Cuántas veces hemos visto, con admiración, esbeltos cuerpos
caminar sobre un delgado hilo, con una seguridad asombrosa. ¿Quién no recuerda,
en su infancia, cuando los padres lo llevaban al circo un domingo por la tarde?
Nuestros ingenuos ojos quedaban maravillados y nuestro corazón se encogía en un
puño cuando contemplábamos a los trapecistas, evolucionando a gran altura y
balanceándose entre frágiles cuerdas. Hasta que no acababa la función
permanecíamos en suspenso, casi sin respiración, ante aquel espectáculo donde
se mezclaban la belleza y el riesgo, la valentía y el miedo. Ver a aquellos
acróbatas suspendidos de un fino hilo nos producía una sensación sobrecogedora.
El momento culminante llegaba cuando saltaban, dando la vuelta limpiamente, y
volvían a recuperar el trapecio, con firmeza.
Nuestros ojos de niños quedaban impresionados. Muchas veces
me pregunté qué debía pasar por la mente de los trapecistas, y cómo debían
superar el miedo y la inseguridad ante el peligro de caer y precipitarse hacia
el vacío. ¿Qué pasaba por sus corazones? La firmeza de creer que se mantendrían
les debía dar una seguridad desconocida, haciéndoles capaces de tales hazañas.
Nunca debían pensar que caerían, pues el solo pensamiento, la más remota posibilidad
de fallar, podía terminar con todo. A buen seguro visualizaban sus saltos, sus
movimientos limpios, fuertes, seguros, y lo conseguían.
Trapecistas de la vida
Cuántas personas hoy, a causa de la crisis económica, se han visto sin quererlo en lo alto de una cuerda floja, tratando de mantenerse en pie sin caer en el abismo oscuro. Mucha gente se ha encontrado de golpe en esta situación angustiosa. Se sienten sostenidos en el aire por una delgada cuerda, intentando sobrevivir. Y se convierten en nuevos trapecistas del circo de la sociedad. No se entrenaron para vivir ese riesgo, nadie los preparó para afrontar la angustia existencial. Aquí es donde nos damos cuenta de que somos terriblemente vulnerables y frágiles. Nuestra existencia pende de un hilo que, si no vamos con cuidado, se puede romper. O podemos dar un paso en falso, o podemos sentirnos invadidos por el vértigo cuando miramos hacia abajo. Solo cuanto nos encontramos en estas situaciones límite nos percatamos de que estamos totalmente preparados para superar cualquier situación extrema. Porque el ser humano está diseñado para vencer y lograr auténticas hazañas en su vida. Cuántas veces sentimos que nos falta el aire y hemos de aprender a llenar nuestros pulmones y a respirar, administrando el oxígeno, para sacar toda la energía que llevamos dentro.
Es en estas ocasiones cuando uno descubre la grandeza de su
libertad y su creatividad para reorganizar su propia vida. Solo desde la
carencia y la limitación, en medio de la adversidad, uno madura, crece y
aprende a reconocer su pequeñez con humildad. El hombre probado por las
dificultades se convierte en dueño de su historia. Nada ni nadie podrá
oscurecer el brillo de su audacia, porque está concebido para tal gesta: la
aventura de renacer de sus cenizas.
Solo mirando hacia adelante y hacia arriba, como los
trapecistas, con realismo y creatividad, podrá deslizarse en el trapecio y
convertir en arte el saber caminar por la vida.
Cuántos ejemplos podríamos contar de personas, grupos e
instituciones que han pasado de la mediocridad, del victimismo, a convertirse
en modelos a imitar, en ejemplos de entusiasmo y solidaridad. Hemos de
convertir el trapecio en una gran lección de vida. Desde un sostén tan frágil
el hombre se hace más fuerte que nunca y jamás se rendirá, porque cada
obstáculo será una oportunidad para exprimir el sabor de una nueva experiencia
que le catapultará hacia la madurez humana.
Sí, el hombre es extraordinario y puede mucho más de lo que
imagina, porque no está hecho para la derrota, sino para la victoria y la
felicidad.
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