Hoy, día de la Inmaculada, he recibido la noticia de la muerte de un gran pintor y amigo, Francesc Martínez Molina.
Con
una impecable trayectoria artística, pintor y acuarelista, formaba parte del
grupo de Bellas Artes del Museu de Badalona, entidad con la que colaboraba
activamente. De aspecto respetable, con sus cabellos blancos y su barba bien
cuidada, Francesc poseía una exquisita sensibilidad para captar la belleza de
cada paisaje y cada detalle. Pintaba y dibujaba continuamente, siempre llevaba
encima una libretita con un bolígrafo, con el que trazaba esbozos de cuanto le
llamaba la atención. Su maestría iba más allá de la técnica: el realismo de sus
dibujos revelaba su capacidad de visualizar; pero la armonía de sus composiciones
traslucía su sentido estético.
Tengo
en casa algunos de sus cuadros, donde refleja su arte pictórico en un alarde de
creatividad. Convertía la naturaleza en arte, lo ordinario en belleza. Sabía
captar la luz, el color, la textura y los matices. Le fascinaba la naturaleza
en todas sus manifestaciones; su tema preferido era el paisaje. Deslizando sus
pinceles sobre el lienzo, plasmaba en él todo su arte. Tengo impresa una imagen
suya, con su sombrero sobre el cabello blanco, quemado por el sol, de pie o
sentado en una pequeña silla, desplegando todo su arte delante del caballete.
Él formaba parte de aquella escena que plasmaba en el cuadro.
Lo
conocí a una edad ya madura, con su particular vestimenta y sus gestos. Siempre
ponderado y reflexivo, su apariencia tranquila ocultaba un torrente de
creatividad. Su mente siempre estaba buscando nuevos temas para pintar.
Lo
conocí siendo rector de la parroquia de San Pablo, en Badalona. Él formaba
parte de la comunidad. Nunca fallaba en las celebraciones y nos fuimos haciendo
cada vez más amigos. Fue entonces cuando en la parroquia organizamos durante
varios años unas representaciones de teatro sobre el nacimiento de Jesús y el
Camino de Alegría, las apariciones de Jesús resucitado. Francesc participó en
estas dos obras como artista y como actor. Representó a un rey mago, a un
fariseo, al discípulo Mateo y a uno de los discípulos de Emaús. Actuaba con
tanto arte como pintaba: moviendo su cuerpo y escenificando los gestos con
expresividad y elegancia. Su colaboración como pintor fue esencial, pues realizó
los decorados sobre varios enormes lienzos que, a modo de telones, se iban
pasando en las diferentes escenas. El lago de Galilea, el camino a Jerusalén, los
campos de Tierra Santa y una playa de pescadores quedaron plasmados, con enorme
riqueza y colorido, poniendo el marco estético a las escenas teatrales.
La
escena de Emaús me conmovía especialmente: dos hombres ya mayores, Francesc y
su amigo Martín, representaban a los discípulos perplejos y admirados ante el
Jesús resucitado que poco a poco les va abriendo el corazón, hasta llegar a la
fracción del pan. Era, sin duda, una de las más hermosas y aplaudidas de la
obra. La pasión con que los dos actores se metían en su papel calaba en el
público asistente. Yo pensaba que, en aquel momento, ambos se convertían,
realmente, en discípulos de Jesús.
Fueron
tiempos decisivos en la vida de la comunidad, y Francesc dejó su huella
artística en la parroquia. Después del teatro, quiso hacer un gesto precioso.
Pintó las diferentes escenas del Camino de Alegría en grandes lienzos, que
fueron decorando las paredes desnudas del templo. Lo hizo con tal realismo y
viveza que todos quedamos asombrados. Cuando terminó, quiso formalizar su
regalo mediante un documento, conforme al cual donaba su obra a la parroquia
para que formara parte de su patrimonio artístico. Hoy, en el perímetro del
templo, se pueden contemplar estos hermosos cuadros.
Cada
vez que vuelvo a Badalona y visito la parroquia me emociona ver su obra en
aquellas paredes. Esos cuadros suspendidos reflejan una parte de su vida y de
su historia con la comunidad. Me evocan un tiempo de crecimiento, de
creatividad, de ímpetu evangelizador; un momento dulce en el que la parroquia
pudo llegar a muchas personas. El teatro aglutinó a un grupo de laicos del
barrio que, convencidos de su fe, entendieron que esta obra era una herramienta
evangelizadora de primer orden: su difusión llegó a toda Badalona.
Recuero
los bolos que hicimos por diferentes lugares, cohesionando al grupo y animándolo
a crecer en la fe. Fueron momentos entrañables que viví con este pintor que
supo, con sencillez y entrega, revelar a través de su obra la belleza de Dios
reflejada en su creación.
Ahora,
desde el cielo, podrá utilizar el divino don que Dios le regaló, inspirándole
tanta creatividad, para convertir en cuadro la belleza inefable del paraíso.
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