¿Qué pasa en las celebraciones? Se hacen pesadas, largas, y la
gente espera que el sacerdote acabe cuanto antes. A veces se hace insoportable
estar ahí delante sin entender nada. Si el cura alarga la ceremonia, la
incomodidad crece. Cuando uno se siente bien, desearía alargar más el tiempo,
vibraría con todo lo que oye y ve, saborearía los bienes espirituales que dan
sentido a su vida y se estremecería ante algo tan bello, que responde a su
anhelo de crecimiento espiritual. Hemos caído en una rutina pesada, que nos
cansa por su repetición.
Otras veces, la misa nos sirve para desconectar. Ante los problemas y las experiencias dolorosas, las celebraciones son un analgésico que nos hace olvidar las dificultades del día a día. Vamos a misa para olvidarnos, durante un rato, de nuestros problemas, tanto internos como de nuestro entorno. Así convertimos la eucaristía en una pastilla balsámica que nos aleja de la realidad. Es una terapia tranquilizante, pero, en el fondo, no produce ningún efecto porque la sensación al final es la misma. Esos tres cuartos de hora se hacen interminables. Lo que al principio pudo ser una huida de los problemas y la autoexigencia espiritual se convierte poco a poco en algo no tan deseado. Aislados en medio de tanta gente, la mente no para de divagar, nos despistamos y desconectamos. Aquí es cuando podríamos hablar de Alzheimer espiritual.
Alzheimer es desconexión
¿Qué es el Alzheimer? Es una forma de deterioro cerebral cuyo efecto es la desconexión. Falta el sentido de la ubicación, la persona se desorienta, se pierde, todo se le olvida, entra en un limbo y empieza a no conocer; los rostros se desdibujan y pierde toda referencia espacial y temporal. Confunde nombres y lugares. El enfermo de Alzheimer acaba encontrándose desubicado en medio del mundo. Esta temible enfermedad, que va consumiendo el cerebro, acentúa la desconexión de la persona hasta hacerle perder la identidad: no sabe quién es ni qué hace. Una auténtica tragedia.
Las causas del Alzheimer son muchas y aún se están
investigando, pero uno de los factores que lo provocan es la falta de oxígeno y
la mala circulación de la sangre, especialmente en el cerebro. También influyen
mucho el estrés, una alimentación inadecuada, la inflamación interna del
cuerpo, por fármacos u otros motivos, el desgaste físico y emocional, la
toxicidad en la comida y en el ambiente, el sedentarismo y la falta de
ejercicio.
Estas manifestaciones se producen también en el plano
espiritual.
Veo en muchos fieles una desconexión progresiva de la
realidad de la Iglesia. Desconectan de lo nuclear de la fe, que requiere
compromiso e implicación. Todo empieza con la falta de empatía, diálogo,
comunicación. El que se sienta al lado es un desconocido. Dejan de saludar al
que es hermano de la fe y que comparte una misma experiencia religiosa. La
distancia se hace cada vez mayor, no hay tensión, sino completa dejación. La
persona, dormida o anestesiada, está presente sin que vibre su corazón. Se
pierde en su laberinto interior. Deja de ser consciente de dónde está, con
quién está y por qué acude a las celebraciones. El mismo Cristo se desdibuja en
su mente y es entonces cuando va de camino a un limbo espiritual. La soledad
aparece junto con la pérdida de identidad, porque cuando se pierden las
referencias fundamentales uno se pierde a sí mismo. La identidad cristiana se
diluye porque se ha diluido la identidad comunitaria. Y la persona se convierte
en un islote perdido, como un náufrago en los mares de su existencia. Poco a
poco, se va alejando del barco, que es la Iglesia, de la comunidad que le
acompaña y, en definitiva, de aquel que guía el timón: Jesús.
¿Cuáles pueden ser las causas de este Alzheimer espiritual?
Por qué desconectamos
Al igual que el físico, pueden contribuir a esta desconexión varios factores. El primero es el estrés, también el estrés espiritual: no saber parar, no detenerse a rezar, a pensar, a abandonarse en Dios. Otro riesgo es la falta de oración, de silencio y descanso. También hay malos alimentos para el alma: nos llenamos de basura espiritual y mental con los medios, la televisión, las críticas y las maledicencias, los pensamientos reiterados y negativos. Los prejuicios y las ideologías que nos dividen y enfrentan también nos van envenenando. Toda esta toxicidad mental y anímica nos acaba enfermando y agota nuestra energía espiritual.
También podemos sufrir una inflamación interior: nuestras
guerras internas, tensiones y conflictos, con nosotros mismos y con nuestra
realidad, situaciones irreconciliables que no acabamos de resolver, falta de
aceptación de los demás y de las cosas como son…
El desgaste espiritual puede producirse por falta de
abandono en Dios, un exceso de voluntarismo, de activismo, de confiar sólo en
nuestras propias fuerzas olvidando que todo cuanto hacemos está en manos de
Dios.
Finalmente, incurrimos en un sedentarismo espiritual: nos
apalancamos, nos volvemos perezosos a la hora de amar y servir. Nos instalamos
en una religiosidad cómoda y rutinaria, casi automática, que nos apacigua y
encaja en nuestra agenda, pero no nos despierta ni nos desinstala. Cumplimos, y
basta. La inmovilidad física anquilosa el cuerpo y el cerebro, pero la inercia
espiritual también puede matar el alma. En el mundo espiritual, como en el
material, el movimiento es vida. Si no avanzas, retrocedes o mueres.
¿Cuál sería la medicina?
El mejor antídoto
La desconexión revela una falta de pasión. Necesitamos volver a enamorarnos, de Cristo, de la Iglesia, de nuestra comunidad. Quien vibra y ama nunca desconecta, ni en lo físico ni en lo espiritual. La pasión nos une, nos hermana, nos regenera y nos da vida. Y Jesús nos llamó a vivir así, ardiendo y entregándonos, como él. Jesús no quiere una Iglesia de muertos vivientes, ni de fieles dormidos.
Estamos surcando nuevos horizontes, ¡seamos conscientes de
que vamos hacia el Reino de los cielos! Una parroquia es un pequeño barco que
avanza en su misión: necesita permanecer atenta, despierta, velando, vibrando todos
con el mismo corazón de Cristo. Recuperar el sentido de nuestra vocación
cristiana es el mejor antídoto para el Alzheimer espiritual.
¡Qué buen calificativo has empleado para definir... la aparente o real apatía de la feligresía! ¡Alzheimer espiritual!No encuentro otra más indicada. No obstante los conocimientos profilácticos que posees de la mente y del alma los pones en práctica cuando, y, desde el presbiterio,-ese mirador del cielo- observas, y desde donde se aprecia, mucho mejor a todos que los que estamos inmersos en el grupo de antentos meditadores espirituales, entre los que me incluyo, para no perder el ritmo ni la atención de las palabras del Evangelio. La siguiente pregunta que haces: ¿Cuál sería la medicina? Una buena pregunta que debería hacerse a todos los católicos del mundo mediante una macro encuesta pero desde el Vaticano, pero empezando por el propio clero si están de acuerdo con tus reflexiones muy certeras (que seguro son generales si son tan observadores como tú)pues es sabido que doctores tiene la Iglesia y quizá ha llegado el tiempo de diagnosticar. Feliz verano, José.
ResponderEliminarGracias por tu comentario tan certero, José. Desde el púlpito, como bien dices, se ven muchas cosas y a veces impactan y me dan qué pensar. Es necesario hacer el diagnóstico, sí, pero también empezar a aplicar la terapia adecuada a cada persona.
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