En
este mundo tan acelerado y con tantos compromisos y responsabilidades, estamos
abocados a hacer y hacer, incluso más de lo que tenemos que hacer, o a veces lo
que no debemos hacer. Solemos estirar el tiempo más allá de lo necesario,
llegando al límite en cansancio y estrés. Es como si lleváramos un turbo dentro.
Nos multiplicamos en tareas, nos cuesta organizarnos y atiborramos nuestra
agenda. Queremos hacerlo todo a un ritmo acelerado y nunca tenemos tiempo
suficiente. Siempre se nos queda corto.
El arte de gestionar el tiempo
Trabajo,
fiesta, compromisos con los amigos, con la familia... El deseo de apurar el
tiempo es incontrolable: nos invade la sensación de que el tiempo se acaba y
queremos exprimirlo.
Pero
el día tiene sus horas y sus minutos. Saber gestionar el tiempo ayuda a que el día
nos cunda, sin llegar al agotamiento, y sin caer en la frustración porque no lo
hemos hecho todo. El control equilibrado y sensato del tiempo es fundamental
para una vida ordenada y fecunda.
Se
trata de hacer lo que hay que hacer en cada momento: parece sencillo, pero es todo
un arte. Cuántas veces perdemos el tiempo en cosas que no son necesarias, y no
dedicamos tiempo a aquello que sí lo es.
Escapar hacia ninguna parte
Hemos
de saber cómo empezar y acabar una actividad concreta. He podido comprobar que
una de las cosas que más nos cuesta terminar son los encuentros y las fiestas.
¡Cuánto nos cuesta dar por finalizada una conversación o un evento festivo!
Cuántas personas caen en la verborrea, sin percatarse de que el interlocutor
puede cansarse ante su incontinencia verbal. En las fiestas, se pierde de vista
el control del tiempo cuando se genera un ambiente de euforia y extroversión,
potenciado por la música o la bebida excesiva. No sólo se pierde el control del
reloj, sino de uno mismo, y las personas hacen cosas que no harían jamás si
estuvieran sobrias. El caos se apodera del grupo y con unas copas de más
empieza el delirio. Se pierden los límites, se alarga el tiempo hasta la
infinitud y desaparece el sentido de la realidad.
Embriagados,
con los ojos turbios y el habla torpe, la incapacidad de ver la situación llega
hasta la inconsciencia. Muchos jóvenes, y también adultos, caen en la
esclavitud del escapismo. Queriendo liberarse, huyen hacia delante y se lanzan
hacia el vacío más oscuro. El fin de semana les brinda la ocasión para
emprender un viaje hacia ninguna parte, presos de las sensaciones y las
adicciones que van consumiendo su vida. Viven en una bipolaridad constante: de
lunes a viernes cumplen con sus exigencias laborales y profesionales; el fin de
semana se arrojan a la vorágine. Así se va fragmentando su identidad: de «buenos
chicos» a seres enajenados que desconectan de las más mínimas reglas de convivencia.
Es
una realidad cada vez más preocupante. Psicólogos y médicos están avisando: si
continúan así, los jóvenes estarán diezmando su salud y su futuro. Poco a poco,
los excesos irán deteriorando su psique y su organismo, gestando enfermedades
degenerativas y otros problemas físicos que afectarán a su vida.
Saber terminar bien
Esto
me lleva a la importancia de saber organizar bien las fiestas, de principio a
fin. Celebrar un encuentro pide una buena organización, con un tiempo previsto
para cada cosa y evitando el descontrol por negligencia. Es tan importante
saber empezar como acabar bien para saborear mejor la fiesta y el tiempo que
pasamos con nuestros amigos. Una fiesta bien organizada se convierte en un
encuentro donde se puede disfrutar de verdad, y donde el centro no son la
comida ni la bebida, sino las personas. Una auténtica fiesta nos permite apreciar
el regalo de la amistad. Las fiestas no pueden convertirse en un torrente de
frivolidad ni en una ocasión para evadirse del mundo real. De la misma manera
que hay un tiempo de preparación y montaje, debe haber un tiempo para recoger y
dejar el lugar donde se ha celebrado el evento tan bien o incluso mejor que
estaba antes. Esto debería formar parte de la planificación de la fiesta.
Una
fiesta que acaba bien deja buen sabor de boca y el deseo de volverse a
encontrar en el futuro. Ojalá todos aprendamos a dar el justo valor a las cosas
y descubramos el tesoro de una vida plena y con armonía.
Es una realidad esa enseñanza, yo vivía así las navidades hasta que encontré la forma más sencilla y hermosa de disfrutarlas ,preparaba un retiro de Adviento y en las cosas más sencillas y sin complicaciones encontraba la alegría
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. La fiesta, el encuentro familiar tienen un motivo que no justifica el desenfreno, sino el motivo de desvanece y aquello deja de tener sentido.
ResponderEliminarLa sobriedad, hija pequeña de la virtud moral de la templanza, juega aquí un gran papel. El cristiano si es consecuente con su fe debe ejercitarla siempre y si lo hace ayuda a que estas reuniones se mantengan dentro de los límites de la cordialidad y el amor fraterno.
Me uno a los comentarios. Y qué bonito vivir la Navidad de otra manera, con sencillez y sobriedad. Me quedo con esta frase: en la fiesta, lo más importante son las personas. Y su salud (de cuerpo y alma). Es verdad que hay que cuidar todos los detalles, pero no agobiarse tanto por la comida y las cosas. Me recuerda el evangelio de Jesús en casa de Marta y María...
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con su analisis del desarrollo de muchas fiestas familiares. Normalnente si se preparan bien con la participación de todos, acaba bien y con la alegria del encuentro.
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