje e intentarlo. Si no sale, prueba otra vez, de otra manera, y estudia por qué no salió bien. Cada fracaso es una lección.

Ponte a caminar. A veces las cosas son menos complicadas de lo que te parece. Ves una montaña inaccesible y, cuando empiezas a caminar, poco a poco, sin parar, vas subiendo. Cuando te quieras dar cuenta, ya estarás arriba.

Nuestra naturaleza está concebida para la victoria. No importa la edad ni la formación ni los condicionantes sociales y familiares. Importa que tú creas en ti y lo hagas.

Si te reafirmas en las capacidades que tienes y las pones al servicio de los demás, encontrarás tu gran proyecto vital. Darás un salto cuántico en la dirección correcta, desplegando todos tus talentos, que has recibido como don. Sólo así encontrarás sentido a tu existencia y se te abrirán las puertas de enormes oportunidades.