El día despierta con un cielo teñido de rosa. La mañana, aun
siendo invierno, es templada.
Estoy frente a la desnuda morera. Me sobrecoge verla vestida
de novia en primavera, con su frondoso follaje que cubre toda su copa. La
sombra verde me invita a rezar muchas noches bajo sus ramas exuberantes. La
brisa acaricia las hojas en las noches cálidas, iluminadas por la luna, y
proyecta su sombra en el patio.
Pero ahora la miro y me impresiona la delgadez de sus
extremidades. La borrasca Bruno la ha
azotado sin piedad y en tan sólo dos días ha perdido todas sus hojas. Incluso
algunas ramitas, más frágiles, han caído al suelo.
Te miro con pena y dulzura. Del verde tus hojas pasaron a un
amarillo intenso que se fue apagando hasta llegar al ocre otoñal. Has resistido
la violencia del viento que te ha sacudido con fuerza. Tu belleza persiste, tras
el embate que flageló tus ramas. Has dejado caer las hojas y permaneces en pie,
desnuda y silenciosa. Pero tu raíz y tu tronco siguen fuertes. Pese a la
fragilidad de tus ramas, se adivina una fuerza oculta que te hace soportar los
bandazos del aire. Ahí estás, como siempre, mi querida morera. Inspirándome
tantos escritos y oraciones que abren mi alma, haciéndola conectar con el
Creador. ¿Qué misterio nos ha unido en este lugar sagrado que custodias día y
noche?
Nuestra amistad se ha ido fraguando con el tiempo. Tu
solidez me ayuda a cohesionar mi trabajo pastoral. No sólo das sombra en verano.
Calladamente, me susurras en el silencio de la noche, cuando me detengo a
reparar mis fuerzas. Mirarte a ti, como creatura de Dios, me enseña a
enraizarme en el lugar donde estoy. Tú resistes el crudo invierno y las gélidas
noches. Fiel a tu lugar y a tu misión, incansable y humilde, das vida y color
al patio. Así yo también, cuanto más me enraízo en aquel que me ha dado la vida
y la vocación, más me centro en mi misión. Cuánta gente sin aliento viene a
buscar comida. Quiero ser recio como tú, morera, para acoger los corazones
desnudos que buscan el calor de la Iglesia. Quiero ofrecer refugio a aquellas
frágiles almas que, con dolor, en su profunda desnudez existencial, buscan a
alguien que las mire, las apoye y las quiera. Cuántas gentes sienten que sus
vidas han quedado como tus ramas, desnudas, débiles, a merced de los vientos y
las tempestades, tanto interiores como exteriores.
En esta complicidad, a punto de acabar el año y empezar otro
nuevo, vamos a unir nuestras fuerzas. En medio de la gelidez espiritual y el
invierno de muchas almas, pese a que nos amenaza el hielo de esta Antártida social,
intentaremos dar acogida y deshelar con delicadeza estos icebergs que navegan
por el mar de la vida.
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