Cuántas veces, después de un día ajetreado, en el que hemos sido bombardeados por tanto ruido y tantas imágenes, más de lo que nuestra retina puede soportar, sentimos la necesidad imperiosa de parar y descansar. El frenesí no es lo normal. La dependencia del activismo es, en el fondo, una manera de huir hacia adelante. El corazón humano está hecho para la paz, para el silencio, para saborear la belleza y la música. Necesitamos volver a nuestro estado primigenio, a la soledad del espíritu para ser conscientes de que necesitamos, como el aire, profundizar en nuestra identidad humana. El vértigo y el ritmo acelerado son enemigos del silencio. El estrés mata el silencio y nos aleja de nuestra propia realidad, de nosotros mismos y de los demás.
Urge recuperar el valor del silencio, no solo como un refugio, o como un valor religioso, sino como una necesidad vital del hombre. La masa, el ruido y el frenesí nos producen reacciones tóxicas que nos enferman emocional y espiritualmente. Es verdad que hay muchas razones por las que enfermamos: mala alimentación, experiencias emocionales, ruptura de relaciones humanas, disgustos, estrés, virus, etc. Cuando sufrimos alguna patología, en seguida buscamos al médico o al terapeuta, o iniciamos cambios de hábitos para mejorar nuestra salud.
Pero a veces la raíz de nuestros males y dolencias está en nosotros mismos. Si decimos que el pH de nuestro cuerpo ha de ser alcalino y no ácido para evitar enfermedades, lo que alcaliniza el espíritu humano es el silencio. El silencio nos amansa, nos equilibra, nos sitúa ante el mundo y nos ayuda a construir nuestros anhelos más profundos. En definitiva, nos permite descubrir la razón última de nuestra vida.
Porque solo desde el silencio se puede penetrar a fondo en nuestra propia realidad, tal como es. Solo cuando paramos y aprendemos a escucharnos a nosotros mismos, a nuestro cuerpo, nuestros sentimientos y emociones, comenzamos a desatar esos nudos físicos, psíquicos y mentales que han actuado como auténtica metralla interna, que han perforado nuestros anhelos y nuestra hambre de paz. En el campo sanitario se habla de nuevos hallazgos, de innovadoras técnicas. Y realmente se ha avanzado mucho. Pero nuestra medicina sigue muy enfocada en el plano físico, biológico y genético. En las últimas décadas se ha comenzado a hablar de la medicina energética y cuántica, con nuevas y prometedoras terapias. Pero ni en la medicina alopática ni en la holística se habla lo suficiente del silencio terapéutico.
Un alma perdida en el laberinto del ruido y del frenesí, más allá del equilibrio físico, químico y energético, necesita estar alineada con toda la estructura de su ser, y esto solo se puede lograr desde un silencio reparador y sanador. El abismo nos aterra. Necesitamos la luz y el calor del sol. Para nuestra armonización es crucial huir del incesante ruido que nos inquieta y nos roba la paz. Necesitamos la calma del silencio, su melodía, su brisa. Nuestro corazón ansía y necesita reconciliarse consigo mismo. Cuando aprendemos a valorar este regalo es cuando se produce la complicidad entre nosotros y los demás, y el enfermo empieza a recuperar la paz. Y es que desde el silencio más interior se aprende a dar a las cosas el valor que tienen, entre la pasión y el desapego.
Se trata de aprender a no exagerar ni parar del todo. Con el silencio se encuentra el punto intermedio, que me ayuda a tomar la medida de aquello que estoy haciendo. Sin estrés y sin descuidarse de todo.
El silencio es más potente que el ruido. El ruido puede ser fruto de un fuerte impacto; puede a la larga ensordecer, pero solo llega a nuestros oídos. En cambio, la capacidad de emocionarnos al contemplar algo solo ocurre en el suave silencio. Es entonces cuando se produce el impacto interno, que llega hasta lo más profundo del alma.
Cuando empezamos a comunicarnos con nuestro yo más hondo hemos aprendido a gustar el silencio, dejando a un lado las palabras que distraen.
A veces, callar es lo mejor cuando se trata de hacer un bien
real. El silencio puede ser más fecundo que las palabras.
Joaquín Iglesias
14 diciembre 2013 - San Juan de la Cruz
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