Y es evidente que también supone un avance en el mundo de la
cultura y de la ciencia, así como en todos los campos que tengan que ver con la
comunicación. El mundo virtual ha cambiado nuestra forma de comunicarnos.
Siendo tan importante este logro tecnológico, con muchísimas
aplicaciones en el ámbito del conocimiento y el trabajo, no por ello quiero
dejar de hacer una reflexión moral sobre las consecuencias nocivas que tiene
para el ser humano llegar a idolatrar este instrumento cuando se utiliza, no
como medio, sino como un fin en sí mismo.
El progreso es necesario para avanzar y mejorar nuestra calidad de vida. Pero cuando los inventos y avances técnicos se convierten en el centro de todo, los estamos sobrevalorando por encima de la persona. Especialmente cuando se constata que, con el excesivo uso de Internet y de las redes sociales, se está llegando a unos niveles de adicción patológicos.
El peligro de la adicción
Nos enfrentamos a un serio problema social con gravísimas consecuencias que afectan al equilibrio psíquico de la persona. Hoy, los psicólogos hablan de bulimia tecnológica. El grado de enganche es tan fuerte, que cambia la conducta humana y se empieza a hablar de una dieta o ayuno tecnológico para sanar tanta dependencia.
De la misma manera que caer en la bulimia a la hora de
ingerir alimentos puede llevar a graves problemas digestivos, generando
patologías que afectan a la salud, hoy los estudios arrojan cifras preocupantes
sobre este nuevo tipo de adicción que afecta, paradójicamente, a la capacidad
de comunicación entre las personas. Esto se puede constatar de forma palpable
en la sociedad. El uso enfermizo de las redes sociales, haciendo un símil con
la adicción al alcohol o a las drogas, va a necesitar un ejército de terapeutas
preparados para tratar este problema. Especialmente preocupa entre niños y
adolescentes, además del riesgo que supone que accedan, desde muy pequeños, a
contenidos peligrosos y de dudosa moralidad.
Como toda realidad, aunque suponga un gran avance en un
sentido, siempre tiene su otra cara, que puede ser destructiva para el ser
humano.
La hiperconectividad refleja que las redes sociales se han
convertido en una auténtica red que atrapa al ser humano, convirtiéndolo en un
consumista vulnerable, expuesto a todo tipo de manipulaciones, preso de su
adicción. Los expertos llegan a hablar de esclavitud. Cuando las redes nos
están quitando capacidad de comunicación interpersonal, cuando nos roban tiempo
para nosotros, para estar con nuestros seres queridos, para reflexionar y
ahondar en nuestra realidad; cuando el silencio es engullido por el ruido de
las redes y estas nos impiden pasear tranquilamente con un amigo, o pensar,
estamos hablando de una patología que no sólo nos daña, sino que nos hace
perder la identidad.
Las redes sociales nos lanzan hacia una forma de comunicación artificial. Cuando nuestra vida gira en torno del mundo virtual, podemos acabar convertidos en meras imágenes virtuales para los demás. La coyuntura de la pandemia, en la que estamos inmersos desde hace meses, ha hecho que las gentes naufraguen todavía más en este mar frenético, sin rumbo. La digitalización agrava la patología. Urge establecer unos criterios educativos, pensando en los adolescentes y jóvenes, para que aprendan a hacer un uso efectivo de estas herramientas tan potentes. Si no, un gran sector de nuestra sociedad caerá enfermo existencialmente, imantado ante la pantalla.
Propuesta de antídotos
Después de esta reflexión, quiero proponer algunos antídotos que puede ayudar a resolver dicha adicción.
1. No dormir con el móvil al lado. La exposición continua y cercana a la radiación electromagnética que emiten los aparatos puede ser dañina. Es importante desconectar y tener un sueño de calidad, nuestro cerebro lo necesita.
2. Desayunar, comer y cenar con el móvil apagado y lejos de la mesa. Esta actividad fisiológica es esencial que se haga con tranquilidad, sin prisa, saboreando esos momentos sagrados para nuestra salud y nuestra vida, ya sea solo o con alguien. Es uno de los actos más importantes del día.
3. Dejar a un lado el móvil cuando se está hablando con alguien, ya sea familiar, amigo o durante una tarea profesional que implique atender a otras personas, cara a cara. La presencia física de otro ser humano es más importante.
4. Buscar espacios lúdicos, intelectuales o simplemente de silencio, para meditar y descansar. En todos esos momentos que favorezcan un crecimiento interior, deja el móvil.
5. Utilizar el móvil como una herramienta de trabajo, como el coche o el ordenador, no como un instrumento lúdico.
6. Organizarse bien el horario para tener tiempo de hacer todo lo que es realmente importante. Un aparato nunca puede suplir una relación o un encuentro personal. Si se puede hacer presencial, mejor que virtual.
7. El móvil no puede suplir las relaciones presenciales, sobre todo con aquellos con los que se tiene un vínculo especial. No es lo más importante de la vida. Las personas están por encima de las máquinas.
Una última reflexión. Que esta inmersión en el mundo
tecnológico no nos quite la capacidad de razonar y pensar, distanciándonos de
tanto en tanto de las numerosas ofertas que se nos proponen. Esto, a largo
plazo, será muy sanador. El culto al progreso científico puede llegar a romper
nuestra vinculación como parte de una unidad natural. Necesitamos árboles,
montañas, ríos y hermosos paisajes. Necesitamos caminar, saltar, bailar,
perdernos bajo un cielo estrellado. Necesitamos oler los tulipanes en la
primavera, nadar en el mar y embelesarnos con el canto de un mirlo; contemplar
la belleza de un ocaso y escuchar una voz cercana y cálida.
No renunciemos al homo natural que todos somos, ni
olvidemos nuestra naturaleza más genuina. Que el homo tecnologicus no
nos haga olvidar que somos de carne y hueso, y que tenemos un corazón que nos
empuja a vivir más allá de estas idolatradas tecnologías que nos invaden. En
definitiva, no olvidemos quién somos y hacia dónde vamos.
Totalmente de acuerdo. Cuántas cosas nos perdemos sólo por mirar el móvil que la mayoría de lo que envían son tonterías, falta de contenido y nada instructivo para el ser humano. Tenemos que planificar un tiempo para las redes sociales y otro para la intercomunicación, por no hablar del tiempo que debemos dedicar cada día al Señor y la Iglesia. Un saludo padre Joaquín, muy interesante su artículo
ResponderEliminarCierto es que necesitamos el progreso para seguir avanzando y mejorar la calidad de vida…, la nuestra y la de todos los seres vivos. Pero si hacemos del progreso una religión o lo usamos como dogma de fe, nos estamos inoculando en vena una dependencia más de las que ya existen y transformarla en un arma destructora, como pasó con la dinamita.
ResponderEliminarSegún estudios recientes, el poder de la comunicación se reparte de la siguiente manera: un 7% lo que decimos, un 38% en lo paraverbal (intensidad, tono, volumen, calidad, velocidad y timbre) y el 55% restante en el cuerpo (movimiento de los ojos, la respiración, los gestos, la postura, los movimientos corporales, los movimientos faciales...).
De donde se deduce que, Internet recoge el 7% de lo que decimos mientras se pierde el 93% del resto que, sin la presencia humana, se convierte en “una mera imagen virtual”.
Para que esto no llegue a suceder..., o se pueda equilibrar, tenemos a padres de la Iglesia y a todo aquel que nos advierte que puede suceder si no ponemos remedio.
Estamos a tiempo.
¡Muy buena la precisión sobre la comunicación! Realmente, lo que se comunica virtualmente es poco... y a menudo superficial. Nada como el diálogo cara a cara.
EliminarEs un viejo error humano: inventamos algo estupendo, y acabamos "adorando la obra de nuestras manos". Las tecnologías al servicio del ser humano, y no al revés. ¡Genial los siete consejos! Y la reflexión final, sobre la necesidad de contactar con la naturaleza, de la que somos parte. Gracias.
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