martes, 12 de octubre de 2021

Brasas que no se apagan


Durante 17 años estuve realizando mi tarea pastoral en Badalona. Fueron años muy intensos. Mi dedicación a la parroquia de San Pablo fue ardua y tenaz. Desde un punto de vista humano y espiritual, esa etapa fue decisiva en mi vida.

Fueron años de trabajo creativo e incesante. Ejercer como rector de una parroquia supuso para mí una entrega plena y una gran experiencia. Adquirí una visión muy amplia de la realidad social y espiritual de aquellos barrios de Badalona, el Raval y Sistrells, demarcación donde estaba situada la parroquia. Allí se fraguaron grandes amistades que, después de tanto tiempo, siguen vivas y cercanas a mi corazón.

El día 7 de octubre tuve la ocasión de desplazarme para oficiar el funeral de una gran persona que formaba parte de la comunidad de San Pablo. Desde que la conocí no me dejó indiferente por su discreción, delicadeza y sabiduría. Falleció con 92 años y un enorme bagaje humano. Sensible y prudente, siempre sabía cuándo tenía que hablar y cuándo no. La fragancia de su humildad penetró en mi alma.

Aprovechando esta celebración de despedida de Juanita, tuve la oportunidad de saludar a algunas feligresas de San Pablo a quienes hacía mucho que no veía. Ahora, después de 20 años, se han convertido en auténticas amigas. Mujeres todas ellas luchadoras, audaces, sacrificadas y trabajadoras, con historias dignas de ser noveladas. Mujeres enteras, maduras y valiosas, cada cual convertida en pilar de su familia, algunas con enormes sufrimientos. Sus vidas son una lección de lucha siempre apuntando hacia la esperanza. Han vivido situaciones límite y han sabido sortear muchos problemas. Son auténticas guerreras que han dejado tras de sí una estela de victoria. Nunca se han rendido.

Siempre me alegra verlas tan firmes, a pesar de la edad avanzada de algunas de ellas. Son un collar de perlas que encontré en mi camino, cada una de ellas un diamante pulido y tallado en el yunque de la vida, extraordinarios libros abiertos rebosando de valores. Cada una de ellas con un corazón lleno de bondad, todas han ido forjando su historia.

Y allí estaban, sonrientes y cercanas. Las brasas de la amistad seguían incandescentes. El paso del tiempo no apagó la historia común que he vivido junto a ellas. Bastó un abrazo para que el fuego volviera a encenderse y brillar con nueva luz. Nuestros corazones ardían en ese encuentro eucarístico. La amistad seguía tan viva como siempre. Recordamos los años atrás y la fuerza de su testimonio, colaborando y participando en eventos, celebraciones, peregrinaciones y fiestas. Estoy seguro de que sus nombres ya están escritos en el cielo.

Cuando un feligrés se convierte en amigo, aparece el gran tesoro del alma humana. Gracias, Ana, Amor, Isabel, Juana, Paquita, Lola, Carmen y Montse. Gracias por haber enriquecido espiritualmente mi vida. En vosotras está representado el rostro femenino de la Iglesia. En vosotras arde el fuego de una experiencia vivida con intensidad. Sois flores de un jardín que embelleció el paisaje de mi vida. Para mí ha sido un regalo conoceros y compartir con vosotras diecisiete años en los que me he curtido pastoralmente.

Supisteis dar vida a la comunidad, reverdeciendo un erial seco y yermo y convirtiéndolo en un vergel. Contribuisteis a convertir la parroquia en un referente moral y espiritual para aquellos barrios y en una comunidad animada por el aliento de Jesús. 

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