La noche lentamente va extendiendo su manto sobre la luz
roja del atardecer, apagando la intensidad del azul en el firmamento. Los
ruidos también se apagan, los árboles dejan de murmurar con el viento y las
calles se quedan desiertas. A lo lejos, algún grito inoportuno rompe el remanso
de paz de esta hora. El manto oscuro de la noche cubre el día y las estrellas
aparecen. La luna, suspendida en medio del cielo, ahuyenta la oscuridad. Como
un faro, baña el abismo de la noche con su luz. Y la hace suave, cálida y
silenciosa.
Desde el silencio de mi claustro interior, experimento una
profunda paz. Miro hacia atrás y siento que una gran plenitud me llena. Dios me
lo ha dado todo: mi origen, mi familia, unos amigos, mi vocación, una
experiencia larga, con sus errores y aciertos, con dolor y esperanza,
limitaciones y capacidades. Con profundo realismo existencial siento que soy
quien soy, y vivo todo cuanto vivo, porque un día me ayudaron a abrazar mi
realidad. Abracé mi yo, mi entorno, mi pasado, incluso la incerteza del futuro.
Y esto me llena de una felicidad óntica, porque el Ser Absoluto hizo posible mi
historia y me ha ayudado a culminar con gozo mi existencia.
Ya adulto, en la madurez, he aprendido que la auténtica
oración es abandono. Es dejarse mecer en brazos de un Dios que te mira, te
acuna, te sonríe y no dice nada. Un niño pequeño en brazos de su madre no
necesita oír su voz: sabe que lo quiere y que lo abraza, y le basta.
Aquí está la mística de la oración: una comunicación desde
el silencio y la certeza total de sentirse amado. El silencio se convierte en
un nuevo lenguaje que llega hasta lo más hondo de nuestras entrañas.
Cuando dos corazones se unen, el lenguaje atraviesa todo el
ser en un diálogo sin palabras, que hace la comunicación más intensa. Así se
produce algo extraordinario: el alma se desnuda, la mirada de Dios te cubre y
te sumerges en las profundidades de tu mar interior. Tu ser es un misterio, y
es un reflejo de Dios. Y Él, desde tu pequeñez, te hace descubrir la grandeza
de su amor. Es entonces cuando ese potencial de amor que todos llevamos dentro
nos hace darnos cuenta de que somos irrepetibles y que Dios nos lo ha dado todo
para ser felices. Él es la felicidad, y nosotros somos un destello de la suya.
Miro hacia atrás y veo que todo es un milagro que
constantemente florece, crece, madura, incluso en el duro yunque de la prueba.
Al final, todo es don. Es verdad que hay que pasar por largos periodos de
liberación progresiva, dejando atrás esclavitudes y sufrimiento hasta llegar a
la tierra prometida de una existencia gozosa. Si abrimos nuestro corazón a
Dios, veremos que la noche es el preludio del día, que el otoño precede a la
primavera y el llanto a la alegría. De la tristeza pasamos al gozo y de la
esclavitud a la libertad; del error al acierto y de la soledad a la compañía;
de la traición pasamos a la fidelidad y del fracaso al aprendizaje.
Hay sombra porque hay sol. Con Dios nunca perdemos, aunque
nos equivoquemos. Todo son lecciones auténticas con las que siempre ganamos. Toda
la vida es milagro, pero el mayor milagro son los demás, que han hecho posible
lo que somos y las experiencias que hemos vivido. Cuando descubrimos esto, ya
estamos catapultados hacia el infinito. Toda relación queda trascendida y
comenzamos a vivir de otra manera.
Dios está en el corazón de toda existencia y es fuente de
amor, fraternidad y belleza. Todos los límites y defectos, las ideas, la
cultura, las modas… ya no son obstáculos para vivir una profunda sintonía. Solo
el amor concilia realidades tan distintas. Porque, como dice san Pablo en su
carta a los corintios (1 Cor, 13), el amor no pasa nunca.
La noche sigue su curso, lenta, callada, al ritmo de nuestro
reloj biológico. La luna se desliza por el cielo. Su brillo intenso suaviza el
perfil de los objetos y tiñe los edificios de una belleza singular. En el
claustro interior de mi alma anida la paz. Voy a dormir, confiando mi sueño en
Aquel que no deja de mecer la cima de mi existencia. Es un preludio de otro
amanecer y de otra hermosa aventura con Él.
Miro atrás, agradecido, para vivir el presente con
intensidad y abrazar los desafíos del futuro. Esta es la clave de una
existencia plena. Si tienes a Dios como aliado esta plenitud será un anticipo
de la plenitud eterna.
Gracias Padre Joaquín por tan lindos mensajes, son un elixir diario.
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