Hace un año que te fuiste. Pasando de puntitas, plácidamente,
el día tres de febrero nos dijiste adiós. Dormida, te alejaste de este mundo
con ojos serenos. Allí yacías, tras el combate de tu última noche. La hermana
muerte vino a buscarte. Días antes luchabas con todas tus fuerzas para aprovechar
el poco oxígeno que te quedaba. No te rendiste hasta el final. Tenías poco aire
en los pulmones, pero muchas ganas de seguir viviendo y aprovechaste hasta el último
suspiro. Ahí te quedaste. La muerte, que te acechaba desde hacía tiempo, venció
la batalla.
Aquella noche te dejaste llevar. Soltaste la vida, que
agarrabas con todas tus fuerzas pese al problema respiratorio que tenías. Ansiabas vivir. Cada amanecer, al despertar, te
abrazabas a la vida con alegría y a veces con tanto empeño que parecía que no
querías que se te escapara. Hasta el ocaso, hacías de tu vida una aventura que
saboreabas a grandes sorbos.
Es así como te recuerdo de joven. Tus amigos del colegio
eran un tesoro para ti. Salías, ibas de excursión, al cine; compartías comidas
y bellas historias de amistad. Lo eran todo para ti. De adolescente, no parabas
de ir de un sitio a otro. Tu andar por la vida era como un vuelo. Te gustaba
caminar y disfrutar del placer de la libertad. Tus amigos eran el aire de tus pulmones, ellos
te motivaban y tú los necesitabas para seguir amando.
Fue poco a poco que dejaste de respirar hondo. La vida te
quitó ese impulso que te hacía volar como una gaviota haciendo piruetas en el
azul del cielo. Sufriste momentos duros de desamor, como algún día me
comentaste. Te entregabas generosamente a los demás, lo dabas todo, pero no
siempre eras correspondida y te quedaba un desasosiego en el alma.
Con la enfermedad, comenzaste a recluirte. Las depresiones,
la angustia, la soledad y un sentimiento de abandono te hicieron resbalar poco
a poco hacia el abismo.
Lo que antes amabas se te hizo tedioso. La vida comenzó a
deslizarse con lentitud, no solo en tu corazón. Tu mente, golpeada por el
desespero, lo veía todo absurdo y sin sentido. Tus piernas dejaron de correr. Tu corazón
ya no latía con la misma intensidad. Tus ojos se perdían en el infinito. Dejaste
de tener esperanza.
¿Qué pasó? Es un misterio que no logro entender. Un día todo
comenzó a rodar hacia abajo. Una hermosa vida truncada a golpes de desamor. Te hundiste
en el vacío. De joven te recuerdo siempre corriendo, en casa, por la calle, en
la playa… ¿Perseguías algo? ¿Qué buscabas? Todo el tiempo te parecía corto, ¿qué
se te escapaba? ¿Quizás sentías que tenías que apurar la vida para morir pronto,
sin saber por qué?
Te levantabas temprano, mirabas al cielo y te acostabas
tarde mirando la luna. ¿Qué buscabas, más allá del cielo y de las estrellas?
¿Tal vez aquello que anhelabas en lo más hondo de tu corazón? ¿Un amor divino,
que colmara tus ansias de felicidad? Cuando estabas contenta, saltabas. Nadie
podía robarte el gozo. Visto con calma, después de un año de tu muerte, pienso…
¿Y si buscabas, en el fondo, el amor de aquel padre que murió cuando tenías
solo seis años? ¿Y si esa ansia por la vida era la semilla que brotó en ti ante
el amor generoso de tu padre? ¿Y si lo que buscabas, más allá de las estrellas,
era ese amor cálido que experimentaste de pequeña? Tú, que tanto corrías tras
la vida, viste cómo aquella noche fría de febrero tus sueños, por fin, se
convertían en una pértiga que te impulsaba más allá del firmamento. Tú, que
amabas la vida, después de pasar por un terrible abismo, encontraste la
Vida con mayúsculas.
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