Nuestra cultura urbana y la masificación de personas en diferentes núcleos de poblaciones han originado la construcción de grandes bloques, convirtiendo las ciudades en enormes bosques de edificios para albergar la explosión demográfica de ciudadanos. Del tiempo de nuestros antepasados, que vivían en armonía y en estrecho contacto con la naturaleza, hemos pasado a la tensión de una convivencia masificada, que genera conflictos sociales, también provocados por la rigidez del medio así como por la falta de espacio vital que permita una oxigenación en la convivencia.
La construcción masiva de bloques de pisos altos y tan cerca uno del otro hace que nuestra visión también se acorte. Nuestros ojos, preparados para la visión de lejos, se han tenido que amoldar a la corta distancia, y esto también ha contribuido a la aparición de diversas patologías oculares. Especialmente para aquellos que sufrimos dificultades de visión, las excesivas aristas del paisaje urbano llegan a suponer una agresión visual.
Hay en el ADN humano un deseo y una tendencia innatos a volver a nuestro estado primigenio. Necesitamos envolvernos de árboles, brisa, sol, recuperar y no olvidar nunca que nuestra casa originaria fue el bosque; la tierra fue el suelo de nuestro hogar y el cielo nuestro techo. Ojalá aprendamos a escapar de la dictadura de las aristas y sepamos dejarnos mecer por el viento de un cielo abierto, abrigados por las ramas del arbolado y la calidez de los rayos de sol , que cada día sale a nuestro encuentro.
En medio de la selva urbana, necesitamos mirar hacia el cielo, aunque sigamos pisando asfalto, y dejarnos invadir por la sensación de bienestar y liberación que da contemplar el firmamento. Es extraordinario: como pegar un salto hacia arriba, mirar por encima de las aristas y sentir un bien terapéutico, una paz y una calma que nos hace mejorar nuestra salud, anímica y espiritual.
Más allá del firmamento físico, no olvidemos que nuestra humanidad siempre buscará aquello que le hace feliz, aquello que la hace trascender a sí misma. Buscará mirar más allá de sus propios límites, siempre querrá tener una mirada puesta en lo alto. Hay una necesidad irresistible de contemplar los cielos, que ensanchan el horizonte y el corazón ante tanta belleza derrochada.
Para que los ojos no pierdan luz, no dejes nunca de mirar hacia lo alto. Dios nos ayudará a oxigenar nuestra vida espiritual. Salgamos de las sombras del orgullo humano y sepamos vivir en la claridad del amor, inmensa como la claridad de un mar abierto y un cielo lleno de color que abraza el horizonte, llevándonos a rozar el infinito. Dios es la medida del hombre en su búsqueda de la verdad. Mirando al cielo encontramos muchas respuestas sobre el misterio humano y el misterio de Dios.
COSMOFÍSICA escribió:
ResponderEliminarBueno, bueno... por fin los habitantes del asfalto, reconocen que en las grandes ciudades cuando se mira al cielo casi siempre se ven los áticos de cemento y la contaminación.
Cuando yo decidí dejar Barcelona para adentrarme a vivir en la España profunda, cambié los cines, teatros y el corte inglés por amapolas y ovejas, pero desde aquí miró al cielo y se me caen encima las estrellas, el olor es naturaleza viva y la visión de los bosques y prados me acerca un poco más si cabe a Dios.
Os invito a visitarme en Titaguas (Valencia) en la encrucijada entre Cuenca y Teruel... donde también se existe.