domingo, 22 de marzo de 2020

Abrazos no dados


Ante la epidemia del coronavirus, los medios de comunicación no dejan de hacerse eco del avance de la enfermedad. Toda la prensa se ha convertido en una catarata imparable de noticias. Los contagiados se multiplican y las muertes van sumando, dejando desoladas a las familias que, sin saber cómo y cuándo han contraído la enfermedad, viven esta tragedia.

Los medios no dejan de darnos estadísticas sobre el efecto propagador del virus. También nos hablan del enorme esfuerzo de los sanitarios, que luchan tenazmente para atender a los enfermos, así como de los científicos que no descansan hasta conseguir el antídoto o la vacuna para el virus. No se deja de hablar de las consecuencias que esto tendrá en la economía del país.

Entre el discurso buenista y tranquilizador de los comienzos y el discurso alarmista que resuena ahora hay una posición intermedia, que yo situaría entre el realismo y la esperanza. Hemos ido del «no pasa nada» al pánico social. ¿Qué vemos ahora? Un esfuerzo por paliar el sufrimiento con medidas insuficientes. La epidemia se ha gestionado con pocos recursos y un retraso por parte de las autoridades a la hora de tomar decisiones, y esto ha dejado un panorama sombrío mientras el virus sigue infectando a más personas y cobrándose más vidas.

Se habla de cifras, no de seres humanos. En la tragedia del 11 M en Madrid sí se hablaba de cada uno de ellos: quiénes eran, qué hacían sus familias, cuál era su trabajo y hasta sus aficiones. Estos fallecidos tenían rostro y nombre, anhelos, sueños, pareja, hijos…

Hoy todo se centra en las estadísticas y en una retórica demagógica y vacía. Mientras el silencio reina en las calles, el ruido mediático se hace insoportable. Las familias se ven desalentadas e impotentes. ¿Qué pasa con aquellos que han fallecido? ¿Y con sus familiares, sus amigos, sus esperanzas? Estas vidas quedan silenciadas por la ametralladora mediática, que dispara minuto a minuto, hasta la saciedad.

Cada uno de estos muertos merece dignidad, reconocimiento y cariño. Estos fallecidos son personas. Aplaudimos los esfuerzos de los sanitarios, y se lo merecen, porque están salvando vidas a contrarreloj. Los muertos no necesitan aplausos, pero sí que los tengamos en cuenta y recemos por ellos, dando aliento a sus familiares.

Toda muerte es trágica, no importa la edad que tenga el que fallece. Pero lo es más no poder despedirte de tu ser querido porque está enfermo y puede contagiar a la persona amada. Si el duelo ya es terrible, la imposibilidad de darle un último abrazo hace que el dolor de la pérdida sea más desolador. La distancia, el vacío y la incomunicación hacen que el sufrimiento atraviese todo tu ser. Las cifras son datos fríos. Las personas son rostros con vida, que seguirían viviendo, amando, sonriendo, si no fuera por esta tragedia.

El ritual de despedida es necesario para el ser humano. Necesita abrazar, mirar, acercarse y hacerle sentir al enfermo que es querido, que su vida ha sido muy importante para los suyos y para los demás. El hombre necesita cerrar ese momento con afecto y con caricias, aunque su corazón llore. Todos estos que han fallecido no han podido abrazar y besar a su cónyuge, o a su hijo, padre, madre, hermano o amigo.

Yo no pido aplausos por ellos, pero sí pido que sus vidas, injustamente truncadas, nos ayuden a valorar el gesto de proximidad y gratitud, la vida y el amor. Ellos han sido héroes de su discreta vida. Ellos han construido una familia, han luchado por sus sueños, han llevado adelante sus proyectos y han dado lo mejor de sí mismos. El amor ha hecho grandes sus hazañas, por pequeñas que nos parezcan. Se merecen nuestro respeto y gratitud. Que la sociología y la ciencia no nos hagan olvidar nunca que todos tenemos nombres, raíces y amigos, una historia y unos vínculos. No olvidemos que cada muerte es un ser humano, conectado consigo mismo y con los demás.

Pido una oración por ellos y por sus familias. Aprendamos a ver al otro como un hermano. Todos estamos delante de una realidad que nos sobrepasa. Más allá de los sentimientos de solidaridad, la persona tiene un deseo innato de unirse a algo o a alguien. Necesita creer en algo o en Alguien que va más allá de su cultura, su formación y su inteligencia. Una fuerza mayor que muchos dicen que es la energía, pero yo la llamo Dios. Él es el origen de estos gestos que van más allá de la solidaridad. Es una pulsión de amor que todos tenemos dentro. Las grandes hazañas del ser humano no sólo las hace por su capacidad talentosa, sino porque algo le empuja a hacer el bien. Lo estamos viendo en la lucha contra el coronavirus.

1 comentario:

  1. Mejor expresado, imposible! Gracias padre Joaquím, testimonio real sobre esta situación actual. Recemos por tod@s los que estàn y los que no. Un abrazo muy fuerte

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