sábado, 15 de febrero de 2020

Orden en el caos

Muchas veces me pregunto por el origen del conflicto en la convivencia entre personas. Es verdad que en las relaciones humanas no es difícil mantener un equilibrio estable, pues son muchos los factores que intervienen en la armonía. Factores psicológicos, culturales, familiares y la propia concepción de la vida que tenga la persona, todo esto marca la relación. El no conocerse lo suficiente a uno mismo también puede dificultar el iniciar un proyecto junto a otra persona.

Pero hay una razón lo suficientemente seria que provoca inestabilidad en la convivencia, y es el desorden. La dejadez, la falta de responsabilidad, el no saber estar donde hay que estar, todo esto genera conflicto y problemas.

Necesitamos orden y belleza


Al ser humano, por naturaleza, le gusta lo hermoso, el color, el buen perfume, la elegancia. Hay un instinto innato que lo inclina hacia la belleza porque le gusta sentirse bien, en los lugares que frecuenta y con las personas con quienes está. El orden y la belleza del entorno físico, así como la higiene y la decoración, son fundamentales para crear un buen clima en el hogar, en el trabajo o allí donde se esté. La luz, el aroma adecuado, la ropa idónea, el orden, todo invita al bienestar y deja su huella en la psique. Un lugar donde todo esté en su sitio invita a la serenidad y favorece la paz interior.

Todos entendemos la necesidad de la higiene de nuestro cuerpo. Una piel aseada y un olor agradable facilitan la comunicación interpersonal, pues el mal olor puede producir rechazo instintivo. El saber vestirnos con ropa limpia y cómoda, elegante, apropiada a cada ocasión, es un signo de respeto, hacia uno mismo y hacia los demás. A este nivel, nos queda muy claro que el orden y la belleza son importantes.

Pero ¿y si pasamos a otro plano, del personal al lugar físico donde transcurre nuestra vida? Las paredes que nos cobijan son como una segunda piel. El hogar es un espacio fundamental, nuestro segundo cuerpo, que también requiere higiene, orden y buen perfume. Todas las cosas en su sitio y un sitio para cada cosa nos ayudan, no sólo a sentirnos bien en ese espacio, sino a favorecer una convivencia más armoniosa.

Nuestra casa, nuestros espacios vitales, son un reflejo de nuestra forma de vivir y hacer. Una casa desordenada y sucia puede estar revelando una mente confusa, profusa y dispersa. Estoy hablando de otro nivel de desorden, que es el emocional y espiritual.

Caos espiritual


Estar confundido puede significar inseguridad, duda, no tener las cosas claras, incapacidad para decidir. Instalarse en la confusión es preludio de un caos interior, que nos incapacita para tomar decisiones lúcidas. Todo nos da igual y no importa que las cosas se estropeen y no se reparen. Nos vamos arrastrando a merced de las circunstancias y las relaciones, como las cosas, se van perdiendo y deteriorando.

La profusión es el exceso, querer abarcarlo todo, hacer mil cosas a la vez, estar metido en mil asuntos sin plantearse si todo lo que hacemos tiene sentido y vale la pena. Saltamos de un sitio a otro y nos embarcamos en muchos quehaceres; al final, todo sale mal. Hemos gastado una enorme energía para girar sin una brújula que nos oriente en la dirección correcta. La bulimia del saber y el afán de hacer por hacer llega a intoxicar nuestra mente y nos lanza al caos.

¿Y la difusión? Es la dispersión, que nos distrae y, por no tener claro lo más importante, nos puede llevar a una permanente bruma, sin que sepamos lo que tenemos que hacer. Los accesorios móviles y las telecomunicaciones nos están sumergiendo en un estado de continua dispersión, distrayéndonos con mil cosas atractivas, pero poco trascendentes, que nos desvían de nuestras auténticas metas y propósitos.

El antídoto


¿Cuál sería el antídoto al caos vital? ¿Cómo salir de esa penumbra que todo lo desajusta? ¿Cuáles serían las claves para hacer de nuestra vida un cielo?

Lo que vale para el cuidado personal o de la casa podemos aplicarlo a nuestra mente. Lo que pensamos y sentimos es lo que hay en nuestra casa interior, el alma. Si no hay orden y equilibrio en nuestra mente, viviremos una catarata de confusión. Armonizar los sentimientos, los pensamientos y el espíritu es tan importante como armonizar nuestra proyección hacia fuera, hacia los demás. Esto actuará como una potente vacuna contra la dispersión, el vacío y la desorientación. Para esto necesitaremos la suficiente distancia entre nosotros y la realidad, es decir, momentos de soledad y silencio donde poder discernir dónde estamos en cada momento, a nivel personal, familiar y social.

Necesitamos hacer un parón diario para auditarnos y poner orden, para establecer unas metas de mejora continua en nuestras vidas. Agendar y programar las tareas es fundamental para no caer en el caos. En el mundo empresarial se habla de la ISO, una norma de calidad que ayuda a mejorar los procesos de gestión, planificación, estrategia, marketing y recursos de la empresa. Después de un profundo análisis de la realidad, se puede evaluar y tomar las decisiones correctas. Si esto es importante para mejorar la productividad empresarial, ¿no es más importante aún para mejorar nuestra vida, nuestra capacidad de crecimiento personal y nuestras relaciones?

Para llevar una vida sana, equilibrada y armoniosa, el ser humano debe cuidar lo esencial de su existencia. Cuidar a las personas que viven a nuestro lado, cuidar los espacios y cuidarnos a nosotros mismos nos ayuda a vivir con armonía y plenitud. De lo contrario, el desorden y el caos nos precipitarán hacia el abismo.

Armonizar la existencia


El primer libro de la Biblia, el Génesis, empieza cuando Dios crea los cielos y la tierra. Pero lo primero que hace es poner orden en el caos. Y poco a poco, ve que todo lo creado es bueno, y muy bueno. Finalmente, nos crea a nosotros, los seres humanos, a su imagen y semejanza. Somos la cumbre más bella de la creación, Himalayas de existencia, señores del tiempo y del espacio, custodios de todo lo creado. Pero, al mismo tiempo, somos una creación que balbucea, que debe crecer y llegar a su plenitud, y estamos sometidos a muchas contradicciones internas.

Es necesario distinguir entre nuestra biología (el cuerpo material) y nuestra alma (la realidad espiritual) para armonizar nuestra existencia; así separamos lo oscuro de la luz. Es necesario contener los mares interiores de nuestra psique en el suelo firme de nuestra realidad de cada día. Es necesario discernir para conocer y poder elegir. Cada ser de la creación tiene su lugar: aves, peces, animales y plantas. También en nuestro mundo interior cada cosa debe tener su tiempo y su lugar.

Aprendamos del Creador, que todo lo hizo bello en el cosmos. Él no se precipita y ha puesto cada estrella y cada planeta en su posición, con su movimiento, a su distancia y lugar justo. El universo, tal como es, hace posible la vida. El curso de los planetas favorece nuestra existencia. Aprendamos a poner orden y belleza en nuestra vida, física y espiritual. Del mismo modo, aprendamos nosotros a estar en nuestro sitio, allí donde debemos estar. Hemos de estar en nuestro lugar para que nuestra vida sea plena, gozosa y siga su ritmo hacia el encuentro definitivo con Aquel que nos ha creado. Él todo lo ha soñado para la felicidad de su criatura. Vivir en armonía con los demás, en el medio nos rodea, es el anhelo de todo ser humano.

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