El ser humano, a lo largo de su trayectoria por la vida, va configurando su personalidad. Su forma de ser, sentimientos y emociones, su capacidad y talentos, todo va revelando con el tiempo el yo más profundo de la persona.
Nuestras experiencias cotidianas son decisivas: cómo
vivimos, sentimos y asimilamos lo que ocurre en nuestra vida. La gran variedad
de situaciones que surgen, y cómo las abordamos, será clave para la definición
de nuestro ser y nuestra relación con nosotros mismos y con los demás.
La manera en que gestionamos lo que ocurre a nuestro
alrededor, especialmente las adversidades y conflictos, me hace reflexionar
sobre nuestra capacidad para digerir y asimilar lo que nos sucede. ¿Digerimos
bien, emocionalmente, o nos cuesta y nos genera una fricción interna que afecta
a nuestras relaciones? ¿Exponemos nuestras fragilidades ante los otros, creando
cierta incomodidad?
La madurez pide autoconocimiento
Nuestro yo se fragua en nuestra relación con los demás. El
otro siempre interviene en mi capacidad de abrirme y descubrir quién soy, qué
hago y hacia dónde me dirijo. Para llegar a la madurez plena tengo que pasar
por un itinerario interior que implica un mayor autoconocimiento de mi persona
y de mi realidad. Esto requiere tiempo para conocer y profundizar en el
misterio de mi ser.
Hoy el tiempo es muy escaso y
nos falta para iniciar este abordaje en el interior del corazón. De aquí que
nos cueste descubrir nuestro propósito vital y que muchas veces andemos
perdidos, sin una meta definida en la vida. Así vamos dando vueltas y vueltas
para acabar siempre en el mismo sitio, es decir, en el punto de partida.
Superar la presión del entorno
Por otra parte, la cultura, la sociedad y la familia, al
querer darnos lo mejor y nosotros intentar responder con esfuerzo y agrado, nos
están condicionando. Muchas veces, hemos acabado actuando más en función de sus
intereses que de lo que realmente queremos. Así, nos han ido marcando y
modelando, convirtiéndonos en servidores obedientes que hacen todo cuanto se
les pide para que otros estén contentos. La presión del ambiente puede
alejarnos de nosotros mismos, de lo que somos y de lo que realmente anhela
nuestro corazón.
Esta presión psicológica y moral, ejercida por seres
queridos, con quienes tenemos lazos afectivos y cercanos, puede provocar una
ruptura en la psique. Sin dudar de sus buenas intenciones, necesitamos la valentía
para defender aquello que da sentido a nuestra existencia si queremos alcanzar
la plena felicidad. Para esto hay que conocer los propios límites y aceptarlos,
sin que nadie haga injerencia en lo que nos es propio. Nadie tiene derecho a interferir
en aquello para lo que tú sabes que fuiste llamado: ni la familia, ni la
educación ni la sociedad. Sólo realizando tu vocación tu existencia tendrá
sentido.
Abrazar las limitaciones
Pero reconocer los propios límites supone, primero, saber
quién soy y hasta dónde puedo llegar, abrazando con realismo la limitación e
incluso alegrándome de ser quién soy, pues de lo contrario no sería nada. Sé
que tengo una cierta estatura y no seré más alto por mucho que me estire: debo
reconocer que tengo una talla reducida y, por tanto, es inútil luchar por
agrandarla. Esto se puede aplicar a otros aspectos no sólo físicos: la
capacidad de asimilar ciertas emociones, asumir con paz las heridas de la
infancia, mi tolerancia ante las críticas, admitir que hay personas que saben
más y son mejores que yo, mi excesiva sensibilidad, limitaciones psicológicas y
familiares… También implica asumir mis aciertos y los errores que he cometido
en la vida. En definitiva, todo lo que soy y mi realidad, aunque no me guste.
Todos los seres humanos tenemos límites, aunque no lo
parezca. Todos, hasta aquellos que parecen perfectos, están cargados de
límites; quizás la diferencia es que lo saben y tratan de lidiar con ellos,
incluso aprendiendo de ellos.
Nunca serás tú si no aceptas tus propios límites. Por muchas
dificultades que te acontezcan, es necesario dar este salto de madurez
psicológica para entender que crecemos en la medida en que hayamos hecho un
pacto interior de paz con nosotros mismos.
Descubre tu belleza interior
Sólo así, siendo lo que eres, con tus propias lagunas, irás
hacia adelante y lograrás hacerte amigo de ti mismo. Bajo tus grietas y tu
aspecto exteriormente herido hay un lago cristalino que embellece tu alma.
No quieras ser lo que no eres. Sé lo que eres, de verdad,
aunque esto implique asumir con paz el pasado y toda una historia de dolor
familiar y social. Solo así podrás, algún día, transformar los límites y
convertir una barrera en un trampolín que te ayude a ser la persona que eres,
un alma que ha sabido luchar contra sus propios miedos y ha sido capaz de añadir
valor a su vida.
Será cuando ni la cultura, ni la historia, ni la sociedad,
ni la familia, podrán ejercer sobre ti una presión interna que te haga incapaz
de abrirte a los demás y dar un salto de madurez. Entonces te reconocerás como
tu gran aliado. Conocer tus límites ya no va a autolimitarte más, sino que te
ayudará a ensanchar tus capacidades.
Lo más importante es descubrir que un límite no tiene por
qué frenar tu capacidad de amar. Tus límites tampoco son un problema para Dios.
Sólo desde esta experiencia todo se recolocará en el puzzle de tu corazón.
"Convertir una barrera en un trampolín¨"... Abrazar el pasado y a la vez no dejar atarse por él. Realmente hay que tener valor para ser uno mismo y aún más para seguir la propia vocación, aunque todo nuestro entorno, incluso la familia, empuje hacia otro lado. ¡Está tan bien explicado! Gracias.
ResponderEliminar