Cómo el alcoholismo juvenil está robando vidas y sueños
Pero la deliciosa experiencia matinal se vuelve agridulce
cuando, al mismo tiempo que contemplo el sol naciente sobre el mar, observo
numerosos grupos de personas que regresan de su ocio nocturno. Tras frivolizar
durante toda la noche, vuelven gritando, balanceándose de un lado a otro, mareados
y bebidos. Me produce una enorme tristeza verlos así: algunos caídos en el
suelo, otros chillando, otros peleándose. Los veo desaliñados, con los ojos
vidriosos y la ropa arrugada, desprendiendo un fuerte olor a alcohol, con la
mirada absolutamente perdida.
Me dirijo a contemplar la belleza de la primera luz y me
encuentro con la miseria humana de todos esos jóvenes que vuelven, no sé de
dónde, tras explotar la noche y reventar sus vidas. Siento una profunda pena,
porque veo que han llegado hasta el extremo de sus capacidades físicas y
mentales para lograr una catarsis que los lleva al sinsentido, vaciándose por
completo de su propia identidad. Dejan de ser ellos mismos, quedan rotos, sin
aliento y casi sin vida, zombies que a duras penas pueden emprender el camino
de regreso, ¿a dónde?, dando vueltas y deteniéndose porque apenas les quedan
fuerzas.
Quedo impresionado cada fin de semana cuando contrasto la
belleza del horizonte con lo que veo por las calles. Se me encoge el corazón y
me pregunto: ¿por qué? ¿Qué les sucede a estos jóvenes que son capaces de ir
mermando su vida y jugarse la salud de esta manera? Muchos de ellos sufrirán
serios problemas, psicológicos y neurológicos, a edades tempranas. Otros
experimentarán patologías diversas. Incapaces de sobrellevar su presente y de
afrontar un futuro lleno de incertezas, se lanzan a una huida adelante.
Golpeándose a sí mismos, están maltratando al anciano que tal vez llegarán a
ser. Y van a convertir una etapa vital plena y creativa, como lo es la madurez,
en un suplicio plagado de enfermedades.
A veces asociamos la vejez a enfermedad, y es verdad que con
los años hay un deterioro progresivo de las células y los procesos del cuerpo.
Esto hay que vivirlo con paz y serenidad, pero no necesariamente significa que
debamos estar enfermos. Si cuando somos jóvenes no nos cuidamos, la enfermedad
aparecerá mucho antes, y será pesada y difícil de sobrellevar. La ancianidad no
es una patología, es una etapa de la vida. Se puede convertir en enfermedad
cuando no hemos sabido cuidar nuestro cuerpo en su momento.
Estamos ante una terrible pandemia, que repercute en un
innumerable grupo de jóvenes y adultos en todo el mundo: el alcoholismo.
Socialmente está adquiriendo una dimensión enorme y no sólo
en jóvenes y en adultos, sino ya en niños y adolescentes que empiezan a
frivolizar, creyéndose adultos y por miedo a ser rechazados en su grupo. El
sentimiento de pertenencia es muy fuerte entre los jóvenes, no quieren quedarse
al margen de las corrientes y tienen que atreverse con todo, aunque suponga un
riesgo para su vida.
De aquí la urgencia de hacer un abordaje acertado hacia los
adolescentes. Un tratamiento terapéutico y psicológico es un remedio, pero la
prevención está en una buena formación en salud y hábitos. Y la solución no
está solamente en los centros médicos ni en los profesionales sanitarios, sino
en las familias, en la escuela y también en la administración.
Sí, se puede hablar de una pandemia global: este ejército de
sonámbulos caminando sin rumbo al amanecer debería hacer saltar todas las
alarmas. Los educadores hemos de avisar: se trata de un suicidio lento a nivel
planetario. Jóvenes y adultos convertidos en muertos vivientes, vagando en sus
noches existenciales, chapoteando en la nada. Es una auténtica tragedia que
diezmará y enfermará a una generación entera, sobrecargando el sistema
sanitario y dejando secuelas enormes en sus vidas. ¿Qué futuro espera a un
joven adicto? Dolor, soledad, rechazo social, incapacidad para trabajar y
decidir. Y lo más profundo: un vacío de identidad. El alma le ha sido
arrebatada y se convierte en uno más dentro de un rebaño manipulado, sin
valores, sin referencias, sin otra ética que seguir sus impulsos ciegos. Estos
jóvenes están a merced de sus adicciones y de quienes las promueven. En nombre
de una seudo libertad, del culto al yo y a su propia dignidad, caen en una
espantosa esclavitud.
Todo esto voy pensando mientras regreso de mi paseo matinal,
donde se mezclan la belleza luminosa del sol naciente con la sordidez de los noctámbulos
que regresan. Veo en estos chicos la oscuridad que anida en su corazón y una
profunda soledad, disfrazada bajo los gritos.
Llego a casa, el sol ya está alto y la ciudad está bañada de
luz. Rezo por ellos y pido que algún día estos rayos de sol también iluminen
sus almas y descubran el sentido de su existencia. Cuando uno es capaz de mirar
más allá de sí mismo brota la esperanza. Después de una noche oscura siempre
hay un amanecer, y el sol llega a todos.
Ojalá esta marea de jóvenes pueda abrirse a la calma sosegada del mar, que yace plácido bajo la inmensidad del cielo, espejo de la luz solar que centellea en sus aguas.
Es muy triste esta situación y es a nivel mundial. Se les dificulta entrar a la Universidad y se les facilita obtener el alcohol y drogas .
ResponderEliminarEl deporte podría ser un buen antídoto
En relación a este tema que planteas transcribo una líneas de Erich Fromm de su obra, "El miedo a la libertad" que me parecen oportunas.
ResponderEliminar"Parece que no existe nada más difícil para el hombre común que soportar el sentimiento de hallarse excluido de algún grupo social mayor.
El miedo al aislamiento y la relativa debilidad de los principios morales contribuye a que todo partido pueda ganarse la adhesión de una gran parte de la población, una vez logrado para sí el poder del Estado.
¿Quién soy yo? ¿Qué prueba tengo de mi propia identidad más que la permanencia de mi yo físico? ¿Soy yo, como tú me quieres? Si es así pierdo mi identidad y me transformo en un reflejo de la tuya con el riesgo de comprometer mi salud psíquica".
Cuando eres joven es difícil sustraerse a sentirse aislado del grupo, "la llamada de la tribu" según Karl Popper. El aislamiento social, la inmadurez que te impide visión de futuro, la debilidad de los principios morales, el entorno familiar o social son factores que contribuyen a ello.
Cuando eres mayor ya no le das tanta importancia pero sigue permaneciendo otro miedo, el de la soledad.