domingo, 5 de enero de 2020

Adictos al control


Muchas veces me planteo por qué las relaciones humanas se agrietan, se debilitan y finalmente se rompen. Las relaciones son buenas y nos hacen crecer como personas. La cuestión es que toda relación tiene sus límites, marcados por el respeto, la prudencia y el equilibrio. Una de las razones más serias que provoca el alejamiento es no guardar la distancia adecuada con aquellos que conviven con nosotros y con quienes nos relacionamos cada día: familia, cónyuge, amigos, compañeros de trabajo, etc. El roce diario, si no se lleva bien, puede llegar a tensionar la convivencia.

Ciertas personas viven constantemente pendientes de lo que hace el otro y quieren saberlo todo, ya no sólo de las personas más inmediatas, sino del vecino del rellano, de la señora que se encuentran en el mercado o de la gente que vive en su bloque o en su barrio. También están pendientes de la vida de los personajes públicos: cantantes, actores, periodistas, contertulios, participantes de programas sensacionalistas o los que aparecen en las revistas del corazón. Se alimentan de historias ajenas, normalmente desde una actitud crítica y a veces despiadada. Se llenan la vida de lo que dicen y hacen los otros, como si no tuvieran vida propia, o no les bastara con la suya. ¿Acaso la tienen vacía? ¿Les faltan metas, propósitos o relaciones gratificantes? Lo cierto es que estas personas van de un lado a otro, cambiando de dirección, son inestables emocionalmente y tienen dificultades para adaptarse a los demás. En el fondo, aunque muestren mucha seguridad, están muy acomplejadas y son inseguras. Tienden a distorsionar la realidad porque se les hace difícil aceptar su propia situación, vacía de sentido, y suelen meterse en líos.

¿Por qué se alejan de la realidad? Quizás no aceptan que otras personas sean más listas, más guapas o se expresen mejor que ellas, que tengan una vida llena e incluso feliz. Les molesta y van acumulando mucha rabia por dentro. El resentimiento bloquea su crecimiento humano y espiritual, y necesitan responder con agresión, aunque sea verbal, ante sus propias contradicciones. Sobre todo, buscan justificarse e imaginan formas de seguir sobreviviendo en su burbuja irreal, alimentadas por un oxígeno artificial que las hace vivir siempre amargadas y atacando a los demás. Flotan entre lo que quieren ser y lo que no son; entre lo que quisieran tener y no tienen. La rabia contenida va marcando su vida hasta hacer de ellas supervivientes emocionales. Y esto las empobrece humana y moralmente.

Es entonces, cuando se produce el descontrol de su vida interior, cuando se obsesionan por controlar a los demás. Si no saben dónde están, qué hacen y qué dicen, se angustian y se disparan, hasta llegar a reacciones violentas que amenazan romper una relación normal. Podríamos hablar de una patología psicológica, que necesita de un abordaje terapéutico que les ayude a hacer una introspección y buscar las causas reales de tales comportamientos.

Últimamente he hecho otras observaciones. Esto no sólo sucede en ambientes cotidianos y sencillos, como parece indicar cierta visión sociológica. También sucede en los estratos académicos, en el mundo empresarial, político y religioso. Detrás del afán de control puede haber un hambre de poder sobre los demás, y esto pasa mucho en las instituciones educativas y de todo tipo, incluidas las religiosas. Ciertas personas creen que tienen derecho a saberlo todo del otro: qué hace, qué piensa, dónde está, con quién está, de qué habla… El ansia de saber puede llegar a interferir con las vidas ajenas e incluso entrometerse en su intimidad, con la excusa de ayudarles. No soportan no saber nada y malinterpretan la prudencia del otro en su comunicación.

Quien controla, o quiere controlar, siempre está imaginando que se le oculta algo, y piensa mal del otro. ¿Dónde está el límite en las relaciones humanas?

Está en la libertad. Si en aras de algo bueno creo que tengo el derecho de pisar un gramo de la libertad del otro, me estoy equivocando. Sólo cuando hay confianza y respeto puede producirse una apertura que facilite una comunicación fluida y que ayude al otro a crecer. Cuando esto se produce, no hará falta preguntar nada: la otra persona, fruto de la libertad y de la confianza, me hará partícipe de todo cuanto vive, porque le saldrá solo. La amistad sincera es un espacio donde fluye una relación interpersonal alegre. Es entonces cuando cada momento, experiencia y diálogo se armoniza. Del control se pasa a la libertad, del miedo y la ansiedad se pasa a la paz y a la serenidad, y de esta a la alegría de compartir con los demás no sólo el tiempo, sino los deseos y sueños. Aprendemos y descubrimos el tesoro que hay en el corazón del otro. El vacío se convierte en luz y todo adquiere sentido. El corazón se llena de vibraciones y se expande ante el amigo.

4 comentarios:

  1. Gracias P. Joaquín por este escrito tan útil para comprender el origen de tanto malestar en muchas relaciones humanas. La libertad es la clave, y es la meta, pero es también lo que más temen estas personas, si no van cogidas de la mano de Diós, que es lo que más les cuesta, y agarrarla fuerte.

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    1. Gracias a ti por tu lecturas. ¿Me puedes decir quién eres? ¿Eres feligresa de la parroquia, o de algún grupo? ¡Feliz año nuevo!

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  2. Gracias de nuevo, sus escritos no sólo están llenos de sabiduría, si no también de inspiración. Y me atrevería a añadir, que si nos quitaramos el manton de miedo que nos cubre, seguro llegaría a florecer la empatia, la comprensión, y sobre todo el respeto.

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    1. Gracias por tu aportación, Olga. Es tal como dices. ¡Feliz año nuevo!

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