domingo, 23 de febrero de 2014

Si me alejo de ti

Muchas noches salgo al patio y miro al cielo, buscándote. La luna con su tenue luz es testigo de mi inmensa gratitud por el regalo del día pasado. La noche está salpicada de estrellas y en el centro brilla ese faro, tan cerca y a la vez tan lejos. Ahí está, acompañándome en mi oración de acción de gracias.

Si me alejo de ti, es como si el ser humano se desvaneciera en un absurdo sin sentido. La luna dejaría de brillar y velar el sueño de la noche. Las estrellas se apagarían. El viento no cantaría ni susurraría en mis oídos. El sol no saldría en mi horizonte. Las olas no jugarían bajo mis pies. El azul se volvería gris. Las aves no volarían y los árboles no se mecerían con la brisa. Mis ojos no disfrutarían de los colores, ni de la belleza. Mis oídos no alcanzarían a sentir tu música, mi lengua dejaría de saborear el soplo de tu beso. Mi tacto dejaría de reconocerte en la dulzura de unas caricias y dejaría de oler el perfume de tu cálida presencia. Mi corazón no latiría al ritmo intenso del tuyo. Mi alma se encontraría en la penumbra.  

Si me alejo de ti, es como si los niños dejaran de reír y de jugar, los adultos dejaran de confiar y de cooperar, y los ancianos dejaran de tener esperanza en la última etapa de su vida.

Si me alejo de ti, el universo de mi existencia se precipitaría hacia el abismo. Por eso cada noche me gusta oírte, saborearte, olerte, verte y tocarte. Para saber y sentir que tú estás conmigo y yo contigo, y que tu presencia es tan viva como la mía.

Por eso, cuando te siento me siento más vivo que nunca.

De día agradezco un paseo junto al mar, contemplando las azules y cristalinas aguas besando la arena, el sol que calienta mi rostro, el viento que silba en mis oídos. Cuánta belleza. Contemplando el horizonte me siento bañado por una dulce mirada que inunda todo mi ser de un gozo inexplicable. Camino con paso firme, disfrutando del milagro de sentirme vivo y agradecido por tantas experiencias que me regalas. Cada día está lleno de tu presencia.

El estallido de belleza expresa tu amor infinito hacia tu criatura. Cada noche, bajo la luna, respiro y agradezco tu cercanía. Vivo dejándome mecer por el soplo de tu amor.

No concebiría mi existencia sin tu delicada presencia, tan silenciosa, tan real como la luna que alumbra el patio de noche. Presencia invisible, pero no menos tangible desde la evidencia del corazón. Mi vida no tendría sentido si me alejara de ti.

De pequeño me decían en la escuela que la luna son los ojos de Dios, que siempre te miran con ternura, y que el sol es tu corazón, que siempre arde de amor. Quizás por eso me gusta mirar la luna por las noches, y cada mañana me gusta sentir el calor de tu amor. Al principio lento y gradual, después ardiente sin medida. No dejes que nunca me aleje de ti: que nunca me aparte de la fuente que riega mi vergel y de este sol que me ilumina cada mañana. 

martes, 4 de febrero de 2014

Ansias de vivir


Hace un año que te fuiste. Pasando de puntitas, plácidamente, el día tres de febrero nos dijiste adiós. Dormida, te alejaste de este mundo con ojos serenos. Allí yacías, tras el combate de tu última noche. La hermana muerte vino a buscarte. Días antes luchabas con todas tus fuerzas para aprovechar el poco oxígeno que te quedaba. No te rendiste hasta el final. Tenías poco aire en los pulmones, pero muchas ganas de seguir viviendo y aprovechaste hasta el último suspiro. Ahí te quedaste. La muerte, que te acechaba desde hacía tiempo, venció la batalla.

Aquella noche te dejaste llevar. Soltaste la vida, que agarrabas con todas tus fuerzas pese al problema respiratorio que tenías.  Ansiabas vivir. Cada amanecer, al despertar, te abrazabas a la vida con alegría y a veces con tanto empeño que parecía que no querías que se te escapara. Hasta el ocaso, hacías de tu vida una aventura que saboreabas a grandes sorbos.

Es así como te recuerdo de joven. Tus amigos del colegio eran un tesoro para ti. Salías, ibas de excursión, al cine; compartías comidas y bellas historias de amistad. Lo eran todo para ti. De adolescente, no parabas de ir de un sitio a otro. Tu andar por la vida era como un vuelo. Te gustaba caminar y disfrutar del placer de la libertad.  Tus amigos eran el aire de tus pulmones, ellos te motivaban y tú los necesitabas para seguir amando.

Fue poco a poco que dejaste de respirar hondo. La vida te quitó ese impulso que te hacía volar como una gaviota haciendo piruetas en el azul del cielo. Sufriste momentos duros de desamor, como algún día me comentaste. Te entregabas generosamente a los demás, lo dabas todo, pero no siempre eras correspondida y te quedaba un desasosiego en el alma.

Con la enfermedad, comenzaste a recluirte. Las depresiones, la angustia, la soledad y un sentimiento de abandono te hicieron resbalar poco a poco hacia el abismo.

Lo que antes amabas se te hizo tedioso. La vida comenzó a deslizarse con lentitud, no solo en tu corazón. Tu mente, golpeada por el desespero, lo veía todo absurdo y sin sentido. Tus piernas dejaron de correr. Tu corazón ya no latía con la misma intensidad. Tus ojos se perdían en el infinito. Dejaste de tener esperanza.

¿Qué pasó? Es un misterio que no logro entender. Un día todo comenzó a rodar hacia abajo. Una hermosa vida truncada a golpes de desamor. Te hundiste en el vacío. De joven te recuerdo siempre corriendo, en casa, por la calle, en la playa… ¿Perseguías algo? ¿Qué buscabas? Todo el tiempo te parecía corto, ¿qué se te escapaba? ¿Quizás sentías que tenías que apurar la vida para morir pronto, sin saber por qué?

Te levantabas temprano, mirabas al cielo y te acostabas tarde mirando la luna. ¿Qué buscabas, más allá del cielo y de las estrellas? ¿Tal vez aquello que anhelabas en lo más hondo de tu corazón? ¿Un amor divino, que colmara tus ansias de felicidad? Cuando estabas contenta, saltabas. Nadie podía robarte el gozo. Visto con calma, después de un año de tu muerte, pienso… ¿Y si buscabas, en el fondo, el amor de aquel padre que murió cuando tenías solo seis años? ¿Y si esa ansia por la vida era la semilla que brotó en ti ante el amor generoso de tu padre? ¿Y si lo que buscabas, más allá de las estrellas, era ese amor cálido que experimentaste de pequeña? Tú, que tanto corrías tras la vida, viste cómo aquella noche fría de febrero tus sueños, por fin, se convertían en una pértiga que te impulsaba más allá del firmamento. Tú, que amabas la vida, después de pasar por un terrible abismo, encontraste la Vida con mayúsculas.

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¿Tal vez, en lo más hondo de su corazón, corría tras la vida eterna? Quizás nunca lo supo, pero corría hacia una meta a la que llegó antes, con un impulso tan fuerte que atravesó el muro entre lo material y lo invisible. Tanto amaba Carmen que la gravedad no pudo con ella. En el salto hacia el más allá, encontraría a aquel que nunca falla y que lo da todo: Dios. Y, además, el regalo de un reencuentro con el padre que tanto amó. Le pido a ella que me proteja en mi sacerdocio.