«Estoy vacío.» Escucho estas palabras de unos labios balbuceantes, en un rostro de ojos vidriosos. En ellos leo desesperanza. Son palabras que salen de un corazón roto, cargado de tristeza. Más dramático es todavía saber que no son de un adolescente que busca su lugar, sino de un hombre de cincuenta años, que camina por la existencia sin propósito ni estabilidad. Sobrevive esperando algo que nunca llega, y la realidad le da vértigo.
Me pregunto de dónde nace ese gemido tan hondo, ese dolor
que transforma su cara, ese vacío que le hace lanzar un grito ante una sociedad
que no le ofrece respuestas ni motivaciones para vivir. Está en una edad en la
que se supone que llega la plenitud de la madurez y, sin embargo, siente que el
tiempo va pasando y que lo soñado se le escapa como agua entre los dedos. Con
una sensación de impotencia, la soledad lo va engullendo, precipitándolo hacia
el vacío. Ya no sólo padece un dolor emocional, sino existencial. ¿Vale la pena
vivir así?
Tengo ante mí a un hombre deshecho, que se mueve con torpeza
y pronuncia con dificultad esas pocas palabras, parcas pero densas en emoción.
Lo veo absolutamente perdido. Afrontando problemas familiares, con enormes
dificultades para acceder al mercado laboral, y quizás arrastrando un pasado de
rupturas sentimentales, parece incapaz de seguir adelante y huye hacia ninguna
parte. En vez de afrontar su compleja situación personal, recurre a la bebida
para anestesiar su dolor.
Lo dramático es que la anestesia apenas le hace olvidar y
alejarse de la cruda realidad. Al cabo de unas horas, de nuevo volverá a
encontrarse ante su propio espejo, avergonzado y culpable. La adicción al
alcohol no hace más que complicar su problema, porque le añadirá diversas
patologías, algunas tan graves como la cirrosis y la degeneración neurológica.
La huida siempre es una carrera en círculo: no va a poder escapar, siempre
regresará al mismo lugar. La angustia lo empujará a seguir huyendo, hasta que
una sobredosis lo paralice totalmente.
¿Cómo hacerle ver, cuando esté sobrio y tenga momentos de
lucidez, que no puede vivir echando las culpas a los demás? Puede achacar su
situación al pasado, a su educación, a la familia y a la sociedad, incluso a
sus propios límites. No digo que esto no pueda condicionar a una persona, pero
no tanto como para hacerla caer en un victimismo que le impida afrontar con
valentía su propio destino.
Es verdad que se necesita el apoyo de amigos, y a veces
incluso de profesionales, para poder salir de estas situaciones. Pero también
es cierto que el éxito para salir depende únicamente de la propia voluntad y
libertad. Cada uno es señor y arquitecto de su historia, y no hay limitaciones
ni condicionamientos que puedan truncar algo innato que todos tenemos dentro:
el deseo inagotable de vivir y anhelar la felicidad. Esto forma parte de
nuestra naturaleza. Fuimos concebidos para ejercer una soberanía sobre nuestro
yo más profundo, llamados a la vocación de dar y amar.
Quizás esta sea la clave de tantos problemas: descubrir el
valor sagrado de la propia vida. Y descubrir que su sentido no es solamente
conservarla y defenderla, sino ofrecerla a los demás. Cuantas personas no salen
de su hoyo porque viven centradas en sí mismas y en su dolor. Su herida parece
más grande que su ser, y esto es un error del que necesitan salir cuanto antes.
Cuando llegas a sintonizar con los valores más profundos que
te definen, te das cuenta de que todos los paliativos que utilizas para
sobrevivir en el fondo te alejan de tu propia identidad. Un ser amado con una hermosa vocación y reconocer que la
trascendencia todo lo envuelve son las claves para no apoyarte en muletas que
te hacen vivir cojeando y a cámara lenta. Apóyate en los sólidos pilares que
configuran tu existencia. Atrévete a entrar en tu castillo interior y te
asombrarás de lo que hay en ti. Te darás cuenta de que no puedes vivir sin los
demás: familia, amigos, Dios. Cuando te despliegues hacia el otro es cuando tu
alma florecerá y el corazón se te iluminará. Será entonces cuando ya no te
sentirás vacío: tu corazón estará repleto de gozo porque habrás descubierto en
ti la enorme energía transformadora que te hace ser una persona abierta a Algo
más grande que tú mismo.
Es cierto hay que salir de ese circulo que ahoga pensar en los demas y sus necesidades sin engaños olvido de si y buscar soluciones a corto y largo plazo...y descansar en Dios ayuda
ResponderEliminarQue difícil es salir de ese círculo cuando todo lo que da la dignidad como persona lo tienes de espalda, pareja, hijos, trabajo.....Como no sentirse ahogado, como no pensar que Dios te ha olvidado, como poder cogerle de la mano sacarlo a la superficie y decirle!!!!Respira!!!!
ResponderEliminarEntra en ese vacío interior debe ser terrible, la palanca exterior que nos ayude, es importante, pero estoy de acuerdo en que solo nuestro interior será el que nos de las claves para ir buscar ese equilibrio espiritual necesario.
ResponderEliminarSe habla mucho de descubrirse a sí mismo, y es verdad que autoconocerse es importante. Pero vivir centrado en uno mismo lleva al vacío más espantoso. La trascendencia: Dios y los demás, para mí, son la clave. Ellos te ayudan a descubrir el sentido y el valor de tu propia vida. Si sólo vives para ti, nada te llenará, como a la persona que inspira este escrito...
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