Corazones llenos de amargura
El ser humano, en su búsqueda de realización personal, se topa con realidades difíciles de gestionar. Fracasos emocionales, convivencias tensas, incapacidad para adaptarse y falta de habilidades sociales. La necesidad de protegerse le lleva a reforzar su ego. Así, muchas personas desean ser el centro de todo, ejerciendo una manipulación emocional de los demás. Se muestran intransigentes y susceptibles, guardan memoria de todo lo negativo y utilizan un lenguaje ambiguo para justificarse.
El victimismo se apodera de
estas personas. Creen tener derecho a todo, y lo reclaman todo. A veces, bajo
una apariencia sumisa y servicial, esconden un terrible orgullo y ejercen una
tiranía sobre quienes las rodean.
Con habilidad, emplean sutiles maniobras para crear
situaciones conflictivas. Se valen de los rumores y de la murmuración para ir
generando desconcierto y dudas. Así van levantando muros, sembrando la
desconfianza y haciendo inviable una relación sana y una comunicación armónica
con los demás. Pueden reventar iniciativas, proyectos y sueños de otros. Utilizan
medias verdades para tejer la mentira de su construcción mental, que les sirve
de autodefensa.
Pero, en realidad, quienes crean estos problemas de
convivencia suelen ser personas con una autoestima muy baja y un enorme cúmulo
de resentimiento. Como piensan que todo el mundo les debe algo, siempre piden
más y más. Son incapaces de escuchar el punto de vista del otro, de olvidar y
de perdonar. Al contrario, es a ellas a quienes hay que pedir perdón, pues
siempre se sienten ofendidas.
Cuánto dolor inútil y absurdo generan estas personas. Cuánto
sufrimiento provocan los corazones amargados, separados de la alegría de los
demás. Están tan pendientes de todo
cuanto les afecta que abortan toda posibilidad de convivencia armoniosa.
Cuando uno vive de cerca estas situaciones, se da cuenda de
la complejidad del ser humano que vive centrado en sí mismo y no soporta los
valores y capacidades de los demás, especialmente aquellos que los hacen
brillar. Quienes viven así están tan ensimismados que no les queda otro remedio
que someter, anular o esclavizar al otro. Cuando no lo consiguen, se desesperan
y dan mordiscos a todos aquellos que se cruzan en su camino, especialmente a
quienes pueden descubrir su verdadera identidad. Como animales heridos, salen
de su guarida dando coces.
La mejor medicina
¿Qué hacer? Algunas personas me consultan cómo actuar en estas situaciones. Intento aconsejarlas desde mi experiencia vital.
Primero hay que asumir, con realismo, que algunas personas
son como ortigas y lo único que se puede hacer es vigilar, actuar con prudencia
y tacto para evitar pincharse y no irritarlas, sin perder de vista que también
son seres humanos merecedores de un profundo respeto. No somos nadie para
juzgar su corazón, son dignísimas de ser amadas, aunque sea desde la discreción
y la distancia. Su pasado y sus circunstancias vitales quizás son muy complejas
y les han llevado a ser como son. Hay que aceptarlas tal cual: este es el mejor
antídoto para evitar que se acentúen sus patrones de comportamiento.
Pero, sobre todo, lo importante es tener la capacidad de
perdonar siempre. Aunque arañen tu sensibilidad, no podrán arañar tu alma si
estás abierto a un reencuentro. Si tu alma está sosegada ya se está abriendo a
una nueva oportunidad, que hay que desear con toda la fuerza. Mirar con dulzura
a los ojos del otro, con el tiempo, puede producir un milagro. Mirar con amor
paciente acabará surtiendo efecto porque la mirada que se dirige al corazón no
pasa por la cabeza. El corazón no puede rechazar la autenticidad de una mirada
sincera y regeneradora.
Toda persona tiene alma, un trozo de Dios en su vida que ha
sido creada directamente por él y está llamada a una experiencia de amor que le
haga trascender. Somos amables, es decir, tenemos el derecho de ser amados por
encima de todo. Ver las cosas desde la perspectiva del amor requiere esfuerzo,
pero permite ver los límites y a la vez saber que participamos del soplo
divino. Nuestra existencia es querida por Dios y solo necesitamos descubrir la
grandiosidad que tenemos dentro. Junto a la oscuridad habita una luz clarísima.
El bien es más fuerte que el mal, ya que estamos concebidos para la felicidad y
para cooperar en un proyecto común: humanizar el mundo y la vida de cada
persona.
De un corazón avinagrado salen palabras hirientes, pero de
un corazón lleno de gratitud sale poesía y dulzura. Solo entendiendo la vida
desde la gratuidad, conscientes de que todo se nos ha dado, podremos trazar el
rumbo de la vocación humana, que es el amor.
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