Decisiones morales
Ciertas decisiones que se toman pueden tener un impacto
mayor porque tienen que ver con aspectos morales y valores muy arraigados en la
cultura, como el respeto a la vida. Una mala decisión puede afectar a la
economía familiar; un posicionamiento laboral o empresarial equivocado puede
significar la pérdida de un empleo o la disolución de una empresa. Todo esto
afecta a las relaciones humanas, pudiendo provocar, a veces, dolorosas
rupturas.
Otras decisiones tienen un impacto en nuestra salud, por no
haber previsto lo suficiente o no haber tomado las medidas terapéuticas
necesarias. Lo cierto es que estos errores, aunque se hayan cometido sin mala
intención, ocasionan inestabilidad psicológica y social, inseguridad y miedo. Y
estas reacciones se enquistan en la psique, pudiendo generar patologías: desde
una dolencia psíquica hasta enfermedades de origen psicosomático, que causan
dolores a veces insoportables.
Especialmente cuando se trata de decisiones de carácter
moral, el sufrimiento es mayor, porque se puede causar mucho daño a otras
personas. Este tipo de decisiones, de naturaleza ética, son las que más cuestan
de asimilar. Cuando uno es consciente de su error, se pregunta, una y otra vez,
por qué lo hizo. Es entonces cuando surge con fuerza el sentimiento de culpa,
añadiendo sufrimiento al dolor moral que ya se padece. Al rechazar lo que ha
hecho, la persona pone en marcha un mecanismo de culpabilidad con el que se
autodañará. De aquí vienen muchas afecciones de la piel, problemas
respiratorios y dolores musculares. Aunque no sea consciente de ello, esta
persona está castigando su propio cuerpo, que reacciona poniéndose en alerta y
alterando su estado de salud.
No conocemos lo bastante bien nuestro cuerpo para saber cómo
tratarlo. Sobre todo, cuando vivimos una situación de estrés que puede afectar
nuestro crecimiento y salud. Todo esto repercute en la totalidad de nuestro
ser.
Cómo afrontar el sentimiento de culpa
¿Cómo se podría solucionar este sentimiento de excesiva
culpa? Está claro que, como seres humanos, hemos de reconocer que no somos
dioses y siempre estamos expuestos a tomar decisiones erróneas. Hemos de reconocer
con humildad que, a priori, no tenemos todos los datos para actuar de una
manera u otra; el riesgo de equivocarnos siempre está ahí.
Un primer consejo es que, antes de tomar una decisión,
consultes a alguien que para ti sea un referente moral, para minimizar el fallo
y acertar con mayor precisión. Así y todo, la resolución podría errar, pero ya
no eres tú solo, cuentas con alguien que te aconseja y te apoya.
Un segundo consejo es asumir con serenidad las consecuencias
de la equivocación y evitar «rayarse» con un diálogo interno que no lleva a
nada y que es totalmente estéril. Los apoyos de amigos o personas de confianza
son muy importantes para no resbalar por este terrible tobogán de la
autoflagelación moral y psicológica.
El derecho a equivocarse forma parte de nuestro aprendizaje,
aunque a veces sea muy duro. Por más gigantesco que sea el error, uno tiene
también el deber de darse otra oportunidad. Hay situaciones límite que no
siempre se saben gestionar, sobre todo, si uno se siente solo o está solo.
También es verdad que la falta de comprensión que se recibe de los demás no
ayuda a afrontar ciertos hechos. Con el tiempo, esto puede minar la salud y la
alegría de la persona. La soledad puede agravar el sufrimiento y llevar a la
desesperación e incluso al suicidio moral y social: una vida amarga, sin
sentido.
Los prejuicios religiosos, tanto del que se equivoca como de
los que hacen de jueces, tampoco ayudan en nada a encontrar una salida.
Pero hay un último aspecto que quiero señalar, y que puede
sanar estas heridas tan profundas: es la necesidad de perdonarse a uno mismo.
El perdón sanador
A veces somos más duros con nosotros mismos que con los
demás. Cuando nos fragmentamos por dentro, nos convertimos en jueces y verdugos
de nosotros mismos, infligiéndonos un daño mayor que cuesta más de reparar.
Vivimos en una cultura del «superhombre», no podemos equivocarnos, no podemos
caer. La educación nos ha llevado a menudo a esta carrera por ser los primeros
y los mejores, aunque sea a costa de renunciar a nuestra propia identidad. No
podemos fallar, y nos olvidamos de que el ser humano es frágil, duda, se
equivoca. La sociedad levanta estatuas a los valores y talentos, ¿a qué precio?
Mientras una parte de la sociedad compite y lucha, otros caen y son rechazados
porque «no dan la talla». Por otra parte, se fomenta la autoestima, la
autorrealización, el autocuidado. Incluso en esto no podemos fallar... La
bipolaridad existencial está más arraigada en las personas de lo que creemos.
El corazón del hombre es un profundo misterio. La
psicología, la filosofía y la religión abordan el tema en profundidad, sin
llegar a abarcarlo todo. Ante las dudas e incertezas, equivocarnos nos aboca a
la emergencia emocional. Pero también nos puede llevar a su remedio.
Aprender a reconocer el error y a perdonarse. Es correcto
asumir el fallo y el daño cometido, pero no podemos quedarnos ahí. No somos los
únicos en equivocarnos, y posiblemente en nosotros no hubo mala intención.
Quizás actuamos movidos por el miedo, por la angustia o la presión del entorno.
Quizás éramos muy frágiles, inmaduros o estábamos asustados. Un error no sólo
tiene motivos, sino causas.
Pedir perdón y recibir el perdón de otros, también de Dios, es sanador y nos libera. Pero si no nos perdonamos a nosotros mismos, ese último nudo seguirá ahí, atándonos e impidiéndonos vivir en plenitud. Hay un último perdón, que es el de uno mismo. Tenemos esta capacidad hermosa de liberar a otros y de liberarnos. Jesús nos la dio. Basta un acto de inmenso amor y misericordia. Sí, también hacia uno mismo. Si Dios te perdona todo, hasta el mayor delito que hayas podido cometer, ¿por qué no te perdonas tú?
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSabios consejos que los podría reducir (si es que se pueden abreviar) a la siguiente frase; equivocarse es humano, perdonar divino. Aunque intentemos perdonarnos si no hay un tercero que intervenga como mediador entre Dios y el hombre difícil será por muy buena voluntad que pongamos en nosotros mismos. La ayuda de una tercera persona es imprescindible como el jarabe que cura la tos.
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