viernes, 8 de enero de 2021

La belleza de lo frágil

Vamos cabalgando sobre el lomo del solsticio de invierno. La imagen desnuda de la morera marca el nuevo periodo estacional. Las hojas ocre de otoño han ido cayendo, primero lentamente, y más tarde, empujadas por el viento, han dejado al árbol sin su ropaje. Aunque cada año, por este tiempo, la morera aparece desnuda, jamás pierde su belleza. En la primavera, estalla una sobreabundancia de hojas convirtiéndola en un copudo árbol que ofrece una sombra generosa a su alrededor. Admirar su intenso color verde me hace sentir el fuerte latido primaveral que se expande por todo el patio.

Seis meses más tarde, la morera parece contener el aliento para sobrevivir a los latigazos de viento y frío. Ahora debe ahorrar energía. Se ve como un anciano decrépito, con sus delgadas ramas secas y aparentemente sin vida, a merced de un leñador que la corte. Pero, aunque pueda parecer que está en la UCI de su existencia, siento que sus ramas respiran. El latido casi no se percibe, pero una pequeña vibración la mantiene viva. Sigilosa, suavemente, las ramas que apuntan al cielo se extienden como brazos con innumerables nudos. Casi podría decir que los árboles se sostienen no sólo por la base, hundiendo sus raíces, sino también por arriba, creando un entramado natural que da cohesión a todo el ser.

Cada año las ramas de la morera se alargan más y más. Como si quisiera que nadie quedara fuera de su amparo.

Hoy la contemplo por enésima vez, sin hojas y con sus ramas desnudas. Me sobrecoge su fragilidad. Aunque parezca un trasto viejo y gastado, veo en ella una belleza que va más allá del color. Hoy, sin sombra, sin brisa que susurre entre las hojas, me hace pensar que un anciano puede ser tan bello como un niño. El anciano lo ha dado todo, su belleza no tiene que ver con los cánones de moda, sino con lo que ha entregado durante su vida; con su generosidad. No olvido que esta morera me ha regalado, a mí y a tantos, muchas tardes placenteras, rezando, escribiendo, deleitándome con los amigos que, sin prisa, vienen a conversar bajo sus ramas. La morera nos ha acariciado con el murmullo de sus hojas, nos ha invitado a cantar, a rezar, a celebrar, a meditar bajo su extensa sombra. Sobre un altar hemos contemplado la Custodia, haciéndonos sentir hermanados. Nos invita a valorar la naturaleza, el silencio, la acogida, la discreción. Nos enseña a maravillarnos con los cinco sentidos y a agradecer a la creación por tanto don. Son muchas las cosas que nos ofrece la anciana morera. ¿Cómo no descubrir la belleza de un tronco y unas ramas que dan vida a este patio? Hemos de aprender que lo usado y lo gastado también tiene una belleza con el paso del tiempo. Un anciano puede ser más armónico que un adolescente, aunque rebose de vida. La medida, el control, la serenidad, la lucidez, son propias de alguien que ha sabido saborear la vida y, aunque más frágil, sabe emplear su energía y puede seguir dando mucho.

La morera, junto a la capilla, me invita a ser consciente de que la Creación es otro santuario inmenso desde donde puedo aprender a valorar la vida, pues cada uno de nosotros es parte de esta creación. Como dijo el papa Francisco, hemos de aprender a custodiarla. San Francisco, el gran místico de la creación, llamaba hermano a todo lo creado, tanto del reino vegetal como del animal, incluso del mineral (hermana tierra, hermana agua…).

Como bien sabéis los que me seguís, a raíz de los muchos escritos que he redactado bajo esta morera he creado una línea editorial online bajo el nombre de La Morera, como lugar inspirador. Su dulce sombra impulsa mi pluma y da color a mis letras. La belleza de este viejo árbol saca de mí la creatividad literaria. Por eso he descubierto que no podemos despreciar nada ni a nadie. Sólo por el hecho de existir, hay una belleza que no la da la armonía del cuerpo y del rostro, sino la capacidad de dar y amar.

Hoy, en la profundidad de su silencio, la morera sigue emocionándome y me admira con su aparente fragilidad. No duerme; se prepara por dentro para darnos lo mejor de sí en la próxima primavera.

2 comentarios:

  1. La belleza de lo frágil, de lo viejo, incluso de lo roto. Trasladado esto a las personas, ¡nos hará ver la realidad de forma muy distinta! Nadie sobra, nadie es descartable... Gracias.

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  2. ¡Ojalá! pudiera leer y entender la morera esta prosa poética que has escrito, así como nosotros entender el lenguaje de los seres vegetales para saber qué sienten o piensan. Tal vez San Francisco lo llegó a captar y por eso les llamaba "hermanos".
    No hay que perder la esperanza, también en esto, pues cada día se van descubriendo cosas que no sabíamos de las plantas que nos sorprenden.
    Quizá A. Machado pensaba en una morera cuando escribió el último verso dedicado al olmo: "Mi corazón espera
    también, hacia la luz y hacia la vida,
    otro milagro de la primavera."

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