domingo, 18 de agosto de 2024

Un naufragio estremecedor


Días atrás salí a caminar temprano, sobre las siete. El sol había despuntado y me acercaba al mar cuando vi una escena sobrecogedora. En una explanada que desciende hasta la playa vi un inmenso número de jóvenes tendidos en tierra. Más chicos que chicas, de un vistazo calculé que debía haber unos ciento cincuenta jóvenes, tumbados, completamente rendidos.

Muchos dormían, otros despertaban de su resaca, tras pasar la noche bebiendo. Algunos abrían los ojos con mirada perdida, quizás bajo el efecto de alguna droga. Pero lo que más me impresionó es que unos cuantos movían las manos con gestos extraños, mientras proferían sonidos inconexos, como si estuvieran fuera de sí. ¿Qué habían tomado? Su cerebro, sin duda, estaba sometido a fuertes reacciones químicas, sufriendo un terrible daño neuronal. Sin control ni conciencia, flotaban en un universo artificial, fruto de sus alucinaciones.

Me detuve unos instantes a contemplar aquella escena inusual, un ejército de jóvenes arrojados en aquella rampa como un residuo social, un desecho. Y pensé que cada uno de ellos tenía un nombre, y una historia familiar que quizás lo ha llevado a este lento suicidio, noche tras noche.

Víctimas del nihilismo

¿Lo hacen porque quieren fabricarse un cielo artificial, sometidos a la tiranía de un falso discurso de felicidad? Quizás muchos de ellos buscan sinceramente su camino, pero la dirección que han tomado los lleva a las tinieblas y a la soledad. En su culto hedonista, están ebrios de ese nihilismo filosófico que lleva a muchos a perder el sentido hermoso que tiene la vida. «Nada vale nada; nada tiene sentido, no vale la pena vivir; todo es mentira, todo es falso.» Pensar así conduce a una profunda crisis existencial. Si no mueres, vas arrastrando tu vida como puedes y tu último refugio es la alteración cerebral, que por sobredosis puede llevarte a la muerte.

Los médicos y los agentes sociales están alertando: la proliferación de drogas sintéticas en Barcelona es alarmante, y más aún porque son potencialmente letales. Entre los jóvenes frágiles emocionalmente y sin horizontes es una auténtica pandemia que está alimentando un negocio enorme. No se puede explicar esto sin atisbar detrás una organización muy bien implantada cuya víctima son los jóvenes.

A veces me pregunto si esta lacra no será una especie de genocidio planificado por las élites financieras y corruptas, que quieren reducir la población truncando la vida de muchos jóvenes. En una etapa de crecimiento e inestabilidad emocional, no se les ofrece apoyo psicológico ni ayuda para ir superando esta fase, que tanto afecta a su identidad. Faltan recursos sociales y sanitarios, pero sobre todo faltan familias bien estructuradas que proporcionen el entorno adecuado para su desarrollo.

En busca del falso paraíso

La salida fácil es inocularse dopamina y otros neurotransmisores que aumentan la sensación de felicidad de forma química, pero una sobrecarga de seudo bienestar también es lesiva para su salud. Hay estudios que revelan que casi el 80 % de los jóvenes, en algún momento de su vida, han tomado alguna droga, aunque sólo fuera para probar. Lo peligroso de ese «probar» es que rápidamente crea adicción y dependencia. Cuando quieren darse cuenta, ya están enganchados.

Ciento cincuenta jóvenes derrotados, junto a la playa, me evocaban la desoladora imagen de un naufragio. Las olas del desespero han depositado en la orilla sus cuerpos sin vida, agonizantes, sedientos o convulsos. Alguien ha querido aprovecharse de su debilidad, ellos han probado el veneno y ahora están atrapados en un mundo de sensaciones irreales. Quizás la vida real, la de cada día, se les hace insoportable, carecen de fuerza y valor y quizás tampoco tienen apoyo para reorientar su camino. Están deteriorados como ancianos dementes cuando apenas han entrado en la flor de la vida.

Me alejé de allí, impresionado, para acercarme a la orilla del mar y sentir la brisa y la calidez del sol. Allí el aire era más claro. Mirando al cielo, recé por ellos y por sus familias. El sol cayendo sobre sus cuerpos hacía más visible aún el drama. Cientos de jóvenes están muriendo, anímica y moralmente, cada noche. Me pesaba ver aquello. ¡Ojalá Dios escuche mi oración de aquella mañana!

Al regresar, vi que algunos intentaban levantarse, pero no podían; les faltaba la fuerza. Otros, al ponerse en pie, perdían el equilibrio y caían de nuevo. Zombis, muertos vivientes perdidos en la nada... Es una de las escenas más impactantes que he visto.

Revolución de valores

Regresé a casa compungido. No sé cómo acabaría la escena. Lo terrible es que ese drama se repite una y otra vez, aquí y en otros lugares. De noche, de antro en antro, viajan por el mundo del placer artificial para caer en el abismo de madrugada. ¿Cuántos jóvenes se pierden en sus falsos paraísos, que los llevan a las puertas del infierno? El fuego del mal está esperando para devorar a los inocentes y convertirlos en ceniza.

Ante estas escenas, debemos preguntarnos: ¿Qué hacen las familias? ¿Qué ambiente se vive en sus hogares? ¿Qué ocurre en los entornos universitarios y en el mundo del ocio? ¿Acaso entablan relaciones tóxicas que aún degradan más su persona?

Sólo la bondad, el amor y la compasión pueden actuar como antídotos de tanto mal. Es necesaria mucha entrega y espíritu de servicio para iniciar una revolución cultural y social basada en los valores cristianos que edifican a la persona.

Cuando somos capaces de mirar más allá de nosotros mismos, es decir, hacia la trascendencia, es cuando podemos regenerarnos y regenerar a los demás. El ser humano se descubre saliendo de sí mismo y caminando hacia el otro: es entonces cuando descubre el inmenso potencial de su alma. Un potencial que le permitirá cambiar de rumbo y nacer de nuevo.

domingo, 4 de agosto de 2024

Una psicóloga humanitaria

Pilar González nació en Andalucía, en los años de la postguerra. Vivió a nado entre el el cortijo de su familia, donde pasaba las vacaciones, y Montilla, la ciudad donde se educó, estudiando como interna en un colegio religioso. Desde muy joven tuvo claro que no quería limitarse a ser un ama de casa: después de cursar el bachillerato en un instituto donde era prácticamente la única mujer, emprendió su carrera universitaria. Inclinada al principio por la literatura, finalmente se decantó por la psicología al escuchar una conferencia del psicólogo Wukmir, que la fascinó y le abrió las puertas del estudio del alma humana.

En la universidad de Barcelona pasó unos años inolvidables, compaginando los estudios con el activismo y conociendo, de primera mano, la censura de aquellos tiempos y la vigilancia policial del agitado mundo estudiantil. También viajó con sus amigos, recorriendo media Europa y explorando los países al otro lado del telón de acero. Cuando terminó la carrera, se quedó dando clases en la universidad y tuvo la oportunidad de viajar a los Estados Unidos para estudiar psicología de grupos con el eminente Carl Rogers. Su formación ampliada le permitió, en los años siguientes, continuar viajando para compartir su saber y abrir nuevos campos de investigación a la psicología.

Fue entonces cuando conoció a Manuel, el que sería su esposo. Ambos ya tenían cierta experiencia de la vida y navegaban en solitario. Cuando se conocieron, algo surgió entre ellos, una conexión profunda que iba más allá de lo físico. Desde entonces, ya nunca volvieron a caminar solos.

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Pilar era una mujer que vivía con intensidad la vida. Su entrega y pasión en el ámbito universitario generó muchísimos contactos, una auténtica red de amigos que le permitió investigar y difundir los últimos hallazgos en psicología grupal. Junto con otros psicólogos y su compañero de batallas, Manuel, compartían su pasión por el estudio de la mente y el ser humano.

Pilar y Manuel supieron vivir esta doble pasión: se amaron como esposos y se apoyaron como científicos en su área. Sus libros aportaron nuevos enfoques a la psicología. Reunieron una enorme biblioteca, de más de 5000 volúmenes, que quisieron dedicar como lugar de estudio y encuentro, creando el espacio Orego.

El paso del tiempo nunca apagó el deseo de saber en Pilar. Además de acumular enormes conocimientos sobre psicología de grupos, trató de difundirlos y aplicarlos en su trabajo. Mujer incansable, verdadero pilar de sabiduría, supo integrarse en la cultura catalana y en el mundo universitario, donde obtuvo una cátedra. Tenaz y persistente, con una gran capacidad de trabajo, su vida era la universidad, pero no olvidaba a los amigos. Las relaciones humanas y el cultivo de la amistad siempre fueron prioritarios para Manuel y Pilar. Así, trabaron vínculos con un nutrido grupo de amigos, también catedráticos, con los que compartían trabajo y viajes, y que los acompañaron hasta la jubilación. Para Pilar, el grupo era importante no sólo como materia de estudio, sino como realidad vital. Ella misma creaba grupos allí donde estaba, con el fin de dinamizar la comunicación entre las personas y mejorar el trabajo en equipo.

Ya jubilada, se ofreció como voluntaria del comedor social de su parroquia, San Félix. Formó un grupo y trabajó para que hubiera una mayor calidad en este servicio humanitario, así como una mayor cohesión entre los voluntarios. Su vinculación con la parroquia ha sido intensa y comprometida. También se integró en el grupo de tertulias.

Pilar se preocupaba por la juventud, desposeída de valores y perdiendo su potencial en una sociedad y una cultura que no ayudan a crecer. Para ella era muy importante una buena formación intelectual y filosófica, de la que carecen hoy muchos jóvenes. Le inquietaba que se dilapiden tantas energías y tanta creatividad.

En su libro Instantáneas, una recopilación de recuerdos preciosos de su vida, descubrimos a una Pilar amante del arte, de la música y la danza, del cine, del buen sabor de las cosas. Siempre atenta a cuanto sucedía a su alrededor, Pilar sabía penetrar en la realidad con la agudeza de un científico, pero también sabía abandonarse: era una enamorada de la belleza y su entusiasmo no dejaba a nadie indiferente.

Siendo tan intelectuales, Manuel y Pilar jamás perdieron la fe: Jesús era para ellos un gran referente que iluminó sus vidas hasta el final. En los últimos años tuvieron que afrontar el mayor desafío: la fragilidad del cuerpo y la enfermedad, que fue minando sus vidas. Pero ambos han sabido irse con sencillez y humildad, dejándose cuidar. Pusieron en práctica aquello que Manuel había tratado en algunos de sus libros: es importante cuidar, pero también ser cuidado. En este tiempo de más dolor, sus amigos siempre han estado atentos y cercanos a ellos (Marisa, Pilar Barón y tantos otros...), así como su familia, en especial Palmira y Abelardo, hermanos de Pilar. Oscar Valdez ha sido un gran cuidador, tanto de Manuel como de Pilar, atendiéndolos y llevándoles la comunión y el consuelo de una compañía amable. Saloua ha visitado y apoyado a Pilar casi a diario, durante los últimos meses. Y Gloria, otra voluntaria de la parroquia, ha acompañado a Pilar en sus últimos días, con extrema delicadeza, rezando con ella y animándola.

Todos, y muy en especial su último grupo, los voluntarios del comedor social, sentimos su pérdida y la recordaremos mucho, porque ha dejado en nosotros una huella profunda.

Para mí, conocerla y trabajar con ella ha significado un enorme aprendizaje sobre la realidad humana. Pilar ha sabido dar mucho y lo mejor de sí misma. Agradezco a Dios haber tenido dos feligreses tan magníficos como ella y su esposo Manuel, que supieron formar parte, con humildad y alegría, de esta familia variopinta que compone la comunidad parroquial.