Seis años después de su partida, su presencia sigue viva en el corazón de la comunidad de San Félix. Sí, es Julita, de ojos vivos y chispeantes, menudita y alegre, de una sólida piedad.
Julita siempre estaba ahí, activa en medio de la vida
parroquial, devota y fiel. La parroquia formaba parte de su ADN y estaba a
todas y a todo, participando especialmente en los eventos que se organizaban:
viajes, procesiones, fiestas, celebraciones y devociones marianas.
Nunca fallaba: de su casa a la parroquia y de la parroquia a
casa era su itinerario cotidiano. Vivía la fe intensamente, convirtiéndola en
el centro de su vida. Su actitud de disponibilidad y servicio era constante, y
definía su personalidad humana y cristiana. Por su alegría y simpatía tenía una
enorme facilidad para conectar con todos. Su semblante, risueño y de mirada
pilla, le abría puertas para iniciar conversaciones espontáneas. Su sencillez,
tan atractiva, lograba crear un buen clima que favorecía la sintonía y el
bienestar a su alrededor.
La semana pasada la recordamos en la eucaristía del domingo,
celebración a la que nunca fallaba. La misa, para ella, era esencial, alimento
para su vida, tal como me decía.
La recordé con emoción, pensando en el profundo impacto que
ha dejado en la comunidad y en su exquisita amabilidad conmigo, como sacerdote.
Conteniéndome, di gracias a Dios por haberla tenido como feligresa, tan
expansiva y feliz de formar parte de su comunidad.
Julita convirtió su casa en un espacio parroquial, acogiendo
a inmigrantes y a peregrinos que se albergaron bajo su techo. Entre ellos, a
los polacos que venían con el padre Ireneusz cada verano.
Julita era una humilde joya con un brillo especial en su
corazón. Se entendía con todo el mundo y todos acababan riendo con ella. A su
edad, ya anciana, vibraba con alegría desbordante y descubría su sabiduría en
un trato delicioso. Lo daba todo: tiempo, su casa, lo que tenía y, en especial,
su bondad.
Tenías a Dios dentro de tu ser y en tu vida. Que nunca se
oscurezca nuestra fe y que nuestra sonrisa sea un amanecer para nuestras vidas.
Gracias, Julita, porque sé que estás allá y aquí, pendiente, como siempre lo estabas, de tu parroquia. Como dijiste, velas por tu querida comunidad y sus proyectos apostólicos.
¡Era así! Tal cual, una de esas personas que dejan huella luminosa. ¡Se puede aprender tanto de ella! Hay que tener un corazón muy limpio y una fe muy grande para conservar la alegría que ella tenía, en todo momento y a pesar de todos los pesares. Gracias.
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