Se culminó el año 2013 y se abre otro nuevo. Lo empezamos
con alegría porque en lo más hondo de nuestro corazón nos apasiona vivir: tener
desafíos, retos, oportunidades. Porque estamos embarcados en la hermosa
aventura de la vida. Día a día hemos encontrado razones, sueños, esperanzas
para seguir luchando, creciendo, amando.
Muchas personas han apostado por el bien, la felicidad, la
entrega generosa, personas que vitalmente aman lo que son, pero especialmente
aman a los demás. Son un ejército de gente buena que atraviesa la línea del
nuevo año con paso firme y decidido, que pese a las dificultades no se han
rendido y miran hacia el frente. Son felices, no solo por lo que hacen y son
sino porque la vida tiene un sentido que va más allá del éxito o del fracaso.
Han descubierto que tras el reverso de la existencia está Dios, y esto les da
una visión y unas fuerzas inusitadas para vivir con intensidad exprimiendo
minuto a minuto la vida.
Se nos abre un nuevo año, entre los aciertos y los errores
del pasado que, sumando y restando, nos han hecho crecer. Con la incerteza del
futuro, pero no menos apasionante, y con la certeza, eso sí, de saber que es un
regalo, una nueva oportunidad para acumular experiencia y sabiduría.
Tenemos la potencialidad para hacer frente a cualquier reto
que nos surja. La capacidad humana en sus distintas dimensiones es asombrosa:
su cerebro, su corazón y su alma, conectados, están llamados a dar lo mejor de
sí mismos. Nada ni nadie puede detenernos, ni siquiera las enfermedades, los
fracasos, el dolor, las traiciones. Somos creados por Dios y podríamos decir
que, de alguna manera, estamos participando de sus atributos divinos. Nos ha
dado una inmensa capacidad para crear y una inteligencia maravillosa. Pero
sobre todo nos ha dado el impulso y la capacidad de amar. ¿Creéis que con todo
esto no podemos subir la montaña más alta, cruzar el océano más profundo o
lanzarnos al vacío sin miedo, sabiendo que tenemos una mano amorosa que nos
protege? Con esto, nada ni nadie nos puede frenar. Nuestra osadía viene de
creer que nunca estamos solos en la travesía de la vida.
Dios nos lo ha dado todo: existencia, inteligencia,
libertad, amigos, familia… Pero sobre todo nos ha dado el don de ser como él,
aunque no seamos él. Más allá de lo físico y lo biológico hay una semilla de
plenitud que todos tenemos: esa alma inmortal que nos hace trascender. Somos
semejantes a Dios, y esto nos da el coraje y la convicción para descubrir un
fascinante amanecer en el horizonte.
Cada vez que abrimos los ojos, nos levantamos y damos un
beso a la persona que tenemos al lado, esto es mejor que todos los amaneceres
del mundo. Porque unos ojos que se abren y dejan atrás la oscuridad, unos ojos
que pueden ver, un cerebro que está vivo, conectado al corazón, a las manos, a
las piernas; un cuerpo que se mueve y se levanta para besar a la persona amada,
todo es un milagro. Ya no solo me funcionan el cuerpo y los órganos vitales: me
levanto con la capacidad de amar. El amor hace posible que todo lo que nos
rodea tenga sentido: cónyuge, familia, amigos, trabajo, respirar, hablar,
pasear… Cuando damos valor a la persona por el simple hecho de existir la
estamos potenciando al máximo. Como decía un amigo mío: una sola persona es más
valiosa que todas las estrellas del universo.
Con emoción y pasión podemos hacer que cada día que pase
vayamos a dormir con la total certeza de que ha valido la pena todo cuanto
hemos vivido: lo bueno y lo malo, porque todo contribuye a hacernos mejor
persona y a acrecentar nuestra madurez espiritual.
Joaquín Iglesias
4 enero 2014
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