domingo, 23 de junio de 2024

Rosas marchitas

Por las mañanas, temprano, me gusta caminar hacia la playa. Es mi primer paseo, y cada día observo cómo amanece sobre el mar: no hay dos días iguales. Esta vez, el día está gris; las nubes tapan el cielo. Como tantos fines de semana, un ejército de jóvenes sale de los antros del paseo marítimo, que los arrojan de sus fauces oscuras tras haberles robado un pedazo de sus vidas. Salen aturdidos y extenuados, con la mirada perdida, presos del último instinto que pierden: el de sobrevivir. Salen de sus madrigueras nocturnas hacia sus hogares, donde se refugiarán en la cama para repararse físicamente, pero donde quizás no puedan aliviar el vacío interior que viven. No podrán llenarlo hasta que enfoquen de una manera nueva sus vidas.  

Es verdad que el cuerpo humano tiene una enorme capacidad de recuperación; pese al martilleo al que se somete, resiste noche tras noche. Pero la salud mental se resiente y la identidad de la persona poco a poco se va fragmentando. Con el tiempo aparecerán diversas patologías, físicas, pero sobre todo existenciales. Perderán el enorme potencial que albergan en su ser.

Paso junto a ellos y me dirijo a la playa para contemplar la belleza del mar y el horizonte donde, esta vez, no veo salir el sol, cubierto por oscuras nubes. La luz es tenue y, en la orilla, las olas parecen susurrar a mis pies con tristeza.  

Después de unos ejercicios de respiración, moviendo brazos y piernas, reemprendo a paso firme mi camino de vuelta. Al regreso reparo en dos muchachas que caminan hacia mí, vestidas con ropa extremada y ligera que modela sus cuerpos, marcando silueta. Cada una de ellas lleva en la mano una rosa que sostiene con delicadeza. Al acercarme, no puedo evitar fijarme en sus rostros. Son bellos, pero castigados por una noche vertiginosa. Se acercan un poco más, a paso lento, agotadas, y percibo la fragancia de las rosas al pasar; flores lozanas en manos de dos muchachas que son la viva imagen de la desesperación y el desamparo. Los pétalos de rojo intenso contrastan con los rostros marchitos de las jóvenes.

Pensé: si estas rosas, tan frágiles, mantienen su aroma y su color en la intemperie, ¿qué ha sucedido con estas chicas que han perdido su brillo y ofrecen un aspecto tan decrépito? Si estuvieran serenas, descansadas, serían aún más hermosas que las flores. Pero el frenesí de la noche les arrebata su belleza natural.  Son dos rosas preciosas, pero su forma de vivir las está llevando al naufragio. Perdidas en alta mar, flotando a la deriva a merced de las olas que amenazan con hundirlas, sus vidas ahora son como este amanecer gris, sin color, impregnado de nostalgia.

Se alejan de mí y observo la silueta de sus cuerpos vacilantes. No se mueven ágiles como la brisa, sino que avanzan penosamente hacia la nada, como zombis que se encaminan hacia el féretro.

Cuántos jóvenes viven así, sin nada que los anime existencial y espiritualmente. Viven sin vivir, mueren despacio y el tiempo pasa veloz. Desearía que pudieran descubrir la belleza que hay en su corazón, que pudieran atisbar y paladear, por un instante, el regalo de existir, de poder contemplar un nuevo amanecer. Que pudieran enamorarse del bien, de la belleza y de la auténtica libertad.

No puede ser que se acuesten al amanecer y que salgan cuando anochece. Este no es el ritmo vital propio que mantiene nuestra salud y da sentido a la vida. Es necesario enseñarles a conectar con su yo más profundo, que les permitirá conectar con el tú y con el nosotros. Solo así vivirán en plenitud, deslizándose como bailarinas por el escenario de su existencia.

Realismo, belleza, orden, valores: todo esto forma parte de la hermosa, rica y compleja grandeza del ser humano. Solo nos falta escuchar nuestra música interior.

Somos cumbre de una creación salida de las manos amorosas de un Dios que nos ha concebido para la felicidad. No una felicidad artificial, con sucedáneos de paraíso. Nos ha creado para una felicidad inagotable que no necesita de ningún artilugio, que surge de la gratitud por el don excelso de la vida.

8 comentarios:

  1. Descripción que me sumerge en una gran tristeza.

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  2. Muchas gracias!! La felicidad se consigue con esfuerzo una serenidad frente a los obstáculos y una fortaleza que se apoya en sentirse hijos de Dios

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  3. Que pena no poder hacer llegar está reflexión a esas personas!!!!

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  4. Pido al Señor para estos jóvenes que en algún momento de su vida se encuentren con el Único que les devolverá la verdad alegría que se encuentra solo en Dios.

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  5. Que hermosa reflexión,tan real que todos los días vemos en las calles ,queriendo detener como se pierde tanta belleza a cambio de nada,cuando hemos sido creados con tanta perfección y ser admirados para la Gloria de Dios

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  6. ¡Cuántas rosas marchitas antes de convertirse en buen fruto! Tenemos mucho trabajo por delante para despertar esas almas dormidas y contagiarles el deseo de vivir. La escena es tal cual, vivida y observada con mirada penetrante.

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  7. Muy bello escrito. Los paseos matutinos provocan reflexiones agri-dulces, contrastamos, la maravilla de frescor que notamos de la mañana, junto con descanso tenido, con ese mundo de la noche de neón, que nos hace pensar y sentir que en esa vida no puede estar lo autentico, ni por supuesto nada de lo espiritual ni religioso que se pueda anhelar vivir.

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  8. No suelo ir a esos "antros" como vd. los define ni sé de esas chicas,pero quiero y debo pensar que al no conocer no puedo opinar con justicia.No creo que todos los locales nocturnos sean antros y que quienes los frecuentan son gente marchita.No puedo valorar un todo por una escena.Quizá quienes van de fiesta nocturna son gente con valores,con formación,que aman y son amados.Repito,no quiero juzgar sin saber exactamente del asunto.

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