domingo, 29 de agosto de 2021

Sumergido en la noche

Después de un día soleado, con un precioso cielo azul, tras caminar disfrutando de la belleza que me envuelve, percibo el paso del tiempo. El sol marca las horas con los cambios de color en el paisaje mediterráneo, tan lleno de contrastes. A medida que cae la tarde, la luz del sol se va atenuando y el cielo adopta un tono más suave, pero el paisaje no pierde intensidad. Todo se tiñe de una luz cálida, que acentúa las texturas de las rocas y los árboles, hasta que el sol se pone tras la montaña y la luz del día se apaga. La luna comienza a asomar, discreta, elevándose sobre un bello atardecer que precede a la noche. Entre el sol y la luna, entre la claridad y la penumbra de la noche, que va adueñándose del cielo, saboreo unos momentos de gran calma.

La puesta de sol invita a la reflexión: poco a poco entramos en otro ritmo más pausado, sereno, de gratitud por lo vivido durante el día. Es el momento de saborear la belleza que se desborda ante mis ojos. El pulso de la vida eclosiona convirtiendo la naturaleza en un hogar donde el hombre puede recrearse en tantas imágenes que lo seducen.

El ocaso avanza, a pasos delicados. Los últimos rayos de sol desaparecen y una hora más tarde, la noche ha caído. Ahora ya no veo colores, sino imágenes y siluetas recortadas sobre el cielo nocturno. La noche ha devorado el color, pero, sin tener la claridad del día, el manto celeste se convierte en una cortina de estrellas. Una sensación de inmensidad me invade cuando contemplo el firmamento, tan poblado de millones de luces que parpadean. En medio de todas ellas, un enorme lucero, suspendido en medio del cielo, custodia la noche.

Si por el día me siento como un diminuto ser sobre la cresta de los montes, por la noche me sobrecoge la inmensidad del cielo, con su estallido de luz. Mi pequeña retina, apenas milímetros, capta la grandiosidad de un festival luminoso que se despliega sobre mí. La tierra gira, regalándonos cada día un concierto que embriaga el alma. No somos conscientes de este espectáculo porque no valoramos la gran riqueza que el Creador nos ha ofrecido. Vivimos inmersos en una cultura del ruido, ciegos por la contaminación lumínica y abrumados por el estrés de las ciudades. No nos damos cuenta de lo que nos estamos perdiendo. El progreso y la técnica nos están alejando de una tendencia natural que todos llevamos dentro, que es la contemplación.

Cada noche, después de cenar, me gusta dar un paseo. Poco tiempo, apenas unos veinte minutos llenándome de sensaciones diferentes. La brisa, tibia, me acaricia. Percibo más los olores, escucho el canto de los grillos y el rumor del río. Oigo el ruido de mis pasos y el movimiento de los árboles mecidos por el viento. También puedo escuchar mi propia respiración. Todos los sentidos se despiertan y agudizan. Las pupilas se abren más para captar con mayor precisión el entorno, potenciando la visión nocturna. En esos momentos, soy más consciente de mi vinculación con la naturaleza. Estar despierto me lanza a sumergirme en la noche desconocida, atrapándome en una estampa en blanco y negro, haciéndome protagonista del último capítulo del día. Ante mí la luna se eleva. La miro con atención y distingo el relieve de sus cráteres. Decían los antiguos sacerdotes egipcios que detener la mirada sobre la luna ayudaba a mejorar la salud de la retina y agudizaba la vista. Para mí es como entrar en el corazón de esa luz, que me envuelve con su discreta presencia. Rodando por las alturas, es el faro que da vida y belleza a la noche.

De vuelta a casa, con la luna a mis espaldas, veo mi sombra proyectada en el camino. Doy los últimos pasos antes de recogerme, inhalando y exhalando profundamente. Y me retiro a descansar, a reponer mis huesecitos para iniciar otra maravillosa aventura al día siguiente.

Dios me susurra al oído. Le doy gracias y le pido que vele por mí durante la travesía del sueño hasta que vuelva a despertar. Mañana, al amanecer, saldré de nuevo y veré salir el sol, un diamante entre las ásperas montañas. Seré testigo del espléndido fulgor que volverá a teñir de colores el mundo, grabando en mi retina las imágenes de los campos que despiertan, con fragancia de heno y hierbas silvestres. Serán los buenos días de Dios a su criatura humana, Himalaya de su creación.

sábado, 21 de agosto de 2021

La vida, un camino ascendente


Como bien saben mis lectores, en verano aprovecho para descansar, rezar, caminar y sumergirme durante unos días en plena naturaleza. Así puedo reconectarme más con Dios y conmigo mismo, y descubrir en la belleza del paisaje la mano de un Creador que nos regala el hábitat más hermoso.

Disfrutar de la madre naturaleza me permite descubrir sus tesoros y ahondar en la última intención de Dios hacia su criatura, que es volcar en ella su amor.

Un día, antes de salir de excursión hacia la montaña, cayó en mis manos el salmo número 96. Es un espléndido canto a Dios por las maravillas creadas, como soberano de toda la creación. Él es rey del universo, su creatividad forma una sinfonía multicolor que ensancha el alma del ser humano, un regocijo para los sentidos. La belleza estalla ante los ojos y los oídos se deleitan ante los sonidos melodiosos del campo; el olfato se agudiza ante los ricos olores de la exuberante vegetación. Mis manos se deslizan por las ramas de los árboles que crecen al borde del camino; con el tacto acaricio las texturas de las hojas y con el paladar saboreo los ricos manjares mediterráneos que me ofrecen estas tierras. El paisaje es seco y agreste, pero sus cielos soleados de intenso azul y sus noches estrelladas, iluminadas por una luna que baña de claridad los valles, sobrecogen. 

El hombre, sin Dios, sin su medio natural, sin una toma de conciencia de su realidad, viviría solo y aislado en un profundo abismo. Sin la dimensión de apertura a los demás, se deslizaría hacia la nada perdiéndose en un profundo vacío, desubicado, sin identidad, lanzado a la penumbra.

Pero su deseo de otear, de buscar más allá de sí mismo, lo hace capaz de ascender grandes cumbres.

El ser humano está llamado a crecer, a mirar hacia arriba, a tocar con sus dedos la bóveda azul del cielo, a emocionarse ante la belleza derramada desde la cima de un monte.

Subida al monte


He tenido la oportunidad de ascender hasta las crestas del Montsec, a una altura que da vértigo, y contemplar, a un lado, el valle de Áger y al otro la comarca del Pallars Jussà, que se extiende entre montañas hasta rozar las faldas de los Pirineos, el límite de España con Francia. Bajo un cielo despejado y con un sol radiante, pude divisar las cumbres pirenaicas. El contraste del cielo con los picos escarpados, y el verde de los valles, cubiertos de encinas, me acercó al corazón creativo de Dios.

Ante la inmensidad de su arte, caminé bordeando las cimas mientras iba pensando. El hombre que no es capaz de salir de sí mismo y mirar hacia un horizonte nuevo, poniéndose en marcha hacia alguna cumbre, se queda quieto, estancado, por comodidad o por miedo a salir de la rutina que lo esclaviza con sus cadenas. Acabará sin aire, metido en la burbuja de una existencia vacía, preso de su propia cárcel interior. Por eso es tan importante atreverse a salir, asumiendo los riesgos, incluso aceptando que la vida nos hará cambiar, y que a veces encontraremos pendientes rocosas. Si no dejamos de mirar la meta y vamos gestionando los vaivenes y las luchas, llegaremos a la cima de nuestra existencia.

Sólo así, moviéndonos entre la admiración y la valentía, venciendo el miedo a lo desconocido, avanzaremos en la vertiginosa aventura del ser. El alma se ensanchará más que nunca y podremos saborear la sorpresa de lo que somos capaces de hacer.

Convertir la vida en una hazaña


El lenguaje figurado de la montaña quiere expresar que en la vida estamos llamados a ser héroes, a vivir experiencias humanas tan apasionantes como coronar la cresta de una montaña. Sólo cuando llegamos a la cumbre de nuestros sueños nos damos cuenta de que este ser, tan pequeño y tan frágil, es capaz de abrazar la inmensidad de un horizonte abierto a los cuatro puntos cardinales. Un ser minúsculo se eleva sobre el abismo, pisando victorioso la cima de su propia vida.

Estamos concebidos para que nuestra vida sea una hazaña. Una proeza cotidiana, que puede ser simplemente hacer lo que nos toca hacer cada día. Lo importante es levantarse, mirar hacia adelante, soñar y ponerse en marcha hacia la meta propuesta. Por muy sencilla que sea, no deja de ser una aventura.

Crecer y trascender es una misión que da sentido a nuestra existencia. Sal y mira alto: encontrarás un cofre lleno de perlas, a cuál más bella. Descubrir el gran tesoro que hay dentro de ti te catapultará hacia el infinito.

domingo, 15 de agosto de 2021

Amor a la verdad

El concepto de verdad es amplio y requiere de un análisis en profundidad. Puede ser muy complejo, visto desde la filosofía y la moral, pero, más que entrar en disquisiciones, quiero ahondar en diferentes aspectos de la verdad y de lo que no es.

Dejaré para otro momento la definición de la verdad desde un punto de vista teológico y bíblico. Hoy quiero incidir en la dimensión psicológica y moral de la verdad.

La verdad no es subjetiva

La verdad es clara y luminosa: todo lo que se aparta de aquí puede ser seudo-verdad o post-verdad. No es una opinión ni un relato subjetivo de los acontecimientos, sino lo que es, lo que sucede realmente. Por ejemplo, el periodismo no siempre se ajusta a los hechos ni a la realidad objetiva. Ciertas tendencias ideológicas pueden sesgar el relato, dándole un tinte subjetivo y una carga intencionada que se desvía de los hechos reales y, por tanto, de la verdad. Los medios de comunicación, tanto la prensa como la radio y los digitales, pueden estar manipulando el análisis de la realidad con el fin de favorecer su línea editorial.

La verdad pide algo más que exponer los hechos. Ser fiel a la verdad implica mantener una actitud íntegra y honesta, aunque esto signifique dejar de lado las propias tendencias ideológicas. Cuesta mucho pedir esta lealtad al periodismo, porque estamos moviéndonos en el campo de la ética. Pero no puede haber un periodismo realmente profesional si no tiene en cuenta el marco moral por donde debe transitar. La verdad no es «mi verdad» subjetiva, ni una opinión personal, ni un posicionamiento en función de lo que me interesa. La verdad tampoco se compra ni se vende.

La verdad nos compromete

La verdad es tan convincente y rotunda que da miedo, pues puede hacernos cuestionar las propias creencias y nuestra esencia como persona. La verdad es una instancia moral, que exige una transparencia a prueba de bomba. Por eso se teme a la verdad, porque nos desnuda, dejándonos tal como somos. Es como un láser que ilumina la conciencia, escaneándonos por todos los poros. Y es tan fuerte que uno sabe, perfectamente, cuándo la ama o cuándo la está rechazando.

La verdad es una brújula que indica el camino a seguir. Todos estamos llamados a abrazar la verdad. Sin ella estamos perdidos y podemos llegar a desintegrarnos en el vacío, en el nihilismo, en la nada.

La verdad ilumina las prioridades en la vida, sean obras, imagen, poder, dinero. 

La verdad pisoteada

¿Quiénes pueden prostituir la verdad? Justamente, aquellos que tienen responsabilidades públicas y comunitarias. Por eso los que tienen mayores responsabilidades han de ser ejemplo y referentes para los otros.

La verdad, más que nunca, está siendo pisoteada en el ámbito social, político e incluso religioso. Los padres, los educadores, los políticos y las personas dedicadas a ayudar a los demás tienen que basarse en la verdad a la hora de ejercer sus tareas. Toda institución de carácter laico o religioso tiene que levantar la verdad como bandera; si no es así, creará una tremenda confusión en la sociedad. 

La verdad, incómoda

Hace tiempo leí un estudio psicológico sobre la capacidad de mentir en los ciudadanos. El escrito señalaba que prácticamente el 100 % de las personas mienten alguna vez, pero el 70 % lo hacen muy a menudo y el 40 % lo han integrado como parte de su vida. Sólo el 20 % mostraba problemas de conciencia; el 10 % se arrepentían, pero volvían a mentir; y sólo un puñado de personas tenían muy claros los límites entre la verdad y la mentira.

El mensaje dramático de este documento es que muchos han convertido la mentira en un modus vivendi, ya sea para sobrevivir o para ascender. Me quedé preocupado al leerlo, pues es una clara muestra de que estamos matando la verdad, porque nos molesta o nos incomoda, porque va directa como una flecha a la diana de nuestro corazón.

La verdad, por más que nos digan que es relativa, no lo es. Es absoluta, y nadie la puede poseer: se impone más allá de los discursos interesados. Penetra la esencia del ser y no se puede rechazar. Es como el sol, por mucho que se quiera tapar o arrojar sombras con las seudo-verdades, nadie podrá vencerlo: tiene tanta fuerza y luz que es indestructible. Está ahí, como el aire que se respira.

Verdad y libertad

La búsqueda de la verdad forma parte de la identidad humana, por eso la vida gira en torno a este gran valor.

La búsqueda de la verdad es tan potente que, en muchos casos, los que perseveran en ella son señalados y criticados, como se ha dado en el cristianismo y en otros grupos de librepensadores, filósofos, periodistas y autores que han sido arrojados al ostracismo mediático.

¿Por qué? Desde muchas instancias quieren matar la verdad porque va ligada a la libertad. Jesús lo dijo: La verdad os hará libres. Tanto la verdad como la libertad inquietan al poder, son antídotos que pueden neutralizar su carga letal. Es propio de la esencia maligna del poder destruir la verdad, sometiendo a las personas y haciéndolas vasallas y esclavas, cortando de cuajo su capacidad de razonar por sí mismas y alienándolas. La verdad es una bomba que puede destruir toda estructura de poder. Por eso la temen tanto, porque saben que puede demoler los fundamentos de las ideologías que lo sustentan.

Si se mata la verdad, la libertad y el amor, se está matando el valor sagrado de la vida, porque es una tendencia innata en el ser humano abrazar la verdad, y sólo desde ella se puede ser libre y amar.

Sólo la verdad puede regenerar el alma humana. Serás libre, la libertad te llevará al amor, y este te hará invencible. Nada ni nadie podrá contigo, aunque quieran silenciar la verdad, aunque te excluyan, te descarten e incluso te maten civil o físicamente. El poder pondrá en marcha su maquinaria para destruir la verdad con toda su fuerza y recursos, económicos y mediáticos. Pero la verdad nunca será vencida, aunque la quieran acallar o esconder. Sus rayos luminosos se proyectan en el corazón de cada hombre que la busca con sinceridad.

martes, 10 de agosto de 2021

La bondad y la alegría se abrazan

Como bien sabéis muchos de vosotros, mi vinculación con Badalona viene del largo tiempo que estuve allí. Fueron diecisiete años, densos y activos, en la parroquia de San Pablo, lugar donde ejercí mi tarea pastoral como rector de la comunidad.

Este periodo supuso para mí un gran crecimiento humano y espiritual, ya que tenía un reto acuciante: consolidar un nuevo proyecto. En esa etapa pude ampliar mi formación con una intensa experiencia pastoral. Di todo lo que pude, pero también es cierto que recibí mucho más de lo que esperaba. Sobre todo, de buenos feligreses que pasaron a ser grandes amigos.

Ellos me abrieron no sólo las puertas de su casa, sino las de su corazón. Me quedé con lo mejor de muchos de ellos y hoy, después de once años de haber marchado de allí, el vínculo de amistad sigue vivo con muchas personas que me acompañaron durante mi labor pastoral. Hoy sigue encendida esa llama de aprecio que siento por tantos amigos de Badalona y de la comunidad de San Pablo.

En este escrito quiero hablar de dos grandes amigos que estuvieron muy cerca de mí, mostrando un sincero aprecio y ayudándome en momentos clave. Se llaman Carmen y Manolo, y son un matrimonio encantador que desprende bondad.

Alegría sabia

Carmen es alegre, servicial y entregada. De carácter abierto y expansivo, muy cariñosa y cercana, es una mujer sencilla y trabajadora, actualmente abuela de dos nietos; dedica una parte de su tiempo a cuidarlos y atenderlos. Ella es el pilar de la familia, que sostiene y mantiene unidos a los suyos con su enorme atención y delicadeza. Si tuviera que subrayar algo de ella sería su manera de ser, tan jovial, alegre y espontánea. Carmen sabe crear un buen clima allí donde esté. Lleva en su sangre la vitalidad y un vigor que la hace vibrar siempre. Es de esas personas que viven la vida con intensidad. Genera empatía con los demás, sabe comunicarse y es emocionalmente estable. Vive su día a día con ilusión, disfrutando de todo lo que hace. Sabe «pasarlo bien», como ella dice.

Otro aspecto que quisiera destacar de ella es su capacidad organizativa. Lleva su casa con mente clara y práctica, y sabe gestionar su economía y sus tareas domésticas con eficiencia. El orden para ella es fundamental. Esa inteligencia innata le sirve para intuir las situaciones y aconsejar a los suyos con lucidez, aunque siempre desde la humildad y el respeto, sin interferir más allá de lo que le toca. En todo aquello que pueda afectar a la estabilidad de la familia, sabe percibir con claridad y dar a diana, planteando las cuestiones que puedan mejorar la calidad de las relaciones familiares. Es generosa con todos, pero sabe estar en su sitio, y eso no siempre es fácil. Carmen consigue equilibrar perfectamente el amor por su esposo, por su hijo, su nuera y los nietos. Es un ejemplo de madre y esposa a imitar.

En la parroquia, su cercanía dio vida y alegría a mi trabajo pastoral. Ha sido un regalo haberla conocido, porque desprende color y luz allí donde está. Sabe convertir la vida en una fiesta, pese a las dificultades. Nunca la he visto rendida ni abatida. Ha apostado por vivir intensamente.

Bondad servicial

Manolo, su marido, en contraste, es como un lago de aguas serenas, donde la luz del cielo puede penetrar en profundidad. Es un hombre discreto y amable, de pocas palabras, pero siempre atento a la hora de escuchar. Desde su silencio reflexivo, capta todo cuanto sucede a su alrededor. Es un hombre de principios sólidos, que sabe decir lo justo y conveniente en el momento adecuado, y también callar cuando quiere evitar interferir. Muy trabajador, es una persona que sabe estar. También es un pilar sólido de su familia, siempre disponible para lo que haga falta. Dedica mucho tiempo a la familia, facilitando el engranaje del funcionamiento de la casa y ocupándose de sus tareas como abuelo. Su presencia amable hace que cualquier persona se encuentre bien a su lado.

El valor evangélico de la amistad

Carmen y Manolo llevan 40 años casados. El matrimonio es una auténtica roca firme, donde se sostiene toda la familia. Pasar con ellos unas horas es una delicia: la alegría de Carmen y la bondad de Manolo suenan como una hermosa melodía que llega al alma y la llena de música, deleitando el corazón. Su compañía es un arroyo fresco que regenera la convivencia. Para mí es un don haberlos conocido a los dos y siempre agradeceré a Dios esta amistad que surgió durante mi trabajo en la parroquia de San Pablo.

Jesús daba mucha importancia a los amigos, además de su misión evangelizadora. Sabía parar, descansar y pasar un tiempo con sus amigos de confianza, como los tres hermanos de Betania, Marta, María y Lázaro. Jesús tenía un lugar preferente en el hogar y en el corazón de sus amigos. Creo que los sacerdotes también hemos de aprender a confiar en las personas que nos rodean y disfrutar del regalo de la amistad que Dios siempre nos brinda en nuestro camino.