Seis meses más tarde, la morera parece contener el aliento
para sobrevivir a los latigazos de viento y frío. Ahora debe ahorrar energía.
Se ve como un anciano decrépito, con sus delgadas ramas secas y aparentemente
sin vida, a merced de un leñador que la corte. Pero, aunque pueda parecer que
está en la UCI de su existencia, siento que sus ramas respiran. El latido casi
no se percibe, pero una pequeña vibración la mantiene viva. Sigilosa,
suavemente, las ramas que apuntan al cielo se extienden como brazos con
innumerables nudos. Casi podría decir que los árboles se sostienen no sólo por
la base, hundiendo sus raíces, sino también por arriba, creando un entramado
natural que da cohesión a todo el ser.
Cada año las ramas de la morera se alargan más y más. Como
si quisiera que nadie quedara fuera de su amparo.
Hoy la contemplo por enésima vez, sin hojas y con sus ramas
desnudas. Me sobrecoge su fragilidad. Aunque parezca un trasto viejo y gastado,
veo en ella una belleza que va más allá del color. Hoy, sin sombra, sin brisa
que susurre entre las hojas, me hace pensar que un anciano puede ser tan bello
como un niño. El anciano lo ha dado todo, su belleza no tiene que ver con los
cánones de moda, sino con lo que ha entregado durante su vida; con su
generosidad. No olvido que esta morera me ha regalado, a mí y a tantos, muchas tardes
placenteras, rezando, escribiendo, deleitándome con los amigos que, sin prisa,
vienen a conversar bajo sus ramas. La morera nos ha acariciado con el murmullo
de sus hojas, nos ha invitado a cantar, a rezar, a celebrar, a meditar bajo su
extensa sombra. Sobre un altar hemos contemplado la Custodia, haciéndonos
sentir hermanados. Nos invita a valorar la naturaleza, el silencio, la acogida,
la discreción. Nos enseña a maravillarnos con los cinco sentidos y a agradecer
a la creación por tanto don. Son muchas las cosas que nos ofrece la anciana
morera. ¿Cómo no descubrir la belleza de un tronco y unas ramas que dan vida a
este patio? Hemos de aprender que lo usado y lo gastado también tiene una
belleza con el paso del tiempo. Un anciano puede ser más armónico que un
adolescente, aunque rebose de vida. La medida, el control, la serenidad, la
lucidez, son propias de alguien que ha sabido saborear la vida y, aunque más
frágil, sabe emplear su energía y puede seguir dando mucho.
La morera, junto a la capilla, me invita a ser consciente de
que la Creación es otro santuario inmenso desde donde puedo aprender a valorar
la vida, pues cada uno de nosotros es parte de esta creación. Como dijo el papa
Francisco, hemos de aprender a custodiarla. San Francisco, el gran místico de
la creación, llamaba hermano a todo lo creado, tanto del reino vegetal como del
animal, incluso del mineral (hermana tierra, hermana agua…).
Como bien sabéis los que me seguís, a raíz de los muchos escritos que he redactado bajo esta morera he creado una línea editorial online bajo el nombre de La Morera, como lugar inspirador. Su dulce sombra impulsa mi pluma y da color a mis letras. La belleza de este viejo árbol saca de mí la creatividad literaria. Por eso he descubierto que no podemos despreciar nada ni a nadie. Sólo por el hecho de existir, hay una belleza que no la da la armonía del cuerpo y del rostro, sino la capacidad de dar y amar.
Hoy, en la profundidad de su silencio, la morera sigue
emocionándome y me admira con su aparente fragilidad. No duerme; se prepara por
dentro para darnos lo mejor de sí en la próxima primavera.
La belleza de lo frágil, de lo viejo, incluso de lo roto. Trasladado esto a las personas, ¡nos hará ver la realidad de forma muy distinta! Nadie sobra, nadie es descartable... Gracias.
ResponderEliminar¡Ojalá! pudiera leer y entender la morera esta prosa poética que has escrito, así como nosotros entender el lenguaje de los seres vegetales para saber qué sienten o piensan. Tal vez San Francisco lo llegó a captar y por eso les llamaba "hermanos".
ResponderEliminarNo hay que perder la esperanza, también en esto, pues cada día se van descubriendo cosas que no sabíamos de las plantas que nos sorprenden.
Quizá A. Machado pensaba en una morera cuando escribió el último verso dedicado al olmo: "Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera."