El domingo pasado bauticé a Samari, una bebé gitana de dos
meses, con rostro dulce y grandes ojos negros. Me sobrecogió contemplar la
mirada tan viva en su carita; su vulnerabilidad despertó mi ternura y percibí el instinto de supervivencia que
animaba aquellos ojos. Sentí su fragilidad y la incertidumbre de su futuro.
Samari se abre a la vida en un entorno familiar complejo, lleno de dificultades.
¿Qué será de ella? Su padre obtuvo un permiso para que lo dejaran salir de la
prisión para estar con su hija en ese día. Es un muchacho de apenas dieciocho
años. Cogía a su bebé, la miraba, jugaba con ella y la complicidad entre ambos
me reveló un corazón lleno de ternura y delicadeza oculto en este joven que ha sido
penado con la cárcel.
Wabi-sabi, dicen los japoneses, para referirse a la belleza
imperfecta. Esta sería la palabra para definir la escena, bella, insólita,
donde el cariño del padre hacia su hija rompía los límites y las barreras
sociales. Más allá de la carencia se adivinaba algo auténtico. Sin trabajo, sin
dinero, sin libertad, a ese padre no le faltaba lo más necesario, la fuerza
que, como un torrente, se abre paso incluso ante el abismo. El amor supera el
presente roto, puede crecer y salvar todo obstáculo.
La madre, nerviosa, no dejaba de moverse, como si temblara
ante la precariedad de su vida: sin recursos, sin apoyo, se encontraba con el
reto de criar y amar a esa pequeña a la que quizás no podrá dar la estabilidad
y la educación que necesita. Tal vez le venga grande tanta responsabilidad: su
hija necesitará cuidado, salud, afecto…
Y allí estaban los tres, padre, madre, hija, ante la pila
bautismal. Pese a las circunstancias adversas son un matrimonio, una familia. Y
pese a la sensación de fragilidad, hay en ellos una fuerza poderosa. Mientras
un fino hilo aguante esa relación, bastará para que la vida siga y se
despliegue. Por eso, cuando me despedí de ellos, tuve una última certeza.
Samari es hija de sus padres, pero también es hija del amor y de la Vida. Sobre
todo, es hija de Dios. El cielo luminoso de la tarde brilló para ella en ese
momento. A través de las fisuras existenciales, otra Luz iluminó el alma de sus
padres.
A veces buestros actos tienen consecuencias que pasan facture al paso de los años y dan donde más nos duele,
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