Pero el tiempo no perdona, y hoy me impresiona ver a algunas
de ellas, que tanto brillaron, abatidas por la enfermedad y la decrepitud. Me
pregunto cómo es posible que, después de haber sobresalido tanto en el campo
intelectual y social, ahora sean incapaces de ubicarse en su entorno próximo:
familia, amigos, vecinos y barrio.
Culto al yo
Su tendencia a ser protagonistas las lleva a hablar mucho de
sí mismas e incluso a imponer su criterio sobre los demás. Su discurso suele
ser radical y no permiten opiniones contrarias. Necesitan demostrar lo que
saben haciendo alarde de su elocuencia: saben más que nadie, y los demás deben
callar o apartarse. Pueden llegar a humillar a sus oyentes, pues no soportan
que las contradigan. Así, aunque empiezan deslumbrando por sus profundos
conocimientos, cuando se las conoce un poco más, tras esta apariencia brillante
se puede atisbar una persona mucho más insegura.
Estas personas sienten una enorme necesidad de ser ellas
mismas. Ya fuera porque, en su crecimiento, fueron reprimidas o demasiado
consentidas, no supieron canalizar su potencial. Cuando han podido desplegarlo,
nadie les ha puesto límites y ellas tampoco han sabido ponerlos. Nadie les
ayudó a descubrir que la sabiduría consiste, no tanto en el cúmulo de
conocimientos, sino en la capacidad de saber escuchar, reconociendo al otro
como un revulsivo y al mismo tiempo un apoyo para crecer y madurar. Nadie les
previno contra el culto a sí mismos. Compartieron sus conocimientos, pero
quizás no aprendieron a abrirse a un verdadero diálogo con los demás.
Escuchar al otro cuando se comparte el saber permite el
enriquecimiento mutuo. Aceptar puntos de vista diversos evita que la persona se
convierta en una apisonadora intelectual. La ciencia crece cuando se da un
verdadero encuentro. La amistad también es posible cuando aparcamos nuestro yo
a un lado y nos abrimos al otro: siempre puede aportar algo nuevo y positivo a
nuestra vida.
Pero constato que, cuando uno siempre ha sido así y no ha
tenido la humildad de dejarse corregir, se hace difícil cambiar. El cambio
supone un salto de paradigma mental y reconocer que su narcisismo está
completamente desbocado. Puede tratarse de un científico, un intelectual, un artista
o un doctor en cualquier disciplina. Están tan imbuidos de sí mismos que nadie
se atreve a cuestionarlos, porque su carácter beligerante impide que nadie les
diga nada.
Un castillo mental
La realidad para una persona así es ella misma: ella y el
mundo que ha creado a su alrededor. No admite otra, y menos cuando se ponen en
evidencia sus límites y su percepción subjetiva. Huye del mundo real para
construir, con buenos argumentos intelectuales, un castillo mental donde se
siente segura.
Con el paso de los años, al volverse impenetrables a los
demás, estas personas acaban encontrándose muy solas. Sobreviven en su burbuja
y afrontan como pueden la realidad que se impone: jubilación, desplazamiento
del ámbito donde se proyectaban, sufrimiento por enfermedad, incapacidad para
reorientar sus vidas y abordar situaciones imprevistas y dolorosas que les toca
vivir.
Caen en un profundo abismo interior, donde sólo pueden oír
el eco de su propia voz. Han pasado toda su vida escuchándose a sí mismas,
aupadas en el trono de sus logros intelectuales. Pero la realidad es obstinada
y choca con las construcciones mentales. Cuando se rinde culto al intelecto, a
menudo se olvida el cuerpo. Muchas de estas personas han descuidado su salud.
Han vivido aprisa, a velocidad frenética, olvidando que es el cuerpo quien
sostiene nuestro sistema cognitivo. La estructura biológica sostiene la mente,
y este cuerpo, bien cuidado y con una sana alimentación, permite gozar de buena
salud. La mente es tirana y acapara la atención; el cuerpo es sufrido y calla.
Pero cuando el cuerpo es castigado e ignorado, acaba reclamando su lugar: es
entonces cuando surgen la enfermedad y la discapacidad.
Un baño de realismo
La cruda realidad se impone con el paso del tiempo y los
límites físicos. Y de aquí ya no se puede huir. El reloj biológico va marcando los
pasos hacia la muerte. Frente a esta realidad, la batalla está perdida. Es
entonces cuando vivir se hace insoportable, el cansancio y la tristeza se
apoderan de la persona y sobrevive como puede, postrada, esperando que mañana
el dolor sea un poco más leve.
¿Qué hacer cuando nos encontramos con personas así?
Acompañar con dulzura, ayudando en lo que podamos a paliar su dolor y soledad.
Hacer que se sientan queridas.
Para mis adentros medito cuál podría ser el antídoto para no
caer en esta actitud, para no encerrarnos en nuestra torre de marfil y aceptar
la realidad cuando la vejez nos la presenta en su rostro más duro.
Necesitamos rescatar la humildad. La humildad es el freno y
la rienda para ese caballo desbocado de la inteligencia. Sólo así, con
humildad, la inteligencia se convertirá en sabiduría y se alcanzará la armonía.
La suma de estas dos cualidades nos prepara a todos para zambullirnos en la
realidad y doctorarnos en humanidad.
Me hace pensar mucho. Conozco a personas así... y yo misma puedo caer en actitudes similares, cuando me entesto en mis propias ideas y forma de hacer. No hace falta ser una eminencia, nadie está exento de caer en esto, salvo las personas realmente humildes. Y me parece que esa es la clave, como bien señala J. Iglesias. Nadie reconoce ser orgulloso, pero ¡cuánto daño nos hace el orgullo y el encerrarnos en nuestra "torre de marfil"!
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo de esa visión, sobre la persona que ha tenido un nivel intelectual alto y le llega por la edad, el deterioro físico. Pienso que somos lo que hemos vivido y la humildad debe ser una forma de estar en la vida, joven o mayor.
ResponderEliminarDe acuerdo con lo escrito Don Joaquín.
ResponderEliminarDebemos entrenarnos durante la vida, tener en cuenta que cualquier trabajo es servicio y en cualquier momento -si Dios lo quiere así- podríamos dejarlo.
Cultivar la humildad de que otros sabran hacer lo que nosotros hacemos mejor.
Y llegada la hora de retirarnos, hacerlo pensando que es un descanso merecido, alegrarnos de que otros se hayan preparado y estén en el lugar que ocupamos nosotros en su momento.
Dedicarse ha hacer otras cosas, siempre desde la actitud de servicio y teniendo la disposición de dejarlo cuando llegue el momento, por edad enfermedad, etc.
Muy buena reflexión,todos tenemos talentos que Dios nos regaló, pero tenemos que compartirlos y no quedarnos con ellos como el hombre que los enterró, porque cuando nos faltan las fuerzas o llega la vejez, tengamos el gozo que le servimos a Dios para que otros disfruten también de un trabajo bien hecho para la Gloria de Dios; todos los éxitos de nuestra vida no nos pertenecen, que tengamos mucha humildad Para reconocernos que al final de la vida eso no tiene mayor importancia,solo nos reconforta cuánto bien hemos hecho por nuestros hermanos, cuánto hemos amado
ResponderEliminar¿Y tú preguntas qué hacer ante personas así?
ResponderEliminarSi la respuesta ya la dices: "Acompañar con dulzura, ayudando en lo que podamos a paliar su dolor y soledad"… en una palabra amar y olvidar su pasado viviendo su presente.
Es el antídoto que propones para ciertas personas, como dice Montse, que todos hemos conocido e incluso, en alguna ocasión, también practicado.
La humildad con inteligencia para equilibrar, quizá, la carencia que en la infancia sufrieron.
La respuesta recibida será, sin duda, espectacular.
Pienso que puede ayudar la lectura del libro "el paso de la vida" de D.Francisco Fernandez Carvajal...da buenas y practicas ideas para esta etapa
ResponderEliminarCreo que es más fácil de lo que pensamos. Simplemente aceptar que la vida, sin casi darnos cuenta, va cambiando en nuestro entorno y, aunque, en un momento dado, recuerdas perfectamente que cuando tú hablabas los demás sólo te escuchaban, sin saber por qué llega un día que eso sucede de otra forma, es decir, te escuchan por un problema educacional. Ahí es donde tenemos que reflexionar y corregir. Y, de verdad, es mucho más fácil de lo que parece
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