Como bien saben mis lectores, en verano aprovecho para descansar, rezar, caminar y sumergirme durante unos días en plena naturaleza. Así puedo reconectarme más con Dios y conmigo mismo, y descubrir en la belleza del paisaje la mano de un Creador que nos regala el hábitat más hermoso.
Disfrutar de
la madre naturaleza me permite descubrir sus tesoros y ahondar en la última
intención de Dios hacia su criatura, que es volcar en ella su amor.
Un día, antes
de salir de excursión hacia la montaña, cayó en mis manos el salmo número 96.
Es un espléndido canto a Dios por las maravillas creadas, como soberano de toda
la creación. Él es rey del universo, su creatividad forma una sinfonía
multicolor que ensancha el alma del ser humano, un regocijo para los sentidos.
La belleza estalla ante los ojos y los oídos se deleitan ante los sonidos
melodiosos del campo; el olfato se agudiza ante los ricos olores de la exuberante
vegetación. Mis manos se deslizan por las ramas de los árboles que crecen al
borde del camino; con el tacto acaricio las texturas de las hojas y con el
paladar saboreo los ricos manjares mediterráneos que me ofrecen estas tierras.
El paisaje es seco y agreste, pero sus cielos soleados de intenso azul y sus
noches estrelladas, iluminadas por una luna que baña de claridad los valles,
sobrecogen.
El hombre, sin
Dios, sin su medio natural, sin una toma de conciencia de su realidad, viviría
solo y aislado en un profundo abismo. Sin la dimensión de apertura a los demás,
se deslizaría hacia la nada perdiéndose en un profundo vacío, desubicado, sin
identidad, lanzado a la penumbra.
Pero su deseo
de otear, de buscar más allá de sí mismo, lo hace capaz de ascender grandes
cumbres.
El ser humano
está llamado a crecer, a mirar hacia arriba, a tocar con sus dedos la bóveda
azul del cielo, a emocionarse ante la belleza derramada desde la cima de un
monte.
Subida al monte
He tenido la
oportunidad de ascender hasta las crestas del Montsec, a una altura que da
vértigo, y contemplar, a un lado, el valle de Áger y al otro la comarca del
Pallars Jussà, que se extiende entre montañas hasta rozar las faldas de los
Pirineos, el límite de España con Francia. Bajo un cielo despejado y con un sol
radiante, pude divisar las cumbres pirenaicas. El contraste del cielo con los
picos escarpados, y el verde de los valles, cubiertos de encinas, me acercó al
corazón creativo de Dios.
Ante la
inmensidad de su arte, caminé bordeando las cimas mientras iba pensando. El hombre
que no es capaz de salir de sí mismo y mirar hacia un horizonte nuevo,
poniéndose en marcha hacia alguna cumbre, se queda quieto, estancado, por
comodidad o por miedo a salir de la rutina que lo esclaviza con sus cadenas.
Acabará sin aire, metido en la burbuja de una existencia vacía, preso de su
propia cárcel interior. Por eso es tan importante atreverse a salir, asumiendo
los riesgos, incluso aceptando que la vida nos hará cambiar, y que a veces
encontraremos pendientes rocosas. Si no dejamos de mirar la meta y vamos
gestionando los vaivenes y las luchas, llegaremos a la cima de nuestra
existencia.
Sólo así,
moviéndonos entre la admiración y la valentía, venciendo el miedo a lo
desconocido, avanzaremos en la vertiginosa aventura del ser. El alma se
ensanchará más que nunca y podremos saborear la sorpresa de lo que somos
capaces de hacer.
Convertir la vida en una hazaña
El lenguaje
figurado de la montaña quiere expresar que en la vida estamos llamados a ser
héroes, a vivir experiencias humanas tan apasionantes como coronar la cresta de
una montaña. Sólo cuando llegamos a la cumbre de nuestros sueños nos damos
cuenta de que este ser, tan pequeño y tan frágil, es capaz de abrazar la
inmensidad de un horizonte abierto a los cuatro puntos cardinales. Un ser
minúsculo se eleva sobre el abismo, pisando victorioso la cima de su propia
vida.
Estamos
concebidos para que nuestra vida sea una hazaña. Una proeza cotidiana, que
puede ser simplemente hacer lo que nos toca hacer cada día. Lo importante es
levantarse, mirar hacia adelante, soñar y ponerse en marcha hacia la meta
propuesta. Por muy sencilla que sea, no deja de ser una aventura.
Crecer y
trascender es una misión que da sentido a nuestra existencia. Sal y mira alto:
encontrarás un cofre lleno de perlas, a cuál más bella. Descubrir el gran
tesoro que hay dentro de ti te catapultará hacia el infinito.
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