Vidas vacías que roban la vida
El hombre ha sido concebido para el amor. Negar esta
dimensión es empequeñecer su potencial humano, sus sueños y sus metas. Cuando
el amor se le niega o está incapacitado para amar, poco a poco empieza a
deslizarse por un abismo que lo lleva a convertirse en el centro del universo.
La persona que no ama se erige en protagonista y reclama que los demás giren a
su alrededor. Termina convirtiéndose en un agujero negro que absorbe la energía
y la luz de aquellos que están a su lado. Queda cerrada en su egolatría, y cae
en la terrible patología del narcisismo. Nadie existe, sólo ella. Si los otros
existen, deben someterse a sus antojos. Tiraniza a los demás con sus caprichos
infantiles e inmaduros. Su vida interior agoniza y se vuelca en una existencia
superficial, hueca. Su consciencia ética se va fragmentando y pierde identidad
propia; para compensar este vacío se hace carroñera y vive para usurpar la
intimidad ajena. Todo cuanto los demás hacen por ella le parece poco. Conozco
casos tan dolorosos que uno queda sobrecogido.
Cuando el corazón se seca todo oscurece. La vida deja de
latir, los colores se apagan, el hastío invade la existencia. Se deja de oler
el perfume de las flores, la sonrisa se borra y los ojos se nublan. La mirada
ofuscada convierte la belleza en fealdad, la calidez en frío; nunca llega la
primavera a esa alma. Cuando se seca el corazón la luna deja de brillar, la
música se convierte en ruido y las palabras en insultos. Un apretón cariñoso se
puede interpretar como un golpe; la generosidad, como derroche. Los amigos se
convierten en enemigos. Las personas que viven ensimismadas miran la realidad a
través de su turbia subjetividad, encerradas en su burbuja, y todo lo ven
deformado. Acaban condenadas en su propia tiranía, sufren isquemia en el alma,
y se convierten en verdugos para los demás.
¿Qué se puede hacer por estas personas? Cuando todo se agota
y se llega a un estado patológico, lo primero es perdonarlas. Y después, puede
parecer muy duro, pero es necesario distanciarse de ellas prudentemente. Ámalas
en tu corazón, pero no dejes que te atrapen en sus redes y establece una
separación pedagógica y sanadora. Es importante no sentirse culpable de nada,
aunque sea muy doloroso ver cómo uno se quema en su propio fuego. Eso sí, hay
que procurar que en ningún momento surja odio, rencor o deseos de venganza
hacia aquella persona. Sobre todo, procura que la tensión no te arrebate la paz
y nunca te cierres a un posible reencuentro sincero, siempre con realismo. Pero
si la marea sube, hay que correr para que las olas no te traguen. A veces no se
puede hacer otra cosa ―o no
sabemos hacer más― que aceptar
la situación con humildad y tocar de pies a tierra.
Amar es sanador
El corazón se seca cuando ha dejado de amar. El no-amor
encierra a la persona en su laberinto y la lleva a construir un estercolero mental
sin sentido, que volatiliza a quienes viven cerca. Cuántas personas viven así,
incluso personas mayores. El no amar enferma al ser humano de tal manera que le
hace perder lo esencial de su vida: abrirse, compartir dolores y alegrías con
los demás.
Amar, en cambio, es profundamente sanador y liberador. El
amor hace crecer y madurar, nos ayuda a liberarnos de la esclavitud del propio
egoísmo, nos descubre el valor del otro, su libertad, sus creencias, su
felicidad. Con el roce del otro aprendemos a pulirnos, a ser generosos, a
descubrirnos a nosotros mismos.
El corazón tiene un movimiento que va desde el centro,
bombeando para hacer llegar la sangre hasta el último capilar que irriga
nuestro cuerpo. La circulación, desde las arterias troncales hasta los pequeños
vasos periféricos, en diminutas ramificaciones, alimenta y aporta oxígeno a
todo el organismo, permitiendo el funcionamiento de los órganos vitales. ¿Qué
ocurriría si algún segmento, vena o arteria, se bloqueara? Se produciría una
lesión y el cuerpo comenzaría a enfermar por la falta de oxígeno y nutrientes. En
algunos casos, podría llegar a la invalidez o a la muerte.
De la misma manera, el ser humano tiene un movimiento de
adentro hacia afuera, desde su centro hacia todo aquello que lo rodea. Este
movimiento le asegura la alegría vital y existencial. Un corazón armonizado
afianza sus relaciones con los familiares, amigos, compañeros, vecinos… hasta
con los desconocidos. Cuando el corazón bombea suficiente amor, hay vida para
uno mismo y para los demás.
Una relación por ósmosis: esta es la clave de la vida
armónica y gozosa. Uno es esencialmente persona y libre cuando ama. Ya no solo
estará sano físicamente, sino psíquica, emocional y espiritualmente. Esta salud
se extenderá como en nuestro sistema circulatorio, desde nuestro corazón,
pasando por las arterias sociales, a los diferentes grupos que nos rodean:
familia, amigos, barrio, ciudad… Tenemos la obligación moral de contagiar alegría
a los demás. Y esto es asegurar la propia felicidad, porque los hombres somos
concebidos para el amor, y solo el amor nos puede hacer felices. Cuando uno
vive para los demás es cuando encuentra su propia identidad y realización
personal. Una sociedad sana dependerá de que haya personas sanas, que salgan de
sí mismas.
El camino de la felicidad está fuera. El egoísmo enferma a
la gente y produce mucho dolor e inquietud. En cambio, el amor produce gozo,
alegría, plenitud, deseos de volar, de trascender. Ni el miedo puede detenerte
para alcanzar tus sueños, ni los sufrimientos te impedirán avanzar en el arte
de ser persona, digna de amar y de ser amada. El amor te hace fuerte,
invencible, creativo, libre y feliz. Te enseña a dar la medida justa a las
cosas. Este es el sentido último de nuestra existencia: ser libre para el amor.
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