sábado, 15 de enero de 2022

El perdón, clave de la sanación

El perdón y la sanación están íntimamente ligados. Jesús dedicó una parte de su tiempo a anunciar la buena nueva, pero otra parte no menos importante a sanar, curar y perdonar: lo que hoy llamaríamos el ministerio de la salud del cuerpo y del alma. A través de los milagros, orientados a la sanación total de la persona, Jesús sabe que estamos hechos de un barro frágil, como dice san Pablo. Sabe de nuestras limitaciones y de nuestra inclinación a pecar y a hacer mal uso de nuestra libertad, cometiendo errores que llegan a generar conflicto y mucho daño a los demás, dejando secuelas de dolor. Nuestras actitudes tienen consecuencias. Es algo que afecta al presente del ser humano, condiciona su futuro e incluso el de su prole, así como las decisiones y actitudes de nuestros padres han condicionado nuestra historia.

Marcados por el pasado

Muchos comportamientos que se dan en las familias, sobre todo en situaciones de estrechez, marcarán el futuro de los hijos y los nietos. De la misma manera que hay una información genética que pasa de padres a hijos, no sólo rasgos físicos, sino psicológicos, emocionales y conductuales, cuando decimos que un hijo se parece a su padre o a su madre también nos referimos a su carácter, a su forma de ser y de proceder. No sólo heredamos una forma de ser sino unas pautas de conducta, hasta el punto de ver un paralelo entre nuestra personalidad y la de nuestros padres.

Está claro que la infancia es una etapa en la que el niño es especialmente vulnerable y lo absorbe todo: lo bueno y lo malo. La conducta de sus mayores irá perfilando el carácter de los hijos. A un nivel más profundo, ya no sólo les influye lo que hayan podido hacer sus padres, sino sus antepasados. Ciertas conductas y decisiones pueden afectar a generaciones enteras. Somos y venimos de un pasado a veces oscuro, contradictorio. Hay tendencias transgeneracionales que de alguna manera están influyendo en nuestras decisiones de hoy, aquí y ahora. Podríamos decir que todos tenemos un pasado, y todos tenemos heridas que nos han marcado. Ciertos comportamientos revelan las señales o cicatrices del misterio oculto que hay detrás de cada familia y que condiciona nuestro presente.

Hay que tener la humildad de aceptar que todos, de alguna manera, estamos heridos por ciertas negligencias o errores que pudieron cometer nuestros antecesores, a veces con intención, a veces inconscientemente o sin imaginar las consecuencias futuras. En el lenguaje teológico, hablamos de pecado original o inclinación del hombre a pecar. Me decía un amigo teólogo y psicólogo que «todos tenemos agujeros», es decir, nadie es perfecto y estamos llenos de defectos y lagunas. Con esto se refería a la radical indigencia del ser humano.

Aceptar para poder crecer

Somos vulnerables y limitados. ¿Qué hacer frente a esto? Tener la humildad de reconocer que no somos ángeles y que no somos mejores ni peores que los otros, aunque creamos saber más o nos consideremos más equilibrados y maduros. El orgullo nos aleja de la humildad impidiendo que trascendamos de una visión egocéntrica de nosotros mismos y del mundo. Hemos de detenernos y orientar los ojos con una mirada diferente.

Aceptar el pasado y reconciliarnos con nuestra historia nos permitirá iniciar un camino sereno y lúcido para detectar cuáles son aquellos gestos que no nos dejan crecer ni florecer. Una vez somos conscientes de esto, hay que pedir ayuda y dejarse en manos de Dios, iniciando un camino de retorno hacia el pasado y hacia los demás, con una actitud de conversión, de cambio.

El momento culminante de este proceso sanador es el perdón. De esta manera, liberados del resentimiento histórico y personal, podremos algún día mirar con paz el pasado y amar con un corazón misericordioso a nuestros ancestros. Sin esto, no será posible una profunda sanación, total y auténtica.

El proceso de sanación

El primer paso es iniciar el largo camino hacia tu desierto interior, sabiendo que allí encontrarás hechos que te impactaron o querrías borrar de tu memoria. Zambúllete hasta la esencia de tu ser.

El segundo paso es detectar con realismo las situaciones que te generaron profundas heridas, inquietudes o malestar. Ten la humildad de aceptar todo lo que descubras, pues forma parte de ti mismo, aunque sea un contrasentido. Todo esto ha sido necesario para que existas, incluso lo malo que hicieron tus ancestros. No serías tú sin tu pasado. Somos fruto de decisiones acertadas o equivocadas, pero esa es la única forma en que llegamos a nacer. Somos lanzados a un mundo lleno de contradicciones, es así.

El tercer paso en este proceso es buscar a alguien que te ayude: un psicólogo, un terapeuta, un sacerdote, un amigo con el que haya sintonía y comunión. Y, por supuesto, poner en manos de Dios todo esto que has descubierto: él es el cirujano que te ayudará a extirpar el pus existencial que inflama tu vida. Sacar esa infección que ha dejado su huella en tu ADN será necesario: hay que abrir, limpiar y vaciar esas grandes llagas infectadas.

El cuarto paso es que, una vez hayas detectado y dejado que Dios cure tus heridas, inicies un proceso de conversión. Hay que superar la fase de la víctima para poder mirar con serenidad y paz incluso a las personas que te han herido y librarte de todo resentimiento que te pueda minar. El día que puedas mirar a esa persona a los ojos, abrazarla y perdonar, ese día se completará tu sanación.

Si ya no es posible esa reconciliación de forma presencial, porque la persona que te dañó ha muerto, o está muy lejos, al menos puedes hacerlo de corazón. Si eres sincero se notará porque te cambiará la vida.

En ese momento tu herida estará cerrada y podrás ayudar a otros a iniciar su propio camino de sanación.

Es verdad que, como decía mi amigo, todos estamos llenos de agujeros y nunca seremos perfectamente sanos ni maduros, pero sí es importante que sanemos esas heridas fundamentales que nos infectan el alma desde nuestra infancia y que hayamos recorrido ya un primer camino de sanación completa. Como afirmaba otro teólogo, las heridas abiertas supuran y alejan a los demás; pero una cicatriz es interesante, porque es señal de una victoria y de un trauma sanado. Con heridas abiertas difícilmente podemos ayudar... Con cicatrices sanas, podemos hacer mucho bien.

No podemos ayudar a sanar a otros sin que nuestro corazón, nuestra mente y nuestra alma estén ya sanados. Entonces sí que nos adheriremos al ministerio sanador de Cristo con el fin de conseguir la salud y la felicidad del herido. Esto sí que será un auténtico milagro: que el herido, el enfermo, pueda amar. Cuando ame, se habrá liberado de todas las ataduras emocionales y todos los resentimientos que esterilizaban su vida.

Sólo así, liberados y ayudando a liberarse a otros, podremos volar hacia el infinito y sentir en el alma la brisa de la libertad, sin hipotecas ni miedos: la alegría será la brújula de nuestra nueva vida.

5 comentarios:

  1. Realmente que el perdón es la mejor medicina para vivir en paz con uno mismo y con los demás. Perdonar a quien nos ha ofendido y pedir perdón nosotros, cuando hemos errado en el trato con los demás. Los católicos tenemos el mejor remedio para recuperar la paz de conciencia: el sacramento de la confesión. Lo confirmaba un psiquiatra en una entrevista en la Contra de La Vanguardia

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  2. Reconciliarse con el pasado, es el camino para sanar de ciertas heridas del alma, nos hacen vivir la vida de forma inmadura e insana. Estoy de acuerdo que con heridas abiertas es difícil ayudar, todo lo contrario de con cicatrices cerradas.

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  3. Estoy convencida de ello, y lo sé por experiencia. No hay terapia más poderosa que el perdón. Y el perdón, de la mano de Dios, te cambia la vida. También he visto lo que hace la falta del perdón en muchas personas y familias... ¡Ojalá se difunda mucho más una cultura del perdón sano y total!

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  4. Comparto la idea de que no solo heredamos una forma de ser sino unas pautas de conducta herencia de nuestros progenitores, e incluso de los antepasados que no hemos conocido transmitidos a través del ADN que,quizá,en un futuro, consigan determinar el pensamiento o las emociones que ellos sintieron y nos han transmitido si damos crédito a las constelaciones familiares, hoy día tan en boga.

    Referente al pecado, creo que la mayoría de católicos sabemos el significado y cuando lo cometemos,pero si he de hacer una crítica a la Iglesia, esta debería actualizar una relación de lo que actualmente considera pecado, pues servidor se quedó con la enseñanza que dieron en la catequesis; y ya que la Iglesia ha pedido perdón por los “pecados” del pasado, también debería acometer una revisión atualizada. La sociedad cambia tan deprisa... (véase Internet) y a los que gozamos de cierta edad nos cuesta ponernos al día; evidentemente, manteniendo los principios o dogmas de fe, pues como muy bien dices: “Hemos de detenernos y orientar los ojos con una mirada diferente”.

    Los terapeutas (laicos o eclesiásticos)son de gran ayuda pero los primeros no están al alcance de todo el mundo y los segundos, debido a la escasez de vocaciones, están demasiados ocupados (aunque hay excepciones como la tuya) y no pueden dedicar el tiempo que cada cual necesitaría, de ahí que muchas veces se recurra a organizaciones poco recomendables o se busque refugio en libros poco recomendables, y como, a menudo, seguimos sin noticias de Dios que es la perfección suprema...

    Gracias por tantos escritos tan valiosos que amplian nuestro conocimiento y nos sirve de gran ayuda.
    Un abrazo y hasta la próxima.

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  5. Gracias a todos por participar y por vuestras aportaciones. Son muy ricas e interesantes. Tienes razón, José, que la Iglesia debe hablar sin miedo de estos temas y clarificar algunas cosas. Se requiere valentía y también tiempo para escuchar y atender a tantas personas desorientadas que necesitan ayuda o consejo.

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