domingo, 19 de enero de 2020

La pólvora de los correveidiles

Una de las lacras que más enfrentamientos produce entre las personas son los correveidiles. Han existido siempre, desde las comunidades más pequeñas hasta los grandes imperios, como el romano, donde había profesionales pagados cuya misión era difundir bulos, medias verdades y calumnias a fin de desacreditar al adversario político de una u otra familia. El rumor se utilizaba como arma letal para destruir a un enemigo en las arenas políticas. Sus víctimas podían ser personajes públicos, pero también empresarios acaudalados o líderes religiosos. Hoy, esta actitud malévola sigue siendo una realidad, y su objetivo es el mismo: destruir al otro.

Esta perniciosa actitud fomenta los celos, el miedo, las inseguridades, la envidia y la competitividad.
¿Qué hay detrás de esta actitud? Creo que nos encontramos ante un grave conflicto interior. A menudo, la causa es no soportar que otra persona sea mejor que nosotros —o nos parezca mejor—, y pueda hacernos sombra. Esto nos lleva a convertirla en enemigo, y al enemigo hay que destruirlo como sea, llevándolo a situaciones límite. No son necesarias las armas de fuego, basta poner en marcha todo un mecanismo mental y psicológico que lo irá hundiendo.

El atacante utilizará todas sus armas, situándose siempre entre la verdad y la mentira, aunque no le importe la verdad como concepto ético. Lo que persigue no es esclarecer los hechos, sino poner en cuestión la credibilidad del otro. Intentará meterse en su pasado, en sus vínculos familiares, en cualquier hecho que pueda motivar una crítica o distorsionar la realidad. Confundirá, generará dudas, opiniones negativas y toda clase de sospechas. El fin es matarlo socialmente, manchando su fama y su dignidad ante los demás. Quien promueve un rumor contra otra persona se convierte en un homicida psicológico, que usa sus armas más letales: una lengua malévola, un corazón lleno de odio y una mente retorcida. Si a esto le acompañamos una personalidad enfermiza, el conflicto está servido.

Estas personas sacarán de los demás todo tipo de confidencias para utilizarlas en contra de su enemigo. Lo triste es que esto funciona bajo una capa de aparente amabilidad. Harán correr el rumor de manera viral, incluso utilizando las redes sociales. Es increíble cómo la gente entra en este juego. Se pone en marcha un mecanismo tan atrayente que se olvidan los límites éticos y el respeto a la dignidad de la víctima. Un porcentaje altísimo de la sociedad vive inmerso en los correveidiles: medios de comunicación, redes sociales, familias, empresas y hasta comunidades religiosas.

Ante esta lacra social tan extendida, ¿qué podemos hacer? He aquí algunos consejos.
  • Nunca hablar mal de nadie a otros.
  • Nunca prestar oído a quien hable mal de un tercero.
  • No utilizar a terceras personas como torpedos para impactar contra la persona criticada.
  • Si puedes, aunque suponga un riesgo, manifiesta tu desaprobación ante las críticas, conservando una actitud prudente y a la vez firme ante cualquier intento de manipulación para implicarte en la maniobra.
  • Si se reitera esta actitud, aléjate de los criticones, aunque esto suponga que inicien un ataque contra ti por la espalda.

No podemos tolerar que la sociedad se convierta en un gran rebaño de animales carroñeros, que viven de la basura y la podredumbre que se acumula en los corazones. El rumoreo se vuelve adictivo y destruye las relaciones humanas, llevando a una sociedad enferma que vive y disfruta con el sufrimiento ajeno.

Esto lo vemos en los enfrentamientos familiares, en los círculos de amigos y en todo tipo de grupos. En las redes sociales circula metralla viral, y la pólvora del odio se esparce con los efectos de una bomba atómica. Todos los odios juntos tienen el mismo impacto: quitar vida, dignidad, libertad, buena fama y alegría. Es alarmante el grado de degeneración al que se está llegando.

En el lenguaje periodístico se habla de las noticias falsas o fake news. Estas noticias inventadas, que son mentiras o verdades distorsionadas, se difunden como arma ideológica para generar opinión, atacar y confundir.

Es necesario hacer un ejercicio de profunda honestidad con uno mismo y afrontar las propias contradicciones. Esto puede sanar tu corazón y ayudarnos a reenfocar tu vida. Sólo así conseguirás la paz que tanto deseas, en el fondo de tu ser. Una paz contigo mismo, abrazando lo que eres, no lo que no eres; aceptando al otro tal como es, y no como quieres que sea; aceptando el mundo como es, y no el mundo ideal que imaginas. Así, de esta manera, no te inquietarás por nada, vivirás y te sumergirás en la realidad. Se disipará la tendencia frívola a convertirte en un propagador de críticas y comentarios que no llevan a nada, sino a ir perdiendo el sentido más hondo de tu existencia. La vida es demasiado hermosa como para vivir instalados en la mentira y en los rumores patológicos, que huelen a azufre y nos envuelven en un ambiente oscuro que lentamente nos va perdiendo. Cuando uno necesita de ese ambiente perturbador se está enganchando a una terrible energía. El mal hace estragos en su corazón y lo aleja de la bondad. Su actitud diabólica lo arrastra a un abismo. Recuerdo las palabras contundentes de un sacerdote amigo: «Nunca hables mal de nadie, a nadie, jamás de los jamases. Si no quieres que se divulgue algo, no lo digas, ni siquiera lo pienses. Seguro que de esta manera evitarás rumores.»

Yo añado: «y no caerás en las redes de los pirómanos que disfrutan lanzando pólvora y enturbiando con sus correveidiles la vida de tantas buenas personas».

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